El “Cristiano” Antinómico

 

Son las 11:40 del domingo por la mañana en su iglesia. Los himnos y coros ya se han cantado, la ofrenda ya se ha recibido, y ahora es el tiempo de la lectura de la Palabra y del sermón. Su pastor camina hacia el púlpito, abre un gran libro negro, toma aire, y levantando su brazo en el aire, grita con gran autoridad, “El hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe”.

?Cu?l ser?a la reacci?n de la mayor?a de las personas en la iglesia? ?Estar?an sorprendidos por la herej?a del pastor? ?Se enojar?an por su contradicci?n con los escritos de Pablo acerca de la salvaci?n, aquellas preciosas verdades redescubiertas durante la Reforma? ?Le se?alar?an como a un legalista? ?O se dar?an cuenta de que ?l acaba de leer Santiago 2:24?

Aquellos que reaccionarían en forma adversa constituyen multitudes de cristianos profesantes que viven en gran error. Al no entender la naturaleza de la fe que salva, suponen que las obras están en oposición a la fe, mientras que, en realidad, las obras son inseparables de la fe verdadera. Como Martín Lutero escribió, “Es imposible, en verdad, separar las obras de la fe, tan imposible como separar el calor y la luz del fuego”.[1]

Lutero acuñó un término para describir a aquellos que estaban convencidos de que, como la salvación era un regalo de la gracia de Dios, el obedecer las leyes de Dios no era importante. Los llamó antinómicos, cuyas raíces son anti, en contra, y nomos, ley.

Hoy la iglesia está llena de antinómicos, y si Lutero estuviera vivo, él clamaría contra su herejía y convocaría a una reforma. Él no carecería de apoyo Bíblico para su cruzada, porque Jesús, Pablo, Pedro, Santiago, Juan y Judas, todos advertían contra los errores del antinomianismo. De hecho, Lutero tendría más citas bíblicas para apoyar su causa moderna que las que usó para las verdades de la Reforma. Las advertencias del Nuevo Testamento en contra de los errores del antinomianismo son mucho más numerosas que aquellas en contra de los errores del legalismo.

Dos errores mortales

En los días de Lutero, la iglesia estaba atrincherada en el legalismo. La salvación era percibida por la mayoría de los fieles como algo que había que ganar. Compraban indulgencias, reliquias, hacían penitencia y otras cosas, y así pensaban que podían recibir reconocimiento para reducir su sentencia futura en el purgatorio por cientos y aun miles de años. El evangelio se había perdido.

Mientras Lutero estudiaba el libro de Romanos, descubrió que la salvación era un regalo recibido por fe. Él, maravillosamente, había nacido de nuevo, y de inmediato empezó a retar a sus contemporáneos con las verdades que lo habían liberado. (¡Su fe había empezado a funcionar!) Una tormenta de controversia se generó pero, eventualmente, a través de Lutero y la labor de otros reformistas, muchos llegaron a creer en el evangelio de la gracia de Dios.

Pero había un peligro inherente en tal evangelio, y los reformistas lo sabían. Era posible que la gracia divina podía ser concebida como una licencia para pecar. La importancia de las buenas obras podría ser descuidada, y una nueva herejía podría reemplazar a la antigua, tan engañosa y condenadora como aquella. Así que los reformistas eran cuidadosos de enfatizar que la fe genuina en Cristo resultaba en obediencia a Cristo.

Hoy, cientos de años después, lo que los reformistas tanto temieron llegó a nosotros. A diferencia de los legalistas del tiempo de Lutero, los fieles de hoy en día no necesitan que se les diga que sus obras muertas no les dan salvación. Más bien hay que advertirles que su fe muerta no los salvará. Muchos han comprado acciones de un falso evangelio que promete un cielo sin santidad. La gracia en la que ellos confían les da una licencia para pecar más bien que la obediencia a Cristo. No obstante, Jesucristo, el cual es el mismo ayer, hoy y por siempre, todavía advierte a los antinómicos en todas partes, “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 7:21, énfasis del autor).

?Qué es el legalismo?

Tal vez, ningún término teológico ha sido tan malentendido y tan mal usado como la palabra legalismo. Cualquiera que practique auto negación, obediencia o santidad hoy día está en peligro de ser etiquetado en forma errónea como un legalista. ¿Qué tan a menudo los cristianos profesantes han hecho declaraciones tales como, “Antes yo asistía a una iglesia muy legalista en donde el pastor predicaba en contra de las películas restringidas? Tal pronunciamiento revela que el hablante realmente no entiende lo que es el legalismo. El legalismo no es aferrarse a un estándar de santidad derivado de la Palabra de Dios. Más bien, es el intento por ganar la salvación por medio de mi conducta, anulando así la muerte de Cristo. Si alguien dijese, “Yo antes asistía a una iglesia muy legalista en donde el pastor predicaba que podíamos ir al cielo si no veíamos películas restringidas”, este caso sería un ejemplo perfecto del uso del término legalismo.

La herejía del legalismo es que ofrece otra manera de ser salvo diferente a aquella provista por Dios, a través de Jesucristo. El error del legalista es que espera algo que es imposible, que pueda adquirir los méritos suficientes para ir al cielo. Por supuesto, la posibilidad de llegar a ser lo suficientemente buenos para poder ir al cielo terminó hace mucho tiempo: la primera vez que Dios nos responsabilizó de nuestro pecado. Teóricamente, si alguien pudiera vivir una vida sin pecado, esta persona podría ir al cielo sin la necesidad de un Salvador. Pero debido a que todos nosotros somos transgresores, si vamos a ser salvos, necesitamos otro medio de salvación. Claramente, eso sólo puede ocurrir con la ayuda de la gracia divina. La buena nueva del evangelio es que Dios nos ha extendido su gracia sin comprometer sus estándares de santidad a través de Jesucristo, nuestro sustituto.

Tal vez la mejor definición de legalismo se expresa por medio de la siguiente fórmula simple:

OBRAS SALVACIÓN

La flecha se debe leer, “producen”. El legalista piensa que sus obras le producirán salvación. Debido a que su corazón no ha sido regenerado, vacío de fe y de amor por Dios, el legalista produce sólo un conformismo externo hacia la Ley mientras trabaja para ganar el favor de Dios.

Otro modo de legalismo se puede expresar por medio de la siguiente fórmula:

FE + OBRAS SALVACIÓN

Este legalista agrega fe y obras juntas, pensando así que la combinación asegurará su salvación. En parte, él está confiando en sus obras. Este es el tipo de legalismo al que Pablo se opuso en su carta a los Gálatas.

La fórmula bíblica para el verdadero medio de salvación se puede expresar así:

FE SALVACIÓN + OBRAS

Aquellos que verdaderamente creen en el evangelio no sólo son salvos, sino también transformados por la gracia divina, y manifiestan la obra de Dios en sus vidas por su gozosa obediencia. A diferencia del legalista, la obediencia del verdadero creyente nace de adentro, porque su corazón ha sido cambiado.

Finalmente, el antinomianismo se representa así:

FE SALVACIÓN – OBRAS

El antinómico supone que su fe es causa de su salvación, aunque la confirmación de las obras de una vida transformada no sea manifiesta. Más aún, a menudo, malinterpreta por lo menos otras cinco cosas: (1) la naturaleza de la fe salvadora, (2) la intención de Dios de salvar a las personas, (3) la labor completa de la gracia divina en las vidas de aquellos que creen, (4) la relación del cristiano con la ley de Dios, y (5) la naturaleza de la necesidad del arrepentimiento. Consideremos todos los cinco aspectos:

La naturaleza de la fe que salva

El antinómico considera la fe únicamente a nivel mental. Supone que su aceptación de ciertas verdades teológicas constituye la fe salvadora. Porque él sabe que Jesús murió en la cruz por los pecados de todos, y sabe que la salvación no es por obras sino por fe, él piensa que es salvo.

Evidentemente, aun el diablo sabe que Jesús murió en la cruz por los pecados de todos. Satanás también sabe que las personas no son salvas por obras sino por fe. ¿Qué nos hizo pensar que el hecho de saber esas verdades nos iba a hacer aceptos ante los ojos de Dios?

La fe verdadera que salva es mucho más que un reconocimiento mental. La Biblia define la fe como “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (He. 11:1, énfasis del autor). El creer con el corazón lo que resulta en salvación (ver Ro. 10:10). La fe verdadera siempre se manifiesta por acciones externas.

Los antinómicos, sin embargo, a menudo aíslan las obras de la fe, hasta el punto de colocarlas en oposición. Piadosamente declaran que, debido a que la salvación proviene puramente de la gracia divina, nunca se apoyarían en ninguna de sus obras para asegurarse de su salvación, por temor a “confiar en sus obras”.

No obstante, como veremos pronto, así no es como Jesús, Juan el Bautista, el apóstol Juan, Pablo, Pedro, y Santiago pensaban al respecto. Por ejemplo, Juan escribió que el amor que demostramos a nuestros hermanos creyentes es uno de los varios medios por el cual podemos determinar si en verdad hemos nacido de nuevo:

Nosotros sabemos [observe la palabra, sabemos] que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte… Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él; pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas (1 Jn. 3:14, 17-20, énfasis del autor).

Juan creía que nuestras obras eran muestra segura de la labor de la gracia de Dios en nuestras vidas. Existe una vasta diferencia entre esta verdad y creer que las obras de uno le traerán salvación. Nuestras buenas obras no son meritorias, sino que dan validez. Proveen seguridad adicional de nuestra salvación más allá de la seguridad provista por las promesas del evangelio. Conforme miramos las obras de nuestra vida, podemos decir, Nuestras buenas obras “son hechas en Dios” (Juan 3:21). “¡Gracias a Dios por esta evidencia de la gracia de Dios en mi vida!”

Juan también escribió en su primera epístola:

Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. En esto se manifiestan los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios (1 Jn. 3:9-10).

?Acaso Juan cre?a que el nuevo nacimiento afectaba la manera de vivir de una persona? ?Por supuesto que s?! Aquellos que son nacidos de Dios practican la justicia y el amor por los hermanos creyentes. Esto no es con el fin de afirmar que los nuevos creyentes nunca pecan o que siempre demuestran amor perfecto (ver Juan 1:8-9; 4:17-18), pero esa justicia y ese amor son caracter?sticas dominantes en sus vidas, a diferencia de aquellos que no son salvos, que se distinguen primordialmente por una conducta de injusticia y ego?smo. Repetidamente Juan escribi? en su carta acerca de vivir piadosamente y amar a los hermanos para proveer la seguridad de la salvaci?n a sus lectores:

Estas cosas [los contenidos de mi carta] os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna (1 Jn. 5:13, énfasis del autor).

Juan creía que los cristianos profesantes debían examinar sus vidas para asegurarse de que la gracia de Dios estaba obrando en sus vidas, porque él también creía que definitivamente había una correlación entre creencia y conducta.

Sobre la relación entre la fe y las obras según Pablo

El apóstol Pablo no creía que las obras y la obediencia pudieran divorciarse de la fe, o que estas dos cosas estuvieran en franca oposición. Antes bien, él escribió en el libro a los Romanos acerca de la “obediencia a la fe” (Ro. 1:5; 16:26). La interpretación simple de esta frase es que la fe se caracteriza por la obediencia. Si yo uso una frase, “el gozo de la salvación”, quiero decir que la salvación se caracteriza por el gozo. En ningún caso, sin embargo, la palabra gozo se constituye en el sustituto de la palabra salvación. Los antinómicos quieren que creamos que la expresión de Pablo, “la obediencia a la fe”, significa que no necesitamos tener obediencia, ya que la fe sirve como un gran sustituto, o consideremos el otro ejemplo, que no necesito salvación ya que tengo gozo, un sustituto muy apropiado.

Pablo no sólo pensó que el evangelio era algo para creer. Pensaba que había que obedecerlo. Él dijo a los cristianos de Tesalónica que los que “no obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo… sufrirán pena de eterna perdición” (2 Ts. 1:8-9, énfasis del autor).[2]

?Qu? es lo que hay que obedecer acerca del evangelio? Primeramente, Dios nos ordena creer al evangelio, haciendo que el creer sea un acto de obediencia (ver Marcos 1:15). ?C?mo puede alguien decir que la obediencia y la fe se oponen una a la otra cuando el creer es un acto de obediencia?

Segundo, Jesús ordenó a las personas arrepentirse y creer al evangelio. También nos ordenó predicar “arrepentimiento para el perdón de pecados (Lucas 24:47), y así lo hizo Pablo también declarando que las personas “se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento”(Hechos 26:20). El arrepentimiento es un acto de obediencia, una respuesta a una orden divina. La salvación empieza en la vida de una persona por un acto de obediencia que también es un acto de fe.

Pablo escribió a los tesalonicenses, recordando con aprecio la “obra de vuestra fe, el trabajo de vuestro amor” (1 Ts. 1:3, énfasis del autor). Él no vio la fe y las obras como dos cosas que no se pueden mezclar. Como el apóstol Santiago, él también creía que la fe auténtica funciona. Pablo escribió al los cristianos Gálatas, que estaban en peligro de ser seducidos a pensar que la circuncisión era necesaria para la salvación que,

En Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor (Ga. 5:6, énfasis del autor).

Como el apóstol Juan, Pablo creía que la fe auténtica funcionaba a través del amor. El amor es un fruto primario de la fe. Podríamos parafrasear a Pablo, “Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión significan nada; son palabras humanas, pero la fe inicia una labor divina en nuestra vida de modo que nuestras obras de amor se originan en Dios”.

El escritor del libro de Hebreos creía que la obediencia a Cristo Jesús es esencial para la salvación. Él escribió,

Y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen (He. 5:9).

Por supuesto, el escritor también pudo haber dicho que Jesús vino a ser la fuente de salvación eterna para todos los que creen en Él, y estaría diciendo prácticamente lo mismo. Para él, la fe, algo que menciona unas treinta veces en su carta, naturalmente produciría obras. Todos los “héroes de la fe” del capítulo 11 hicieron algo porque creían.

En el tercer y cuarto capítulos del libro de Hebreos, veamos cómo el autor usaba las palabras incredulidad y desobediencia en forma sinónima:

Y vemos que no pudieron [los israelitas] entrar[a la tierra prometida] a causa de incredulidad. Y aquellos a quienes primero se les anunció la buena nueva no entraron por causa de desobediencia (He. 3:19; 4:6, énfasis del autor).

Debido a que la mayoría de los israelitas no creyeron las buenas nuevas, no obedecieron a Dios. Debido a que no hicieron lo que Dios ordenó, probaron así que no creían en su promesa.

Sobre las obras, según Juan el Bautista y Jesús

Juan el Bautista creía que existía una correlación inseparable entre creencia y conducta. Leamos cómo él usó las palabras creer y obedecer de una manera similar:

El que cree [pisteno] en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer [apeitheo] en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él (Juan 3:36, énfasis del autor).

?Acaso puede ser m?s claro? ?Y c?mo puede alguien decir que es incorrecto examinar nuestras vidas para determinar nuestro estado espiritual por temor a ?confiar en nuestras obras para salvaci?n?? De nuevo, debemos examinar nuestras obras, ya que la Escritura es clara en cuanto a que es posible poseer una fe falsa. Confiar en una fe falsa para salvarnos es tan peligroso como confiar en que nuestras obras nos traer?n salvaci?n. La ?nica protecci?n inteligente contra estos dos peligros es examinar nuestras obras para la confirmaci?n de una fe salvadora y verdadera.

Jesús también opinaba que nuestras creencias afectan nuestra conducta. Dijo que aquellos que creían en Él harían las mismas obras que Él hizo[3] (ver Juan 14:12). Él predijo que aquellos que “hicieran las buenas obras” disfrutarían de “la resurrección de la vida”, y aquellos que “realizaron las malas obras” sufrirían “una resurrección para juicio” (Juan 5:29). También advirtió que únicamente aquellos que hicieran la voluntad de Dios entrarían en el cielo, y que los creyentes auténticos y falsos se conocerían por sus frutos (ver Mateo 7:19-23). A menos que Jesús estuviera enseñando que la salvación se podía obtener por medio de obras, la única posible interpretación correcta de su advertencia es que la fe salvadora es reconocida por la obediencia.

Igualmente Jesús advirtió que solamente aquellos que hacen la voluntad de Su Padre son sus hermanos y hermanas (ver Mt. 12:49-50). Como aprendimos en el capítulo anterior, Jesús a menudo no dijo nada acerca de la fe cuando hacía su llamado para la salvación. Dijo a sus seguidores que se negaran a sí mismos, que tomaran su cruz y que le siguieran a menos que quisieran perder sus almas (ver Marcos 8:34-38). Llamó a las personas a un costoso discipulado y a un sincero sometimiento, una fe verdadera.

Al intentar explicar lo que significaba seguirle, Jesús llegó al extremo de decirle a las personas que debían comerle (ver Juan 6:47-56), algo que recordamos cada vez que compartimos la Cena del Señor. Creer en Jesús es ser uno con Él. El primer acto de fe del nuevo creyente, el bautismo en agua, es una declaración pública de su unicidad con Jesús en su muerte, entierro y resurrección.

Creer en Jesús es unirse a Él: “Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él” (1 Co. 6:17). Creer en Jesús es permanecer en él: “Permaneced en mí, y yo en vosotros… El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden (Juan 15:4,6). ¿Cómo puede una persona poseer tal unidad con Cristo y no ser afectado por ésta?

Sobre la fe salvadora según Santiago

Tal vez, la más clásica de las definiciones de la fe salvadora, y a la vez la más molesta para los antinómicos, está contenida en la epístola de Santiago en un pasaje que ya consideramos brevemente en capítulos anteriores:

Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? (Santiago 2:14).

La respuesta a la pregunta retórica de Santiago es, No. La fe sin obras no puede salvar.

Aun a la luz de tan hermosa verdad, los antinómicos modernos quisieran que creamos que la fe sin obras puede salvar a una persona. ¿Cómo mantienen su convicción a pesar de lo que dice Santiago? La explicación que nos dan de la enseñanza de Santiago es tan compleja que es altamente improbable que cualquiera de sus lectores originales hubiera podido entenderla. Para empezar, algunos antinómicos desean que creamos que Santiago no estaba hablando de ser salvo de una eternidad en el infierno, sino de ser salvo “de una vida llena de pecado de muerte en esta tierra”.[4] Supuestamente, Santiago estaba intentando persuadir a sus lectores a que creyeran que era necesario tener obras en conjunto con su fe si deseaban ser salvos de una “vida de pecado de muerte” en esta tierra.

La frase, “una vida de pecado de muerte”, sólo puede significar una vida de pecado. Y ser salvo de “una vida de pecado de muerte en esta tierra” sólo puede significar el vivir una vida de obediencia, o el hacer buenas obras. Es así como algunos antinómicos quieren hacernos creer que Santiago estaba corrigiendo un grave error en la teología de sus lectores: ¡éstos realmente pensaban que podían vivir una vida de obediencia con una fe que no conllevaba obras de obediencia! ¿Es acaso posible que Santiago pensara que sus lectores eran tan estúpidos que no supieran lo que era evidente para todos? ¿Y los antinómicos realmente piensan que nosotros somos tan estúpidos que nos vamos a tragar tan improbable interpretación de la clara enseñanza de Santiago?

Como una prueba más para refutar el argumento antinómico, notamos que el contexto inmediato antes y después de las palabras de Santiago acerca de la relación entre fe y obras es el tema del juicio futuro (ver Santiago 2:12-13; 3:1). Santiago estaba pensando en la salvación eterna, no en una salvación temporal de “la vida de pecado de muerte”.

La fe que opera a través del amor

Esta particular interpretación antinómica se hace más absurda cuando continuamos leyendo las palabras de Santiago:

Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma (Stg. 2:15-17).

Algunos antinómicos quisieran que nosotros creyéramos que una fe muerta es aún una fe salvadora; pero sólo es una fe salvadora muerta en oposición a una fe salvadora viva. Santiago, no obstante, ya ha dicho que la fe sin obras no puede salvar a nadie, y eso es la fe muerta, una fe sin obras.

Es interesante que el ejemplo que Santiago usó para ilustrar la fe muerta es el cuadro de un cristiano profesante que no hace nada para ayudar a un hermano o hermana empobrecido. Como Jesús, Juan y Pablo, Santiago que el fruto de una fe verdadera es el amor por los hermanos expresado al solventar sus necesidades apremiantes.

Santiago sigue escribiendo acerca de la imposibilidad de una fe genuina que no vaya acompañada por obras:

Pero alguno dirá: Tu tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras y yo te mostraré mi fe por mis obras. Tu crees que Dios es uno. Bien haces. También los demonios creen, y tiemblan. ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta? (Stg. 2:18-20).

Como Santiago correctamente lo expone, una persona puede expresar que tiene fe, pero no puede probar que tiene fe si no tiene obras. Por otro lado, alguien podría no comentar que tiene fe, pero sus obras hablan acerca de su fe. Las acciones hablan más fuerte que las palabras. De modo que los que creen que Dios es uno (Dt. 6:4) pero no acompañan esta declaración con acciones se engañan a sí mismos. Los demonios creen que Dios es uno, y actúan como si lo creyesen—pues ¡tiemblan! Sólo los antinómicos “insensatos”no se dan cuenta de que la fe sin obras es absolutamente “inservible” (Stg. 2:20), lo cual significa que no tiene ningún uso.

La fe viva de Abraham

Santiago continúa su argumento, citando a Abraham, quien fue justificado por la fe, como un ejemplo de una persona que poseía una fe viva:

?No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreci? a su hijo Isaac sobre el altar? ?No ves que la fe actu? juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccion? por las obras? Y se cumpli? la Escritura que dice: Abraham crey? a Dios y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios. Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe (Stg. 2:21-24).

Es difícil que Santiago pudiera enunciar esta verdad más claramente. La fe de Abraham era una fe viva que obedecía a Dios. No era una fe vacía de obras que lo pudiera justificar, sino una fe que era aprobada por las obras. Aun más, Santiago hizo una declaración que muchos considerarían hereje si alguien la escuchara fuera del contexto de la Escritura: “el hombre es justificado por las obras y no solamente por la fe”(Stg. 2:24).

?C?mo intentar?n los antin?micos salirse del apuro en que Santiago los pone? Se figuran que Santiago no quiso decir que Abraham era justificado ante Dios por las obras, sino ante los hombres. Pero esto es absurdo. ?Creeremos que los lectores de Santiago estaban convencidos de que una persona podr?a justificarse ante los ojos de los hombres si no ten?a obras, y que Santiago consider? ese error tan grave que escribi? para refutarles seriamente? ?Podr?a ser ?ste el asunto que Santiago discuti??

Nótese que Santiago nunca dijo ni una palabra acerca de que Abraham estaba siendo justificado ante los hombres. Más aún, cuando Abraham casi sacrifica a Isaac, no había nadie más presente para ver su acto de obediencia, uno que supuestamente le justificaría ante los hombres. Dios, sin embargo, estaba mirando, e inmediatamente dijo luego del acto de obediencia de Abraham,

No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único. Y dijo: Por mí mismo he jurado, dice Jehová, por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz (Gn. 22:12, 16-18).

Todo el incidente era una prueba de parte de Dios (ver Gn. 22:1), para ver lo que haría Abraham. Más aún, Santiago dice que cuando Abraham obedeció a Dios, se cumplió la Escritura que dice, “Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios (Stg. 2:23). ¿Ante quién fue justificado Abraham, ante Dios o ante los hombres? Sin duda, lo fue ante Dios.

Esto no es para decir que Abraham no fue hecho justo por Dios muchos años antes de que él intentara sacrificar a Isaac, como nos dice la Escritura (ver Gn. 15:6; Ro. 4:3). Pero el hermoso acto de obediencia de Abraham al casi sacrificar a su hijo era indicativo de una fe viva que poseía desde el primer momento de fe. Ahora su fe estaba siendo perfeccionada por sus obras. El tipo de fe que resulta en el hecho de que a Abraham se le declarara justo por Dios era una fe genuina, evidenciada por su obediencia.

?Acaso Santiago no contradice a Pablo?

?Pero no es que Pablo escribe que ?el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley, (Ro. 3:28, ?nfasis del autor)? ?No contradice esto lo que Santiago dice acerca de ser justificado por las obras si ?l hablaba, como Pablo lo hac?a, de ser justificado por Dios?

No, ambos Pablo y Santiago hablaban de ser justificados ante Dios, y sus declaraciones no son difíciles de reconciliar. Pablo estaba dirigiéndose a legalistas que consideraban que la Ley era el medio de salvación. Pablo quería que ellos supieran que la salvación no se puede ganar por el débil intento de guardar la Ley. La salvación es un regalo que ha sido provisto por la gracia de Dios y se recibe por fe.

Santiago, sin embargo, se dirigía a aquellos que habían corrompido la verdad de la salvación por gracia a través de la fe, reduciéndola a una licencia para pecar. Su lema era “justificación únicamente por fe”, pero como los modernos antinómicos, ellos habían redefinido la fe para llegar a ser nada más que una profesión verbal, una fe que podía estar vacía de sus correspondientes hechos. Santiago escribió para refutar ese error, exponiendo su explicación de modo que su punto de vista no tiene error: “Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe” (Stg. 2:24). La razón por la que Santiago podría haber hecho esta declaración es porque nuestras obras manifiestan nuestra fe por la cual somos justificados ante Dios.

La Escritura enseña que en ciertos juicios futuros, los destinos eternos de los individuos se determinarán por sus obras (ver Mt. 12:36-37; 25:31-46; Juan 5:28-29; 20:12-13). Esto se debe a que son las obras las que validan la fe. Entonces, en ese sentido, como lo expuso Santiago, las obras de las personas les justifican ante Dios.

Santiago concluye su enseñanza sobre la naturaleza de la fe salvadora al usar un ejemplo bíblico más sobre una persona que fue salva gracias a su fe activa:

Asimismo también Rahab la ramera, ¿no fue justificada por obras, cuando recibió a los mensajeros y los envió por otro camino? Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta (Stg. 2:25-26).

?Qu? hubiera sucedido con Rahab si hubiera pose?do una fe carente de obras (si tal cosa fuera posible)? Hubiera perecido junto con el resto en Jeric?. Pero su fe activa destaca hoy como un ejemplo para todos los que ser?an salvos de la ira de Dios. Rahab no era una antin?mica.

Algunos antinómicos les gusta señalar al ladrón en la cruz como un ejemplo de alguien que fue salvo por una fe desprovista de obras. No obstante, deberían leer la Escritura con más cuidado. El ladrón arrepentido claramente demostró su fe activa por sus obras durante las últimas horas de su vida. Primeramente, confesó que él era un pecador. En segundo lugar, declaró que Jesús era inocente e indigno de morir, defendiéndole ante el otro ladrón, y aun amonestando a éste. En tercer lugar, sin pena él miró a Jesús como la fuente de salvación y, ante una multitud burlona, públicamente le pidió ser salvo (ver Lucas 23:40-43). Lógicamente, el ladrón arrepentido tuvo una oportunidad un tanto limitada de demostrar su fe más allá de lo que hizo. Aun así, en sólo unos minutos, mostró una fe mayor que la de muchos cristianos profesantes durante toda su vida.

Una segunda verdad que los antinómicos a menudo ignoran es:

El intento de Dios por salvar a la gente

Mucho antes de que el Nuevo Testamento fuera escrito y que Jesús caminara sobre la tierra, Dios claramente reveló su deseo de salvar a las personas—Él quería que fueran santas. Por ejemplo, el Señor dijo a través del profeta Jeremías:

He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón, y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado (Jer. 31:31-34).

Esta profecía completa es citada en Hebreos 8:8-12, y el escritor de Hebreos no deja duda en cuanto a su aplicación a todos los nuevos creyentes del pacto.

En primer lugar, notemos que Dios promete hacer un nuevo pacto que será diferente al viejo pacto (31:31-32). ¿Cuál era la diferencia? La mayoría del pueblo de Israel quebrantó el viejo pacto, pero ese no sucedería con los que son cubiertos por el nuevo pacto. ¿Por qué? Porque Dios ejecutaría una obra sobrenatural en sus vidas.

Específicamente, Él escribiría su ley en sus corazones. Como resultado, Él sería su Dios y ellos serían su pueblo (31:33). Bajo el viejo pacto, el Señor quiso ser el Dios de los israelitas y que ellos fueran su pueblo, pero no funcionó así, ya que ellos quebrantaron el pacto. No le obedecieron, probando así que Él no era su Dios, y que ellos no eran su pueblo. A través de Jeremías, sin embargo, el Señor promete a aquellos bajo el nuevo pacto que Él sería su Dios y ellos serían su pueblo. Esto se cumpliría debido a que este pueblo sí le obedecería. La razón de su obediencia sería la obra de Dios en ellos.

Ya perdonados de sus pecados, todos aquellos bajo el nuevo pacto en realidad “conocerían al Señor”, otra aplicación de su relación piadosa. Juan escribió, “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él” (1 Juan 2:3-4). La intención de Dios para nosotros desde hace mucho era que le conociéramos en verdad.

Otra profecía similar que tiene aplicación para todos los creyentes del nuevo pacto se encuentra en Ezequiel 36:27. En esa ocasión Dios prometió, “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra”. El resultado de poner al Espíritu Santo dentro de nosotros sería la obediencia. Si Dios sólo hubiera querido perdonarnos, no hubiera puesto al Santo Espíritu dentro de nosotros. Pero Él no sólo anhelaba perdonarnos, quería transformarnos. Él no sólo quería justificarnos, quería hacernos justos en forma práctica. No sólo quería que Jesús se hiciera semejante a nosotros, deseaba que nosotros llegásemos a ser semejantes a Jesús. Como lo escribió el apóstol Pablo: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29). Esta era su intención desde el inicio.

Una tercera verdad que los antinómicos ignoran es:

La obra completa de la gracia divina en las vidas de aquellos que creen

El tema anterior nos lleva a otro tema. Los antinómicos creen en la gracia divina para el perdón, pero fallan al no reconocer que Dios da mucho más con su gracia. La misma gracia que nos perdona también nos transforma.

La gracia ha sido definida como un favor no merecido, y eso es lo que es. A pesar de nuestra rebelión, Dios ha enviado a su Hijo a morir como un sustituto sacrificial y a ofrecernos riquezas sin medida. No merecemos tal gracia. Aun así, algunos, según dice Judas, “convierten en libertinaje la gracia de Dios” (Judas 1:4). Consideran el favor de Dios como una licencia para pecar, desvalorando lo que tuvo tan alto costo para Él, continuando su propio camino de auto gratificación.

Esto, por supuesto, no es la respuesta que Dios espera de aquellos que han recibido su gracia. Él espera que nuestros corazones se derritan cuando caemos sobre nuestros rostros ante Él, avergonzados, arrepentidos, y llenos de gratitud. Como Pablo escribió, la gracia de Dios nos instruye “renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:12).

Claramente, desde los primeros días de la iglesia, hubo antinómicos, aunque no se llamaban así. Pablo rechazó la lógica antinómica y sus puntos de vista torcidos acerca de la gracia de Dios a través de sus cartas. Por ejemplo, él escribió a los Romanos:

?Qu?, pues, diremos? ?Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ?c?mo viviremos a?n en ?l? (Ro. 5:1-2).

Aquí podemos ver la lógica antinómica en lo peor de su exposición: ¡Démosle a Dios más oportunidad de extender su gracia continuando con el pecado! Para Pablo, el pensamiento de ese curso de vida es aborrecible e imposible. “Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? (Ro. 6:2). Pablo apela al poder transformador de la gracia de Dios en el nuevo nacimiento. Aquellos que ciertamente han creído en Jesús han muerto al pecado.

Pablo explica en los siguientes versos exactamente cómo acontece esto: Por la virtud de estar en Cristo quien murió y resucitó, de modo que nosotros también morimos y venimos a la vida con Él para que “así también nosotros andemos en vida nueva” (Ro. 6:4). Cuando morimos en Cristo, el poder del pecado ha sido quebrantado en nosotros. El pecado era una fuerza que nos mantenía cautivos, pero ahora ya no somos esclavos del pecado, “Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado” (Ro. 6:7). Aunque aún estamos sujetos a ser tentados por el pecado y a ceder a éste, nuestra situación no es como era antes del nuevo nacimiento. En ese tiempo el pecado era parte de nuestra naturaleza espiritual y tenía poder sobre nosotros. Era imposible o casi imposible ser obedientes a Dios. Ahora, sin embargo, es muy posible que le obedezcamos a Dios, e indiscutiblemente aquellos que se han sometido a Cristo en fe obediente actuarán con santidad pues ya son capaces de hacerlo.

La gracia para ser santos

La promesa de las buenas noticias de la gracia divina no es solamente que podamos ser perdonados, sino también de que podemos ser santificados. La Escritura indica que hay una transformación inicial en el nuevo nacimiento, una obra de Dios que nos limpia radicalmente. Después de eso, hay un actuar de Dios continuo en nuestras vidas, a menudo llamado en la Escritura santificación. Considere el maravilloso mensaje contenido en la siguiente escritura:

?No sab?is que los injustos no heredar?n el reino de Dios? No err?is; ni los fornicarios, ni los id?latras, ni los ad?lteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredar?n el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya hab?is sido justificados en el nombre del Se?or Jes?s, y por el Esp?ritu de nuestro Dios (1 Co. 6:9-11).

Dentro la iglesia de Corinto, había pecadores que previamente habían estado atados por unos de los pecados más adictivos conocidos por la humanidad. Pero habían sido libres y transformados por el Espíritu Santo. ¿No es un tanto triste que mientras que la gracia de Dios está esperando con anhelo para libertar a los homosexuales, ladrones, adúlteros y borrachos, la iglesia organiza grupos de apoyo para ayudar a los “cristianos” a entender y a soportar sus adicciones? Mientras la eterna palabra de Dios da testimonio del poder libertador del evangelio, la iglesia admite dentro de sí teorías seculares y sicología popular. A diferencia de muchos en la iglesia de hoy, Pablo no se avergonzaba del evangelio, pues él sabía que era “poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Ro. 1:16). La palabra griega que él usó para “salvación”, sozo, puede traducirse como liberación. El poder de Dios en el evangelio puede liberar a cualquiera de cualquier cosa.

Aun así, una gran parte de la iglesia de hoy ignora o se avergüenza del poder liberador del evangelio. Bajo el disfraz del amor, a aquellos adictos a ciertos pecados se les dice “compasivamente” que Dios en su gracia les acepta como son. Ciertamente es verdad que Dios ama a todos como son con un amor compasivo, pero solamente les aceptará si creen en su Hijo y se vuelven de su vida de pecado. Si lo hacen, no les dejará como están, sino que los libertará. Yo personalmente he sido testigo de cómo homosexuales, alcohólicos, drogadictos, fornicarios y adúlteros fueron libres de su pecado instantáneamente cuando se arrepintieron y aceptaron a Jesús. ¿No es Dios poderoso? De acuerdo a la primera carta a los Corintios 6:9-11, Él lo es.

Digamos la verdad con amor

Si realmente amáramos a las personas que están atadas al pecado, les diríamos la verdad. ¿Pensamos acaso que somos más amorosos que Dios cuando aconsejamos a la gente a tratar con su área débil sabiendo que continúan practicando el pecado del cual Dios desea liberarlos? ¿Acaso Jesús se portó grosero cuando le dijo a la mujer que había sido sorprendida en el acto del adulterio, “Ni yo te condeno; vete y no peques más” (Juan 8:11)? ¿Debió Jesús ser más compasivo y decir, “Te acepto como eres”? O decirle, “Ciertamente eres una “adicta al sexo”, y sin duda tiene que ver con la manera cómo te criaron. Tus acciones revelan que aún estás anhelando el amor de tu padre que nunca tuviste. Así que no te sientas culpable. La culpa nos hace mucho daño. Sugiero que sigas tu camino y te unas a un grupo de apoyo para la recuperación de adictos al sexo. Con el tiempo, espero que te sobrepongas de tu adicción con la ayuda de algún poder sobrenatural”.

El mensaje de Jesús a todos nosotros, una vez que lo encontramos, es, “Vete y no peques más”. Por el poder del Santo Espíritu en un auténtico nuevo nacimiento, el poder del pecado es quebrantado, haciendo posible la obediencia. Las personas que realmente han nacido de nuevo son nuevas criaturas en Cristo (ver 2 Co. 5:17) que pueden afirmar con certeza, “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Ga. 2:20). Dios está obrando en ellos, “porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:13), y promete perfeccionar la buena obra en ellos (ver Fil. 1:6).

Como dije anteriormente, si todo lo que Dios quería era perdonarnos, no hubiera puesto a su Santo Espíritu dentro de nosotros. Claramente, por lo menos una parte de su propósito en darnos el Espíritu Santo fue para hacernos santos. La gracia de Dios no sólo es efectiva para perdonarnos—nos libera y nos transforma.

Un cuarto concepto mal interpretado por los antinómicos es:

La relación del cristiano con la Ley de Dios

Una expresión favorita de los antinómicos es, “Estoy tan feliz de no estar bajo la ley, sino bajo la gracia”. Aunque ésta es una expresión bíblica, el antinómico la saca de su contexto. La usa para expresar, “Estoy feliz de que no tengo que preocuparme cuando cometo algún pecado” o, “Estoy contento de que no siempre tengo que preocuparme de lo que Dios apruebe o desapruebe, como lo tenían que hacer los que estaban bajo la ley”. Tales aseveraciones revelan un grave error en la interpretación de una importante verdad bíblica.

El Nuevo Testamento ciertamente nos informa que aquellos que están en Cristo no “están bajo la ley, sino bajo la gracia” (Ro. 6:14). La Escritura lo presenta claramente, sin embargo, sin importar lo que esta expresión signifique, ésta no expresa que aquellos que están bajo la gracia tienen licencia para pecar. Al sacar algunas escrituras de su contexto, los antinómicos imponen un significado a una expresión bíblica que contradice todo el sentido de la Escritura. Por ejemplo, considere las palabras de Pablo en Romanos 3:31:

?Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley.

Evidentemente, algo de lo que Pablo escribe en la carta a los Romanos es una defensa en contra del argumento judío que su evangelio de gracia llevaría a la gente al pecado. Casi podríamos escuchar a los antagonistas de Pablo gritarle: “Si la gente se salva por fe y no por obedecer la ley como tu dices, entonces estás anulando la ley de Dios”.

?Al contrario?, Pablo responde. ?Ustedes que han tratado de salvarse al cumplir la ley ni siquiera se han acercado a su objetivo. Pero aquellos que tienen fe en Jes?s nacen de nuevo. La ley de Dios ha sido escrita en sus corazones, el poder del pecado es quebrantado, y son llenos del Esp?ritu de Dios. En virtud de estas cosas y de otras, ellos empiezan a guardar la letra y el esp?ritu de los aspectos morales de la ley. ?Anulamos acaso la ley por motivo de la fe? ?En ninguna manera! Al contrario, establecemos la ley?.

?Qu? quiso decir Pablo?

Más tarde en su carta a los Romanos, Pablo usó la expresión que estudiamos, “no estamos bajo la ley sino bajo la gracia”. Pero lea el contexto de esta declaración:

?Qu? pues? ?Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera. ?No sab?is que si os somet?is a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedec?is, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? (Ro. 6:15-16, ?nfasis del autor).

Aunque no estamos bajo le ley, esto de ninguna manera significa que Dios nos ha dado libertad para pecar. Pablo señaló la incompatibilidad de tal idea al hacer referencia a lo que todo creyente auténtico hace en el momento de su conversión: Se presenta ante Dios como su obediente esclavo, y el resultado es justicia. La única otra alternativa disponible para la raza humana es presentarse como esclavos al pecado, lo cual todo el mundo ha hecho antes de creer en Jesús, y el resultado es muerte espiritual y eterna.

El problema es que muchos cristianos profesantes no se han presentado ante Dios como esclavos obedientes. Han escuchado sobre un evangelio que les promete un cielo sin arrepentimiento. El hacer de Cristo Jesús su Señor se considera un paso opcional en su seguro camino al cielo. Por supuesto debe ser un paso opcional, piensan ellos, o de otro modo la salvación no sería por gracia. Además, ¿no es que la Biblia dice que ya no estamos bajo la ley sino bajo la gracia?

Pero como Pablo lo expresó claramente, nada puede alejarse más de la verdad. El hacer de Jesús nuestro Señor es el único paso en el camino al cielo. El presentarse ante Él como su esclavo obediente es la única verdadera respuesta de fe salvadora y la única manera de recibir el regalo de justicia de Dios.

La ley de Cristo

El hecho de que nosotros no estemos bajo la ley de Dios dada a través de Moisés no significa que no estemos bajo la ley de Dios dada a través de Cristo. Pablo es claro en el pasaje de Romanos citado anteriormente de que no debemos pecar. Indiscutiblemente, si somos culpables de pecado, debe haber un estándar en el cual nos basamos. La ley debe existir para que exista el pecado. “Pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión” (Ro. 4:15).

Bajo el nuevo pacto, hay una ley que es ligada a nosotros. No es un medio para obtener salvación ya que nuestra salvación viene por la gracia de Dios. No obstante, está para ser obedecida, o de otro modo no nos hubiera sido dada. Esa ley es la que la Escritura llama “la ley de Cristo”. La ley de Cristo incluye todo aquello que Cristo ordenó, así como la “ley de Moisés” incluye todo lo que Moisés ordenó. Recuerde que Jesús nos dijo que hiciéramos discípulos, enseñándoles a obedecer todos sus mandamientos (ver Mt. 28:18-20).

Consideremos otra porción de la Escritura, en donde Pablo expresa con claridad que él no está bajo la ley de Moisés, pero sí bajo la ley de Cristo:

Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número. Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley. (1 Co. 9:19-21, énfasis del autor).

?C?mo podemos comparar la ley de Cristo con la ley de Mois?s? Un estudio de los mandamientos de Cristo revela que, en algunos casos, ?l expresamente hizo a un lado ciertas leyes del viejo pacto. En otros casos, instituy? nuevas leyes que no exist?an bajo el viejo pacto. Y en otros casos, endos? y explic? el esp?ritu de ciertas leyes del viejo pacto. Consideremos ejemplos de los tres casos.

Un ejemplo del primer caso es la abolición de las restricciones dietéticas del viejo pacto. Leemos en el evangelio de Marcos que “decía esto, haciendo limpios todos los alimentos” (Marcos 7:19). Podemos comer tocino bajo el nuevo pacto sin ninguna culpa.[5]

Un ejemplo del segundo caso fue la institución de Cristo del mandamiento del bautismo por agua, algo que no se requería de ninguna persona bajo el viejo pacto de Dios (ver Mt. 28:19). Jesús también nos dio algo a lo que él llamó nuevo mandamiento, amarnos unos a otros como Él nos amó (ver Juan 13:34).

Un ejemplo del tercer caso sería el apoyo que Jesús le dio al sétimo mandamiento, la prohibición del adulterio. Mientras predicaba el Sermón del Monte, Jesús explicó el espíritu de tal prohibición, revelando así la intención original de Dios. Es muy probable que muchos en su audiencia se consideraran santos en lo concerniente al adulterio, pero todo el tiempo estuvieron practicando la lascivia en sus corazones. Pero como lo indicó Jesús, si está mal tener una relación con la esposa de tu vecino, también lo está desvestirla mentalmente.

Todos nosotros los que estamos verdaderamente en Cristo tenemos una obligación, una motivación interna, y la habilidad de obedecer la ley de Cristo. Estamos bajo su ley, y los mandatos de Cristo ciertamente contienen todos los requisitos morales del viejo pacto.[6]

Finalmente, un quinto concepto escritural que los antinómicos a menudo ignoran es:

La verdadera naturaleza y necesidad del arrepentimiento

Algunos antinómicos totalmente ignoran la inclusión en el Nuevo Testamento del arrepentimiento como un requisito necesario para la salvación. Algunos piensan que decirle a las personas no salvas que necesitan arrepentirse es decirles que sus obras contribuyen para su salvación, lo cual les hace caer en el legalismo. Pero esto simplemente no es verdad. El arrepentimiento ciertamente es una obra, pero como cualquier otra obra, no contribuye en nada como pago para la salvación. Como cualquier otra obra en la vida de un creyente genuino, el arrepentimiento es una obra que sigue a la fe, y es la primera obra de una fe viva. El arrepentimiento es la única respuesta apropiada para el evangelio.

Otros antinómicos, que son un poco más conocedores de la Escritura, se dan cuenta de que si se excluyera el arrepentimiento de la prédica del evangelio sería como decir que las prédicas de Juan el Bautista, Jesús, Pedro y Pablo son defectuosas. Entonces, se han dado a la tarea de redefinir el concepto de arrepentimiento. Por su definición, el arrepentimiento no es más que un cambio de mentalidad acerca de Jesús, uno que sorprendentemente, podría no afectar la conducta de las personas. Entonces, busquemos la definición de arrepentimiento en la Biblia. ¿Qué quisieron decir los predicadores del Nuevo Testamento cuanto llamaban a la gente al arrepentimiento?

Pablo creía que el verdadero arrepentimiento no sólo requería un cambio de mentalidad, sino también un cambio de conducta. Recontando su visión inicial y el ministerio de las décadas subsiguientes, Pablo testificó frente al Rey Agripa,

Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial, sino que anuncié primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento (Hechos 26:19-20, énfasis del autor).

Juan el Bautista también creía que el arrepentimiento era más que un simple cambio de mentalidad acerca de ciertos hechos teológicos. Apeló a su audiencia para que se arrepintieran. Cuando le preguntaban qué debían hacer, enumeraba cambios específicos de conducta (ver Lucas 3:3, 10-14). Se burlaba de los saduceos y fariseos por fingir el arrepentimiento, y les advirtió acerca del fuego del infierno si no se arrepentían genuinamente:

Al ver que muchos de los saduceos y fariseos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento. Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego (Mt. 3:7-10, énfasis del autor).

Jesús predicó el mismo mensaje de arrepentimiento que Juan (ver Mt. 3:2; 4:17). Él una vez dijo que Nínive se arrepintió con la prédica de Jonás (ver Lucas 11:32). Cualquiera que haya leído el libro de Jonás sabe que los habitantes de Nínive hicieron algo mejor que simplemente cambiar sus mentalidades. También cambiaron sus acciones, volviéndose de sus caminos de pecado.

?Qu? es arrepentimiento b?blico? Es un cambio voluntario de conducta en respuesta a una fe aut?ntica nacida en el coraz?n.

La necesidad del arrepentimiento

?Qu? tan importante es el arrepentimiento? ?Puede una persona salvarse si no se ha arrepentido? De acuerdo a la Escritura, la respuesta es No.

Juan el Bautista proclamó un evangelio (y Lucas lo llama “el evangelio”) cuyo mensaje central era el arrepentimiento (ver Lucas 3:1-18). Aquellos que no se arrepientan irán al infierno (ver Mt. 3:10-12; Lucas 3:17).

Jesús predicó el arrepentimiento desde el inicio de su ministerio (ver Mt. 4:17). Advirtió a la gente que debía arrepentirse para no perecer (ver Lucas 13:3, 5).

Cuando Jesús envió a sus doce discípulos a predicar en varias ciudades, ellos “salían y predicaban que los hombres se arrepintiesen” (Marcos 6:12, énfasis del autor).

Luego de su resurrección, Jesús pidió a los doce llevar el mensaje de arrepentimiento a todo el mundo, porque era la clave que abría la puerta para el perdón:

Y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén (Lucas 24:46-47, énfasis del autor).

Los apóstoles obedecieron las instrucciones de Jesús. Cuando el apóstol Pedro estaba predicando en el día de Pentecostés, sus convencidos oyentes, luego de enterarse de la realidad del hombre a quien ellos acababan de crucificar, preguntaron a Pedro acerca de qué debían hacer. Su respuesta fue que, en primer lugar, debían arrepentirse (ve Hechos 2:38).

El segundo sermón de Pedro en el pórtico de Salomón contenía un mensaje idéntico. Los pecados no serían limpiados sin arrepentimiento:[7]

?As? que arrepent?os y convert?os, para que sean borrados vuestros pecados? (Hechos 3:19a, ?nfasis del autor).

Como ya hemos aprendido del testimonio de Pablo ante el Rey Agripa, su evangelio siempre contenía el mensaje del arrepentimiento. En Atenas, Pablo advirtió a su audiencia de que todos debían comparecer a juicio ante Cristo, y los que no se habían arrepentido no estarán preparados para ese día:

Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esa ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos (Hechos 17:30-31, énfasis del autor).

En su sermón de despedida a los ancianos efesios, Pablo señaló el arrepentimiento junto con la fe como un ingrediente esencial para la salvación:

Y como nada que fuese útil he rehuido….testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo (Hechos 20:20a, 21; énfasis del autor).

El escritor del libro de Hebreos dijo que “el arrepentimiento de obras muertas” es la más fundamental de las doctrinas de Cristo (ver Hebreos 6:1).

Con un poco de optimismo, esta lista de pruebas de la Escritura es suficiente para convencer a cualquiera de que una relación con Dios se inicia con el arrepentimiento. Sin arrepentimiento no hay perdón de pecados. Si usted no se arrepintió cuando “recibió a Jesús”, haciendo “obras dignas de arrepentimiento” usted no es salvo. Si no se ha arrepentido desde entonces, aún no es salvo.

?De qu? espera Dios que nos arrepintamos?

Cuando una persona cree por primera vez en el evangelio, inicialmente debe arrepentirse de todos sus pecados. Por supuesto, no puede arrepentirse de todo lo malo ya que hay cosas que él no sabe que son malas. Dios nos pide cuentas de aquello que sabemos que es malo (ver Lucas 23:34; 1 Ti. 1:13). Conforme el creyente crece en el entendimiento de la voluntad de Dios (ver Ef. 5:10), habrá un arrepentimiento progresivo. Ese es el proceso de santificación.

En algunos casos, habrá necesidad de hacer alguna restitución o de pedir perdón por daños previos, o ambas cosas. Obviamente, si una persona robó veinte dólares ayer, cree en Jesús hoy, y a pesar de eso se guarda el dinero, es aún un ladrón. Él tiene en su posesión algo que le pertenece a otro. ¿Cómo puede decir que es un seguidor de Cristo? La conciencia de un nuevo creyente no le dará descanso hasta que devuelva lo que ha robado.

Por supuesto, algunos errores y pecados son imposibles de enderezar. Pero todo artículo robado debería ser devuelto. Todo mal que pueda ser enderezado deberá serlo.

Tal vez haya que escribir cartas o hacer llamadas telefónicas, pidiendo perdón a los ofendidos.

Si todo cristiano profesante en el mundo se arrepintiera, se produciría una revolución.

Legalismo y antinomianismo—dos palabras que describen teologías igualmente fatales. ¿Cuál de estas palabras ha escuchado usted con más frecuencia en los labios de los cristianos profesantes? ¿Cuántos de ellos ni siquiera han escuchado sobre el antinomianismo? Aunque el Nuevo Testamento nos advierte acerca del antinomianismo más veces de lo que nos advierte en contra del legalismo, el antinomianismo permanece como la teología dominante en muchos círculos eclesiásticos modernos.

Erróneamente, los antinómicos a menudo hablan de cristianos auténticos como legalistas. Los cristianos auténticos no les importa eso, porque a diferencia de los antinómicos, esperan persecución, sabiendo que, “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Ti. 3:12, énfasis del autor). Buscan alabanza de parte de Dios más bien que de los hombres, esperando el día en que escucharán a su Señor decir, “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel….entra en el gozo de tu señor” (Mt. 25:21, énfasis del autor). Sólo aquellos que han sido buenos y fieles a su Señor entrarán en su gozo.

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[1] John Dillenberger, ed., Martín Lutero (Nueva York: Doubleday, 1961), p. 24.

[2] Pedro usó la misma frase cuando escribió acerca de los no salvos: “¿Cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?” (1 P. 4:17). Del mismo modo, Lucas escribió en su registro de la iglesia primitiva que “muchos de los sacerdotes obedecían a la fe” (Hechos 6:7).

[3] Algunos mantienen que Jesús sólo se refería a sus milagros cuando él habló de sus obras en Juan 14:11-12. Sin embargo, el contexto no apoya necesariamente este punto de vista, ni lo hace la experiencia. Si todos los creyentes auténticos se caracterizan por realizar milagros idénticos o aun mayores que los que Cristo hizo, hay muy pocos cristianos verdaderos que hayan vivido.

[4] Esta frase es una cita de la carta que recibí de una persona que objetaba a mi interpretación de Santiago 2:14-26. Tales frases tan ambiguas parecen ser la especialidad de los teólogos, quienes, además de los políticos y los jugadores de póquer, son los fanfarrones más grandes del mundo. Ciertamente, no hay niebla más espesa que la niebla de los teólogos.

[5] Esta verdad es respaldada por la visión de Dios a Pedro en Hechos 10:10-15 y por las palabras de Pablo en 1 Ti. 4:3-5.

[6] En los próximos dos capítulos, veremos más de cerca la “ley de Cristo”, y cómo se parece a la ley de Moisés.

[7] Del mismo modo, cuando Dios reveló a Pedro que los gentiles podían ser salvos simplemente por creer en Jesús, Pedro declaró a la casa de Cornelio, “En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia? (Hechos 10:34b-35, ?nfasis del autor). Pedro tambi?n declara en Hechos 5:32 que Dios le dio el Esp?ritu Santo ?a aquellos que le obedec?an?. El Esp?ritu Santo habita en todo creyente aut?ntico (ver Ro. 8:9; Ga. 4:6).

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El Engaño del Evangelio » El “Cristiano” Antinómico

El cristiano no comprometido

 

Un joven discípulo comunista, recientemente salido de la cárcel, le escribió a su novia para romper su compromiso:

Los comunistas tenemos una alta tasa de víctimas. Somos a los que se les dispara, se les cuelga, se les ridiculiza, se nos despide del trabajo y en toda forma posible se nos molesta. Un cierto porcentaje de nosotros es asesinado o hecho prisionero. Vivimos virtualmente en gran pobreza. Devolvemos al partido hasta el último centavo más allá de lo que es necesario para mantenernos vivos. Nosotros los comunistas no tenemos el dinero o el tiempo para ir al cine, o a conciertos, o para carnes finas, o casas decentes, o carros nuevos. Hemos sido descritos como fanáticos. Somos fanáticos. Nuestras vidas son dominadas por un gran factor ensonmbrecedor: La lucha por el comunismo mundial. Nosotros los comunistas tenemos una filosofía de la vida que ningún dinero puede comprar. Tenemos una causa por la cual luchar, un propósito definido en la vida. Nuestras insignificantes personalidades están subordinadas al gran movimiento de la humanidad; y si nuestras vidas personales parecen duras o nuestros egos parecen sufrir a través de la subordinación al partido, entonces somos compensados adecuadamente por el pensamiento de que cada uno de nosotros a su manera contribuye con algo nuevo, verdadero y mejor para la humanidad.

Existe una cosa sobre la cual hablo con mucha seriedad, y esa es la causa comunista. Es mi vida, mi negocio, mi religión, mi hobby, mi amor, mi esposa y mi amante, mi respirar y mi carne. Trabajo en ello durante el día y sueño con ello en la noche. Su dominio en mí crece, no disminuye con el pasar del tiempo; por lo tanto, no puedo cultivar una amistad, un amor, o aun una conversación sin relacionarlo con esta fuerza que opera en mi vida. Evalúo las personas, los libros, las ideas de acuerdo con la manera en que éstas afectan la causa comunista, y por su actitud hacia ésta. Ya he estado en la cárcel por mis ideas, y si fuese necesario, estoy listo para enfrentar un pelotón de fusilamiento.

Aunque engañado y mal guiado, este joven discípulo comunista poseía lo que le falta a tantos cristianos profesantes: compromiso. Podemos mover nuestras cabezas expresando lástima por la creencia errónea de este joven, pero había coherencia entre su pensar y sus acciones, algo que no siempre se puede decir que exista en aquellos que se dicen ser seguidores de Cristo.

La verdadera fe siempre se manifiesta a través de los hechos. Hay una inseparable correlación entre la creencia y la conducta. Como lo expresara Martín Lutero en su comentario al prefacio del libro de Romanos, “Indiscutiblemente, es tan imposible, separar las obras de la fe, como lo es separar el calor y la luz del fuego”.[1]

¿Cómo sabe usted si una persona cree en lo que usted le dice? Si esa persona actúa tal y como si le creyera. Si usted le dice que una araña venenosa está subiendo por su pierna, y la persona sonríe y continúa su conversación con usted, puede estar seguro que no le creyó. Del mismo modo, aquel que cree en Jesús actúa en concordancia con lo que Él dice . Su fe se hace evidente por su obediencia.

Aunque muchos cristianos profesantes dicen creer que Jesús es el Hijo de Dios, es indudable que sus acciones revelan lo contrario. Como Pablo escribió, “Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra” (Tit. 1:16).

Jesús presidente

Imagínese que usted labora para una gran compañía multinacional. Un día, mientras usted trabaja en su estación, un hombre bien vestido, a quien no has visto antes, entra por una puerta en el otro lado de la oficina. Él camina hacia su escritorio y dice, “Sr. Smith, soy el presidente de esta compañía. ¡Limpie su escritorio inmediatamente!” ¿Qué haría usted? Todo depende, por supuesto, si usted cree que esa persona es quien dice que es. El presidente muestra más autoridad que el resto de la gente de la compañía. Él es aquel, sobre cualquier otro en la compañía a quien usted no desagradaría. Así que si usted cree que él es el presidente, le obedecerá de inmediato. Si usted no obedece, eso indica que usted no cree que él sea el presidente.

La analogía es obvia. Si creemos en Jesús nos sometemos a Él. Somos salvos por la fe en Jesús, pero nuestra fe debe ser una fe que se somete, de otro modo no sería fe del todo. Por esto Pablo menciona dos veces en su epístola a los Romanos “la obediencia a la fe” (ver Romanos 1:5, 16:26). Todo el objetivo de su ministerio era introducir el concepto de “obediencia a la fe” entre los gentiles (ver Romanos 1:5).

“Su analogía tiene una falla” pueden argumentar algunos, “porque Jesús no es como el presidente de una compañía a quien haya que temer”.

Tal objeción revela el verdadero corazón del problema. Si la analogía del presidente de la compañía tiene una falla, es porque Jesús es mucho más que un simple presidente. Es el creador de todos, el Juez de vivos y muertos. Posee un nombre sobre todo nombre.

Pero en las mentes de tantos cristianos profesantes, Jesús es el Salvador pero no el Señor. Es un vecino amigable, no la cabeza de la iglesia. Posee todo el amor pero no toda la autoridad en el cielo y en la tierra. Es nuestro mejor compañero y no el Rey de Reyes. Es un amigo alegre, pero no aquel ante cuya presencia se doblará toda rodilla. Es bueno, pero no es Dios. En realidad, sin embargo, tal Jesús no existe, y los que están convencidos de ello se convierten en los peores idólatras—pues han inventado un dios de su propia imaginación.

El apóstol Santiago repetidamente advirtió en contra de una fe que no es manifestada por medio de las obras de obediencia:

Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos….Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana….Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? (Santiago 1.22, 26; 2:14, énfasis del autor).

Santiago no pudo haberse expresado más claramente. La fe sin obras no nos puede salvar. Lo que creemos se revela a través de nuestras palabras y de nuestros hechos. Más aún, es posible engañar nuestros propios corazones en este asunto y poseer así una religión sin ningún valor.

Santiago continúa:

Pero alguno dirá: Tu tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. Tu crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen y tiemblan. ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?…Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe….Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta (Santiago 2:18-20, 24, 26, énfasis del autor).

Santiago señala que aun los demonios poseen cierto grado de fe,[2] y su fe se manifiesta por sus acciones: ellos tiemblan de temor. Sin embargo, ¿cuántos creyentes profesantes demuestran menos fe que los demonios, al no demostrar temor de Dios?[3]

Jesús llamó a los no creyentes a la fe obediente

Observe que Santiago desafía a todos a mostrar su fe sin obras (ver 2:18). Las obras no pueden ser arrancadas de la fe verdadera. Es por eso que la fe realmente salvadora siempre empieza con arrepentimiento. Y es por eso precisamente que las llamadas de Jesús a la salvación eran llamadas a la entrega y a la obediencia. Jesús llamó a la gente a una fe obediente, y para la decepción de muchos que divorcian las obras de la fe, Jesús a menudo no dijo nada acerca de la fe cuando hacía un llamado a la salvación. Sus verdaderos seguidores mostraban su fe por sus obras.

Vemos con asombro que el llamado de Jesús a un compromiso valioso es a menudo descaradamente ignorado por los cristianos profesantes. O, si ponen atención, lo explican como un llamado a una relación más profunda dirigida a aquellos que ya han recibido la gracia salvadora de Dios y no a los no creyentes. Sin embargo, tristemente, muchos de estos “creyentes” que dicen que el llamado de Jesús es para los salvos no respetan esta interpretación. En sus mentes tienen la opción de no responder en obediencia, y nunca lo hacen.

¿Los primeros pasos o un caminar más profundo?

Consideremos una de las invitaciones de Jesús a la salvación que se interpreta más como un llamado a un caminar más profundo por los cristianos profesantes:

Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará. Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles (Marcos 8:34-38).

¿Es esta una invitación a la salvación dirigida a no creyentes o una invitación a una relación más comprometida dirigida a creyentes? Si nuestra lectura es honesta, la respuesta se hace clara:

Primeramente, nótese que la multitud a la que Jesús se estaba dirigiendo consistía de “la gente” y los discípulos (v. 34). Claramente, “la gente” no incluía a los discípulos. Ellos, de hecho, fueron “emplazados” por Jesús a escuchar lo que Él iba a decir. Jesús quería que todos, seguidores y buscadores entendieran la verdad que estaba a punto de enseñar. Nótese también que empezó diciendo, “Si alguno” (v. 34, énfasis del autor). Sus palabras aplican a cualquiera y a todos por igual.

Conforme continuamos leyendo, se hace más claro a quiénes se estaba dirigiendo Jesús. Específicamente, sus palabras eran dirigidas a cada persona que deseaba (1) “seguirle”, (2) “salvar su vida”, (3) no “peder su alma”, (4) estar entre aquellos de los que Jesús no se avergonzara cuando “viniera en la gloria de su Padre con los santos ángeles”. Todas estas expresiones indican que Jesús estaba describiendo a personas que deseaban ser salvas. ¿Acaso podremos creer que hay personas anhelosas del cielo que no quieran “seguir” a Jesús y “salvar su vida”? ¿Podremos acaso pensar que hay creyentes que “perderán sus almas”, se avergonzarán de Jesús y de sus palabras, y de los cuales Jesús se avergonzará cuando retorne? Obviamente, Jesús estaba hablando de ganar la salvación eterna en este pasaje de la Escritura.

Observe que cada una de las últimas cuatro oraciones en este pasaje de cinco oraciones empieza con la palabra “porque”. Es así como cada oración ayuda a explicar y a ampliar la oración anterior. Ninguna oración en este pasaje debería ser interpretada sin considerar cómo es explicada por las otras. Consideremos las palabras de Jesús oración por oración teniendo esto en mente.

Oración # 1

Y si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame (Marcos 8:34).

Note de nuevo que las palabras de Jesús se dirigían a cualquiera que deseaba seguirle, a cualquiera que deseaba ser su seguidor. Esta es la única relación que Jesús inicialmente ofrece—ser su seguidor.

Muchos anhelan ser sus amigos sin ser sus seguidores, pero tal opción no existe. Jesús no consideraba a nadie como amigo a menos que le obedeciera. Una vez dijo, “vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Juan 15:14).

Muchos aspiran a ser sus hermanos sin ser sus seguidores, de nuevo, Jesús no permitió esa opción. Jesús no consideraba a nadie como su hermano a menos que le fuera obediente: “Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre” (Mt. 12:50, énfasis del autor).

Muchos desean unirse con Jesús en el cielo sin ser sus seguidores, pero Jesús señaló la imposibilidad de tal hecho. Solamente aquellos que obedecen irán al cielo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 7:21).

En la oración en estudio, Jesús informó a aquellos que deseaban ser sus seguidores que no podían seguirle a menos que se negaran a sí mismos. Deben estar dispuestos a poner sus deseos a un lado, subordinándose a su voluntad. La auto negación y la sumisión son la esencia de seguir a Jesús. Esto es lo que significa “tomar su cruz”.

Oración # 2

La segunda oración de Jesús hace que el significado de su primera oración sea aún más claro:

Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará (Marcos 8:35).

Una vez más podemos observar que la oración inicia con la palabra “porque”, relacionándose así con la primera oración, agregando una aclaración. Aquí Jesús contrasta a dos personas, las mismas dos personas descritas en la primera oración—aquel que se negaría a sí mismo, tomaría su cruz para seguirle y aquel que no lo haría. Ahora el contraste está entre aquel que perdería su vida por Cristo y la causa del evangelio y aquel que no lo haría. Si buscamos una relación entre ambos, debemos concluir que aquél descrito en la primera oración que no estaba dispuesto a negarse a sí mismo corresponde al que en la segunda oración deseaba salvar su vida pero que la perdería de todos modos. Y aquél en la primera oración que sí estaba dispuesto a negarse a sí mismo corresponde al de la segunda oración que pierde su vida pero que al final la gana.

Jesús no hablaba de perder o salvar la vida física. Las oraciones siguientes en este pasaje indican que Jesús tenía en mente más bien pérdidas y ganancias eternas. Una expresión similar de Jesús registrada en Juan 12:25 dice, “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará” (énfasis del autor)

La persona en la primera oración que no deseaba negarse a sí mismo era la misma persona en la segunda oración que deseaba salvar su vida. De este modo, podemos concluir que el “salvar su vida” significa “salvar sus propios intereses para su vida”. Esto se hace más claro cuando consideramos a la persona contrastada que “pierde su vida por Cristo y la causa del evangelio”. Éste es el que se niega a sí mismo, toma su cruz, renuncia a sus intereses personales, ahora deseoso de vivir para transmitir el evangelio y los intereses de Cristo. Éste es el que “salvará su vida”. La persona que busca complacer a Cristo más bien que a sí misma se hallará feliz en el cielo, mas la que se complace a sí misma se hallará en la miseria del infierno, habiendo perdido toda la libertad para seguir sus propios intereses.

Oraciones # 3 y 4

Ahora las oraciones tres y cuatro:

Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?(Marcos 8:36-37).

En estas oraciones se enfatiza a la persona que no se negaría a sí misma. Es también aquella que desea salvar su vida pero al final la pierde. Ahora aparece como aquella que persigue lo que el mundo ofrece y que en última instancia “pierde su alma”. Jesús expone la necedad de tal persona comparando el valor del mundo entero con el valor del alma. Por supuesto, no hay comparación. Una persona, teóricamente, puede adquirir todo lo que el mundo tiene que ofrecer, pero, si la última consecuencia de ello es pasar la eternidad en el infierno, ha cometido el más grave de todos los errores.

Del contenido de las oraciones 3 y 4 obtenemos conocimiento de lo que impide que la gente tome la decisión de seguir a Cristo. Es su búsqueda por la auto gratificación, ofrecida por el mundo. Motivados por el amor a sí mismos, aquellos que se niegan a seguir a Cristo encuentran placeres pecaminosos, de los cuales los verdaderos seguidores de Cristo escapan por amor y obediencia a Él. Aquellos que tratan de ganar todo lo que el mundo ofrece, persiguen riquezas, poder y prestigio, en tanto que los verdaderos seguidores de Cristo buscan primero su reino y su justicia. Cualquier riqueza, poder o prestigio ganado por ellos se considera como mayordomía de Dios para ser usada sin egoísmo y para la gloria de Él.

Oración # 5

Finalmente llegamos a la quinta oración en el pasaje bajo estudio. Nótese de nuevo que esta oración se relaciona con las otras por su palabra inicial, porque

Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles (Marcos 8:38).

Una vez más la persona es aquella que no se niega a sí misma, sino que desea seguir sus propios intereses, persiguiendo lo que el mundo le ofrece, y que en última instancia pierde su vida y su alma. Ahora se caracteriza por ser alguien que se avergüenza de Cristo y de sus palabras. Su vergüenza sale de su incredulidad. Si hubiera creído que Jesús era el Hijo de Dios, no se hubiera avergonzado de Él o de sus palabras. Pero es miembro de una “generación adúltera y pecadora”, y Jesús se avergonzará de él cuando retorne. Claramente, Jesús no estaba describiendo a alguien que fuera salvo.

Y ¿cuál es la conclusión de todo esto? El pasaje completo no puede considerarse como un llamado a una vida más comprometida dirigido a aquellos que ya van camino al cielo. Es naturalmente una revelación de la salvación al compararse a aquellos que son realmente salvos con aquellos que no lo son. En ningún momento dijo Jesús nada referente a la fe o a creer, aunque la razón completa por la que una persona se resistiría a negarse a sí misma, al continuar persiguiendo lo que el mundo ofrece en rebelión pecadora contra Cristo, es porque realmente no cree en Cristo. El fruto de la incredulidad es la desobediencia. Jesús no estaba proclamando la salvación por medio de las obras, sino una salvación que producía buenas obras, nacidas de una fe sincera. Por su definición, no existe tal cosa como un “cristiano no comprometido”.

Bautismo al estilo de Nepal

El llamado a la salvación es un llamado al compromiso con Cristo. En muchas naciones del mundo, en donde la persecución es común, esto es automáticamente comprendido por los nuevos creyentes. Saben que al seguir a Cristo, habrá un precio que pagar.

Sundar Thapa, un cristiano nepalés que ha fundado unas cien iglesias en su nación budista, compartió conmigo las ocho preguntas que él le hace a cada nuevo convertido antes de ser bautizado. Estas son:

1) ¿Estás dispuesto a ser forzado a dejar tu casa y tus padres?

2) ¿Estás dispuesto a perder la herencia de tu padre?

3) ¿Estás dispuesto a dejar tu trabajo si la gente se entera de que eres cristiano?

4) ¿Estás dispuesto a ir a la cárcel?

5) ¿Estás dispuesto a ser golpeado y torturado por la policía?

6) ¿Estás dispuesto a morir por la causa de Cristo si fuere necesario?

7) ¿Estás dispuesto a compartir de Cristo con otros?

8) ¿Estás dispuesto a traer el diezmo y la ofrenda a la casa del Señor?

Si el nuevo convertido contesta afirmativamente a todas las ocho preguntas, entonces él procede a firmar una declaración como registro de sus respuestas, y luego es bautizado. ¿Cuántos de nosotros seríamos considerados cristianos en Nepal? Más aún, ¿cuántos de nosotros seremos considerados cristianos ante Jesús?

“Creyentes” que no son discípulos

Tal vez el mejor ejemplo de una interpretación equivocada de las invitaciones a la salvación hechas por Jesús como llamados a un “caminar más profundo” es la moderna clasificación teológica que hace una distinción entre cristianos verdaderos y discípulos. Muchos en las iglesias están convencidos de que se puede ser creyente en Cristo e ir al cielo sin ser su discípulo. El nivel de compromiso que Jesús requiere para ser clasificado como su discípulo es tan alto que muchos cristianos profesantes deben admitir de inmediato que ellos no dan la talla. Pero no se preocupan, porque en sus mentes el paso hacia el discipulado es opcional. Sin entender la naturaleza de una fe que salva, concluyen que llegar a ser discípulo no es sinónimo de llegar a ser cristiano, porque hay un precio en llegar a ser discípulo, en tanto que la salvación es gratuita.

Pero tal interpretación tiene fallas profundas. Un examen honesto del Nuevo Testamento revela que los discípulos no eran los creyentes más altamente comprometidos—eran los únicos verdaderos creyentes. En la iglesia primitiva, la distinción moderna de “creyentes” y “discípulos” no existía. Todo aquel que creía en Jesús era su discípulo. De hecho, “los discípulos fueron primeramente llamados cristianos en Antioquia” (Hechos 11:26, énfasis del autor).

Creer en Jesús significaba seguirle obedientemente, y todavía es igual. La salvación es ciertamente un regalo no merecido, es más bien un regalo que se puede recibir por una fe viviente. El compromiso que surge de tal fe no es meritorio; más bien es para darle validez. La gracia que nos perdona también nos transforma.

Requisitos de Jesús para el discipulado

Examinemos los requisitos que Jesús enumeró para que alguien pueda llegar a ser su discípulo y, como nosotros lo hacemos, considere si la Escritura enseña que todos los creyentes auténticos son discípulos.

Leemos en Lucas 14:25 que “grandes multitudes iban con él”. Jesús, sin embargo, no estaba satisfecho. Las grandes multitudes de fanáticos de buen tiempo no le impresionaban. Él quería compromiso sin reservas y de todo corazón. Él esperaba la más alta alianza y devoción.

Entonces Él les dijo,

Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo (Lucas 14:26).

Ningún intérprete inteligente de la Escritura argumentaría que Jesús quiso decir literalmente que debíamos odiar a las personas más amadas en nuestra vida. Jesús estaba indiscutiblemente usando una figura literaria llamada hipérbole, esto es, una exageración para enfatizar. Él más bien quiso decir que nuestro amor por nuestros amados podría parecer odio comparado con el amor que debíamos tener por Él. Él debe ser el objeto supremo de nuestro afecto. Sus discípulos deben amarle más que a cualquier otra persona, incluyendo a nosotros mismos.

Jesús continuó: “Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:27).

De nuevo, sus palabras no se pueden tomar en forma literal. Él no espera que sus discípulos vayan a todo lugar cargando una cruz de madera. Llevar una cruz debe tener un sentido simbólico. Tal significado no es explícito pero sin duda no se refiere a algo agradable o fácil. Lo que Jesús tenía en mente era, al menos, una auto negación de compromiso.Nótese también que este segundo requisito de llevar su cruz es exactamente lo que Jesús demandaba de todo aquel que lo quería seguir, como aprendimos en nuestro estudio anterior en este capítulo de Marcos 8:34-38. En esa porción de la Escritura, sin duda, Jesús estaba estableciendo los requisitos para la salvación, al ofrecer evidencia clara de que los requisitos para la salvación y el discipulado son los mismos.

Mientras Jesús continuaba con su discurso sobre el discipulado, exhortaba a su audiencia para que evaluara el costo antes de decidirse a ser sus discípulos:

Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después de que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar. ¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide condiciones de paz (Lucas 14:28-32).

¿A quién se le ocurre argumentar que no hay costo en llegar a ser un discípulo de Cristo a la luz de tales palabras?

Jesús concluyó: “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:33). Para ser discípulo de Jesús, debemos renunciar a nuestras posesiones y ponerlas bajo su control. Somos administradores de lo que ahora le pertenece a Él, y nuestra riqueza material será usada para sus propósitos. Si no fuera así no seríamos sus discípulos.

Claramente, Jesús quería comunicar que llegar a ser su discípulo era un compromiso costoso. Él debe ser lo primero en nuestras vidas y le debemos amar más que a nuestras propias vidas, a nuestros seres queridos, y a nuestras riquezas materiales.

Otro requisito

En otra ocasión, Jesús explicaba lo que significaba ser su discípulo. Cuando Él hablaba en el Templo, Juan reportaba que muchos creyeron en él. Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres (Juan 8:30-32).

En dos ocasiones Juan específicamente nos dice que las palabras de Jesús en el capítulo 8, versículos 30 al 32 se dirigían a personas que creían en Él. A aquellos nuevos creyentes Jesús no les dijo, “Eventualmente ustedes deberían considerar llegar a ser discípulos comprometidos”. No, se dirigió a ellos inmediatamente como discípulos. Para Jesús el creer en Él era equivalente a ser su discípulo. De hecho, lo primero que Jesús explicaba a aquellos nuevos creyentes era determinar si eran o no discípulos verdaderos. ¿Era su fe genuina? Si permanecían en su palabra, podían estar seguros de su fe.

Permanecer en las palabras de Jesús significaba vivir en ellas, haciendo de ellas su morada. Implica el deseo de conocer y obedecer su palabra, tal como Él dijo: “conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Juan 8:32, énfasis del autor). Específicamente, Jesús hablaba de libertad del pecado (ver Juan 8:34-36). Una vez más, esto nos dice que los verdaderos discípulos de Jesús, aquellos que evidentemente han creído en Él y son por lo tanto nacidos de nuevo, se caracterizan por una creciente santidad.

El bautismo de los discípulos

En la gran comisión, registrada en los versos finales del evangelio de Mateo, Jesús usó la palabra discípulo de una manera que no deja duda acerca de su definición de la palabra. Él dijo, “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mt. 28:19-20, énfasis del autor).

Primeramente notamos que lo que Jesús anhela es tener discípulos, y desea que se bautice a esos discípulos. Sin embargo, también sabemos que Jesús y los autores del Nuevo Testamento concuerdan unánimemente que todo el que cree en Jesús debería ser bautizado tan pronto como sea posible después de confesar la fe en Cristo. Esto prueba de nuevo que todo creyente verdadero es discípulo. Ciertamente Jesús no estaba diciendo en su gran comisión que no se bautizara a aquellos que creían en Cristo, y que sólo se bautizara a aquellos que tomaran la decisión de llegar a ser discípulos comprometidos.

Al leer la gran comisión, es claro que Jesús consideraba que un discípulo era aquel que quería aprender todos sus mandatos, con el objetivo de obedecerlos (ver Mateo 28:20). Indiscutiblemente, el aprendizaje es un proceso, así que ningún discípulo obedece todo instantáneamente. Sin embargo, cada discípulo verdadero se somete a Cristo de inmediato, y se dedica a aprender y a hacer su voluntad, y así debe ser con cada creyente, ya que todo creyente auténtico es un discípulo.

El testimonio de Juan

Otra prueba de que creyentes y discípulos son una misma cosa se encuentra en el evangelio de Juan en y en su primera epístola. Compare los siguientes versículos:

Un nuevo mandamiento os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros (Juan 13:34-35, énfasis del autor).

Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte (1 Jn. 3:14).

Un amor no egoísta por los hermanos es lo que caracteriza a los verdaderos discípulos de Cristo, y es también lo que caracteriza a aquellos que han pasado de muerte a vida, aquellos que han nacido de nuevo. La razón es simplemente porque los discípulos de Cristo son los únicos que han nacido de nuevo.[4]

Ramas que permanecen en la vid

Una invitación final a la salvación que se interpreta a menudo como un llamado a “un caminar más profundo” se encuentra en Juan 15. Aquí de nuevo, Jesús define lo que significa ser su discípulo:

Yo soy la vida verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto en sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mi nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos (Juan 15:1-8, énfasis del autor).

¿Cuántos sermones se han predicado amonestando a los cristianos profesantes para que“se acerquen más a Jesús” y permanezcan en Él para que puedan dar mucho fruto? Pero Jesús no quiere que nosotros pensemos que el permanecer en Él es una opción para los creyentes camino al cielo. Permanecer en Él es equivalente a ser salvo, como Jesús lo dijo con claridad: “El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan al fuego, y arden” (Juan 15:6). Aquellos que no permanecen en Cristo están condenados.[5] Aquellos que sí permanecen en Cristo llevan fruto, probando así que son sus discípulos, así como Jesús lo dijo (ver Juan 15:8). De nuevo vemos que los que son salvos son discípulos que llevan fruto.

Las uvas sólo pueden crecer en una rama que está pegada a la vid. Es de la vid que la rama recibe su corriente de vida y todo lo necesario para producir fruto. Y qué hermosa analogía de nuestra relación con Cristo es ilustrada por la vid y los pámpanos. Cuando creemos en Cristo, nos convertimos en una rama viva que produce fruto en Él. Así como la savia que fluye de la vid es la fuente de la habilidad del pámpano para producir fruto, así es el Espíritu Santo que vive en el creyente y es la fuente del fruto de éste.

¿Y qué tipo de fruto es producido por el Espíritu Santo? Naturalmente, el Espíritu Santo produce el fruto de la santidad. La lista de Pablo del fruto del Espíritu encontrada en el quinto capítulo de Gálatas empieza con el amor, el cual, como se vio anteriormente, es la marca de los auténticos discípulos de Cristo. La lista continúa con gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (ver Ga. 5:22). Esto es lo que el Espíritu Santo produce, y esto es lo que caracteriza a cada creyente verdadero hasta cierto punto. Por ejemplo, leemos que los primeros discípulos estaban continuamente “llenos de gozo y del Espíritu Santo” (Hch. 13:52).[6]

Por supuesto, el fruto puede crecer y madurar, y ocurre lo mismo con el fruto del Espíritu. Los cristianos jóvenes a menudo tienen fruto que aún es verde. Sin embargo, si el Espíritu vive en alguien (y en realidad habita en todo creyente auténtico; ver Ro. 8:9), es imposible que él no produzca su fruto.

¿Y qué de la rama que no produce fruto en Cristo?

¿Pero acaso no habló Jesús de la posibilidad de que exista un pámpano que está “en él” y que no produce fruto? Sí lo hizo. Su declaración debe ser interpretada, sin embargo, dentro del contexto de su analogía de la vid y los pámpanos. Veamos primero que el pámpano sin fruto que “estaba en él” fue “quitado” (Juan 15:2). Como mínimo, esto debe significar que el pámpano que antes estaba pegado a la vid ya no lo está. Lo qué aconteció con el pámpano luego de que fuera “quitado” es hasta cierto punto una conjetura. Sin embargo, una vez que fue “quitado”, ya no “permanecía en la vid”. ¿Qué acontece con los pámpanos que ya no están pegados de la vid? Unos pocos versículos después, Jesús dijo, “El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden” (Juan 15:6).

Debemos, por supuesto, ser cuidadosos en interpretar una analogía, parábola o metáfora. Una metáfora se define como una comparación entre dos cosas básicamente diferentes pero que comparten algunas similitudes. Cuando le digo a mi esposa que sus ojos son como pozos, quiero decirle que son profundos, oscuros, azules y seductores. Pero esas son todas las semejanzas. En ningún momento quiero decir que hay peces en sus ojos, o que los patos nadan en ellos, o que se congelan en el invierno.

Las analogías de Jesús no difieren de éstas. Podemos buscar significados espirituales en detalles cuando las semejanzas implícitas ya se terminaron. Por ejemplo, yo no usaría la analogía de Jesús de “la vid y los pámpanos” para probar que los cristianos llevan más fruto en los meses de verano, como lo hacen las vides. Eso sería poner significados en la analogía que no existen.

De la misma manera, yo no sacaría la conclusión de que Jesús estaba tratando de decir que un creyente auténtico podría no producir fruto, especialmente cuando nos damos cuenta de que el punto principal de la analogía contradice esa idea. La conclusión más lógica es que la rama sin fruto que estaba “en él” representa en realidad a un creyente apóstata (en Lucas 8:12-13). Tal creyente viene a quedar sin fruto y es finalmente separado de Cristo. A pesar de lo que muchos piensen, tal cosa puede suceder de acuerdo con la Escritura (lo probaré en un próximo capítulo). La única otra posibilidad es que la rama sin fruto represente a un creyente falso, aparentemente unido a Cristo, pero que en realidad está muerto y no está recibiendo de la corriente de vida, lo cual se evidencia por la ausencia del fruto. No obstante, en la definición que Jesús hizo de los pámpanos no incluyó a aquellos creyentes que profesan la fe pero que no están unidos a él. Claramente, los pámpanos que llevan fruto son aquellos que permanecen en él.

Dios promete podar personalmente a aquellos que sí producen fruto. Tal vez Jesús hablaba de la poda radical que le ocurre a una persona al nacer de nuevo cuando ésta manifiesta el fruto inicial de fe y arrepentimiento.[7] O tal vez él describía el proceso de santificación que Dios lleva a cabo en la vida de cada creyente colaborador (ver Fil. 2:13). De cualquier modo, la analogía de Dios como un viñador nos habla de la corta de aquellas cosas que le son desagradables. Cualquier cosa que se interponga en la producción del fruto por medio del Santo Espíritu es susceptible a ser eliminado por sus podadoras.

Una pequeña objeción

Al tratar de entender ciertas verdades espirituales sucede que a veces surgen preguntas. Una pregunta brota acerca de José de Arimatea, a quien la Biblia se refiere como el “discípulo secreto” de Jesús (ver Juan 19:38). ¿Cómo se le puede llamar discípulo si su devoción era secreta? ¿No contradice esto todo lo que he hablado sobre el compromiso demostrado por los verdaderos discípulos?

Primeramente déjeme decir que siempre me molesta un poco cuando, después de presentar versículo bíblico tras versículo bíblico para probar alguna verdad, alguien busca diligentemente algún versículo oscuro que aparentemente contradice lo que he enseñado. Luego esta persona lo cita con orgullo como si ese versículo invalidara todo lo que acabo de estudiar. Esta objeción es un caso aislado. Todo lo que he escrito acerca del costoso compromiso del discipulado ha sido basado en la Escritura. He dicho lo que la Biblia dice. Así que lo gravoso de reconciliar el discipulado secreto de José de Arimatea con todo lo que Jesús enseñó acerca del alto costo del compromiso de ser un discípulo cae sobre todos nosotros, no sólo sobre mí.

Ahora, para contestar la objeción: José de Arimatea era un devoto de Jesús, por el registro bíblico, un “hombre bueno y justo” (Lucas 23:50). No obstante, como un miembro prominente del Sanedrín, él mantuvo su devoción secreta por el “temor a los judíos” (Juan 19:38). Los judíos a quien él temía debían haber sido los otros miembros del Sanedrín.

Indiscutiblemente, José de Arimatea sabía que habría algunas consecuencias negativas si él revelaba sus sentimientos acerca de Jesús. Es posible que su temor era que lo removieran del Sanedrín, lo cual hubiera dado como resultado el perder la oportunidad ante ellos de ser una influencia positiva para Cristo. Aprendimos en Lucas 25:31 que José “no había consentido” en el “plan y acción” del Sanedrín en lo que concernía al arresto, juicio y condena de Jesús. Y luego de la muerte de Jesús, claramente se nota que se arriesgó a enfrentar lo que previamente había temido, ya que “vino y entró osadamente a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús” (Marcos 15:43). Luego, personalmente preparó el cuerpo de Jesús y lo enterró en su propia tumba. De seguro había muchas posibilidades de que sus acciones fueran descubiertas por el Sanedrín. Pero una vez que Jesús había sido crucificado, a él ya no le importó lo que pensaran sus compañeros del Sanedrín.

El compromiso de José con Cristo era claro, y el limitado secreto de su devoción fue temporal. Más allá de todo esto, es ciertamente posible ser un devoto discípulo de Cristo y aun así temer algunas consecuencias negativas que podrían resultar de tal devoción. José de Arimatea ciertamente tuvo suficiente fruto en su vida para validar su compromiso con Cristo.

¿Y qué de los cristianos “carnales”?

Otra objeción que a menudo surge sobre este asunto es la de los cristianos “carnales”. Son una moderna clasificación de creyentes supuestamente auténticos que continuamente ceden a la carne, y cuyo comportamiento hace que sea imposible distinguirlos de los no creyentes. Aunque han “aceptado a Cristo”, no muestran ningún compromiso con Él. Muchos de ellos no van a la iglesia y se involucran en todo tipo de pecado, sin embargo están seguros de la gracia Dios y del cielo.

¿En dónde se originó este concepto de cristianos carnales? Su fuente es una interpretación común muy torcida de lo que Pablo escribió en el tercer capítulo de la primera carta a los Corintios:

De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda, porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales y andáis como hombres? (1 Co. 3:1-3).

La versión King James (versión inglesa de la Biblia) traduce la misma palabra que la versión NASB licenciosos, como “carnales”, de ahí el origen de la frase, “cristianos carnales”.

La pregunta es, ¿estaba Pablo definiendo una categoría de cristianos que no se distinguen de los no cristianos debido a su inclinación a una vida libertina? En contradicción con lo que el resto del Nuevo Testamento enseña, muchos dicen que sí. “¿Acaso no dijo Pablo a estos cristianos”, preguntan estos, “que estaban caminando como ‘simples hombres’ (3:3), indicando que actuaban en forma idéntica a personas no salvas?

La respuesta se encuentra en todo lo que Pablo dijo a los Corintios. En nuestras consideraciones descubrimos que los “corintios carnales” ciertamente se distinguían de las personas no salvas, ya que su fe viviente se manifestaba por varias indicaciones externas de su devoción a Cristo. Si, al tener dos naturalezas, como las tienen todos los cristianos, enfrentaban la batalla entre el espíritu y la carne. Muchos de ellos al ser espiritualmente inmaduros, hasta cierto grado estaban cediendo a su vieja naturaleza (la carne), sin caminar en amor. Argumentaban acerca de quienes eran sus maestros favoritos y mostraban desconsideración durante la cena del Señor. Algunos presentaban denuncias en contra de hermanos en la fe. Necesitaban crecer en el fruto del amor, y Pablo escribió bastante para amonestarlos en esa dirección.

La razón primordial de su problema era su propia ignorancia de lo que Dios esperaba de ellos. Debido a que eran niños en Cristo a quienes Pablo sólo había alimentado con la leche de la palabra de Dios en vez de la carne (ver 3:2), su conocimiento era limitado. Es por eso que Pablo les escribió y señaló sus errores. Una vez que les había explicado lo que Dios pedía de ellos, Pablo esperaba que se alinearan.

Los corintios espirituales “carnales”

¿Cuáles eran algunas de las obras de los corintios cristianos que los identificaban como poseedores de una fe devota? ¿Qué los caracterizaba como diferentes de los no creyentes? Veamos algunas pruebas que se revelan a través de la Escritura:

Primeramente, cuando Pablo inició su prédica del evangelio en Corinto, tuvo gran éxito. Dios mismo le dijo que había mucha gente en Corinto que había de ser salva (ver Hechos 18:10), y Pablo se quedó ahí por año y medio. Muchos “creían y eran bautizados” (Hch. 18:8). El bautismo era el primer acto de obediencia a Cristo.

Al describir algunos de los corintios cristianos, Pablo escribió que anteriormente éstos eran fornicarios, idólatras, adúlteros, homosexuales, ladrones, envidiosos, borrachos y ladrones (ver 1 Co. 6:9-10). Pero ahora han sido lavados y santificados; han sido transformados. Esto, en sí mismo, descarta la posibilidad de que los corintios fueran difíciles de distinguir de los no cristianos.

Adicionalmente, Pablo advirtió a los corintios cristianos “no asociarse con aquel que llamándose hermano era una persona inmoral, o envidioso, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón—con él ni aun debían comer” (1 Co. 5:11). Los corintios en realidad no eran culpables de estas cosas, o entonces Pablo les hubiera dicho otra cosa, como no se asocien con ustedes mismos.

La primera carta de Pablo a los corintios era, en parte, una respuesta a la carta que él había recibido de ellos en relación con varios asuntos. Le habían hecho preguntas acerca de lo que era correcto e incorrecto, indicando así que deseaban hacer lo bueno. ¿Acaso era erróneo que los solteros se casaran? ¿Y cuál era la situación de aquellos que ya habían estado casados antes? ¿Qué hacer con el asunto de comer carne sacrificada a ídolos? Muchos cristianos corintios por su devoción a Cristo se negaban a comer esas carnes, no fuera que estuvieran ofendiendo al Señor, una prueba de su fe viviente.

Pablo escribió en 1 Co. 11:2: “Os alabo, hermanos, porque en todo os acordáis de mí, y retenéis las instrucciones tal como os las entregué”. ¿Se podría decir entonces que estas personas se parecían a los no creyentes?

Los cristianos corintios con regularidad compartían la cena del Señor (aunque de una manera un tanto inapropiada), obedientes al mandamiento de Jesús (ver 1 Co. 11:20-22). Regularmente se juntaban para adorar (ver 1 Co. 12, 14), algo que los incrédulos no hacían en esos tiempos.

Eran celosos de los dones espirituales (ver 1 Co. 14:12).

Sólo el hecho de que las dos cartas de Pablo a los corintios están llenas de exhortaciones a la santidad indica que Pablo creía que ellos obedecerían lo que él les escribió. Pablo les dio instrucciones de expulsar a un hipócrita (ver 1 Co. 5:13) y a recibir colectas monetarias para cristianos pobres de Jerusalén (ver 1 Co. 16:1-4), algo que ya estaban haciendo celosamente (ver 2 Co. 8:10; 9:1-2). De este modo, ellos desplegaban su amor por los hermanos, igual a lo que Jesús dijo que distinguiría a sus verdaderos discípulos (ver Juan 13:35).

La segunda carta de Pablo indica que muchos, esto si no todos, habían obedecido sus instrucciones de la primera carta (ver 2 Co. 7:6-12). En el tiempo transcurrido entre las dos cartas, Tito viajó a Corinto y retornó con un buen reporte de su obediencia (ver 2 Co. 7:13-16). Los niños espirituales estaban creciendo. Sí, todavía había algunos problemas en Corinto, y Pablo pronto los visitaría personalmente para resolver lo que restaba.

¿La conclusión? Cuando Pablo escribió que los corintios cristianos “caminaban como simples hombres”, no quiso decir que los corintios no se distinguían de los incrédulos en todo aspecto. Éstos actuaban como incrédulos en algunas cosas, pero en muchos otros aspectos estaban actuando como discípulos piadosos de Cristo.

¿Y qué de las obras que se quemarán?

Otro argumento que a menudo es usado para apoyar la idea de una clase especial de cristianos carnales se basa en las palabras de Pablo en 1 Corintios 3:12-15. En ese pasaje, ¿acaso no aseguró Pablo a los corintios que ellos se salvarían aunque todas sus obras fueran quemadas en el juicio? ¿No indica esto que un creyente puede no llevar ningún fruto y aun así ser salvo?

El contexto de ese pasaje revela el error de dicho argumento. Claramente, Pablo hablaba de recompensas que ministros individuales recibirán o perderán, basándose en la calidad de las obras. Si se compara la iglesia con la “el edificio de Dios” (3:9), y asegurando que Él ha puesto el fundamento “el cual es Jesucristo” (3:11), Pablo escribió que todo ministro “debería cuidarse cómo edifica” (3:10) sobre ese fundamento. Es muy posible que se edifique en forma errónea. Pablo en forma figurada menciona seis diferentes materiales de construcción que pueden ser usados: “oro, plata, piedras preciosas, madera, heno [y] hojarasca” (3:12). Los primeros tres son de gran valor y no arden, en tanto que los últimos tres son de poco valor y sí arden.

De acuerdo con Pablo, el tipo de material usado por los diferentes ministros para construir el edificio de Dios no es necesariamente evidente ahora. Un día, sin embargo, será muy evidente, ya que “la obra de cada uno se hará manifiesta… por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cual sea, el fuego la probará” (3:13). Pablo continuó:

Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego (1 Co. 3:14-15).

Se ha debatido mucho acerca de qué tipo de obras son las que constituyen “oro, plata y piedras preciosas”, y qué tipo constituyen “madera, heno y hojarasca”. Pero, sin duda es cierto que aquellos ministros que construyen el edificio de Dios con ladrillos de cristianos falsos y la argamasa de un falso evangelio, encontrarán que este pasaje es muy útil cuando el Señor pruebe la calidad de sus obras. Muchas personas no santas que en el presente están dentro de la iglesia se hallarán a sí mismas en el fuego del infierno, y el ministro que “los ganó para Cristo” o les aseguró su salvación por medio de la proclamación de una gracia falsa, se dará cuenta de que todos sus esfuerzos no sirvieron de nada en la construcción del verdadero “templo de Dios” (3:16). Lo que él construyó se quemará, y “sufrirá pérdidas” (3:15), sin recibir recompensa. Aunque él mismo, si es un creyente auténtico, “será salvo, aunque así como por fuego” (3:15).

Visiblemente, la intención de Pablo en este pasaje no era asegurarles a los llamados “cristianos carnales” que podían no llevar ningún fruto y aun así estar confiados de su salvación. Estaba escribiendo acerca de las recompensas que los ministros recibirán o perderán basándose en la calidad de su trabajo y que serán reveladas en el juicio.

Sí, los cristianos verdaderos pueden a veces actuar carnalmente. En cualquier momento en que éstos ceden a la carne, se puede decir que están actuando como “hombres simples”. No obstante, no hay un grupo de “cristianos carnales” en el cuerpo de Cristo, camino al cielo pero cediendo completamente a su naturaleza licenciosa. Como lo dijo Pablo en su carta a los Romanos,

Porque si vivís conforme a la carne, moriréis [o “pereceréis” como consta en la versión de NLT[8]]; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios (Ro. 8:13-14, énfasis del autor).

Y tal como él escribió a los cristianos Gálatas, “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Ga. 5:24).

Qué hubiera hecho usted si…

La historia, probablemente ficticia, ha sido contada con alguna frecuencia acerca de una pequeña iglesia en una villa remota de América Central. Un domingo en la mañana, cuando el servicio matutino ya iba a iniciar, las puertas en la parte de atrás del santuario se abrieron de par en par, y dos hombres sin afeitar entraron atropelladamente, llevando puestos uniformes de fatiga y blandiendo ametralladoras. Cinturones con balas de ametralladoras cruzaban sus pechos.

El miedo se apoderó de los corazones de la congregación. Las guerrillas comunistas en esa región se conocían por asesinar cristianos sin misericordia. ¿Acaso les había llegado el tiempo?

Uno de los hombres pidió silencio y luego habló. “Ustedes los cristianos siempre hablan de ir a ver a su Salvador, el que ustedes afirman que es el Hijo de Dios. Bien, hoy es su día de suerte, ¡porque en unos pocos minutos ustedes se darán cuenta si su Dios realmente existe! Hagan una fila a lo largo de las paredes de esta iglesia.

La congregación rápidamente se movió a través de las bancas hacia ambos lados del santuario. “Ahora, antes de matarlos, queremos asegurarnos que sólo mueran creyentes auténticos. Cualquiera aquí que no crea que Jesús es el Hijo de Dios puede salir, pasando por donde estamos nosotros hacia las puertas traseras del santuario. ¡Muévanse rápidamente!”

Muchos no lo dudaron. En un minuto, la mitad de la congregación se había marchado.

Cuando la última persona había salido, las puertas se cerraron. El guerrillero miraba a través de una ventana lateral cómo las personas que salían de la iglesia corrían lejos del edificio. Luego, en lo que él bajaba su arma, una sonrisa llenó su cara, y habló una vez más: “Hermanos, por favor perdónennos. Queríamos adorar al Señor con ustedes esta mañana, pero sólo queríamos adorarle junto a verdaderos creyentes. Ahora, ¡adoremos al Señor juntos!” Y ¡qué clase de servicio tuvieron esa mañana!

Esta historia es contada con el fin de provocar que los cristianos profesantes consideren lo que ellos hubieran hecho si hubieran estado ahí esa mañana. Sin embargo, el creer esta historia requiere que pasemos por alto el hecho de que unos cristianos actuaron engañosamente al llevar armas y proferir amenazas de asesinato y censurando a Cristo, ¡sólo para adorar a Dios en medio de creyentes auténticos! Con sus acciones ¿acaso no estaban ellos negando a Cristo tanto como aquellos que corrieron de la iglesia esa mañana?

Si esto es así, querría alterar un poco esta historia, cambiando su final. Aunque mi alteración también es ficticia, es la manera como historias similares han finalizado miles de veces:

En un minuto, la mitad de la congregación se había marchado.

Cuando la última persona había salido, las puertas se cerraron. El guerrillero miraba a través de una ventana lateral cómo las personas que salían de la iglesia, corrían lejos del edificio. Luego, conforme apuntaba su ametralladora hacia el grupo de devotos discípulos que había quedado, una fea mueca llenó su cara, y habló una vez más: “Prepárense al encuentro con su Dios”. Con aquellas palabras, sus dedos halaron el gatillo. Y ¡qué servicio tuvieron esa mañana, en la presencia de su Señor!

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[1] John Dillingberger, ed., Martin Luther (New York: Doubleday, 1961), p. 24.

[2] Los demonios, por supuesto, no pueden poseer fe salvadora ya que la salvación no ha sido ofrecida a ellos.

[3] ¡Qué iluminador es escudriñar lo que nos dice la Escritura acerca del temor al Señor! Por ejemplo, el salmista escribió, “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; buen entendimiento tienen todos los que practican sus mandamientos. Bienaventurado el hombre que teme a Jehová, y en sus mandamientos se deleita en gran manera” (Salmos 111:10; 112:1). En el Nuevo Testamento, se nos ordena temer al Señor (ver 1 P. 2:17), y se nos advierte lo siguiente: “limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Co. 7:1, énfasis del autor).

[4] Nótese también que el amor no egoísta, expresado al suplir para las necesidades apremiantes de los hermanos, era lo que caracterizaba a la gente salva en el juicio de Mateo 25:31-46, considerado previamente en el capítulo 3.

[5] Observe que no son sus obras las que son quemadas, como algunos desean que nosotros creamos. Las ramas mismas son quemadas.

[6] Los primeros creyentes de los Hechos se caracterizaban por su amor, paz, benignidad y bondad; ver Hechos 9:31, 36; 11:24.

[7] Esta idea es apoyada de algún modo por el hecho de que Jesús dijo a sus discípulos que ellos ya estaban limpios por la palabra que él les había hablado (ver Juan 15:3). La palabra se traduce como limpios en este verso (versión NASB por sus siglas en inglés) es la misma palabra traducida como podados en 15:2.

[8] Obviamente, Pablo no les estaba advirtiendo acerca de la muerte física, ya que todos, sin importar su conducta, “debían morir” físicamente. Más bien, Pablo hablaba de la muerte espiritual y eterna.

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El Engaño del Evangelio » El cristiano no comprometido

La seguridad de la salvación

¿Es posible estar seguro de la salvación? ¿Puede una persona estar segura que, si muriera en este momento, sería salva? Por supuesto que sí. El apóstol Juan escribió:

Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios (1 Jn. 5:13).

Los maestros de la gracia falsa frecuentemente citan este único versículo para sostener la confianza de todos aquellos que profesan creer en Jesús. Pero a menudo se pierde completamente el significado que Juan quiso darle.

En primer lugar, Juan dijo que él les escribió a aquellos que creen en el nombre del Hijo de Dios, no a aquellos que profesan que son salvos al creer en una doctrina de salvación. No es creer que la salvación es por gracia a través de la fe que nos salva—somos salvos al creer en una persona divina. Y si creemos que Jesús es una persona divina, actuaremos, hablaremos y viviremos de tal modo que nuestra fe sea evidente.

Más aún, observe que Juan dice que él ha escrito “estas cosas” para que sus lectores puedan saber que tienen vida eterna. ¿De qué cosas hablaba? Juan hizo esta declaración en el cierre de su carta en referencia a todo lo que había escrito. Había escrito toda su carta para que sus lectores pudieran saber que tenían vida eterna. Al evaluar sus vidas a la luz de lo que él dijo que caracteriza a todos los creyentes verdaderos, podían determinar si eran genuinamente salvos.

Al compararnos con lo que Juan dijo que distingue a los creyentes auténticos, podemos también determinar si la gracia de Dios realmente nos ha cambiado. Si es así, estamos seguros de nuestra salvación. Esto no es confiar en nuestras obras para salvación. Más bien, es recibir la seguridad de la salvación por medio de la evidencia de la gracia de Dios que obra en y a través de nosotros. Muchos antinómicos se ciñen a la memoria de una oración hecha una vez por la falsa seguridad de su salvación, en tanto que los cristianos genuinos pueden mirar sus vidas y ver la obra de la gracia transformadora de Dios. Podemos saber[1] que somos salvos.

¿Qué escribió Juan que nos ayuda a hacer nuestra evaluación? ¿Cuáles son las características que distinguen a los creyentes auténticos? Juan repetidamente menciona tres pruebas. Una es moral (ver 2:3-6; 2:28-3:10); la segunda es social (ver 2:7-11; 3:11-18; 4:7:21) y la tercera es doctrinal (ver 2:18-27; 4:1-6). Estudiemos las tres.

La prueba moral: Obediencia a los mandamientos de Jesús

Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo (1 Juan 2:3-6, énfasis del autor)

Si guardamos los mandamientos de Jesús, (1) sabemos que llegamos a conocerle y (2) sabemos que estamos en él.

Algunos quieren que creamos que “conocer a Jesús” es una expresión que se refiere a los cristianos que son más maduros en Cristo. Los cristianos jóvenes e inmaduros no “conocen” realmente a Jesús tan bien como los cristianos más viejos. Se concluye, entonces, que Juan afirmaba que es posible diferenciar a los cristianos maduros e inmaduros por nuestra obediencia o desobediencia. ¿Pero fue eso lo que Juan dijo?

Ciertamente no, por varias razones. En el pasaje que acabamos de leer, Juan también usó la expresión, “en él”, afirmando que también podemos saber si estamos en Cristo si guardamos sus mandamientos. Cualquiera que haya leído el Nuevo Testamento sabe que todos los cristianos verdaderos están en Cristo, no sólo los cristianos más maduros. Ya que aquellos que están en él y aquellos que le conocen se distinguen por cumplir sus mandamientos, el conocerle a él debe ser equivalente a el estar en él.

En segundo lugar, Jesús también usó la misma expresión, el conocerle a él, como equivalentes a ser salvos:

Ellos [los fariseos] le dijeron: ¿Dónde está tu Padre? Respondió Jesús: Ni a mí me conocéis, ni a mi Padre; si a mí me conocieseis, también a mi Padre conoceríais (Juan 8:19, énfasis del autor).

Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas [las que son salvas], y las mías me conocen (Juan 10:14, énfasis del autor).

Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto (Juan 14:7, énfasis del autor, cf. 1 Juan 3:6).

Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado (Juan 17:3, énfasis del autor).

En tercer lugar, Juan también usó la expresión, conocerle a él, en otro lugar en su primera epístola que claramente equipara el conocer a Jesús con el ser salvo:

Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él (1 Juan 3:1, énfasis del autor).

Finalmente, el contexto de la expresión, conocerle a él, dentro de la epístola de Juan, que se trata de las pruebas de la fe auténtica, brinda mayor apoyo a la idea de que la expresión es aplicable a todos los verdaderos creyentes. Por ejemplo, en la segunda discusión de Juan de la prueba moral, él sin duda afirma que “practicar la justicia” es la evidencia de ser nacido de nuevo:

Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados. Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él (1 Jn. 2:28-29, énfasis del autor).

Por estas razones, podemos concluir que cuando Juan escribe sobre “conocer a Jesús”, no se refiere a estar en íntima comunión con Jesús como sí lo están los cristianos más maduros, sino que se refiere a ser salvo. Aquellos que le conocen, le obedecen.

Juan reitera la prueba moral en párrafos posteriores:

Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro. Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley. Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él. Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido. Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo. El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios (1 Juan 3:2-10, énfasis del autor).

¿Cómo podría estar más claro? Por su gracia, Dios transforma en hijos obedientes a aquellos que verdaderamente creen en Jesús. Juan escribió “estas cosas” para que sepamos que tenemos vida eterna” (1 Juan 5:13).

¿Está usted obedeciendo los mandamientos de Jesús? Tal vez desee revisar la lista de los mandamientos de Jesús en el capítulo nueve. Ningún cristiano los obedece a la perfección, pero todos los cristianos genuinos se caracterizan más por la obediencia que por la desobediencia.

La prueba social: Amando a los hermanos

Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros. No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas. Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece. Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte. Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida permanente en él (1 Juan 3:11-15).

Cuando nacemos de nuevo, Dios, por su Santo Espíritu viene a vivir en nosotros impartiéndonos su naturaleza. Dios es amor, Juan dice (1 Juan 4:8), y así en el momento en que Dios viene a nuestro ser interior, su amor también nos toca. Pablo escribió, “porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Ro. 5:5).

Aquellos que son nacidos de nuevo espiritualmente encuentran que, en particular, poseen un amor sobrenatural por sus hermanos en la fe, sus hermanas y hermanos espirituales. De hecho, si sus parientes no son salvos, realmente prefieren pasar su tiempo con sus familiares espirituales. O, cuando un auto en la carretera les pasa de cerca con una calcomanía que dice “Amo a Jesús”, sienten un calor especial por aquellos ocupantes desconocidos del vehículo. Si hubieran vivido en los tiempos del filósofo griego, Celso, también hubieran sido el blanco de su crítica: “¡Estos cristianos se aman aun antes de conocerse!”.

Este amor otorgado divinamente va más allá de los abrazos y apretones de manos después de la iglesia. Es el mismo amor que Dios tiene por sus hijos, cuidadoso y compasivo:

En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad (1 Juan 3:16-18).

El amor que los cristianos genuinos poseen unos por otros es tan real que les identifica como discípulos de Cristo a la vista de los inconversos (ver Juan 13:35) y les distingue de los inconversos a los ojos de Dios (ver Mt. 25:31-46). Aquellos que no aman a sus hermanos no aman a Dios (ver 1 Juan 4:20).

Por supuesto, este amor puede crecer, y aquellos que realmente lo poseen no siempre lo muestran a la perfección. No obstante, cada creyente genuino es conciente de la reserva interior que tiende a mostrarse a través de sus ojos, manos, pensamientos y palabras. Este creyente genuino ama a otros discípulos de Jesús. ¿Los ama usted? Juan escribió “estas cosas” para que nosotros “sepamos que tenemos vida eterna” (1 Juan 5:13).

La prueba doctrinal

¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre… Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios… Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él (1 Juan 2:22-23; 4:15; 5:1).

Esta prueba doctrinal es a menudo la única prueba considerada como válida por los antinómicos. Si alguien confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, se considera salvo, aun si falla las otras dos pruebas de Juan. Tenga en mente que es posible confesar verbalmente la fe en que Jesús es el Cristo e Hijo de Dios, en tanto que a la vez puede negar su fe con sus acciones. Por lo menos cuatro veces en su primera epístola, Juan escribe sobre aquellos cuyas acciones anulan sus palabras:

El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él (1 Juan 2:4, énfasis del autor).

El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo (1 Juan 2:6, énfasis del autor).

El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas (1 Juan 2:9, énfasis del autor).

Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? (1 Juan 4:20, énfasis del autor).

A la luz de esto, seríamos ingenuos al pensar que pasaríamos la prueba doctrinal si no aprobamos ni la prueba moral ni la social. Las tres son igualmente importantes. Observe como Juan une las tres en una afirmación abreviada hacia el final de su carta:

Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo [la prueba doctrinal], es nacido de Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él [la prueba social]. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos[la prueba moral] (1 Juan 5:1-2).

Juan escribió estas cosas “para que sepan que tienen vida eterna” (1 Juan 5:13). La carta de Juan colma de seguridad a aquellos que en verdad han nacido de nuevo, en tanto que advierte a aquellos cuya fe es falsa. Como escribiera en la introducción a este libro, si yo estuviera engañado en lo concerniente a mi salvación, es mejor que me dé cuenta ahora y no después de muerto. Ahora hay tiempo para arrepentirse y confiar en Jesús—luego será muy tarde.

Aquellos con conciencias demasiado sensibles

He descubierto que existe un pequeño porcentaje de legítimos creyentes en Cristo que se alarman indebidamente sobre su estado espiritual luego de leer un libro como éste, básicamente debido a su personalidad. Son fieles a Cristo y tienen estándares muy altos para sí mismos. A menudo son perfeccionistas en sus vidas personales. En algunos casos, fueron criados bajo la influencia de un padre o una madre muy demandante, ante cuyos ojos nunca sintieron que “daban la talla”. En otros casos, han pasado algún tiempo aprisionados en iglesias legalistas, en donde el tema de los sermones siempre era el pecado y nunca la gracia, o en donde los estándares externos como el peinado o el largo del vestido eran la prueba tornasol de la salvación propia. Tal vez fueron adoctrinados para creer que perdían su salvación cada vez que pecaban.

Estos son cristianos que, por falta de una mejor manera de expresarlo, tienen conciencias altamente sensibles. Son rápidos para condenarse a sí mismos. Si diezman y ayudan a tres niños pobres, se sienten culpables por no ayudar a cuatro y luego se preguntan si son salvos. Sirven a otros sin egoísmo en la iglesia, pero como luchan para llevarse bien con un viejo diácono irritable, se preguntan si en verdad han nacido de nuevo. Comparten el evangelio con sus compañeros de trabajo, pero se sienten culpables porque no han dejado su trabajo para ser misioneros en Haití. Son cristianos del treinta por ciento y no del cien por ciento (ver Marcos 4:8). No son adúlteros, ni fornicarios, ni homosexuales, ni idólatras, ni borrachos, ni mentirosos, ni ladrones, pero como no son perfectos, temen ir al infierno, aunque su vida se caracteriza por la rectitud.

Tales creyentes sólo pueden ser controlados por la palabra de Dios. Si usted es uno de esos creyentes, le exhorto a que lea el Nuevo Testamento y note las imperfecciones de muchos de los redimidos. Todos nos tambaleamos en alguna manera, especialmente en lo que decimos (ver Stg. 3:2). El fruto del Espíritu aún tiene espacio para crecer y madurar en todas nuestras vidas. La obra de Dios en nosotros no se ha completado aún. Entonces no permita que el diablo tuerza lo que Dios ha dicho y le condene. Dios le ama, y, hasta ahora, su único hijo perfecto es Jesús.


[1] Ciertamente, la primera epístola de Juan podría ser clasificada como “la carta acerca del conocimiento”. La palabra saber (o conocer) se encuentra cuarenta veces en sus cinco capítulos.

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El Engaño del Evangelio » La seguridad de la salvación

La santificación: Santidad progresiva

 

Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil y ligera mi carga (Mt. 11:28-30).

Muy pocos cristianos profesantes debatirían que la escritura arriba citada es una invitación a la salvación directa de los labios de Jesús. Se usa con frecuencia en sermones evangelísticos. Jesús estaba ofreciendo descanso al fatigado. No estaba precisamente hablando de fatiga física para los que están cansados físicamente. Más bien, él estaba prometiendo descanso a las almas (v. 29) cargadas de pecado y culpa. Estaba ofreciendo salvación. ¿Pero cómo se recibe esta salvación? Jesús dice que se recibe llevando su yugo sobre nosotros.

Tal vez la interpretación antinómica predilecta de lo que significa llevar el yugo de Jesús es la siguiente: Supuestamente, Jesús está usando un yugo doble que quiere compartir con nosotros. La “prueba” de la interpretación es que Jesús se refiere al yugo como “Mi yugo”, indicando que debe ser un yugo alrededor de su propio cuello. “Y por supuesto”, el antinómico piensa, “Jesús no quiere decir que Él desea transferir ese yugo de su cuello al mío, así que debe tener dos yugos, ¡dispuestos para dos bueyes! Él entonces quiere que yo esté unido a Él por fe, inseparablemente unido en nuestro viaje al cielo”.

Pero esta interpretación tan improbable se aleja de la realidad por completo. El tomar el yugo de Jesús es simbólico del sometimiento a su autoridad. Él no tiene un yugo doble alrededor de su cuello que quiera compartir con nosotros. Él, el maestro, sostiene un yugo en sus manos, parado frente a todos los bueyes salvajes que en la actualidad laboran bajo una carga de culpa, enyugados al pecado. Él les dice “si desean descansar, existe sólo una manera de obtenerlo. Tomen mi yugo. Quiero ser su Dueño, pero deben someterse a mí. Háganse mis discípulos; apóyense en mí, y la pesada carga sobre sus almas será levantada. El yugo que colocaré sobre ustedes será fácil, y la carga que tienen que llevar será liviana, porque mi Santo Espíritu les capacitará para obedecerme. Una vez que se hayan sometido a mí y a mi señorío, renacerán espiritualmente; luego mis mandamientos no serán gravosos” (ver 1 Jn. 5:3).

“Llevar el yugo” es simbólico de someterse a la autoridad de otro. La Escritura frecuentemente usa las imágenes del yugo de esta manera.[1] Aquellos que realmente creen en Jesús se someten a su autoridad. El buey enyugado tiene una razón de ser: su servicio al dueño. Tal vez el buey no sepa lo que el dueño quiere de él, pero su voluntad se somete. Está listo para ir al trabajo.

La santificación definida

Este capítulo se refiere a la santificación, o a la creciente santidad experimentada por aquellos que han nacido de nuevo. Ser santificado significa “ser apartado para uso santo”, vemos que es una palabra que describe hermosamente el plan de Dios para cada creyente auténtico. El Nuevo Testamento usa la palabra en dos tiempos verbales: pasado y presente. Los creyentes han sido santificados y están siendo santificados. El tiempo pasado revela la intención de Dios—Él ha perdonado nuestros pecados y nos ha dado su Santo Espíritu para apartarnos para su santo uso.[2] El tiempo presente revela el proceso en marcha del cumplimiento de su intención—estamos continuamente y de una manera creciente siendo usados para los santos propósitos de Dios.[3]

Desdichadamente, para muchos cristianos profesantes, la santificación no es sino una teoría, pues nunca han nacido de nuevo, lo cual es absolutamente esencial para la santificación. Pero muchos están convencidos de que han sido justificados en Cristo aunque no hay evidencia de santificación en sus vidas. Las Escrituras nos dicen, sin embargo, que con la justicia viene también la santificación:

Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho… . justificación, santificación y redención… y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios (1 Co. 1:30; 6:11, énfasis del autor).

Juan escribió,

Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él… . Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo.

Muchos cristianos profesantes con gusto escucharían los sermones que están bajo la categoría de “sermones para la santificación”, a través de los cuales son amonestados para “entregar” ciertas áreas de sus vidas al señorío de Cristo, especialmente si el hacer eso requiere algún tipo de auto negación. Pero de alguna manera se convencen a sí mismos que hay alguna virtud en escuchar tales sermones, sin importar mucho si deciden o no hacer los ajustes necesarios en su vida. Santiago nos advierte acerca de esta actitud: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Stg. 1:22).

Aquellos oidores que no son hacedores se engañan a sí mismos, pues piensan que son salvos cuando en realidad no lo son. Ese tipo de cristianos es la frustración de muchos pastores santos, que se preguntan por qué muchos miembros de sus congregaciones nunca cambian ni crecen en santidad. La razón es porque nunca han nacido de nuevo ni han tomado el yugo de Jesús. Piensan que son nacidos de nuevo porque una vez oraron la oración de salvación y ahora entienden que la salvación es por gracia, no por obras. Pero no es así, pues no se han sometido a Jesús. Todo intento para que su conducta se parezca más a la de Jesús es esencialmente inútil hasta que ellos mismos tomen la decisión.

La base de la santificación es el sometimiento a Dios; nadie alcanzará la santificación sin sumisión. El proceso de santificación continúa en nuestras vidas, si asimilamos las verdades espirituales y admitimos que se cumpla en nosotros la voluntad de Dios. Primeramente, tomamos el yugo de Jesús, luego “aprendemos de él” como Él lo dijo (Mt. 11:29). De este modo “crecemos en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pe. 3:18, énfasis del autor).

Al inicio no conocemos la voluntad de Dios o todo lo que Él ha hecho por nosotros a través de Cristo en la cruz, ni nos percatamos de todo lo que necesita un cambio en nuestras vidas. Pero como lo dijo Pablo, estamos “comprobando lo que es agradable al Señor” (Ef. 5:10). Por esto las oraciones de Pablo por los cristianos son peticiones para que aumente su entendimiento y conocimiento espiritual.[4] Y esa es la razón por la que Pablo a menudo amonestaba a sus lectores usando las palabras, “Sabéis que…? [5] Él esperaba que los creyentes a quienes escribía actuaran diferente si conocían algunas verdades teológicas, como el hecho de que sus cuerpos eran templos del Santo Espíritu.

Debido a esto es que es tan importante para los seguidores de Jesús que se aprovechen de todo lo que Dios ha provisto para ellos y aprendan así las verdades espirituales. Deberían estudiar las escrituras como verdaderos seguidores de Cristo, pues es natural que deseen las cosas espirituales. Deben servirse de la instrucción dada en la iglesia por aquellos a quienes Dios ha dado el don de enseñar su palabra. Deben ser miembros de una iglesia local que tenga visión para hacer discípulos. Eso es lo que Jesús quiere. Él dijo, “id, y haced discípulos a todas las naciones… enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt. 28:19-20). Los discípulos genuinos siempre están aprendiendo.

Camino a la perfección

Pablo escribió en su segunda carta a los Corintios: “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Co. 7:1). Esto nos indica que los creyentes verdaderos no son necesariamente perfectos, como algunos extremistas nos quieren hacer creer. Las contaminaciones de la carne y del espíritu permanecen en las vidas de los creyentes. Debemos, sin embargo, leer las palabras de Pablo dentro del contexto del resto del Nuevo Testamento. Aunque los cristianos auténticos puedan aún estar parcialmente contaminados, en su carácter predomina la justicia. Nótese que Pablo no amonesta a sus lectores a iniciar una actuación santa. Más bien, les amonesta a perfeccionarse en la santidad. Sólo podemos perfeccionar aquello que ya estamos haciendo bien. Las palabras de Pablo indican que los cristianos corintios ya estaban actuando con santidad, y ahora ese proceso de santidad los estaba llevando a la perfección. Esto es la santidad bíblica—santificación en proceso hacia la perfección.

Las palabras de Pablo también nos ayudan a entender que el proceso progresivo de santificación en nuestras vidas no es algo que Dios realice separado de nosotros. Debemos limpiarnos de toda contaminación de la carne y del espíritu. El escritor de Hebreos dice, “Seguid… la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (He. 12:14). Dios no ignora nuestro libre albedrío, y la Escritura no podría ser más clara en lo que respecta a nuestra responsabilidad en el proceso de santificación.[6]

Por otra parte, no debemos pensar que la santificación es algo que debamos hacer sin que Dios se involucre en ello. Pablo también escribió, “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6). Quizá el balance entre nuestra parte y la parte de Dios está muy bien expresada por Pablo en Filipenses 2:12-13:

Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad (énfasis del autor).

Pablo escribía a cristianos genuinos, a aquellos que obedecían aun en su ausencia. Naturalmente, Dios trabajaba en ellos por medio de su Santo Espíritu. Así pues, éstos tenían una obligación solemne de cooperar con lo que Él hacía en sus vidas. La santificación ocurre en la medida en que cooperemos con Dios.

La cronología de la santificación

En este capítulo y en el siguiente, consideraremos el proceso de la santificación, y cómo Dios y nosotros estamos involucrados en él. Empecemos por el principio.

La obra de Dios, por supuesto, empezó mucho antes de que alguien fuera santificado. Él preordenó el plan de salvación a través de su Hijo, quien cumplió el plan, muriendo por nuestros pecados y levantándose de los muertos. Por medio de un mensajero ordenado por Dios que comparte el evangelio, y por el poder convincente del Espíritu Santo, el pecador es movido y convencido de pecado y de su necesidad de salvación.

En el momento de la convicción, entra en juego la responsabilidad humana. Tenemos que hacer una escogencia, y la única respuesta adecuada de nuestra parte es arrepentirse de nuestros pecados y creer en Jesús. Dios nos ordena arrepentirnos y creer en Jesús,[7] de modo que arrepentirse y creer debe ser nuestra responsabilidad, no la de Dios.

Sin embargo, en el momento en que nos arrepentimos y creemos en el evangelio, Dios empieza a trabajar de nuevo. De inmediato nos llena de su Santo Espíritu, regenerando nuestro espíritu y quebrantando el poder del pecado en nuestras vidas, liberándonos de sus garras. Nuestros espíritus renacen, recreados a la semejanza de Cristo, y llegamos a ser nuevas criaturas en él (ver 1 Pe. 1:3; Ef. 4:24; 2 Co. 5:17). Dios se convierte en nuestro Padre Espiritual.

El resultado es un grado inmediato de santidad manifestada en la vida del nuevo creyente. De escrituras tales como 1 Co. 6:9-10, Ga. 5:19-21, Ef. 5:5-6, 1 Jn. 3:15 y Ap. 21:8, podemos estar seguros de que el nuevo nacimiento pone fin a la práctica habitual de ciertos pecados graves tales como fornicación, adulterio, inmoralidad, sensualidad, homosexualidad, codicia, robos, estafas, borracheras, injurias, enemistades, pleitos, celos, ira, contiendas, disensiones, divisiones, envidias, idolatría, hechicería, homicidios y mentira.

No estamos afirmando que un verdadero creyente no pueda cometer cualquiera de estos pecados. Cualquier creyente puede, si así lo decide, cometer cualquiera de estos pecados, pues Dios no le ha quitado el libre albedrío. No obstante, el creyente nota que posee una resistencia interior y aborrecimiento al pecado que previamente no poseía. Su habilidad para resistir la tentación es aumentada de muchas maneras. Si acaso cede a la tentación, se sentirá triste y fuertemente convencido de su pecado hasta que lo confiese a Dios. De nuevo, la práctica de tales pecados es una garantía de que esa persona no heredará el reino de Dios, como lo advierte continuamente la Escritura.

¿Es todo pecado igual ante los ojos de Dios?

Algunos argumentan que “todos los pecados son iguales”, y así afirman que la práctica habitual y sin arrepentimiento de los pecados mencionados en la lista anterior es igual a la práctica habitual y sin arrepentimiento de cualquier otro pecado. Esta lógica, sin embargo, no cambia las escrituras que he citado, ni tampoco fortalece cualquier argumento contrario a lo que he dicho. Si todos los pecados son iguales a los ojos de Dios, entonces debemos extender grandemente la lista excluyente de Pablo para incluir todo pecado, y así concluir que ¡nadie es verdaderamente salvo! Aun así, por suerte, la ingratitud, la preocupación, y dormir durante los sermones no están incluidas en ninguna de las listas excluyentes de Pablo.

Ciertamente, todos los pecados no son iguales ante los ojos de Dios. Jesús habló de pequeños y (por implicación) de grandes mandamientos (ver Mateo 5:19). Él habló de “un pecado mayor”, y (por deducción) de un pecado menor (ver Juan 19:11). Él consideró un mandamiento en particular como el “grande y el primero” (Mt. 22:38), y otro que era el segundo después de éste. Mencionó un pecado como exclusivamente imperdonable (ver Mt. 12:31-32). Él reprendió a los fariseos, que ignoraban lo más importante de la ley: justicia y misericordia y fidelidad” y enfatizó los requisitos menores de la ley, como diezmar (Mt. 23:23, énfasis del autor).

El hecho de que algunos pecados son más graves delante de los ojos de Dios que otros se refleja en la ley de Moisés, en donde algunas transgresiones conllevaban más severo castigo. También notamos que Dios inicialmente le dio a Israel diez mandamientos, y no once o cuarenta. Esto indica que él consideraba algunos mandamientos más importantes que otros.

En Ezequiel 8, leemos como el Señor mostró a Ezequiel cuatro escenas sucesivas de ciertos pecados que los israelitas practicaban. A cada práctica pecaminosa Dios la determinó como “una mayor abominación” que la previa.

El apóstol Juan dijo que hay un pecado “que no conlleva muerte”, y existe un pecado que sí conlleva muerte” (1 Jn. 5:16-17).

Indudablemente, no todos los pecados son iguales ante los ojos de Dios. Todo pecado nos separa de Dios, y todo pecado entristece a Dios, pero no todo pecado es igualmente grave para él. Todos sabemos que tanto el homicidio como el ponerle un ojo negro a alguien son malas acciones. No obstante, todos sabemos que lo primero es más serio que lo segundo.

La transformación inicial y la progresiva

Si usted ha nacido de nuevo, Dios se ha hecho cargo de lo que es más grave para Él. Usted ha experimentado una transformación inicial. Pero Dios no está satisfecho con sólo eso. Su objetivo para usted es la perfección, así que usted puede esperar una transformación progresiva. El cuadro siguiente ilustra eso:

En los dos tercios del lado izquierdo del gráfico, toda la humanidad está dividida en dos grupos, los salvos y los no salvos. No existen, por supuesto, otras categorías. Usted está en una o en la otra.

Al desplazarse de izquierda a derecha en el gráfico, se pasa de maldad a santidad. La categoría de NO SALVOS incluye la gente más inicua (al extremo izquierdo), y los menos inicuos (en el extremo derecho de la columna de NO SALVOS). No todos los incrédulos son igualmente malos.

Al avanzar hacia la derecha, no obstante, usted cruza una gruesa línea, la cual representa la conversión y el nuevo nacimiento. Una vez que se cruza esa línea, usted se halla dentro de los salvos. Notamos, sin embargo, que los salvos en el extremo izquierdo son menos santos que aquellos que han progresado más hacia la derecha. No todos los cristianos son igualmente santos.

Por otra parte, la diferencia que se hace cuando alguien cruza la línea de conversión es dramática, razón por la cual la línea de conversión es muy gruesa. No hay tal cosa como una “línea delgada” entre los salvos y los no salvos. El apóstol Juan escribió que no existe dificultad alguna en distinguir entre los salvos y los no salvos (ver 1 Juan 3:10).

En el proceso de santificación de una persona que coopera con el Espíritu Santo, ésta se mueve progresivamente hacia la derecha, más cerca del tercio derecho del gráfico, el cual lleva el nombre de PERFECCIÓN. En la actualidad, por supuesto, sólo Dios es perfecto.

Adviértase que bajo la columna denominada SALVOS, he enumerado el fruto del Espíritu y algunas escrituras relevantes. El fruto puede crecer y madurar, y así puede suceder con el fruto del Espíritu en nuestras vidas. Todos podemos crecer en amor, paz, paciencia y así sucesivamente.

Espero que usted no haya encontrado su descripción en la columna de los no salvos. Si es así, usted necesita arrepentirse y creer en Jesús y cruzar la línea de la conversión. Si usted lo hace, inmediatamente nacerá de nuevo y experimentará la transformación inicial de Dios.

Una vez que nacemos de nuevo, Dios ejecuta su obra continua de transformación en nosotros a través de diferentes medios que consideraremos a continuación. Primeramente debemos entender, sin embargo, que el éxito de Dios depende mucho de nuestra cooperación. Él no irrespeta nuestro libre albedrío. Por otro lado, Él provee suficiente motivación para que cooperemos.

¿Qué es lo que nos motiva a luchar en contra del pecado y a ser progresivamente más como Jesús? Existen por lo menos tres motivaciones con las que Dios nos suple: amor, esperanza y temor. Todas estas motivaciones son legítimas y bíblicas. Más específicamente, estas son (1) amor por Dios, (2) esperanza de recompensa, y (3) temor a la disciplina.

El amor por Dios

La obediencia que brota del amor parece ser la más elevada y la que más complace a Dios. Idealmente, deberíamos obedecerle sólo porque lo amamos, y todo verdadero creyente hace esto hasta cierto punto. Jesús habló de la obediencia por amor, y dijo:

Si me amáis, guardad mis mandamientos… El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él (Juan 14:15, 21).

De la misma manera, el apóstol Juan escribió,

Pues este es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos (1 Juan 5:3).

¿Cómo no le vamos a amar cuando entendemos lo que ha hecho por nosotros? ¿Cómo no vamos a experimentar gratitud por su maravillosa auto negación a nuestro favor? ¿Cómo no buscar complacerle si nos ama tanto?

Imaginemos por un momento que estamos cruzando la calle en una esquina muy concurrida e inadvertidamente damos un paso al frente hacia un bus que se aproxima. Un peatón se lanza hacia usted, empujándolo y sacándolo del momento de peligro, pero él mismo es atropellado por el bus. Lo llevan rápidamente al hospital, en donde se entera que estará en silla de ruedas por el resto de su vida.

¿No estaría usted agradecido con el que salvó su vida a un costo tan alto para él? ¿No sentiría una obligación de retribuirle en algo su acción cuando en realidad usted sabe que no puede recompensarle con nada? Su cariño por aquel que le mostró tanto amor le motivaría a hacer lo que fuera por él. Si él deseara algo, usted haría lo que estuviera a su alcance para proveerlo. Eso mismo es lo que sucede con aquellos que creen en Jesús. No pueden sino amarlo, y porque le aman, luchan para complacerle con su obediencia.

La esperanza de la recompensa

Una segunda motivación que Dios provee a aquellos que le obedecen es la esperanza de la recompensa. Indudablemente, la salvación nos es dada por la gracia de Dios. Esto no significa que no recibamos otras bendiciones como respuesta a nuestras obras. Repetidamente hallamos promesas de bendiciones presentes y futuras en la Escritura como recompensa a los obedientes. Pablo escribió que la “piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera” (1 Ti. 4:8). En verdad, Dios es “galardonador de los que le buscan” (He. 11:6).

La esperanza de la recompensa puede ser considerada como una motivación egoísta, difícilmente virtuosa comparada con la motivación por puro amor a Dios. ¿No preferiría el Señor que le sirviéramos por amor, más bien que por beneficio personal (tan claramente ejemplificado por las pruebas de Job)?

Mi tendencia es a pensar así. No obstante, Dios fue el que inició el programa de recompensas por la obediencia. Como cualquier buen padre, preferiría que sus hijos le obedecieran motivados por el amor, pero Él sabe, como la mayoría de los padres, que el amor filial es a menudo insuficiente. Los padres frecuentemente prometen a sus hijos recompensas por buena conducta, y funciona. Además, las recompensas terrenas que recibimos glorifican la bondad de nuestro Dios que anhela bendecir a sus hijos.

También debemos tener en mente que el egoísmo sirve a nuestros intereses a expensas de otros. Es así como no todo lo que beneficia a una persona es necesariamente una acción egoísta. Sin un ápice de desaprobación, la Escritura describe a los cristianos genuinos como aquellos que “perseverando en buen hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad” (Ro. 2:7, énfasis del autor). La mayoría de nosotros, supongo, creímos en Cristo por interés propio—queremos ir al cielo y alejarnos del infierno. No obstante, nuestro acto de creer en Cristo difícilmente puede ser considerado egoísta. El hecho de que recibamos vida eterna no impide a otros recibir la misma bendición. Más bien, se podría considerar que al recibir al Señor en nuestras vidas, de alguna manera provocamos que otros sean salvos también. Por consiguiente, el recibir la salvación debido al interés propio no puede ser percibido como egoísta. Esto también es cierto en lo concerniente a las recompensas que Dios promete a los piadosos. No vienen a expensas de otros. Ni la gracia de Dios ni sus recompensas son limitadas. No estamos compitiendo con otros por un trozo del pastel.

Si esto es así, el deseo por la recompensa no debería ser considerado pecaminoso, equivocado o egoísta, especialmente porque Dios es el gestor y el que promete las recompensas. Si estuviera mal el desear la recompensa que Dios promete, entonces Él sería culpable de incitarnos a hacer el mal, haciéndole pecador. Eso, por supuesto, es imposible.

Recompensa de acuerdo con los hechos

A través de la Escritura, a los piadosos se les promete recompensas especiales por la obediencia. Por ejemplo, sabemos que en el futuro reino al retorno de Cristo, Dios va a recompensar a cada uno según sus obras:

Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras (Mt. 16:27).

He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra (Ap. 22:12, énfasis del autor).

La recompensa y premios de los que habló Jesús no sólo incluye retribuciones generales que todos los salvos o los no salvos compartirán mutuamente, tales como el cielo o el infierno. Las retribuciones también incluyen recompensas específicas e individuales basadas en los hechos particulares de cada persona. Pablo, al escribir sobre los ministerios de Apolo y el suyo propio, afirmó,

Y el que planta y el que riega son una misma cosa; aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor (1 Co. 3:8, énfasis del autor; ver también versículos 9-15).

Nuestras recompensas futuras se basarán en nuestras propias obras, tomando en cuenta nuestros dones particulares, talentos, y oportunidades. La parábola de Jesús sobre los talentos nos brinda mucha claridad en este asunto (ver Mt. 25:14-30). Dios espera más de aquellos a los que les ha dado más. Jesús dice, “al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá” (Lc. 12:48).

La Escritura no siempre es totalmente transparente en lo que respecta a cuándo los piadosos serán recompensados. Se ve claramente que algunas promesas son para esta vida, en tanto que otras son para la próxima. Algunas son ambiguas. Primero, consideremos algunas que aparentemente prometen recompensas en esta vida:

Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra (Ef. 6:2-3, énfasis del autor).

No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados. Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán [ los hombres][8] en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir (Lucas 6:37-38).

Porque: El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño” (1 Pe. 3:10, énfasis del autor).

Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace (Santiago 1:25, énfasis del autor).

Aquí hay algunos ejemplos de promesas que visiblemente tienen aplicación para nuestras vidas futuras:

Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos; y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos (Lucas 14:13-14, énfasis del autor).

Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros (Mt. 5:12, énfasis del autor).

Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye (Lucas 12:33,énfasis del autor).

Las recompensas celestiales aparentemente consisten de elogios de parte de Dios así como de mayores oportunidades para servirle a Él, dos cosas que los verdaderos discípulos anhelan por encima de todo.

Las recompensas terrenas, sin embargo, deben ser entendidas como bendiciones. ¡No limite las bendiciones de Dios a solamente sentimientos internos de felicidad o escalofríos por su espalda!

Finalmente, aquí presentamos unas cuantas promesas cuyo tiempo para su cumplimiento es ambiguo:

Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque él es benigno para con los ingratos y malos (Lucas 6:35, énfasis del autor).

Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará… Más tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará… Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará (Mt. 6:3-4, 6, 17-18, énfasis del autor).

Sirviendo de buena voluntad, como al señor y no a los hombres, sabiendo que el bien que cada uno hiciere, ése recibirá del Señor, sea siervo o sea libre (Ef. 6:7-8), énfasis del autor).

Dios lleva un registro de todas las buenas obras, aun de las más pequeñas, con planes para dar recompensa por ellas:

Y cualquiera que os diere un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que no perderá su recompensa (Marcos 9:41).

¿Desea disfrutar más bendiciones de parte de su Padre celestial, tanto ahora como en el cielo? ¡Por supuesto que sí! Entonces obedézcale más, y será recompensado. Jesús dijo, “Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan (Lucas 11:28, énfasis del autor).

Temor de la disciplina

Además del amor de Dios y la esperanza de la recompensa, existe por lo menos una manera más en que Dios motiva a sus hijos a ser obedientes: a través del temor a la disciplina. Sospecho que esta tercera motivación es la que Dios prefiere no usar con frecuencia. No obstante, es ciertamente válida y bíblica. La mayoría de los padres usan las tres maneras de motivar a sus hijos a ser obedientes, y ninguna de ellas es censurable.

Contrario a esto, algunos argumentan que temer a Dios es incompatible con amar a Dios. ¿Acaso no dice la Escritura que “el perfecto amor echa fuera el temor”? (1 Jn. 4:18).

El temor del que habló Juan el cual es eliminado por el amor no es el mismo que el temor reverente hacia Dios. Es el temor al castigo eterno que inicia “el día del juicio” (1 Juan 4:17). Si ya se ha entendido y recibido el amor de Dios, y ahora se vive en su amor (ver Juan 15:10), no hay por qué temer al infierno que antes merecimos.

El amar no es incompatible con el temer a Dios de acuerdo con el Nuevo Testamento. A los creyentes se les ha ordenado temer a Dios (ver 1 Pe. 2:17). Se les ha dicho que deben estar sujetos unos a otros “en el temor de Dios” (Ef. 5:21), para que “os ocupéis en vuestra salvación con temor y temblor” (Fil. 2:12), y perfeccionen su santidad “en el temor de Dios” (2 Co. 7:1). Pedro amonestó a los destinatarios de su primera carta a conducirse con temor durante su estancia en la tierra, sabiendo que Dios imparcialmente juzgaría a cada uno según sus obras (ver 1 Pe. 1:17).

Disciplina en Corinto

Desgraciadamente, la disciplina de Dios es un concepto extraño para muchos cristianos profesantes, pero no es extraño hallarlo en la Biblia. Desde Adán y Eva hasta Ananías y Safira, desde los israelitas que murieron en el desierto hasta los cristianos que estaban enfermos en Corinto, la disciplina de Dios es revelada en la Escritura. A veces su disciplina puede ser severa cuando hay una buena razón para ello. Consideremos las palabras importantes de Pablo a los creyentes corintios:

De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí. Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen. Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados por el mundo (1 Co. 11:27-32), énfasis del autor).

Primeramente, nótese que como resultado de la disciplina de Dios, a la cual Pablo se refiere también como el juicio de Dios, algunos de los corintios estaban enfermos y débiles. Algunos inclusive habían muerto.

¿Y cuál era la razón para el juicio de Dios? Estaban tomando la cena del Señor “indignamente” (11:27). ¿Qué quiso decir Pablo? Del contexto, podemos concluir con seguridad que el se refería a tomar la cena del Señor estando en desobediencia al Señor. Por ejemplo, Pablo escribió que primeramente debemos examinarnos a nosotros mismos antes de la Comunión, y advertidos de que estamos en peligro de juicio si no “discernimos el cuerpo del Señor (11:29). Sería razonable concluir que, “discernir el cuerpo” correctamente, sería equivalente a otras afirmaciones similares, esto es, aquellas que dicen que debemos examinarnos y juzgarnos a nosotros mismos. Sabemos que son “las obras de la carne” las que nos meten en problemas (ver Ro. 8:12-14; 1 Co. 9:27). “Discernir el cuerpo” correctamente debe significar el reconocer y someter la naturaleza pecaminosa que contiende contra el Espíritu. Podemos evitar el juicio de Dios si nos juzgamos a nosotros mismos, esto es, si no cedemos a la naturaleza pecaminosa, nos examinamos continuamente y, si es necesario, confesamos nuestros pecados.

¿Pueden los cristianos ir al infierno?

Dios nos disciplina, como Pablo escribió, “para que no seamos condenados con el mundo” (11:32). El mundo, por supuesto, será condenado eternamente. Por este motivo Dios disciplina a los creyentes pecadores para que no vayan al infierno (indicando de nuevo que el cielo es sólo para los santos).

Esto hace surgir varias preguntas importantes. La primera es: ¿Existe realmente el peligro de que un creyente pueda ir al infierno?

La respuesta es sí. Si un creyente auténtico regresa a cometer los “pecados que excluyen”, aquellos que, si se practican, la Escritura garantiza que será excluido del reino de Dios (ver 1 Co. 5:11; 6:9-10, Ga. 5:19-21, Ef. 5:5-6), perderá la vida eterna. Dios no nos ha quitado nuestro libre albedrío ni nuestra capacidad de pecar. Contrario a lo que muchos maestros modernos enseñan, la Biblia indica que cualquier creyente que consistentemente camina en la vieja naturaleza pecaminosa, en lo que la Escritura llama la carne, está en peligro de muerte espiritual. Al escribir a los cristianos, Pablo dijo:

Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios (Ro. 8:12-14, énfasis del autor).

Por lo menos por dos razones debemos concluir que Pablo se estaba dirigiendo a los creyentes cristianos espiritualmente vivos.

Primeramente, notemos que él se dirigió a ellos como hermanos.

En segundo lugar, ellos tenían la capacidad de matar las obras de la carne por medio del Espíritu, lo cual es algo que sólo los creyentes habitados por el Santo Espíritu pueden hacer.

Véase que Pablo advirtió a los cristianos romanos que si vivían conforme a la carne, debían morir. ¿Se refería él a la muerte física o espiritual? Es lógico inferir que se refería a la muerte espiritual, ya que todos, aun aquellos que “están matando las obras de la carne”, van a morir físicamente tarde o temprano. ¿Y no es también verdad que aquellos que “viven de acuerdo a la carne” a menudo continúan disfrutando de la vida física por un largo tiempo?

La única conclusión apropiada que se puede sacar de estos hechos es que los cristianos verdaderos pueden morir espiritualmente al “vivir conforme a la carne”. Por tanto, “las listas excluyentes de Pablo” de 1 Co. 6:9-10, Ga. 5:19-21 y Ef. 5:5-6 no se deben considerar como aplicables únicamente para aquellos que no tienen fe en Jesús. Son igualmente aplicables para aquellos que sí profesan la fe en Cristo. (De hecho, dentro de su contexto, las “listas excluyentes” se escriben como advertencias a los creyentes). Son aquellos que son guiados por el Espíritu, y no por la carne, los que se constituyen en verdaderos hijos de Dios, como tan claramente lo dijera Pablo (ver Ro. 8:14).

Prueba adicional de que los cristianos pueden morir espiritualmente

Pablo escribió palabras similares a los cristianos gálatas. Luego de advertirles que aquellos que practicaban “las obras de la carne” no heredarían el reino de Dios, él dijo:

No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos (Ga. 6:7-9, énfasis del autor).

Adviértase las dos personas que se contrastan. La una siembra para su propia carne y la otra para el Espíritu. La primera siega corrupción (la Nueva Versión Internacional (NIV, por sus siglas en inglés) traduce corrupción como “destrucción”) y la otra siega vida eterna. Si la corrupción (destrucción) es lo opuesto a la vida eterna, entonces se debe referir a muerte espiritual. Por favor, tome en cuenta que el segar vida eterna se promete sólo a aquellos que siembran para el Espíritu y que continúan sembrando para el Espíritu. Los que siembran para la carne no segarán vida eterna, sino destrucción. Como lo señaló Pablo, “no os engañéis” acerca de esto (Ga. 6:7). No obstante aun hoy día muchos siguen engañados.

El sembrar para la carne era un asunto de interés para el apóstol Pablo, quien, como cualquier cristiano auténtico, aún poseía una naturaleza pecaminosa. Él le escribió a los corintios:

Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado (1 Co. 9:25-27, énfasis del autor).

Como los atletas olímpicos, debemos ejercitar el dominio propio si esperamos recibir nuestro premio imperecedero. Pablo dice que él golpeaba su cuerpo y lo esclavizaba, ya que si no lo hacía, estaba en peligro de ser “eliminado”.[9] Cuando alguien es descalificado, no hay esperanza de que pueda ganar. El contexto inmediato de las palabras de Pablo aclara que él no estaba preocupado por la posibilidad de perder otras oportunidades para servir o para recompensas celestiales, sino por perder su salvación. De hecho, en los versos que siguen (1 Co. 10:1-14), Pablo advierte a los corintios cristianos para que no sigan el trágico ejemplo de los israelitas quienes, aunque eran inicialmente bendecidos y privilegiados, finalmente perecieron en el desierto porque no continuaron en fe obediente. A diferencia de los israelitas que perecieron, probando a Dios y quejándose, los creyentes en Corinto debían huir de la avaricia, la idolatría, la inmoralidad (pecados que Pablo incluyó en su lista de 6:9-10); por tanto, se les advierte que “el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Co. 10:12).

Santiago agrega su “amén”

Considere también lo que Santiago escribió a los creyentes cristianos acerca de perseverar en la prueba. Aquellos que perseveran exitosamente son los que recibirán “la corona de la vida”, esto es, la salvación.[10] Aquellos que regresan al pecado habitual morirán:

Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman. Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado da a luz la muerte. Amados hermanos míos, no erréis (Stg. 1:12-16, énfasis del autor).

Santiago nos dice que no es Dios quien nos tienta, sino “cada uno es tentado cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido” (1:14) por sus propios deseos. El resultado es que cuando “la concupiscencia ha concebido, da a luz el pecado” (1:15). Finalmente, cuando el pecado es “consumado”, da a luz la muerte. Cuanto tiempo se necesita para que el pecado sea consumado y resulte en muerte es cuestión de conjeturas. Ciertamente, un único pecado cometido por un creyente no resulta en muerte espiritual inmediata. El persistir en el pecado, sin embargo, o el hábito de caminar en las obras de la carne resulta eventualmente en muerte espiritual. Santiago nos señala que no debemos errar en esto.

De nuevo, ¿cómo podría Santiago advertir acerca de la muerte física en oposición a la muerte espiritual, como algunos afirman? Todos morirán físicamente, el pecador y el santo.

Más aún, ¿cómo pueden algunos decir que Santiago se está dirigiendo a los incrédulos en este pasaje? No es posible que el pecado “de a luz la muerte” en ellos, ya que ellos están muertos “en sus delitos y pecados” (Ef. 2:1). Santiago claramente se dirigía a los cristianos, “amados hermanos” (Stg. 1:16, énfasis del autor).

Santiago escribió también al final de su epístola:

Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que hace volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados (Stg. 5:19-20).

Veamos como en este pasaje Santiago se dirigía a sus hermanos. Él dijo que “si alguno de vosotros se ha extraviado de la verdad”, entonces, debía estarse dirigiendo a hermanos creyentes en la fe quienes anteriormente estaban en la verdad pero ahora se habían extraviado de ésta. No se habían extraviado sólo en cuestiones de doctrina lo cual está claro en las palabras de Santiago “el que hace volver al pecador del error de su camino” (5:20). Estas personas se habían extraviado de su camino de santidad.

Sin embargo, si hacemos volver a alguno de su error como lo describe Santiago, “salvaremos su alma de la muerte”. No dijo Santiago en ningún momento que salvaríamos su cuerpo de la muerte, sino su alma. De nuevo, la única conclusión honesta que podemos sacar es que Santiago creía que una persona espiritualmente viva podría, en última instancia, morir espiritualmente si retornaba a la práctica del pecado.

Pedro se une al coro

No sólo Pablo y Santiago estaban de acuerdo en este asunto, sino también Pedro. Él escribió a los creyentes sobre la seducción de los falsos maestros,

Pues hablando palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencias de la carne y disoluciones a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error. Les prometen libertad y son ellos mismos esclavos de corrupción. Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció. Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado. Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno (2 Pe. 18-22, énfasis del autor).

Inicialmente, observe que Pedro escribió que los falsos maestros persuaden a “los que habían huido de los que viven en error” (2:18). Pedro ciertamente escribía acerca de cristianos genuinos, ya que sí escaparon, aunque con dificultad, de aquellos que vivían en error, los no creyentes. Pedro también dice que habían “escapado de las contaminaciones del mundo por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo” (2:20). Eso sólo puede significar que habían nacido de nuevo y ya no practicaban el pecado. (Veamos con cuidado lo que Pedro consideraba que era la marca del creyente auténtico.) Estaban espiritualmente vivos.

No obstante, Pedro escribió que estas personas estaban de nuevo “enredadas” en lo que antes les contaminaba y fueron “vencidas” (2:20). El resultado fue que su postrer estado viene a ser peor que el primero” (2:20). Si ese era el caso, ¿podrían estar aún vivos espiritualmente y en camino al cielo? No lo creo así. Pedro les compara a perros que vuelven a su vómito y a cerdos que se revuelcan en el barro. ¿Pensaremos que estas personas están espiritualmente vivas, que son hijos de Dios habitados por su Santo Espíritu, y que van camino al cielo?[11]

El testimonio de Juan

El apóstol Juan en verdad creía que una persona viva espiritualmente podría llegar a estar espiritualmente muerta:

Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida. Toda injusticia es pecado; pero hay pecado no de muerte… Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca (1 Jn. 5:16-18).

Lo primero que debemos notar es que Juan hablaba de cristianos que cometían pecado.

En segundo lugar, vemos que Juan no creía que todo pecado que un cristiano pueda cometer resultaría inmediatamente en su muerte, como algunos extremistas dicen. Sin embargo, Juan creía que existía “un pecado de muerte” y que no tenía mucho sentido orar por un hermano que cometía dicho pecado. Podríamos debatir acerca de cuál era ese pecado, pero por ahora es suficiente decir que tal pecado existe.

¿Acaso Juan quiso decir que hay un pecado que lleva a la muerte física? Muchos piensan así, primordialmente porque su teología no deja posibilidad para que una persona que está espiritualmente viva muera espiritualmente. No obstante, cuando estudiamos el pasaje antes y después de las declaraciones de Juan, la vida eterna es lo que él claramente tenía en mente cuando escribía (ver 1 Juan 5:13, 20). El pecado de muerte es aquel que pone fin a la vida eterna.

Jesús advirtió a sus seguidores sobre el infierno

Jesús también creía que la salvación presente no era una garantía absoluta de la salvación futura. Advirtió a sus propios discípulos de temer “más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mt. 10:28). Consideremos además sus palabras registradas en Lucas 12:35-46, también dirigidas a sus propios discípulos:

Estén ceñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas; y vosotros sed semejantes a hombres que aguardan a que su señor regrese de las bodas, para que cuando llegue y llame, le abran en seguida. Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando; de cierto os digo que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y vendrá a servirles. Y aunque venga a la segunda vigilia, y aunque venga a la tercera vigilia, si los hallare así, bienaventurados son aquellos siervos. Pero sabed esto, que si supiese el padre de familia a qué hora el ladrón había de venir, velaría ciertamente, y no dejaría minar su casa. Vosotros, pues, también, estad preparados, porque a la hora que no penséis, el Hijo del Hombre vendrá.

Entonces Pedro le dijo: Señor, ¿dices esa parábola a nosotros, o también a todos? Y dijo el Señor: ¿Quién es el mayordomo fiel y prudente al cual su señor pondrá sobre su casa, para que a tiempo les dé su ración? Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así. En verdad les digo que le pondrá sobre todos sus bienes. Mas si aquel siervo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir; y comenzare a golpear a los criados y a las criadas, y a comer y beber y embriagarse, vendrá el señor de aquel siervo en día que éste no espera, y a la hora que no sabe, y le castigará duramente, y le pondrá con los infieles (énfasis del autor).

Mateo registró esta misma advertencia hecha por Jesús, incluyendo su elaboración acerca del destino final del siervo infiel: “allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mt. 24:51). De este modo, de acuerdo con Jesús, alguno que antes haya servido al señor, su Amo, aún puede ser condenado si retorna a un estilo de vida de pecado.

Observemos que Jesús visiblemente dirigía su parábola a sus discípulos, como se revela en Lucas 12:22 y 41. La salvación presente no es una garantía de la salvación futura. Debemos continuar en una fe viva. Las dos parábolas que siguen en el evangelio de Mateo, la de las Diez Vírgenes y la de los Talentos, también sirven para ilustrar este hecho (ver Mt. 25:1-30).

El punto que Jesús quería ilustrar en esta parábola es muy claro. Esto es, algunos que se suscriben a la falsa doctrina de seguridad eterna incondicional se ven forzados a concluir que “las tinieblas de afuera”, en donde hay “lloro y crujir de dientes”, se refieren a un lugar en el cielo en donde los cristianos menos fieles ¡temporalmente lamentarán su pérdida de las recompensas celestiales![12]

Una vez Jesús también advirtió a la iglesia de Sardis del peligro de que miembros nacidos de nuevo murieran espiritualmente. Aparentemente, la mayoría de los cristianos en Sardis habían retornado a la práctica del pecado; por lo tanto, estaban en grave peligro de que no fueran ataviados con vestiduras blancas, de que Jesús no les confesara delante de su Padre, y de que sus nombres fueran borrados del libro de la vida. Aun así, había tiempo para que se arrepintieran. Lea lenta y honestamente:

Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto. Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios. Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; y guárdalo, y arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti. Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras; y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas. El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles (Ap. 3:1-5, énfasis del autor).

A la luz de todo lo que Jesús, Pedro, Santiago, Juan y Pablo enseñaron, ¿cómo es que tantos maestros modernos mantienen que si una persona es verdaderamente salva, no puede perder su salvación, sin importar cómo viva? Esta es la mentira original del diablo, cuando le dice a una persona espiritualmente viva que estaba reconsiderando pecar, “no moriréis” (Gn. 3:4). ¿Por qué más cristianos no reconocen la mentira original del diablo en la cual incurre la falsa doctrina moderna?[13]

Cuando un creyente deja de creer

La práctica de la injusticia no es el único peligro para los creyentes. Si un creyente genuino deja de creer, perderá su salvación, ya que la salvación se promete solamente a aquellos que creen y continúan creyendo. En referencia a la salvación, el Nuevo Testamento Griego a menudo usa la palabra creer en un tiempo verbal continuo. La salvación es para aquellos que creen y continúan creyendo, no para los que creyeron en algún momento del tiempo pasado. Por esta razón y otras, el Nuevo Testamento está lleno de advertencias que exhortan a los creyentes a continuar en las sendas de justicia. Jesús advirtió a sus propios discípulos que “el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mt. 10:22).

Obsérvese el condicional si en las palabras de Pablo a los cristianos Colosenses:

Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él; si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo (Col. 1:21-23, énfasis del autor).

Muchos Calvinistas afirman que Pablo quiso decir que todos los cristianos continuarán perseverando en la fe hasta la muerte, y si en algún momento dejan de creer, esto prueba que en verdad nunca creyeron y no fueron realmente salvos. Debido a los muchos creyentes que han producido fruto quienes aparentemente se apartan, algunos Calvinistas también mantienen que un cristiano falso, en quien, por supuesto, no habita el Santo Espíritu, puede parecer auténtico. Él puede aun demostrar que produce más fruto que otros creyentes genuinos, mas al final irá al infierno porque nunca tuvo fe salvadora. Así, el Calvinista que es fiel a su teología siempre debe vivir con la posibilidad de que su fe podría tornarse falsa si en algún momento deja de creer. Si la única fe genuina es la fe que persevera hasta la muerte, entonces un calvinista nunca estará seguro de su salvación, ya que no sabrá si su fe es genuina hasta que exhale el último suspiro. Sólo entonces sabrá él que su fe perseveró hasta el final, probando así que era verdadera.

Esta no es la teoría que Pablo tenía en mente en Colosenses 1:23. Él quería que los cristianos colosenses supieran que en el presente estaban reconciliados con Dios, y que podrían mantener su posición sin mancha ante Él si continuaban creyendo.

Observe el condicional si de Pablo en relación con la salvación de los corintios:

Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos (1 Co. 15:1-2, énfasis del autor).

Pablo les aseguró su salvación afirmada en su fe. Permanecerían salvos si se apegaban al evangelio. Él no dijo que el tiempo diría si eran salvos si perseveraban en la fe hasta la muerte.

Guarde su corazón contra la incredulidad

El escritor del libro de los Hebreos nos advierte acerca de los peligros reales de permitir a la incredulidad o al pecado acercarse a nuestras vidas. Obsérvese que él dirigió sus palabras a hermanos cristianos:[14]

Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio (He. 3:12-14, énfasis del autor).

Somos “participantes de Cristo” en tanto que “retengamos firme” la fe. El pecado tiene la habilidad de engañarnos y endurecernos, así que debemos estar alertas para que el pecado y la incredulidad no nos envuelvan.

Más tarde en esta epístola, el autor del libro de los Hebreos citó uno de los más conocidos versículos del Viejo Testamento, Habacuc 2:4, y luego agregó su comentario inspirado:

Mas el justo por su fe vivirá; y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma (He. 10:38-39, énfasis del autor).

¿Podría acaso estar más claro?

Injertados y cortados

Entre otras muchas escrituras, Romanos 11:13-24 también sobresale como prueba de que los creyentes genuinos pueden perder la salvación si abandonan su fe. Esto, cualquier creyente honesto tendrá que admitirlo:

Porque a vosotros hablo, gentiles. Por cuanto yo soy apóstol a los gentiles, honro mi ministerio, por si en alguna manera pueda provocar a celos a los de mi sangre, y hacer salvos a algunos de ellos. Porque si su exclusión es la reconciliación del mundo, ¿qué será su admisión, sino vida de entre los muertos? Si las primicias son santas, también lo es la masa restante; y si la raíz es santa, también lo son las ramas. Pues si algunas de las ramas [judíos] fueron desgajadas, y tu, siendo olivo silvestre [un gentil], has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica sabia del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabes que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. Pues las ramas dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado. Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tu por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado. Y aun ellos, si no permanecieren en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar. Porque si tu fuiste cortado del que por naturaleza es olivo silvestre, y contra naturaleza fuiste injertado en el buen olivo, ¿cuánto más éstos, que son las ramas naturales, serán injertados en su propio olivo? (Ro. 11:13-24, énfasis del autor).

Ciertamente, existe la posibilidad de perder la posición en el árbol de la salvación de Dios. Nos sostenemos por nuestra fe y se nos garantiza nuestro lugar sólo si “permanecemos en su bondad” (11:22).[15]

De regreso a la disciplina de Dios

Sin olvidar nada de esto, regresemos a las palabras de Pablo acerca de la disciplina de Dios en 1 Corintios 11:27-34 y hagamos otra pregunta: ¿Garantiza la disciplina de Dios de que un cristiano que peca se arrepentirá y no será condenado junto con el mundo?

La respuesta es no por varias razones. Primera, por lo que dicen las muchas escrituras que acabamos de estudiar, las cuales indican que un creyente auténtico puede perder su salvación al abandonar su fe o al retornar a la práctica de la injusticia. Cualquier creyente que se desvía es, sin duda, el objeto del amor de Dios, y la Escritura nos enseña que Él disciplina a aquellos que ama (ver He. 12:6). Sin embargo, ya que es claramente posible que los creyentes se vuelvan a la injusticia o a la incredulidad y mueran espiritualmente, sólo podemos concluir que la disciplina de Dios no siempre devuelve a aquellos que se extravían.

Segunda, Dios nunca toma dominio sobre nuestro libre albedrío en lo que concierne a nuestra salvación. Si no deseamos servirle, no tenemos que hacerlo, y la Biblia contiene muchos ejemplos de aquellos que Dios disciplinó y que no se arrepintieron. El Rey Asa, por ejemplo, era un hombre que inicialmente era un rey piadoso. Más tarde en su vida, sin embargo, él pecó, y se negó a arrepentirse aun cuando sufrió la disciplina de Dios, dispensada por medio de una enfermedad en sus pies. Al final murió de aquella enfermedad (ver 2 Cr. 14-16).

Es muy posible, de acuerdo con el autor del libro de Hebreos, que los hijos de Dios respondan negativamente a su disciplina:

Y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él… Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos?

Cuando nuestro padre nos disciplina, podemos verlo “livianamente”, es decir, ignorarlo, o “desmayarnos”, es decir, ser vencidos por ello y retirarnos. Dios, sin embargo, desea que nos sometamos a su disciplina y “vivamos”. Claramente, la implicación es que si no nos sometemos, no viviremos, sino que moriremos. El autor debe haber estado escribiendo acerca de vida epiritual (y por implicación, de muerte espiritual), simplemente porque aun los cristianos obedientes mueren físicamente, sin mencionar el hecho de que muchos que no se sujetan “al Padre de los espíritus” continúan viviendo por un largo tiempo.

Esto nos lleva a nuestra siguiente pregunta: ¿Y qué de la muerte física prematura? Si esa es una forma de la disciplina de Dios, cuyo propósito es que nosotros “no seamos condenados junto con el mundo”, ¿no traería el Señor a cada creyente pecador a casa, al cielo antes de que muera espiritualmente?

Si así fuera siempre el caso, entonces sería imposible que una persona perdiera su salvación. Si una persona es salva, no tendría que preocuparse acerca de abandonar su fe o de retornar a la práctica del pecado, ya que podría descansar en la seguridad de que el Señor cortaría su vida antes de que muera espiritualmente y pierda su salvación. Esta idea se opone a las muchas escrituras que visiblemente indican que una persona que es salva puede perder su salvación. ¿Entonces, cuál es la respuesta?

Tal vez un ejemplo de la experiencia humana puede ayudarnos: Un ciudadano puede infringir la ley y sufrir la disciplina del gobierno. Si él, sin embargo, se va del país, se ha aislado de la jurisdicción del gobierno. Consecuentemente, ni sufre su ira ni disfruta de los beneficios compartidos por todos los ciudadanos.

Otro ejemplo: Un hijo puede desobedecer a su padre y soportar su amorosa disciplina. Pero si el hijo se escapa de casa para deleitarse en aquello que el padre desaprueba, ya no necesita temer la disciplina de su padre. Él mismo se ha separado de la familia. Así, también, aquellos que abandonan su fe o retornan con entusiasmo a seguir la carne, el bienestar de la disciplina prometida y, si fuera necesario, la muerte prematura, no aplican. Han perdido todo lo que les pertenecía. Por supuesto, podrían muy bien morir prematuramente, pero su destino final no sería el cielo.

Sin embargo, aquellos hijos de Dios que se tambalean en el pecado pero cuyos corazones aún se inclinan para servir al Señor, se colocan en una posición en que pueden ser disciplinados por su Padre si no se juzgan a sí mismos por medio de la confesión y el arrepentimiento. Estos hijos a menudo son obedientes: no se escapan ni abandonan a su familia, pero son desobedientes hasta cierto grado. Si persisten en su desobediencia, sin confesar ni arrepentirse de su pecado, podrían ser juzgados por medio de una muerte física prematura, pero son aún salvos cuando mueren.

Por ejemplo, Dios puede llamar a uno de sus hijos para que sea pastor. Si ese hijo de Dios se resiste al llamado, podría sufrir la disciplina de Dios en cierto modo. Si persiste en su desobediencia, podría sufrir una muerte prematura, aun así siempre iría al cielo. No “vivía de acuerdo a la carne”, pero “por el Espíritu daba muerte a las obras de la carne”. Tenía fruto en su vida, pero no cumplía con lo que Dios esperaba. Entonces, él no es como el cristiano que abandonaba su fe o retornaba a la práctica del pecado.

Podemos preguntar, “¿Qué hay de malo en morir prematuramente e ir al cielo? ¿No suena eso más como una recompensa que como un castigo?”

Tal pregunta revela nuestra falta de entendimiento acerca de la magnitud de las recompensas que Dios tiene para los justos en la vida venidera. Si aun el dar un vaso de agua fría será recompensado; si el soportar pacientemente la “leve tribulación momentánea” nos traerá “un excelente y eterno peso de gloria” (2 Co. 4:17); si al compartir con aquellos en necesidad podemos hacernos “tesoros en el cielo” (Lucas 12:33), entonces cada segundo extra que sirvamos a Dios en la tierra debería ser considerado como una oportunidad sin paralelo. Qué triste es cuando perdemos el tiempo que nunca podremos recuperar. En el futuro, miraríamos atrás con tristeza. ¿Cuánto más cierto sería esto de aquellos que mueren prematuramente y no tuvieron más oportunidades para servir al Señor en la tierra?

¿Son todas las enfermedades una indicación de la disciplina de Dios?

Claramente, de lo que Pablo escribió a los corintios, la debilidad, la enfermedad, y la muerte prematura, todas pueden ser manifestaciones de la disciplina de Dios. Aunque sería un tanto inseguro concluir que toda debilidad, enfermedad o muerte prematura sea una segura indicación de la disciplina de Dios, existen muchas otras escrituras además de 1 Corintios 11:27-32 que atestiguan de esa posibilidad.[16] Así pues, cualquier cristiano que se encuentre sufriendo físicamente sería sabio si invirtiera algún tiempo en un auto examen. Si estamos sufriendo la disciplina de Dios, nos parecería improbable que encontráramos alivio físico duradero si no va unido al arrepentimiento y al perdón divino.

La disciplina de Dios puede ciertamente venir en otras formas que no sea la enfermedad física. Dios puede arreglar las circunstancias de maneras infinitas para cumplir sus propósitos. Jacob, quien en una oportunidad se hizo pasar por su hermano para engañar a su padre, se despertó un día casado con una mujer que ¡se hizo pasar por su prometida! Muchos cristianos desobedientes se han despertado en circunstancias similares, en tanto que el Señor les enseñaba la lección de la siembra y la cosecha.

Sobre todo, no debemos olvidar que la disciplina de Dios es una indicación de su amor por nosotros. El cristiano disciplinado no debe entretenerse con otros pensamientos diferentes a esta verdad. Jesús dijo, “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete” (Ap. 3:19, énfasis del autor). El escritor del libro de los Hebreos nos dice que Dios trata con nosotros tal y como un buen padre lo hace con su hijo:

Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar. Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado; y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo:

Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor,

Ni desmayes cuando eres reprendido por él;

Porque el Señor al que ama, disciplina,

Y azota a todo el que recibe por hijo.

Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquellos ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad. Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados (He. 12:3-11).

Si tomamos en consideración lo que acabamos de leer, ¡parecería que deberíamos estar más preocupados acerca de no ser disciplinados que de sí serlo! El autor de Hebreos escribió que “todos han sido participantes” de la disciplina de Dios, y aquellos que no lo han sido “son bastardos y no hijos” (12:8).

Dios desea que compartamos su santidad. Esta ha sido su intención desde el principio. El ser disciplinado no es divertido, pero luego de soportarlo, produce justicia en nuestras vidas. El salmista escribió, “Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba / Mas ahora guardo tu palabra… Bueno me es haber sido humillado / Para que aprenda tus estatutos” (Salmo 119:67, 71).

Cuando la iglesia administra la disciplina de Dios

Existe otro aspecto de la disciplina de Dios que necesitamos considerar. Este, también, es algo que Dios usa para motivarnos a ser santos. Es la disciplina administrada por la iglesia.

Tristemente, las palabras de Jesús en esa materia son rara vez obedecidas, mayormente porque el enfoque de muchas iglesias y de cristianos profesantes no es la santidad comunal o personal. No obstante, los verdaderos cristianos que luchan juntos para complacer al Señor no ignorarán lo que Jesús dijo:

Por tanto, si tu hermano peca contra ti, vé y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano (Mt. 18:15-17).

No es posible ignorar lo que sucedería si estos mandatos fueran obedecidos en todas las iglesias. Sin duda en muchas la asistencia bajaría significativamente. Evidentemente, como miembros del cuerpo de Cristo, somos responsables, no sólo de nuestra propia santidad, sino que cargamos responsabilidad por la santidad de otros creyentes y a la pureza de la iglesia de Cristo.

Parece razonable pensar que las palabras de Jesús en cuanto a la disciplina de la iglesia aplican en el caso en que un hermano peque contra nosotros personalmente, y no cuando un hermano peca en general. Esta interpretación es apoyada de alguna manera por las palabras de Jesús registradas en Lucas 17:3-4: “Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale” (énfasis del autor). Note que Jesús dice, “si pecare contra ti”. También, Jesús nos dijo que perdonásemos a cualquier hermano arrepentido a quien hayamos exhortado. Sólo podemos perdonar las ofensas personales de otros, no sus pecados en general. Más aún, notamos que inmediatamente después de las palabras de Jesús acerca de la disciplina de la iglesia en Mateo 18 está la parábola del siervo que no perdonó, provocada por la pregunta de Pedro acerca de cuán a menudo él debía perdonar a su hermano. Implícita en la pregunta de Pedro y en la respuesta de Jesús en la parábola está la idea de las ofensas personales.

La secuencia apropiada

“La disciplina de la iglesia”, por supuesto, rara vez debería involucrar a toda la iglesia.[17] Todo inicia con una persona que está dedicada a ser santa. Debe ser santa por lo menos por dos razones. Primera, si no es personalmente santo hasta cierto grado, jugaría el papel del hombre con un tronco en su ojo que trata de remover la paja del ojo del otro (ver Mt. 7:3-5). ¿Qué derecho tengo yo de corregir a un hermano que peca si yo soy peor?

Segunda, si la ofensa cometida es personal, entonces el ofendido debe ser lo suficientemente santo como para desear la reconciliación. Muchos de nosotros, cuando nos ofenden, hablamos de la ofensa con todo el mundo, menos con el ofensor, dando preferencia al chisme más que a la obra de la reconciliación. La Escritura nos advierte que, cuando hacemos esto, estamos en peligro de juicio (ver Mt. 7:1-2; Stg. 4:11; 5:9).

Imaginémonos que un creyente peca,[18] e imaginémonos que la ofensa es contra usted. Usted debería entonces confrontarle con amor, gentileza y humildad. En la mayoría de los casos descubrirá que el ofensor no se dio cuenta de lo que había hecho, y de inmediato pedirá perdón. Por supuesto, usted se verá obligado a otorgar el perdón, y en ese momento empieza a preguntarse si es que usted es muy sensible. Muchas “ofensas” que la gente “recibe” deberían de obviarse suponiendo que no era la intención del ofensor el hacer ningún daño. Por ejemplo, sólo porque a usted le parecía que su pastor trataba de evitarle en la iglesia no significa que esa era la realidad. Tal vez él estaba ocupado atendiendo a otros.

Otra posibilidad cuando confrontamos a un ofensor es que él puede ayudarnos a entender nuestra contribución en la reconciliación. Podría suceder que diga que lo que él hizo se originó debido a que usted le ofendió primero. Si ese fuera el caso, ¿no tendría él que haberse acercado a usted primero? Sin embargo, usted ahora podría entender cuál fue el origen del problema y necesita pedir perdón. Su hermano, entonces, estará obligado a perdonarle, y la reconciliación vendrá.

Pasos dos y tres

Pero digamos que nada de esto sucede, y el ofensor se niega a reconocer su culpa o a pedir perdón. Entonces usted debería tomar a “uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra” (Mt. 18.16).

Ciertamente, antes de que usted pueda convencer a uno o a dos de confrontar al ofensor, tendrá que convencerlos de su caso. Tal vez deseen interrogar al ofensor antes de unirse a su causa. Tal vez hasta se convenzan de que el supuesto ofensor es inocente y le corrijan a usted. Si ese es el caso, tendrá que ir a buscar el perdón del “ofensor”.

Si usted es capaz de convencer a uno o a dos de su caso, entonces juntos, deben confrontar al ofensor una vez más. Con un poco de suerte, su adhesión a usted debería ser suficiente para convencerle a que admita su error y pida perdón, que luego resulte en reconciliación.

Rara vez sucede, pero si el hermano se niega a aceptar su error, entonces el asunto debe ser llevado ante la iglesia.[19] Esto, por supuesto, requiere que los líderes de la iglesia se involucren; los cuales sin duda deberán investigar todo a conciencia antes de decidir unirse a su causa. De nuevo, existe la posibilidad de que puedan descubrir que hay quejas válidas de parte de ambos, y que ambas partes necesitan buscar el perdón mutuo. Sin embargo, si se unen a su causa, usted puede estar razonablemente seguro de que tiene una queja justificada en contra de su hermano.

Cuando él descubra que toda la iglesia se ha unido a su causa y planea confrontarle en público, él tiene dos opciones, arrepentirse o irse de la iglesia. Es muy improbable que tenga que ser expulsado. Jesús dijo que él debería ser tratado como un “gentil y publicano” (18:17). Esto es, debería ser tratado como alguien que no ha sido regenerado, ya que esa es la condición de esa persona. Alguien que en realidad ha nacido de nuevo no hubiera resistido la condena colectiva de toda la iglesia. Por lo tanto, debería ser tratado como un incrédulo—en necesidad de ser evangelizado y de nacer de nuevo.

Si el ofensor se arrepiente…

Si, en algún punto antes, durante, o después del proceso de disciplina de la iglesia, el ofensor le pide perdón, usted debe perdonarle, o usted experimentaría la disciplina de Dios. Unos segundos luego de que diera las instrucciones sobre la disciplina de la iglesia, Jesús contó una historia sobre un esclavo a quien su rey le perdonó una enorme deuda. Aun así, ese esclavo se negó a perdonar a otro esclavo que le debía una cantidad mucho menor, y pidió enviar a aquel esclavo a prisión. Cuando el rey oyó sobre la falta de perdón de su esclavo, se “encendió en ira” y “le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía” (Mt. 18:34). Jesús luego nos prometió, “Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” (Mt. 18:35).

Ciertamente, el esclavo que no perdonó, de nuevo se hizo responsable por su pasada deuda la cual nunca pudo pagar, y se halló a sí mismo en el mismo estado en el que estuvo antes: sin perdón. ¿Son las personas sin perdón salvas? Jesús solemnemente advirtió que a menos que perdonemos los pecados de otros, no seremos perdonados (ver Mt. 6:14-15).

Falso perdón

¿Tenemos obligación de perdonar a aquellos que nos ofenden, pero que nunca admiten sus ofensas? ¿Debemos tratar a los ofensores sin arrepentir como si nada hubiera pasado? Estas son preguntas importantes que invaden las mentes de muchos cristianos.

Primero, debemos darnos cuenta de que no puede haber verdadera reconciliación si no hay comunicación, arrepentimiento y perdón. Esto se entiende fácilmente en el contexto del matrimonio. Cuando un cónyuge ofende al otro, hay tensión entre ambos. Tal vez no se hablen. Uno de ellos duerme en el sofá.

¿Qué puede ayudar a restaurar su relación? Sólo la comunicación, el arrepentimiento y el perdón. Tal vez simplemente traten de ignorar lo que ha sucedido. Podrían forzarse a sonreír y a hablar de otros asuntos. Pero aún hay algo entre ellos. Su relación ha sido dañada, y permanecerá así hasta que haya comunicación, arrepentimiento y perdón.

Si sólo uno es el ofensor, el ofendido puede intentar “perdonar”, tratando de olvidar lo que ha sucedido y seguir en la vida como si nada hubiera pasado. Pero cada vez que él ve al ofensor, la ofensa salta a la mente. ¿Por qué no puedo perdonar? Ese es el pensamiento angustiante.

La razón es porque él o ella intenta lo imposible, haciendo lo que Dios mismo no practica. Dios sólo perdona a los que se arrepienten. Él no espera que un creyente ofendido pretenda que no ha habido una ofensa cometida en su contra, y aceptar que el ofensor es una bella persona sin faltas. Es por eso precisamente que Jesús nos instruyó para confrontar al ofensor y, si no se arrepiente, llevarlo entonces a los pasos de la disciplina eclesiástica. En cualquier momento del proceso, si el ofensor se arrepiente, le debemos perdonar. Si Jesús esperara que un creyente ofendido “perdonara” y siguiera adelante, nunca hubiera dicho lo que dijo acerca de la disciplina eclesiástica. De nuevo, Jesús dijo,

Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale (Lucas 17:3-4, énfasis del autor).

Es posible, y esperado, que los creyentes amen a todos, aun a los ofensores no arrepentidos, tal y como lo hace Dios. Pero el amarlos no requiere necesariamente el perdón incondicional. Dios ama a todos, pero no todos obtienen su perdón.

Casos imposibles

Pero ¿y qué si es imposible, debido a circunstancias más allá de su control, el seguir el proceso de la disciplina eclesiástica? Por ejemplo, usted ha sido ofendido seriamente por un creyente con influencias, tal como el pastor quien no le permite hacer una cita con él. O, usted confronta a un ofensor que se niega a arrepentirse, y usted no halla a nadie dispuesto a acompañarle en la segunda etapa.

En tales casos, las palabras de Pablo aplican: “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres” (Ro. 12:18). Haga lo que pueda hacer; eso es todo lo que Dios espera.

A pesar de la situación, el Señor siempre espera que “volvamos la otra mejilla” y “caminemos la milla extra”. Como se dijo anteriormente, esto no significa que debemos permitir que nos abusen, sino solamente que debemos ir más allá de lo que la gente normalmente espera. Esto es verdad cuando tratamos con incrédulos quienes no han declarado ser seguidores de Cristo, de modo que llevarles a través del proceso ordenado por Dios para la iglesia sería imprudente.

Como ya dije antes, aunque Dios no perdona a nadie a menos que se arrepienta, Él aún ama a los que no se han arrepentido y deseosamente espera con los brazos abiertos recibirles en cualquier momento. Esta debe ser nuestra actitud hacia cualquier ofensor no arrepentido. No podemos perdonarle hasta que se arrepienta, pero podemos amarle, orar por él, y esperar con los brazos abiertos llenos de amor. El padre del hijo pródigo no fue a tierras distantes a ofrecerle a su hijo un préstamo a bajo interés, pero tampoco le volvió la espalda cuando vio a su hijo llegar a casa lleno de vergüenza. Él corrió y le abrazó. José no descubrió su identidad ante sus hermanos cuando ellos le visitaron por primera vez en Egipto, pero una vez que demostraron arrepentimiento un tiempo después, él les recibió con lágrimas.

El otro lado de la moneda

¿Qué pasaría si es usted el objeto de la disciplina en la iglesia? Un hermano se le acerca con un mensaje de que usted le ha ofendido. ¿Qué debe hacer usted? Debe tragarse cualquier brote de orgullo que aparezca en el momento, escuchar con atención, y evaluar lo que está diciéndole. Si piensa que su queja es justificada, debe pedir perdón. Si a usted le parece que la queja no es justificada, debe plantear su posición con gentileza y tratar de llegar a la reconciliación. Confiamos que tendrá éxito.

Si el hermano vuelve a usted con dos o tres más, y ellos apoyan al ofendido aun después de escuchar su versión de la historia, usted debe considerar seriamente lo que le dicen y admitir su error, para luego pedir perdón.

Si usted está convencido de que los tres están equivocados y ellos llevan el asunto a la iglesia, usted debe buscar una reunión con alguien del liderazgo, explicando cuidadosamente su versión de la historia. Si toda la iglesia apoya al hermano ofendido, usted debe admitir que erró y pedirá perdón.

Disciplina eclesiástica en reversa

La disciplina eclesiástica es una forma de la disciplina divina, ya que se hace por mandato de Dios. Es otra manera en que Él nos motiva a ser santos y un medio como mantiene pura a su iglesia.

En iglesias llenas de cristianos falsos, la historia es totalmente diferente. Conozco a un pastor piadoso que no quiso cantar a dúo con un hombre que iba a su iglesia y que él sabía que vivía en una relación de fornicación. Este hombre era miembro de una familia muy conocida de “pilares” de la iglesia, y cuando se enteraron de la “ofensa” que el pastor le había hecho, hicieron lo posible para remover al pastor de su cargo. Él juzgó al hombre y fue intolerante, dijo la familia, y la mayoría de la congregación les apoyó. Por lo tanto, pudieron destituir al pastor de su cargo. Esto es disciplina eclesiástica en reversa, ¡y es otra manera en que Dios mantiene a su iglesia pura!

Debemos considerar las tres motivaciones—amor a Dios, esperanza de la recompensa, y temor de la disciplina—como evidencia adicional de la maravillosa gracia de Dios hacia nosotros. Cada una es un regalo que Él no tenía que darnos, pero lo hizo, por su gracia. ¡Toda la gloria sea a Él por su santidad!

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[1] Vea, por ejemplo, Gn. 27:40; Lv. 26:13; Dt. 28:48; 1 R. 12:10-11; Is. 14:25; 47:6; 58:6, 9; Jer. 2:20; 5:5; 27:8-12; 28:2-4, 14; 30:8; Ez. 30:18; 34:27; Os. 10:11; 11:4; Nah. 1:13; Chá. 5:1; 1 Ti. 6:1.

[2] 1 Co. 1:2; 6:11; He. 2:11; 10:10, 14 son ejemplos de los primeros usos de la palabra santificación.

[3] Ro. 6:19, 22; 1 Ts. 4:3; 1 Ts. 5:23; He. 12:14; 1 Pe. 1:2 son ejemplos de este segundo uso de la palabra santificación.

[4] Ver, por ejemplo, Ef. 1:15-19; 3:14-19; Fil. 1:9-12; Flm. 1:6.

[5] Ver Ro. 6:3; 7:1; 11:2; 1 Co. 3:16; 5:6; 6:2-3; 9,15-16, 19; 9:13, 24.

[6] En el próximo capítulo, aparecen cientos de escrituras que revelan la responsabilidad humana en la santificación.

[7] Ver, por ejemplo, Marcos 1:15; Juan 14:1; Hechos 17:30; Ap. 3:3.

[8] Esto parece ser una clave que muestra que las recompensas aquí mencionadas serán en esta vida.

[9] La palabra griega para “eliminado” (adokimos) en esta versión (NASB, versión de la Biblia en inglés), es la misma palabra que Pablo usó en 2 Co. 13:5 para describir a aquellos en quien Cristo no habita: “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados (adokimos)?

[10] La “corona de la vida” a menudo se interpreta como una corona especial, literal que sólo ciertos cristianos recibirán. Nótese, sin embargo, que se promete a todos aquellos que aman al Señor, lo cual sucede con todos los creyentes auténticos. Nuestro amor al Señor es probado si perseveramos en la prueba.

[11] Este pasaje también nos ayuda a entender lo que realmente es “desviarse”, como a menudo se dice. Para que el “desvío” ocurra en verdad, una persona debe primero “encaminarse”. Lo que a menudo se conoce como desviarse no es sino cuando un pecador verbalmente profesa la fe Cristo y luego se vuelve aún más pecador. Nunca manifestó alguna indicación de que había “escapado de las contaminaciones del mundo por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo” (2:20). No puede ser justamente acusado de “abandonar su primer amor” (ver Ap. 2:4), porque Jesús nunca fue su primer amor.

[12] En un capítulo posterior, proveeré una cita de uno de los más conocidos maestros del Evangelio en los Estados Unidos de América, refiriéndose a esta absurda teoría.

[13] Otras dos escrituras relacionadas que vale la pena leer son Ezequiel 18:24-32 y 33:12-19.

[14] Contrario a lo que los Calvinistas quieren que nosotros creamos, el autor no se dirigía a hermanos hebreos quienes sólo estaban considerando si creían en Jesús o no. Él escribió a hermanos que ya estaban “participando de Cristo” (3:14), no a hermanos que estaban considerando participar de Cristo. Es más, les advirtió que mantuvieran “firme hasta el fin [su] confianza del principio” (3:14), algo que sólo un creyente que ya está seguro puede hacer. Más aún, el autor advierte a éstos hermanos que se cuiden a menos que aparezca en ellos un “corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo” (3:12). Aquellos que en el presente no hayan nacido de nuevo tienen corazones malos e incrédulos, por lo cual no hay peligro para ellos de que su corazón se llene de maldad e incredulidad. Finalmente, estos hermanos estaban en peligro de “apartarse del Dios vivo”, en tanto que los hermanos hebreos que tan sólo estaban considerando si participaban de Cristo ni siquiera se habían acercado a Dios todavía.

[15] Aquellos que aún no han sido persuadidos de que un cristiano puede perder su salvación deberían considerar todos los siguientes pasajes del Nuevo Testamento: Mt. 18:21-35; 24:4-5, 11-13, 23-26, 42-51; 25:1-30; Lc. 8:11-15; 11:24-28; 12:42-46; Jn. 6:66-71; 8:31-32, 51; 15:1-6; Hch. 11:21-23; 14:21-22; Ro. 6:11-23; 8:12-14, 17; 11:20-22; 1 Co. 9:23-27; 10:1-21; 11:29-32; 15:1-2; 2 Co. 1:24; 11:2-4; 12:21-13:5; Ga. 5:1-4; 6:7-9; Fil. 2:12-16; 3:17-4:1; Col. 1:21-23; 2:4-8, 18-19; 1 Ts. 3:1-8; 1 Ti. 1:3-7, 18-20; 4:1-16; 5:5-6, 11-15, 6:9-12, 17-19, 20-21; 2 Ti. 2:11-18; 3:13-15; He. 2:1-3; 3:6-19; 4:1-16; 5:8-9; 6:4-9, 10-20; 10:19-39; 12:1-17, 25-29; Stg. 1:12-16; 4:4-10; 5:19-20; 2 P. 1:5-11; 2:1-22; 3:16-17; 1 Jn. 2:15-2:28; 5:16; 2 Jn. 6-9; Jud. 20-21; Ap. 2:7, 10-11, 17-26; 3:4-5, 8-12, 14-22; 21:7-8; 22:18-19.

[16] Ver, por ejemplo, Ex. 15:26; Nm. 12:1-15; Dt. 7:15; 28:22, 27-28, 35, 58-61; 1 S. 5:1-12; 1 R. 8:35-39; 2 R. 5:21-27; 2 Cr. 16:10-13; 21:12-20; 26:16-21; Sal. 38:3; 106:13-15; 107:17-18; Is. 10:15-16; Jn. 5:5-14; Hch. 5:1-11; 1 Co. 5:1-5; 11:27-34; Stg. 5:13-16; Ap. 2:20-23.

[17] Debemos recordar que las iglesias primitivas (durante los primeros 300 años) eran pequeñas congregaciones que se reunían en casas. Es sólo en este escenario en donde tiene sentido juzgar a un miembro que no se arrepintió en dos oportunidades frente a toda la congregación para un juicio que terminaría en expulsión. En una iglesia más grande, el traer a tal persona frente a toda la congregación probablemente sólo causaría una lucha en el pueblo que ni siquiera conoce bien al miembro no arrepentido, cosa que sí es posible en una iglesia que se reúne en una casa.

[18] Es una historia muy diferente cuando un creyente peca contra usted, ya que no está sujeto a Cristo. El tratar de corregirle podría resultar en el cumplimiento de Proverbios 9:7: “El que corrige al escarnecedor, se acarrea afrenta; el que reprende al impío, se atrae mancha”.

[19] De nuevo, como se mencionó en la nota de pie anterior, las iglesias primitivas (por los primeros 300 años) eran bastante pequeñas en número y se reunían en casas, sin duda, un lugar más seguro para continuar con el tercer paso de la disciplina en la iglesia. En una iglesia más grande, este tercer paso debería seguirse llevando a la persona ante un grupo pequeño de gente que conozca a los involucrados.

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El Engaño del Evangelio » La santificación: Santidad progresiva

Free Christian Song Downloads in mp3 Format

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Scripture tells us, “Let the word of Christ richly dwell within you, with all wisdom teaching and admonishing one another with psalms and hymns and spiritual songs, singing with thankfulness in your hearts to God” (Col. 3:16). This one verse, perhaps more than any other, helps us to understand that our worship should be so rooted in biblical truth that we effectively teach and admonish one another as we sing. Such is the legacy of the classic hymns of Christendom. They are sermons set in songs—hymns that remind Christ’s Church of His eternal revelation.

Following this old example, and quite some years ago when he was still pastoring, David Servant wrote and non-professionally recorded a number of Scripture-based songs that you are free to download below.

Below is also one professional-recorded album you are welcome to download for free. David loves and appreciates the deeply spiritual songs of friends who comprise Christ our Life, a Canadian group, and he is thankful that they allow us to make their songs available on our website.

Be blessed as you listen!

Spiritual Songs

David Servant

A collection of 18 orignal Scripture-based songs by David Servant that combine meaningful messages with memorable melodies.

Sample Song: Prayer for Holiness

Living Sacrifice

Christ Our Life

This music is for the building up of the body of Christ through His living Word. May His Spirit give us eyes to see and ears to hear.

Sample Song: John

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Forever Rich

Seven Scriptural Secrets to Ultimate Financial Fulfillment

All of the links below will take you to consecutive chapters of a book by David Servant titled Forever Rich. This little book contains the seven most important secrets to ultimate financial fulfillment—pearls of biblical wisdom that you can begin to apply immediately—on your path to becoming forever rich.

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We are thankful that many of our staff raise all or part of their own personal support from friends and family members, or they live off of retirement income, receiving no wages from Heaven’s Family.

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Family-Style Devotions

As a home-schooling family, we’ve enjoyed many daily devotions with our children. But as we surveyed Christian resources that were available for family devotions, it seems that most focused solely on teaching ethics or life lessons, whereas we wanted to teach our kids about Jesus and Scripture (which certainly includes a lot of ethics and life lessons, but also a whole lot more). So I set myself to the task of writing a daily devotional for families that centered on the life of Christ, touching most everything written about Him in the four Gospels. It ended up being a 147-day devotional, which your family can now use each day as well. Each day there is an application and questions to provoke discussion with children.

Book Details

Publisher: Ethnos Printing
ISBN-13: 9780982765647
Pages: 267 pages
Hardcover
Price: $20.00 (free shipping)

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