God’s Tests

A Book For Anyone Who Has Ever Asked "Why Me Lord?"

God's Test Book Cover

“If God loves me, why am I facing these difficulties? What did I do to deserve this? Am I being chastened by God or attacked by the devil? Is God trying to teach me something in all of this?”

If you’ve ever found yourself asking those kinds of questions, then this book is for you. David Servant offers satisfying, understandable answers to life’s trials and dilemmas. Drawing from the many biblical examples of God testing individuals, he concludes that victory is always God’s ultimate will, and that there is no reason for any believer to remain in the valley of defeat. Your faith in God can deliver you, and you can pass every test!

Part 1: All About Tests

Chapter 1: Primeval Tests

Chapter 2: In the Wilderness

Chapter 3: Midnight Praise

Chapter 4: The God Who Watches

Chapter 5: The Training of the Twelve

Chapter 6: Jesus Tests the Sick

Part 2: Who’s in Control Here?

Chapter 7: Two Views

Chapter 8: God’s Sovereignty and Our Authority

Chapter 9: God’s Restraining Power Over Satan

Chapter 10: Satan – Tool of God’s Judgment

Chapter 11: The God of this World

Chapter 12: The Judgment of God

Part 3: Tried and Found True

Chapter 13: S.I.T.s, M.I.T.s, and D.I.T.s

Chapter 14: Joseph’s Journey

Chapter 15: David’s Destiny

Chapter 16: Paul’s Path

Chapter 17: Job’s Test

Part 4: Wrapping it Up

Chapter 18: When Christians are Persecuted

Chapter 19: When the Beginning Ends

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Books » God’s Tests

Avivamiento, ¿cuándo?

Hoy recibí una carta. Era de un hombre que me escuchó en nuestro programa radial diario cuando yo refutaba errores de los antinómicos. Dijo que era la primera carta que le había escrito a alguien en doce años.

Confesó que había sido un homosexual practicante. Por mucho tiempo había racionalizado que en tanto que él hiciera algunas buenas acciones y creyera acerca de Jesús, él era salvo. Pero me escuchó hablar acerca de la gracia transformadora de Dios disponible para los pecadores, incluyendo a los homosexuales. Me escuchó citar pasajes bíblicos que declaran, que ningún homosexual heredará el reino de Dios. Al darse cuenta que su fe muerta le estaba llevando al infierno, se arrepintió. Me escribió para decirme que ya no es un homosexual, citando su paráfrasis de las primeras palabras de 1 Corintios 6:11 en mayúsculas: “Y ALGUNOS DE NOSOTROS ÉRAMOS”. Él ha sido salvo y transformado por la gracia de Dios.

Si los antinómicos tuvieran razón, este hombre aún sería un homosexual, destinado a pasar la eternidad en el infierno. Pero, para la gloria de la gracia de Dios, escuchó la verdad y la creyó. Como Jesús prometió en Juan 8:32, la verdad le hizo libre.

¿Libre de la obediencia?

Tal vez ningún otro versículo en la Biblia ha sido tan mal entendido por los antinómicos como lo ha sido Juan 8:32. Hablan de cómo la verdad nos hace libres de lo que ellos llaman “la esclavitud legalista”, pero que la Biblia lo llama obediencia a los claros mandatos de Dios. Cuando Jesús habló de que la verdad nos hace libres, él claramente hablaba de ser libres del pecado:

Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. Le respondieron: Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres? Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado. Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre. Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres (Juan 8:31-36, énfasis del autor).

Este es el mensaje de la gracia transformadora de Dios. Este es el evangelio. Jesús perdona y liberta del pecado a aquellos que creen en Él. Aquellos que realmente creen en Él, permanecerán, o vivirán en su palabra, probando así ser sus discípulos.

El avivamiento satánico

Es en realidad una hora oscura. Nuestro mundo es como un tren de carga que ha perdido el control de los frenos y está aumentando su velocidad. ¿Cuánto tiempo más pasará antes de que se descarrile? No obstante, ¿cómo podemos censurar el deteriorado estado espiritual de las naciones si a la vez estamos ofreciendo un evangelio vacío, sin poder para transformar, un evangelio que no es nada más que un ligero barniz para el pecado? ¿Cómo podemos esperar que venga el avivamiento si la gracia de Dios se torna en libertinaje?

En tanto llenar bancas, a lo cual se le llama “crecimiento de la iglesia”, sea nuestro objetivo y no hacer discípulos, como en realidad debe ser, no habrá un verdadero avivamiento. En tanto que sigamos mirando a las personas como “sin iglesia” en vez de sin salvación, no habrá un verdadero avivamiento. En tanto que los pastores y los evangelistas se preocupen más por complacer a la gente que a Dios, no habrá un verdadero avivamiento. Hasta que la iglesia recupere el evangelio bíblico, hasta que la iglesia se caracterice por la santidad de tal modo que sobresalga del mundo, no habrá un verdadero avivamiento. Hasta entonces, el único avivamiento será la continuación del avivamiento actual de Satanás, alimentado por la gracia falsa, la fe falsa, y la salvación falsa. Bajo el estandarte de la libertad, sus evangelistas continuarán lanzando su mentira original en forma impresa, en la radio y en la televisión cristianas, y desde los púlpitos en las iglesias: “Continúen pecando. No morirán”.

Es en realidad una hora muy oscura. Muchos maestros populares proclaman que si una persona tiene fe en Jesús por tan sólo diez segundos en algún momento de su vida, pero luego abandona esa fe y retorna a una vida de pecado, ella es salva y eternamente segura. En realidad, esta persona imaginaria podría ser una prostituta practicante o un violador en serie hasta el último momento de su vida y aún ir al cielo. ¡Todo lo que esta persona perdería sería algunas recompensas celestiales que podrían haber sido suyas si hubiera sido un mejor cristiano! ¿No es esto convertir la gracia de Dios en libertinaje? ¿Puede esta clase de predicaciones preceder a un avivamiento? No obstante, la Biblia aún declara:

Es una declaración confiable:

Si somos muertos con él, también viviremos con él;

Si sufrimos, también reinaremos con él;

Si le negáremos, él también nos negará;

Si fuéramos infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo

(2 Timoteo 2:11-13, énfasis del autor).

¿Cómo interpretan este versículo los maestros modernos de la gracia falsa? Ignoran o tuercen las primeras tres líneas. Mantienen que la cuarta línea prueba su punto de vista. “Aún si somos infieles y abandonamos nuestra fe” dicen ellos, “él permanece fiel para salvarnos”.

¿Pero es éste el significado real? Definitivamente no.

¿Qué nos enseña 2 Timoteo 2:11-13?

Primero, Pablo dice que “si somos muertos con él, también viviremos con él”. Nuestro vivir con Él está supeditado a nuestro morir con Él. La Escritura nos enseña que todos los que realmente creen en Jesús han muerto y han resucitado en Cristo. Este es el nuevo nacimiento, la regeneración por medio del Espíritu Santo. Es un cambio radical.

Segundo, Pablo dice que “si sufrimos, también reinaremos con él”. Pablo no está prometiendo una recompensa especial de un futuro reino para el grupo especial de cristianos que sufren. Más bien, él está prometiendo aquello que espera a cada auténtico creyente cuya fe permanece. La Escritura enseña que no es solamente un grupo selecto de cristianos que reinarán con Jesús. Todos los que han sido comprados con su sangre reinarán con Él:

Y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tu fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra (Ap. 5:9-10, énfasis del autor, ver también Ap. 20:6; 22:3-5).

Aquellos creyentes que soportan en fe genuina tienen la promesa de reinar con Jesús. Debemos continuar en fe para ser salvos al final, y si lo somos, reinaremos con Jesús.

Tercero, Pablo nos advierte acerca de no soportar hasta el fin: “si le negáremos, él también nos negará”. Esta es una cita directa del Señor Jesucristo quien dijo:

A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos (Mt. 10:32-33, énfasis del autor).

Definitivamente, Jesús prometió que si le negábamos, Él nos negaría a nosotros. Es una advertencia para cualquiera que está pensando dejar su fe, no soportando bajo la amenaza de lo que otros puedan pensar o hacer. ¿Entrarán al cielo aquellas personas que Jesús negará delante de su Padre? Si negamos a Jesús ante otros, diciendo “no le conozco” y Jesús nos niega ante el Padre, diciendo “no le conozco”, ¿seremos salvos? La respuesta es clara.

Finalmente, Pablo dice, “Si fuéramos infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo”. Esta es una continuación de lo que Pablo dijo acerca de negar a Jesús. Aunque no pudiéramos cumplir la promesa de seguirle, Jesús siempre cumplirá sus promesas. Él prometió negarnos si le negábamos, y lo hará. (Por supuesto, si nos volvemos en arrepentimiento y fe, Él cumplirá su promesa de aceptarnos otra vez).

Observe que Pablo no dijo en la cuarta declaración, “Si somos infieles y le negamos, Él permanecerá fiel y no nos negará”. ¡Eso sería una contradicción directa de lo que acababa de decir en la tercera declaración!

No, Dios es siempre fiel aunque las personas a menudo no lo sean. Él siempre cumple sus promesas y sus amenazas. Considere lo que Moisés y Josué dijeron acerca de la fidelidad de Dios:

Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones; y que da el pago en persona al que le aborrece, destruyéndolo; y no se demora con el que le odia, en persona le dará el pago (Dt. 7:9-10, énfasis del autor).

Pero así como ha venido sobre vosotros toda palabra buena que Jehová vuestro Dios os había dicho, también traerá Jehová sobre vosotros toda palabra mala, hasta destruiros de sobre la buena tierra que Jehová vuestro Dios os ha dado (Jos. 23:15, énfasis del autor).

Con esto en mente, piense como un maestro antinómico muy popular, cuyo nombre es una palabra común en los círculos cristianos alrededor del mundo, interpreta 2 Timoteo 2:11-13:

Así como los fieles recibirán el reconocimiento y aprobación del Padre, así los infieles perderán su reconocimiento y aprobación especial… El creyente infiel no recibirá un lugar especial en el reino de Cristo como aquellos que son lo suficientemente afortunados para poder reinar con él… El significado del apóstol es evidente. Aun si un creyente para todo propósito práctico llega a ser un no creyente, su salvación no está en juego. Cristo permanecerá fiel (énfasis del autor).

Cuando la iglesia gozosamente tolera una enseñanza que tergiversa el claro significado de la Escritura, ¿necesitamos cuestionarnos por qué no llega hoy el avivamiento a nuestra nación? El mensaje sagrado de Dios ha sido corregido, despojado de toda razón para que alguien se arrepienta del pecado y siga a Jesucristo. Aquellas personas que no creen en Jesús ahora pueden entrar al cielo, garantizado. Alguien puede ser un ateo, un budista, un seguidor del Islam o un adorador de Satanás y aún ir al cielo, siempre y cuando exprese verbalmente su fe en Jesús por unos cuantos segundos de su vida. Y esta mentira se está proclamando por medio de algunos principales maestros evangélicos de los Estados Unidos de América.

¿Ahora qué?

Si usted no entendía el verdadero evangelio antes de empezar a leer, con toda seguridad ahora sí lo entiende. Tal vez el avivamiento ha comenzado en su propia vida. ¿Y qué es un gran avivamiento sino muchas personas que han sido revividas? Usted puede y debe compartir lo que sabe. Como yo, usted también tiene una sagrada obligación de dar a conocer la verdad, sin importar el costo. Nuestro mensaje es el proclamado por Jesús, Judas, Pedro, Pablo, Santiago y Juan, al igual que lo hicieron antes millones de creyentes fieles y verdaderos. “No nos avergoncemos del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Ro. 1:16).

¿Habrá un avivamiento verdadero? Sí—en las vidas de todos los que escuchan y hacen caso del evangelio auténtico. Aquellos que han sido avivados de verdad orarán y trabajarán para que otros puedan compartir su gozo. Con estos pensamientos en mente, cierro con una parábola que el Señor me dio, una que me llena de esperanza:

Una parábola de avivamiento…

Cuando oraba y ayunaba por la necesidad de un avivamiento y la obra del Espíritu Santo, recibí una revelación que me ayudó a entender qué sucede y qué sucederá en la iglesia. No era una visión que viera con mis ojos, sino una revelación que “vi” en mi corazón. Debo aclarar que no soy una persona “dada a las visiones” y esta fue la primera vez que algo así me ha sucedido. Describiré lo que vi en la revelación.

Primero, vi muchas multitudes de personas. Algunos grupos eran muy grandes, otros eran de un tamaño mediano y otros de un tamaño muy pequeño. Los grupos más grandes contenían miles de personas. Los más pequeños sólo contenían un puñado de personas. Los miembros de cada grupo se unieron para darse calor, porque hacía mucho frío. Todos temblaban, y cuando uno hablaba, se podía ver su aliento. Más aún, la mayoría de las personas en la multitud estaban sucias. Algunos estaban más sucios que otros, como si fueran trabajadores de una mina de carbón, cubiertos de hollín de cabeza a pies. Éstos también olían mal, como el olor de la basura. Otros no estaban tan sucios, pero la mayoría estaban en urgente necesidad de limpiarse.

Estas masas de personas estaban paradas en la base de un inmenso dique que contenía una gigantesca reserva de agua. El embalse medía cientos de pies de altura, y se extendía tan lejos como yo podía ver a ambos lados. La reserva de agua que contenía era de iguales proporciones.

Al mirar el dique con más cuidado, noté que estaba construido de ladrillos. Había palabras escritas en cada ladrillo, y cuando empecé a leer algunas de las cosas escritas en los ladrillos, observé que las palabras eran similares en este respecto: Cada uno tenía escrito en su superficie un pecado. Por ejemplo, escrito sobre un ladrillo decía, “Chisme”, y en otro decía “Licencioso”. También escrito bajo cada pecado estaba el nombre de alguien. Por ejemplo, en un ladrillo podía decir, “Mentiroso”, y debajo de esa palabra estaba el nombre, “Juan Pérez”. Había muchos ladrillos que tenían el mismo pecado escrito sobre ellos, y los nombres de muchas personas estaban escritos en más de un ladrillo.

De nuevo miré las sucias multitudes que temblaban de frío. La mayoría se mantenían de pie, pero ocasionalmente una persona se arrodillaba, o caía sobre su rostro y empezaba a llorar, confesando sus pecados y pidiéndole a Dios que le limpiara. Cuando Dios lo hacía, un ladrillo del dique estallaba y se salía de su lugar por la fuerza del agua, y una vez que se salía, el ladrillo estallaba en fino polvo y desaparecía. El agua que entonces empezaba a filtrarse por el hueco se proyectaba hacia el aire, cayendo sobre aquel que estaba arrodillado, lavándole de su suciedad. A veces varios (o muchos) ladrillos se salían del dique, a veces al mismo tiempo y otras veces durante un cierto período de tiempo, en tanto que la persona permaneciera ahí arrodillada y orando. En esos casos, las fuentes de agua que salían por los huecos del dique convergían para caer juntos sobre la persona que estaba arrodillada, y el cambio en la persona era dramático. Algunos de los más sucios llegaron a limpiarse más que todos en un corto plazo.

Descubrí también que el agua que salía por los huecos del dique era bastante tibia. Cuando caía sobre aquellos que permanecían de rodillas, no sólo los limpiaba, sino que los calentaba hasta sus huesos. Se reían y se deleitaban y cantaban con gozo cuando eran lavados.

La reacción de aquellos en los grupos que permanecían de pie y miraban al que estaba arrodillado era variada. A menudo, muchos de los que estaban cerca se alejaban de la persona, no queriéndose mojar. En ocasiones, un grupo completo se echaba hacia atrás de modo que la persona arrodillada quedaba sola bajo el chorro de agua tibia.

Sin embargo, con igual frecuencia, algunos de aquellos cerca del que oraba también se arrodillaban, confesando sus pecados. De nuevo, los ladrillos se salían del dique y el agua brotaba limpiándoles y entibiándoles.

En ocasiones, la gran mayoría de las personas paradas en un grupo, se arrodillaban una tras otra o se inclinaban y empezaban a llorar por sus pecados. La fuerza de muchas corrientes de agua que por consiguiente convergían y caían sobre ellos era muy grande, trayendo enorme bendición, una poderosa unción y muchos dones. No obstante, en ningún caso vi que un grupo se arrodillara completo. A menudo, aquellos que estaban de pie entre los grupos en los cuales muchos estaban arrodillados, se unían a otro grupo en donde la mayoría estaba de pie. También, a veces veía a una persona arrodillada únicamente porque otros se arrodillaban. Sin embargo, cuando esto sucedía, ningún ladrillo saltaba del dique, no había agua que saliera, y esa persona permanecía sucia y fría.

Fui testigo de dos cosas más cuando miraba los grupos de personas: Ocasionalmente uno de aquellos que estaba de pie miraba el dique y veía un ladrillo con su nombre. Por motivo de su vergüenza, subía por la superficie del dique hacia el ladrillo y trataba de sacarlo de su lugar con sus propias manos. Ninguno de los que intentó esto tuvo éxito, ya que era imposible. Asimismo, ocasionalmente vi a alguno que habiendo estado de rodillas, se ponía de pie nuevamente. Cuando lo hacía, inmediatamente se empezaba a ensuciar, y la fuerza del agua sobre él disminuía. Y si comenzaba a señalar a aquellos que no se habían arrodillado, criticándoles duramente y con orgullo, su fuente de agua se detenía, y volvía a ensuciarse de nuevo. La mayoría de los que estaban arrodillados le hablaban amorosamente a aquellos que estaban de pie alrededor de ellos, diciendo, “ ¡Oh, es tan hermoso estar bajo esta corriente de agua tibia y purificadora! ¡Tu suciedad puede ser lavada! Por favor, ¿no querrías unirte a mí?

Déjeme decirle sobre algunos de los pecados que estaban escritos sobre los ladrillos. Uno que tenía mi nombre escrito en él decía, “Temeroso del hombre”. Cuando lo vi, inmediatamente admití mi culpa ante Dios y le pedí perdón y la gracia de temerle sólo a Él.

Como pastor, me fueron mostrados numerosos ladrillos que pertenecían a personas de mi congregación. Había muchos pecados repetidos escritos en los ladrillos. Algunos decían, “Amigo del mundo”. Muchos otros decían, “Tibio”. Otros decían, “Criticón”. Otros: “Idólatra”, lo cual significa que usted le da más importancia a otras cosas que a Dios. Muchos en las iglesias están más emocionados con sus entretenimientos y placeres que con Dios.

Algunos decían, “Inmoralidad”, lo cual incluye no sólo adulterio, sino permitir que los pensamientos inmorales habiten en nuestra mente. Algunos decían, “Mira pornografía en la Internet”. Uno decía, “Medita en actos de homosexualidad”. Otro decía, “Adolescente sexualmente activo”.

En algunos de los ladrillos decía, “Amargura contra otro”, “Maltrata a su esposa”, y “Habla contra los hermanos”. Había también “Amante del dinero” y “Cuida sólo de sí mismo”. Había uno que decía, “Recibe dinero por debajo de la mesa por concepto de trabajo para evitar pagar sus impuestos”, “Administrador desordenado”, “Usa el dinero de Dios para apoyar cosas que Dios detesta” y “No le importan los pobres”. Muchos decían, “No diezma”, y alrededor de esos ladrillos había muchos otros ladrillos que tenían justificaciones para ese pecado.

Había “Indecente”, “Siempre cree estar en lo correcto” y “No está sujeta a su marido”. Vi muchos otros que decían, “No le interesan aquellos que nunca han oído el evangelio”.

Algunos decían, “Chisme”, “Calumniador”, “Gusta de juzgar a otros”, “Usa palabras soeces” y “Religión sin valor—no amarra su lengua”. Uno decía, “No aporta dinero para los hijos de un matrimonio anterior”. Otros decían, “No honra a los padres”, “Rara vez cumple sus promesas” y “Escucha música que exalta lo que Dios detesta”.

Había “Lleno de incredulidad”, “Hábitos y adicciones sucias” y “Auto complaciente”. Había “No ora”, “No asiste a la iglesia” “No anhela leer la palabra de Dios”. Muchos ladrillos decían, “No está enseñando a sus hijos con el alimento y la amonestación del Señor”.

Había muchos más que no menciono pero que están en la Biblia—la Biblia en la que todos profesamos creer y que es la palabra de Dios. En algunos ladrillos estaba escrito, “Tuerce la Escritura para que diga lo que no dice” y “Redefine los mandamientos para que encajen con su estilo de vida”.

La mezcla que mantenía a los ladrillos en su lugar también tenía palabras escritas sobre ella, simbolizando cuatro pecados que mantenían a todos los otros pecados en su lugar. Ellos eran “Orgullo”, “Hipocresía”, “Ningún amor por Dios” y “Pecados de los Pastores”. Antes de que los otros pecados puedan ser desalojados, éstos deben ser debilitados. El orgullo impide que reconozcamos nuestros pecados. La hipocresía, lo cual es que actúa de una manera en la iglesia y de otra manera muy distinta fuera de la iglesia, debe ser confesada. Todos los pecados son síntomas de otro mayor, “Poco o ningún amor por Dios” –Si lo amáramos con todo nuestro corazón, mente, alma y fuerza, le serviríamos y le obedeceríamos con pasión. Jesús dijo, “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). En último y cuarto lugar, si los líderes en la iglesia dan mal ejemplo, sus seguidores tienen una excusa para mantenerse en sus pecados.

Volvamos a las personas en las multitudes. Mientras miraba, ocasionalmente una persona que estaba de pie señalaba a un grupo cercano que se reía y cantaba mientras estaban arrodillados bajo el agua, y decía, “Esa agua no puede venir de Dios, ya que su doctrina está equivocada en varios aspectos”. Pero el Señor me recordó que Él no dijo que son aquellos que tienen la doctrina pura los que verán a Dios, sino aquellos que tienen corazones puros (Mt. 5:8). Jesús no dijo que los conoceríamos por su doctrina, sino por sus frutos (Mt. 7:20). Él dijo que la marca de sus verdaderos discípulos no era una doctrina perfecta, sino el amor de unos hacia otros (Juan 13:35). Sólo porque la doctrina de un grupo está parcialmente equivocada en algunos puntos no esenciales, no significa que Dios no hará caer su Santo Espíritu sobre ellos cuando se humillan y empiezan a tener “hambre y sed de justicia” (Mt. 5:6). Algunos ladrillos en el dique decían, “Saturado de conocimiento”, “Orgullo doctrinal” y “Lealtad denominacional que es mayor que el amor por todo el cuerpo”.

Conforme pasaba el tiempo, más y más de aquellos que estaban de pie empezaron a arrodillarse, a llorar, a confesar sus pecados y a arrepentirse. Los ladrillos explotaban del dique como palomitas de maíz, y más agua brotaba con un ruido atronador, hasta que la escena se transformó en una catarata similar a las cataratas del Niágara (pero en una escala mayor). Los que estaban arrodillados levantaban sus manos, reían, cantaban y oraban en lo que luego se convirtió en un río que fluía hacia muchos lugares secos de la tierra. Poco a poco, llegó a ser tal la corriente, que los que estaban arrodillados fueron arrastrados mientras se regocijaban y cantaban canciones a su Dios.

Finalmente, el agua ya no corría, ya que la reserva de agua se había secado. Los que aún estaban de pie se miraban unos a otros con una mirada encubierta de aprobación. Los ladrillos con sus nombres aún permanecían en sus lugares, suspendidos en el aire por motivo del orgullo humano. Luego, de pronto, sin la menor advertencia, todos los ladrillos restantes del dique empezaron a caer, convergiendo con otros ladrillos que tenían escritos los mismos nombres. Con gran terror, los que estaban de pie miraban como los montones de ladrillos caían con mortal exactitud sobre ellos, primeramente haciéndoles caer en el suelo, y luego matándoles y aplastándoles, hasta que lo único que se veía era montículos de ladrillos. Recordé que Jesús dijo, “Cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Lucas 18:14). ¿Cuál de ellos es usted?

Palabras finales para la versión al español

Espero que haya sido bendecido y desafiado por La Gran Decepción del Evangelio. Ahora tengo dos peticiones para usted.

Primera, ¿sería tan amable de escribirme y decirme cómo este libro ha impactado su vida y ministerio? Puede escribirme por medio del correo electrónico en [email protected] o puede usar la siguiente dirección:

Shepherd Serve P.O. Box 12854 Pittsburgh, PA 15241 USA

Segunda, ¿entregaría este libro a otro líder o pastor cristiano? Nuestro objetivo es que cada líder cristiano latinoamericano lo lea, pero eso sólo sucederá con su ayuda. Sería un crimen que usted guardara este libro en su biblioteca personal. Regálelo, o por lo menos préstelo a algún otro líder cristiano que se pueda beneficiar de él. ¡De gracia recibiste, dad de gracia!

Gracias, y que Dios le bendiga por su obediencia.

David Servant

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El Engaño del Evangelio » Avivamiento, ¿cuándo?

El “cristiano” inmoral

 

En el día trabaja en una oficina del centro de la ciudad. Es un buen trabajador y ha recibido continuos ascensos. Todo el mundo le ama. Es confiable y su compañía es agradable. Es un padre modelo de tres niños. Nadie sospecharía sobre su oscuro secreto.

Por la noche él merodea por vecindarios suburbanos, saltando cercas y tras los árboles. Busca casas modestas, aquellas cuyos dueños son parejas jóvenes, y exclusivamente aquellas que tienen un solo piso. Así, los cuartos no estarán en un segundo piso.

Es viernes otra vez. Esta noche él está de nuevo en territorio familiar. Su corazón se agita conforme se acerca a una casa en donde “anotó unos puntos” la semana pasada. Los recién casados recientemente compraron un atractivo rancho. Sonríe cuando divisa una débil luz que sale por la ventana de la parte trasera de la casa. Se acerca más, esperando escuchar música suave, lo cual le indicará que la ventana está abierta en esta caliente noche de verano. Si, es “jazz ligero”. Este podría ser un punto más a su favor. Se acerca hasta pegar contra la casa y camina silenciosamente hacia la ventana. Su mente está llena de imágenes de lo que ya ha visto antes.

En los Estados Unidos, un hombre como el que acabo de describir se le conoce con el nombre de “Tom, el mirón”. Su actividad es considerada criminal, y con todo el derecho. La mayoría de nosotros estamos de acuerdo en que debería estar en la cárcel. Es un pervertido, y ciertamente no es el tipo de persona que uno espera que vaya al cielo. Ciertamente ningún cristiano practicaría jamás tal conducta.

La Biblia está de acuerdo con esto:

Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios. Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia (Ef. 5:5-6, énfasis del autor).

¿Son los mirones morales o inmorales? ¿Puros o impuros? La respuesta es obvia. Y, de acuerdo a la Escritura, no tienen herencia en el reino de Cristo y de Dios. Aquellos que realmente han nacido de Dios no son mirones.

Una segunda escena:

En el día trabaja en una oficina del centro de la ciudad. Es un buen trabajador y ha recibido continuos ascensos. Todo el mundo le ama. Es confiable, y su compañía es agradable. Es un padre modelo de tres niños. Visita una iglesia evangélica todos los domingos en la mañana y, más aún, es maestro de escuela dominical dos veces al mes. Fue electo diácono el año pasado. Está muy cerca del Pastor y es muy respetado por la congregación. En la antena de su auto lleva una banderita blanca, la cual es símbolo de protesta contra la pornografía en los Estados Unidos. Va bien con su alma.

Luego de laborar muy duro la semana pasada, le encanta descansar los viernes por la noche. Así que camino a casa, al regresar del trabajo, se detiene en una tienda de vídeos del vecindario. Ha escuchado que hay una nueva producción y espera encontrar una copia disponible para rentarla. La encuentra. Los protagonistas son algunas de sus actrices y actores predilectos. Está marcada como restringida, y sabe muy bien que contiene escenas sexuales explícitas y mucho lenguaje vulgar.

Por un momento su conciencia le habla al ver las fotos provocativas en la cubierta. Pero su defensa ya está bien planeada: Cuando llegue el momento de discutir la película con sus amigos creyentes en la iglesia, lamentará que el filme tenga tanto lenguaje vulgar y tanto sexo explícito:

“¿No es una lástima que los productores piensen que toda esa basura es necesaria?”

!Sí! ¡Sí! ¡Qué lástima!

Una vez que los niños se han ido a la cama, coloca el vídeo en su reproductor de cintas y se sienta en el sillón con su esposa. Ella no sospecha con qué ansias él desea ver esos cuerpos femeninos delgados y bronceados en varios grados de desnudez que pronto desfilarán ante sus ojos. Él había escuchado a algunos de sus amigos inconversos decir que las escenas de cuarto son maravillosas. Es viernes otra vez.

Una comparación entre los dos hombres

¿Cuál es la diferencia entre el primer hombre y el segundo? El mirón veía sexo en vivo en los cuartos. El otro veía sexo filmado en los cuartos. El mirón solamente podía ver en forma limitada a través de una ventana entreabierta. El otro hombre tenía una vista muy cercana y muy íntima. El mirón veía a dos personas con un compromiso de por vida expresándose su amor el uno al otro. Estarían aterrorizados si supieran que alguien les miraba. El segundo hombre observaba a dos personas no casadas a quienes se les pagaba grandes sumas de dinero para desvestirse y tener relaciones sexuales enfrente de una audiencia potencial de millones, convirtiéndose así en unos de los trabajadores del sexo más bien pagados del mundo. De hecho, un poco del dinero de este hombre llega a las arcas de ellos. En esencia, él está pagándole a prostitutas para tener sexo filmado y así entretenerse un poco.

Por supuesto, el primer hombre era un mirón en su camino al infierno. El segundo hombre era un seguidor de Cristo en su camino al cielo.

¿O iría realmente hacia el cielo? ¿No es cierto que acabamos de leer que ninguna persona inmoral o impura heredará el reino de Dios? ¿Cuál de los dos hombres era más inmoral?

Veamos dos puntos más que vale la pena notar acerca del segundo hombre, el supuesto seguidor de Cristo: Al rentar un vídeo con escenas sexuales explícitas, le ha dado dinero a la industria pornográfica, alentando a dicha industria a producir más películas de ese tipo.[1] Sus dólares proveerán a otros la oportunidad de mirar más de este tipo de basura; por lo tanto, ha promovido el pecado en las vidas de otros. El mirón parece no haber hecho esto.

Segundo, la película rentada por el “cristiano” estaba llena de lenguaje vulgar. El nombre de Dios se usaba con frecuencia para maldecir. ¿No parece raro que alguien que ora todos los domingos en la iglesia para que el nombre de Dios sea bendecido use su dinero para ser entretenido por personas que repetidamente blasfeman el nombre de Dios?

¿Por qué los hipócritas actúan santamente?

Si el segundo hombre en nuestro escenario era más inmoral que nuestro mirón no convertido, ¿por qué tantos de los cristianos profesantes actúan como aquel segundo hombre, alentando regularmente su lujuria, mirando inmoralidad gráfica como medio de entretenimiento? La respuesta es que no son realmente salvos.

Si usted está de acuerdo en que el segundo hombre era igualmente o más inmoral que el primero, y si usted cree que las personas inmorales no heredarán el reino de Dios (como la Biblia lo dice), entonces usted debe estar de acuerdo con mi conclusión. Pero ¿por qué hay tantas personas engañadas con este asunto?

Es bastante seguro asumir que el cristiano profesante promedio, acostumbrado con regularidad a ver escenas de sexo explícitas en filmes, nunca se dirigiría a vecindarios suburbanos para mirar a través de las ventanas de los cuartos. De hecho, esta persona consideraría al mirón mencionado antes como alguien aborrecible. Y ¿por qué? ¿Es acaso porque el hombre del segundo caso ama a Dios? O ¿es debido a su santidad y pureza interna? No. Esas no pueden ser las razones—o él consideraría igualmente aborrecible el mirar escenas de sexo filmadas entre gente no casada.

Sin embargo, nuestro segundo hombre ha hallado una manera segura de hacer lo mismo que el mirón, pero sin riesgo. Su “santidad” ha sido modelada no con los estándares de Dios, sino con los del mundo. Ha llegado a ser muy aceptado en nuestra sociedad el mirar películas con escenas de sexo explícito, por lo cual no tiene nada de que preocuparse. Su reputación no se arruinará. No perderá su trabajo ni a su esposa. No irá a la cárcel. Sin embargo, si fuera un seguidor genuino de Cristo, hubiera tomado en serio las advertencias solemnes de Jesús acerca de las consecuencias de la lujuria:

Oísteis que fue dicho: no cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de sus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno (Mt. 5:27-30, énfasis del autor).

Ya sea que este hombre entienda o no, él tiene algo de más peso por lo cual preocuparse que perder su trabajo o su reputación. Su práctica de la lujuria le llevará al infierno para siempre. No obstante, parece ignorar lo que Cristo claramente expuso, al confiar en una gracia salvadora pero no transformadora, una gracia que no existe.

Cuando la virtud es vicio

Hay algo más acerca de nuestro segundo hombre. Su práctica regular de inmoralidad unida a una vida de aparente santidad lo convierte en un hipócrita. Un hipócrita no es una persona que es una mezcla del bien y del mal—un hipócrita es una persona malvada. La razón por la que él ató un lazo blanco en la antena de su auto no es porque se opone a la pornografía. Eso es innegable, ya que con cierta frecuencia gasta su dinero para ver inmoralidad gráfica y financieramente apoya la industria pornográfica, lo cual lo convierte en alguien que apoya la explotación de la mujer y la corrupción de niños y niñas. La razón por la que él ató un lazo blanco a la antena de su auto es porque desea lucir como un justo. Su vida pública es una farsa. Su motivación no es obedecerle a Dios o su compasión por los que son dañados por la pornografía—su motivación es egoísmo puro—su anhelo es que otros piensen muy bien de él. Todas sus buenas obras están teñidas por este mismo hecho. Es un hipócrita, oponiéndose a lo que el mundo conoce como “pornografía fuerte” pero apoyando la “pornografía suave” que en realidad no se diferencia en nada de la anterior.

Nuestro carácter se revela no por lo que hacemos el domingo en la mañana, sino por lo que hacemos toda la semana. Es revelado más visiblemente por cosas pequeñas y por lo que hacemos cuando estamos solos. Tome por ejemplo el caso del robo. Está en los diez mandamientos mencionado como un pecado que si se practica, envía a la persona directamente al infierno (ver 1 Co. 6:10).

Muy pocos cristianos profesantes roban bancos a mano armada. Sin embargo, muchos roban cuando hacen su declaración de impuestos, con lo cual le están robando al resto de los ciudadanos de su país. Algunos pagan a sus empleados “debajo de la mesa” (o aceptan tales pagos como empleados) para evitar pagar impuestos, lo que los convierte en ladrones. Muchos otros tienen el hábito de robarle a sus empleadores. Si por casualidad reciben más vuelto durante su compra en el supermercado, se lo guardan. Son ladrones. En realidad, no roban bancos por su gran amor a Dios ni porque no son egoístas; sus “pequeños” robos dan fe de algo muy distinto. La razón por la que no roban bancos es para no ser apresados. Su aparente bondad sólo despliega su egoísmo. Si pudieran robar un banco con tan mínimo riesgo de su reputación o de su libertad futura como lo hacen con la declaración de impuestos, lo harían. Pero el mismo egoísmo que los lleva a robar cosas pequeñas de las que nadie se da cuenta los motiva también a ser “buenos” en cosas grandes. Nuestro verdadero carácter es revelado cuando somos tentados a hacer el mal con poco riesgo o con consecuencias adversas.

La cámara escondida de Dios

Imagínese que usted es un patrono que tiene un empleado favorito. Ese empleado llega temprano cada día, se va tarde, trabaja duro, y es estimado por sus otros empleados.

Sin embargo, un día a usted se le ocurre instalar cámaras escondidas en su negocio, y para su desconcierto, puede ver en la cinta que su empleado favorito esconde un objeto que pertenece a la compañía debajo de su abrigo. Lo lleva fuera del edificio y, luego de mirar a derecha y a izquierda, lo coloca dentro de su auto. ¿Pensaría usted, bueno en realidad él es un buen empleado, lo que pasa es que tiene un defecto? ¿Ignoraré este hecho?

No. De pronto la opinión que usted tenía de su empleado cambia radicalmente. Ahora, todos los puntos que este empleado había ganado a su favor se ven desde una perspectiva diferente. Ahora usted empieza a preguntarse por qué venía temprano y se iba tarde. ¿Sería para poder robar sin que hubiese mucha gente alrededor? ¿Sería para que usted tuviera una buena opinión de él de modo que si algo se perdía de la oficina usted no sospechara de él? Ahora que le conoce de verdad, todas sus buenas obras anteriores salen a la luz como obras del mal. Así es como Dios mira a los hipócritas. Así es como Dios mira al segundo hombre de nuestra historia. Su inconsistencia revela su verdadero carácter. Este hombre no es un cristiano con un defecto pequeño. Es un hipócrita y enteramente corrupto. Sus buenas obras no esconden su pequeño defecto. Más bien, éstas son una revelación de su egoísmo y de su maldad.

El Espíritu Santo habita en aquellos que son realmente nacidos de nuevo y su santidad aumenta cuando cooperan con Él para tal fin. No llevan una vida doble. Ciertamente pueden caer a veces y pecar. Pero esa no es su conducta permanente. Su vida se caracteriza primordialmente por su obediencia a Dios a quien aman continuamente. Como lo dice el Apóstol Juan: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios (1 Jn. 3:9). El nuevo nacimiento es el inicio de una vida en santidad. Conforme el cristiano verdadero aprende más de Dios, es transformado a la semejanza de Cristo (ver Ro. 12:2).

En oposición a esto, aquellos que han experimentado una conversión falsa harán muchas cosas en casa o en el extranjero que normalmente no harían en presencia de otros cristianos. Sus principios morales han sido modelados no de acuerdo con la voluntad de Dios sino de acuerdo con el mundo. Y, como ya se sabe, los estándares mundanos son una espiral que va siempre hacia abajo. Por esto, el cristiano falso habitualmente hace aquello que horrorizaría aún a los no cristianos de hace algunas décadas. Estudiemos un caso: hoy en día, multitudes de cristianos profesantes ni siquiera se atemorizan con lo peor de la obscenidad, la vulgaridad, la violencia y la perversión que aparece en las películas—algo que hubiera impactado a personas no cristianas de hace no mucho tiempo. Algunos líderes cristianos nacionales reconocidos inclusive recomiendan tales filmes, si estos contienen algún tema moralizante que ayude a “redimir”, tal como coraje, honor o el sacrificio propio.

Los verdaderos cristianos están motivados a ser santos porque han sido regenerados por el Espíritu Santo y porque aman a Dios. Por otro lado, lo que motiva a los cristianos falsos a ser tan morales como lo son es su interés personal, lo mismo que motiva a los que no son cristianos a ser morales.

Motivos perversos

¿Por qué los no cristianos se refrenan de cometer ciertos pecados? Es porque temen las consecuencias adversas. Este principio ha sido probado repetidamente a lo largo de la historia humana cuando las restricciones morales usuales, tales como las leyes gubernamentales o la opinión pública, han sido removidas. Cuando la brutalidad se hace aceptable, la brutalidad prevalece. Las enormes cantidades de calaveras humanas halladas en campos de batalla en Camboya y los incineradores casi destruidos de los campos de concentración nazis permanecen como testimonio mudo de la verdadera naturaleza no regenerada del ser humano. ¿Qué sucede cuando el asesinato se legaliza, cuando la ley, el Estado o la opinión pública dice que está bien exterminar judíos o despedazar a los no nacidos en los vientres de sus madres? Nadie tiene que reflexionar sobre la respuesta a esa pregunta.

¿Cuántos cristianos profesantes son motivados, en su moralidad y santidad limitadas, no por el amor a Dios y la regeneración del Santo Espíritu, sino por el siempre cambiante sentimiento público, o la ley de la tierra revisada continuamente, o la presión de grupo de los miembros de su iglesia? Sólo Dios lo sabe con exactitud. Pero a través de un honesto auto examen, cada uno de nosotros puede determinar qué lo está motivando en realidad. Si cada cristiano profesante hiciera eso, muchos estarían asombrados de descubrir que toda su bondad realmente es maldad, ocasionada únicamente por sus propios intereses.

¿Es realmente posible hacer el bien y estar motivado a hacerlo por puro egoísmo? Absolutamente. Como ya lo dije anteriormente, muchos de los hechos “virtuosos” de los no cristianos brotan de motivaciones egoístas. Considere las palabras de Pablo en esta dirección:

Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve (1 Co. 13:3).

Jesús, revelador de los hipócritas

La mayoría de los cristianos profesantes modernos se oponen a la pornografía. Pero el hecho de vocalizar la desaprobación de ese mal no es prueba fehaciente de una conversión cristiana auténtica. Si una persona está motivada por su amor a Dios y a los semejantes para oponerse a tal maldad, sus acciones, pensamientos y palabras son consistentes. En su vida personal practica la oposición a ésta y a otras cosas semejantes. Nuevamente, si el segundo hombre de la historia antes expuesta hubiera estado en franca oposición a la pornografía basado en su preocupación por las víctimas de ésta o por su amor a la ley de Dios, erradicaría su costumbre de ver películas con escenas de sexo explícitas. Su actitud hacia todo tipo de inmoralidad sería consistente.

Jesús enseñó sobre una hipocresía similar entre los religiosos de su tiempo, revelando así un principio eterno aplicable a todos aquellos que piensan que van camino al cielo. Consideremos de nuevo sus palabras encontradas en un sermón acerca de la salvación, comúnmente conocido como el Sermón del Monte. Analice el pasaje para ver si encuentra el significado de su enseñanza para los cristianos profesantes modernos quienes dicen oponerse a la pornografía, pero que se gozan en otras formas de inmoralidad sexual.

Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de sus miembros, y no que todo su cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno (Mt. 5:27-30).

Primeramente, nótese que Jesús está advirtiendo a ciertas personas acerca del infierno. Contextualmente, son personas que no están cometiendo adulterio físicamente. Estaban, sin embargo, cometiendo adulterio mentalmente, y Jesús les dijo que a menos que se arrepintieran, irían hacia el infierno.

La letra y el espíritu de la Ley

¿Estaba Jesús agregando requisitos al sétimo mandamiento? No. Él estaba cerrando un portillo que sólo existía en las mentes de las personas y reveló la implicación completa de lo que Dios quiso decir cuando dio los diez mandamientos. Contenida dentro de un mandamiento que prohibía el adulterio estaba también la prohibición contra la lujuria. Indiscutiblemente, si tener relaciones sexuales con la esposa de su vecino es pecado, entonces desnudar mentalmente a la esposa de su vecino, también es pecado. Cualquier persona honesta tiene que admitir esta realidad.[2] Pero la audiencia que tenía Cristo en ese momento era similar a muchas personas que hoy en día se cuidan de guardar la letra de la ley pero ignoran el espíritu de ésta. Verbalmente se oponen a ciertos pecados de los cuales no son culpables, pero practican los mismos pecados en otras formas. La voluntad de Dios para nuestra pureza sexual va más allá de abstenernos del adulterio, la fornicación y la homosexualidad. Él espera que seamos sexualmente puros en nuestra mente y en nuestras bocas tal y como claramente lo expuso Jesús. Por ejemplo, Pablo escribió:

Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias (Ef. 5:3-4).

The New Living Translation (versión de una Biblia en inglés) aclara el significado de inmundicia, vanas habladurías y bromas groseras como “historias obscenas, vana palabrería y bromas pesadas”. Las historias obscenas y las bromas pesadas están obviamente llenas de palabras que conllevan ideas sexualmente inmorales de una manera humorística o positiva, y “la vana palabrería” puede describir fácilmente las conversaciones sexualmente pervertidas de personas a las que la Biblia considera faltas de entendimiento. El punto de vista de Pablo es que ningún seguidor de Cristo debería estar involucrado en inmoralidad sexual, o en impureza, o en cualquier cosa relacionada con estos pecados, incluyendo las conversaciones impuras. ¿Qué cree usted que Pablo le diría a los creyentes modernos que se entretienen mirando las comedias televisivas que están llenas de insinuantes escenas sexuales? ¿Qué tendría Pablo que decir sobre la mayoría de las películas clasificadas para adolescentes o aun aquellas que requieren supervisión de los padres?

Enseñanzas falsas modernas

Tristemente, algunos (así llamados) maestros de la Biblia usan el verso citado de Efesios para contrarrestar la enseñanza “que induce a la culpa” y que está un tanto “desequilibrada” presentada hoy en día por maestros como yo. Su lógica se desarrolla así: “Es naturalmente posible para auténticos cristianos el cometer pecados de inmoralidad e impureza, de otro modo, Pablo no habría hablado del asunto”.

No estoy diciendo que es imposible para los cristianos cometer adulterio o fornicación. Por supuesto que es posible, ya que los cristianos aún son agentes morales libres. Un verdadero cristiano podría caer en inmoralidad. El propósito de Pablo sin embargo, al escribir las palabras antes citadas no era asegurarle a las personas que continuamente cometían pecados de inmoralidad e impureza que ciertamente eran salvos a pesar de su estilo de vida. Más bien, estaba tratando de advertir a los cristianos para que se alejaran, tan lejos como fuera posible, de toda sombra de tales pecados, ya que éstos caracterizan a las personas que van camino al infierno. Tal como lo expresa Pablo en los siguientes versos:

Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios. Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia (Ef. 5:5-6).

Sí. Un cristiano puede ceder ante un pecado de inmoralidad. Pero aquellos que lo hacen con regularidad se distinguen por ser inmorales e impuros y se exponen a llegar a ser cristianos falsos. Debido a la naturaleza adictiva del pecado, particularmente de la lujuria sexual, el sabio seguidor de Cristo evitará y resistirá cualquier pensamiento, palabra o hecho relacionado con la inmoralidad sexual. Puede ser que un cristiano recién convertido no conozca bien los estándares divinos acerca de la pureza sexual, pero en cuanto lea Efesios 5: 3-5, su excusa de ignorancia ya no es válida. Es por eso que Pablo escribió sobre esos asuntos.

 

Otras preguntas oscuras

Para oscurecer el asunto y tratar de robarle el verdadero significado a las claras advertencias de las Escrituras, algunas personas preguntan, “¿Qué constituye la práctica del pecado? ¿Si yo cometo adulterio una vez este año y cometí adulterio una sola vez hace tres años, me hace eso un adúltero practicante lo cual por tanto me constituye en un falso cristiano? ¿O fue que simplemente caí dos veces?”

La primera pregunta que se debe hacer es, “¿Te arrepentiste y le pediste perdón a Dios luego de pecar?” Habrá una vasta diferencia entre la persona que se arrepiente y la que no. Si un verdadero cristiano cede ante la tentación y comete adulterio, el se siente muy culpable y buscará el perdón de Dios. Si hace esto, Dios le perdonará.

¿Estuvo su salvación en peligro antes de que pidiera perdón por su pecado? ¿Qué pasaría si no se arrepintiera y cometiera ese acto pecaminoso de nuevo? ¿Cuántas veces debe él o ella cometer adulterio antes de que se convierta en un adúltero “practicante?” Las respuestas a estas preguntas han sido fuertemente debatidas. No es que yo pretenda tener la respuesta perfecta.[3] Pero una persona que anhela saber cuántas veces puede cometer adulterio sin arrepentirse y aun ir al cielo, debería dudar de su salvación. Aquellos que han nacido de nuevo evidentemente desean ser santos—en cuerpo, alma y espíritu. Están luchando de continuo para ser puros completamente, en pensamiento, palabra y obra.

Otros objetan con el deseo de anular las claras advertencias de la Escritura al decir, “Quiero ser libre de la práctica de la inmoralidad, pero no puedo. Amo al Señor, y sinceramente deseo ser libre, pero no lo soy”. Están anhelando que el decir esas palabras sea suficiente y que no tengan necesariamente que dejar de hacer lo que hacen.

De forma indirecta, estas personas están diciendo que el poder del pecado sobre ellas es mayor que el poder de Dios, y que Su salvación provee perdón pero no así transformación. El Nuevo Testamento repetidamente afirma que los creyentes en Cristo han sido liberados del poder del pecado (ver Romanos 6:6-7, 17-18, 22). La Escritura también testifica de la liberación de ciertos pecados graves y de las drásticas diferencias de conducta experimentadas por creyentes verdaderos (ver 1 Co. 6:11; 2 Co. 5:17; Tit. 2:11-14; 1 Jn. 3:7-10).

Más aún, Dios ha prometido que no seríamos tentados más allá de lo que pudiéramos soportar, y siempre proveería una salida (ver 1 Co. 10:13). A la luz de tan clara y abundante verdad, la excusa de algunos que anhelan dejar de pecar y no pueden se oye vacía de significado. Con frecuencia he visto que aquellas personas que desean ser libres de la inmoralidad sexual o de la impureza, actúan positivamente al remover de sus vidas las cosas que causan su caída, por ejemplo, deshacerse de su televisor, cancelar suscripciones a revistas, evitar la visita a ciertos negocios, cortar la relación con algunas personas, o desconectar la Internet. Pablo escribió que “no deberíamos proveer para los deseos de la carne” (ver Ro. 13:14) y Jesús dijo que debíamos cortar con aquello que nos hace pecar. Aquellas personas que rehúsan obedecer el claro mandato de Jesús revelan que Él no es su Señor. No tienen ninguna intención de obedecerle.

El pecado deja de tener poder sobre nosotros cuando nos arrepentimos, pues es en ese momento cuando Dios nos perdona y libera. Pero el arrepentimiento implica alejarse de los caminos del pecado. Es una actitud de nuestro corazón y un acto de nuestra voluntad. Las personas que se arrepienten de verdad demuestran su arrepentimiento con sus acciones (ver Lc. 3:8; Hch. 26:20).

Si usted está segura de ser una persona nacida de nuevo que no puede liberarse de la práctica de la inmoralidad o de cualquier otro pecado, tal vez una simple pregunta le ayude a entender su autoengaño. ¿Pararía de hacer lo que hace si alguien le ofreciera diez millones de dólares? Si usted deja de hacerlo, eso prueba que usted puede; y si usted puede, ¡usted debería! El problema no es tanto que no pueda parar sino que usted simplemente no lo hace. ¿Qué no haría usted por amor al dinero que tampoco haría por amor a Cristo?

Por supuesto, no hay manera de evitar todo tipo de tentación, y ningún cristiano debería pensar que es anormal sólo porque es tentado, lucha contra el pecado, o tiene un impulso sexual saludable. Como se ha dicho correctamente: “No puedes evitar que los pájaros vuelen sobre tu cabeza, pero puedes evitar que hagan nido en tu pelo”. Es cuando cedemos ante lo malo cuando nos debemos preocupar.

Todo cristiano debería luchar por una pureza sexual perfecta, de cuerpo, boca y mente. El adulterio, la fornicación, la homosexualidad, la pornografía en cualquier grado (incluyendo anuncios comerciales y cortas escenas de dormitorio en “buenos” filmes), chistes “sucios”, fantasías inmorales, y leer o escuchar algo sexualmente inmoral con el propósito de entretenimiento son todas conductas malas a los ojos de Dios. Si decimos que continuamente estamos cayendo pero no quitamos la piedra de tropiezo como Cristo lo ordenó, nos estamos engañando a nosotros mismos.


[1] Me doy cuenta de que en años más recientes, muchos objetarían que yo denomine pornográficos a los filmes restringidos. Las películas pornográficas, en la mente de muchos, son sólo aquellas que están marcadas con una X. Pero, ¿Cómo definiría Dios la palabra pornografía, derivada del griego pornia, en la mayoría de los casos traducida como “inmoralidad” en el nuevo testamento, y la palabra gráfico, un despliegue visual? La pornografía es cualquier despliegue visual de inmoralidad. El diccionario Webster define la pornografía como “la presentación de conducta sexual explícita, como aparece en una foto, con el fin de provocar excitación sexual”. ¿Pensaremos entonces acaso que Dios considera que el actuar y el ver películas restringidas con material sexual explícito no es inmoral?

[2] Sin mencionar el hecho de que el décimo mandamiento prohíbe codiciar la mujer de su prójimo. Muchos hombres no codician la mujer de su prójimo debido a su personalidad.

[3] Luego consideraremos lo que la Escritura enseña con relación a la posibilidad de que un creyente entregue su salvación.

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El Engaño del Evangelio » El “cristiano” inmoral

El “cristiano” avaro

 

Parada a su derecha está una anciana coreana, las arrugas de muchos años duros surcan su rostro. A su izquierda se encuentra de pie un hombre ruso de pequeña estatura. Su ropa usada y callosas manos le hacen pensar que quizá era un agricultor o un trabajador de fábrica.

Como cualquier otra persona en el mar de gente que le rodea, aquellos dos silenciosamente fijan su mirada en una plataforma levantada a la distancia. Desde su punto de vista, a cientos de metros, parece tener por lo menos sesenta metros de alto. Brilla con un brillo que no se ha visto nunca antes, como si fuera de oro, metida en un diamante gigantesco. Solamente existe un mueble en el centro de la plataforma, el cual es sin duda el trono de un rey. Las calladas multitudes miran maravilladas. Sin duda, algo hermoso está a punto de suceder en aquel escenario surrealista.

Usted se atreve a quitar los ojos de ese escenario por un instante y recorre la multitud a su alrededor. Hay más gente de la que nunca haya visto antes, extendiéndose por muchos kilómetros a la redonda. De hecho, se da cuenta de que no se puede ver el suelo en ninguna dirección; aun el horizonte está saturado de personas lejanas bordeadas por un cielo dorado que se extiende como un domo sobre ellas.

Usted estudia a aquellos que están a su alrededor y se entera que son un caleidoscopio de todo tipo de gente—blancos, rojos, morenos y negros. Algunos llevan puestos vestidos enteros; otros llevan vestidos étnicos; algunos de ellos usan solamente unas telas de lino. Lo único en común entre ellos es que están silenciosos, de pie, transfigurados, mirando con fijeza el escenario y su trono dorado.

Su aparición

De pronto un sonido corta el silencio. Un sonido profundo, resonante, poderoso y majestuoso se oye desde la plataforma, un sonido como nunca antes se había escuchado. Su crescendo es como la mezcla de miles de sinfonías unidas a la caída de una gran catarata.

Un brillante arco iris arquea sobre el escenario, y luego un Ser aparece, sentado en el trono. Su forma apenas se puede discernir, pues su brillo es como el sol. Todos sienten su presencia, y cubriendo sus ojos de Su gloria, un pensamiento colectivo cruza sus mentes. Él es puro—más puro que la fuente de agua más fresca o que los cristalinos copos de nieve. Él es Santo. Nada se esconde a su vista. Los corazones se aceleran.

El Ser brillante levanta sus brazos, las manos juntas, y luego separa los brazos moviéndolos de un lado a otro. Instantáneamente se siente un poder invisible que le levanta hasta que usted siente que flota juntamente con muchos otros sobre las cabezas de algunos que permanecen en su lugar. Juntos son separados por una fuerza irresistible hacia la derecha, mientras observa que los otros son llevados hacia la izquierda, y una vez separados los dos grupos, la fuerza invisible le vuelve a poner sobre sus pies. Ni la mujer coreana ni el hombre ruso están con usted ahora.

El gran Ser habla a la multitud de la izquierda. Su voz no se oye, pero muy íntimamente, usted escucha su incuestionable manera de hablar. Por supuesto, al ver el asombro en las caras de aquellos a su alrededor, usted se entera de que cada uno escucha el mensaje en su propia lengua:

Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis” (Mt. 25:41-43).

En un horror increíble, la multitud, silenciosa hasta ese momento, colectivamente responde con una cacofonía de preguntas: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o forastero, o desnudo, o enfermo, o en prisión y no te servimos?” (Mt. 25:44). “Por supuesto, ¡tu nunca estuviste en esas condiciones! ¡Tú eres el Señor! Te vemos ahora brillando como el sol; si te hubiéramos visto antes, ¡lo sabríamos! ¿Qué quieres decir con que te vimos antes, hambriento, desnudo, enfermo, en prisión o sin hogar?”

El Señor responde: “Aquellos que creyeron en mí en la tierra, uno fueron conmigo. Así que es obvio quiénes fueron los que realmente creyeron en mí. Aquellos que lo hicieron amaron a mis hermanos. Aquellos que no amaron a mis hermanos no me amaron ni creyeron en mí. Y aquellos que amaron a mis hermanos demostraron su amor. Cuidaron a sus hermanos sufrientes e hicieron lo posible por aliviar sus penas, con su propio dinero y tiempo. Se negaron a sí mismos siguiéndome a mí verdaderamente. No hicieron esas cosas para ganarse la salvación—lo hicieron porque habían sido transformados por Mi gracia”.

“Yo les advertí sobre este juicio y mi advertencia está registrada en el libro de Mateo, capítulo 25. No atendieron a mi advertencia, y ahora es muy tarde. De cierto les digo, en cuanto no lo hicieron a uno de estos mis hermanos más pequeños, no me lo hicieron a mí. Apártense de mí al fuego eterno”.

La condenación

Sus palabras son terminantes. No hay sentido en discutir. Parece imposible, pero ustedes han sido condenados. Mientras una nueva fuerza gravitatoria le arrastra hacia abajo, muchas imágenes cruzan su mente. Estas imágenes le dan una idea de lo que usted consideraba como vida cristiana:

Cultos espirituales: cientos de ellos

Cenas en la iglesia

Almuerzos campestres en la iglesia

Prácticas corales en la iglesia

Reuniones de comités de la iglesia

Sermones y más sermones. ¿Qué dijo el pastor acerca del juicio de Mateo 25? Ahora lo ve parado en el púlpito: “Este juicio de las ovejas y las cabras no es un juicio que los cristianos tengan que enfrentar, sino que los expertos en el texto bíblico afirman que es el juicio final de los inconversos”.

¡Qué tontería! ¿Por qué no nos dimos cuenta que había creyentes en la escena del juicio en Mateo 25? ¿Por qué no nos dimos cuenta que la multitud en este juicio estaba constituida por “todas las naciones”?

Otra escena pasa por su mente: Un orador invitado por su iglesia un domingo hablando del mismo tema: “Este juicio en Mateo 25 no es un juicio al que los cristianos tengan que temer. Es muy probable que sea un juicio de varias naciones luego del periodo de la tribulación. Aquellas naciones que mostraron bondad para con la nación de Israel se les permitirá entrar al Milenio. Ellas están representadas por las ovejas. Aquellas que durante la tribulación no mostraron bondad para con Israel, las cabras, serán enviadas al infierno”.

Conforme usted desciende más aceleradamente, otras imágenes cruzan su mente, cosas que consumieron todo su tiempo, energía y dinero en la tierra, de modo que nunca tuvo tiempo, dinero o energía para socorrer a los cristianos sufrientes. Ahora ve todas esas cosas desde un punto de vista muy claro:

Televisión

Pasatiempos

Cuidado de las mascotas

Vacaciones

Navidad. Muchos juguetes nuevos

Actividades deportivas

Dispositivos electrónicos nuevos

Salidas a cenar a los restaurantes

Compra de más y más ropa

Navegación en la Internet

Unos segundos más tarde se encuentra ante las puertas del infierno. Un último pensamiento brota en su mente dando vueltas antes de que todo el horror de su eterna pesadilla sobrecoja cada célula de su cerebro: ¿Y el dinero que di a la iglesia, no contó para nada? Su conciencia, ahora libre de ser oprimida por todas aquellas mentiras, habla claramente: La iglesia a la que ibas no ayudaba a los cristianos sufrientes. La pequeña suma de dinero que pagabas sólo servía para pagar la hipoteca, de modo que tuvieras un edificio para disfrutar los cultos. Su dinero también sirvió para que pagaran los recibos, de modo que pudiera estar caliente en el invierno y fresco en el verano durante los cultos. Su dinero también sirvió para pagar los libros de Escuela Dominical para que sus hijos tuvieran clases divertidas. Su dinero también sirvió para pagar los salarios del pastor y de la administración, cuyo tiempo fue invertido en actividades que mantuvieran feliz a la congregación. Su dinero, entonces, le benefició a usted y usted no lo dio por amor a Dios sino por amor a usted mismo. Y de hecho, usted dio menos dinero comparado con otros miembros de la iglesia, sirviéndose así de la generosidad de ellos. Además, las pequeñas cantidades que usted daba no requerían ningún sacrificio de su parte. Unas risas demoníacas hacen eco desde los cañones llenos de humo más allá de las puertas del infierno.

En el año recién pasado, ¿A cuántos cristianos alimentó usted? ¿A cuántos cristianos sedientos les dio agua? ¿A cuántos hijos de Dios sin vivienda les ayudó a encontrar casa? ¿A cuántos cristianos desnudos les suplió de ropa? ¿A cuántos seguidores de Cristo enfermos o en prisión visitó? Si usted muriera en este momento y tuviera que presentarse ante el juicio descrito en Mateo 25, ¿sería parte de las ovejas o de las cabras? Estas pueden constituirse en preguntas muy serias para aquellos cuyas vidas se parecen más a las de las cabras que a las de las ovejas.

La verdad acerca del juicio de las cabras y las ovejas

¿Se aplican a nosotros las palabras de Jesús en Mateo 25:31-46? ¿O acaso describió Él un juicio del que los cristianos están exentos?

Podemos empezar contestando estas preguntas diciendo que en verdad habrá individuos salvos, cristianos creyentes, que serán parte de ese juicio futuro. Nadie puede discutir inteligentemente que las ovejas, aquellas a la derecha de Jesús, no son salvas o creyentes en Cristo. Ellas “heredan el reino preparado para [ellas] desde la fundación del mundo” (Mt. 25:34). A ellas se les llama “los justos” que reciben “vida eterna” (Mt. 25:46).

La teoría de que la separación de ovejas y cabras no es una separación de individuos, sino de naciones, basada en cómo tratarán a Israel durante la tribulación, es en sí absurda al considerar estos mismos hechos. Más aún, ¿Creeremos que después de dos capítulos de advertencias desde los labios de Jesús que hablan sobre la responsabilidad de los individuos, sus palabras de pronto aplican solamente a naciones geopolíticas? Y ¿se trata acaso de advertirnos con tal que entendamos que debemos pertenecer a una de esas naciones “oveja” si estamos vivos en la tierra durante la tribulación? Y ¿debemos acaso creer que la nación en la cual vivimos, sin importar nuestras acciones o actitudes acerca de Israel durante la tribulación, es lo que va a determinar si recibiremos vida eterna o condenación eterna?

También en contra de esta idea de la separación de naciones geopolíticas, más bien que la separación de individuos es el hecho de que la palabra naciones (25:32) no es una referencia a las naciones geopolíticas del mundo, de las cuales en el presente hay más de doscientas. La palabra griega, ethne, se refiere a grupos étnicos, distintos entre sí por aspectos como su lengua, cultura, localización geográfica y cosas semejantes, y de los cuales hay unos diez mil en el mundo hoy día. Jesús dijo que “todas las naciones se juntarían ante Él” (Mt. 25:32, énfasis del autor), indicando así que no habrá grupo étnico que no se encuentre ante Él en este juicio. ¿Pensaremos acaso que va a separar grupos étnicos en categorías de oveja y cabra, basado en cómo estos grupos trataron a Israel durante la tribulación? ¿Acaso tomaría Jesús a todos los coreanos desde todas las naciones en donde estos residen y les permitiría la entrada en el Milenio si, por ejemplo, la mayoría de ellos hubiera sido amable con Israel durante la tribulación? Cuanto más se considera esta teoría, más y más absurda se vuelve.

Una segunda teoría igualmente débil

¿Es posible que los creyentes mencionados en el juicio en Mateo 25 sean un grupo especial de cristianos, como esos que serán salvos durante la tribulación? Tal vez, pero esa idea ni siquiera es considerada por Jesús. ¿Basaría usted su salvación en algo que Jesús no dijo?

Aun si suponemos que sólo un cierto grupo de cristianos tribulacionales será parte del juicio en Mateo 25, ¿Existe alguna buena razón para creer que estas personas serán juzgadas por criterios mayores o diferentes que los aplicados a aquellos que en última instancia “heredarán el reino preparado para [ellos] desde la fundación del mundo”

(Mt. 25:34)? No, no la hay, especialmente cuando tantas otras escrituras conllevan el mismo significado en otras palabras. Por ejemplo, en la Primera Epístola de San Juan hallamos un eco a las palabras encontradas en Mateo 25:31-46:

Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte. En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él (1 Jn. 3:14, 16-19).

El apóstol Juan no lo pudo haber dicho más claramente, que los verdaderos cristianos, aquellos que han pasado de muerte a vida, aman a sus hermanos cristianos en forma natural. Y el amor del cual habla Juan no es un mero sentimiento, sino un amor verdadero expresado por la acción, específicamente, al proveer para solventar las necesidades esenciales de los pobres. Juan dijo que cuando expresamos nuestro amor para los hermanos de esa manera, nos aseguramos que somos “de la verdad” (1 Jn. 3:19). Si tenemos los medios para ayudar a un hermano que sabemos que está enfrentando necesidades básicas críticas, pero nos negamos a ayudarle, el amor de Dios no está en nosotros, y no tendremos la seguridad de haber pasado de muerte a vida.

Santiago y Juan el Bautista están de acuerdo

Otras palabras que hacen eco a Mateo 25:31-46 se encuentran en la epístola de Santiago. Él también hace un equivalente del amor a los hermanos, expresado a través de proveer para las necesidades materiales apremiantes, como una señal del amor auténtico y de salvación:

Hermanos míos, ¿de qué aprovecha si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma (Stg. 2:14-17).

De acuerdo con Santiago, la fe sin obras no puede salvarnos. Y específicamente, ¿qué tipo de obras mencionó él para ilustrar este punto? El proveer alimento y ropa para los hermanos pobres.

Un eco más a las palabras de Mateo 25:31-46 se oye en la prédica de Juan el Bautista. Nadie argumenta que Juan no estaba predicando un mensaje de arrepentimiento que llevara al perdón de pecados, señalado por Lucas como “el evangelio” (ver Lucas 3:3, 18). Juan advirtió a su audiencia que a menos que se arrepintieran y produjeran fruto, el infierno sería su destino (ver Mt. 3:7-12, Lucas 3:7-17). De este modo se ve que el mensaje de Juan debería considerarse como un mensaje de salvación.

Cuando las multitudes conmovidas le preguntaron acerca de qué debían hacer específicamente para demostrar arrepentimiento, Juan respondió, “el que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo (Lucas 3:11). Juan obviamente estaba llamando a las personas al arrepentimiento de su egoísmo, egoísmo manifestado por su ignorancia de las necesidades desesperadas de sus vecinos desnudos y con hambre. Si éstos hubieran respondido diciendo, “tenemos fe en el Mesías de quien dices que viene pronto, pero no tendremos compasión de los pobres que están cerca de nosotros”, ¿supone usted que Juan les hubiera dicho que podrían estar seguros de su salvación?

El mensaje invariable de Jesús

Ecos adicionales a las palabras en Mateo 25:31-46 se encuentran en otras enseñanzas de Jesús. El joven rico (cuya historia se encuentra en tres de los cuatro evangelios) vino a Jesús buscando vida eterna (ver Mt. 19:16). Jesús le dijo que guardara los mandamientos y enumeró seis en particular, los cuales, según el joven rico, había guardado desde su juventud. Entonces Jesús le dijo, “Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme” (Lucas 18:22). Y esto, el joven rico no lo iba a hacer.

¿Estaba Jesús en verdad diciéndole que para entrar al reino de los cielos él tenía que vender todas sus posesiones y dar el dinero a los pobres? Aunque este hecho sea difícil de admitir para muchos, la respuesta es . Las siguientes palabras de Jesús, cuando vio al joven retirarse tristemente, fueron, “¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas! Porque es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios (Lc. 18:24-25, énfasis del autor). Jesús hablaba de entrar al cielo (ver también Mt. 19:23).

Por supuesto que las palabras de Jesús tienen una aplicación, no únicamente para un joven rico que vivió hace dos mil años, sino para todos los ricos que anhelan la vida eterna pero que no desean arrepentirse de su codicia y egoísmo cuando se trata de los pobres. Jesús dijo, “!Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas! (Lc. 18:24). No sería “difícil” para ellos si no fuera un requisito el deshacerse de sus riquezas. Pero como se niegan a amar a su prójimo como a ellos mismos y a compartir con ellos sus posesiones, negándose así a arrepentirse y a someterse a Dios, no pueden ser salvos. ¿No es este un eco fuerte de las palabras en Mateo 25:31-46? El joven rico estará dentro del grupo de las cabras.

Debe notarse que la intención de Jesús no es que la gente crea que puede ganar la vida eterna con sólo deshacerse de sus riquezas materiales. La vida eterna únicamente se recibe creyéndole a Jesús y siguiéndole. Esta condición era la que el joven rico no cumplía. Las riquezas se interponían entre él y Jesús. Su dinero era su maestro, como se evidenció con sus acciones, lo cual impedía que Jesús fuera su maestro. El mismo Jesús lo dijo, “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno o amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mt. 6:24).

Más ecos

¿Cuál es el claro mensaje de la historia de Jesús sobre el hombre rico y Lázaro? Un hombre rico, sin compasión, que ignoraba la patética situación de un hombre pobre sentado en el quicio de su puerta, muere y se va al infierno (ver Lc. 16:19-31). Otra cabra.

¿Qué podemos decir de la parábola del hombre rico encontrada en Lucas 12:16-21? En el prefacio Jesús da una solemne advertencia, “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”(Lc. 12:15). Luego relató la parábola:

La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré porque no tengo donde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro y no es rico para con Dios.

Aunque Jesús no dijo que el hombre hubiese ido al infierno, no es muy razonable concluir que este hombre rico y egoísta fue al cielo. Dios le llamó necio, porque a su muerte, tenía muchas riquezas pero era espiritualmente pobre. Jesús no condenó la prosperidad del hombre; de hecho, Dios era un tanto responsable de las riquezas adquiridas por aquel hombre—El permitió que hubiera un tiempo favorable lo cual provocó que hubiera una buena cosecha. Jesús más bien estaba condenando lo que el hombre hizo con su prosperidad. En lugar de considerar qué era lo que Dios deseaba que él hiciera con su abundancia, él sólo pensó en sí mismo, retirarse de su trabajo y vivir el resto de su vida reposadamente. La misma noche en que él tomó su decisión egoísta, murió. ¿Será él una cabra o una oveja en el juicio de Mateo 25?

Jesús pronunció que la salvación había llegado a la casa de Zaqueo luego de que éste declarara que hasta la mitad de sus posesiones daría a los pobres, y que a aquellos a quienes él había defraudado les devolvería cuadruplicado (ver Lucas 19:8-9). ¿Cómo hubiera respondido Jesús si Zaqueo hubiera dicho, “Señor, te acepto como mi Señor y Salvador, pero continuaré defraudando a la gente e ignoraré la mala situación de los pobres?

Jesús, por supuesto, vivía lo que predicaba. Obedeció la Ley completamente, por lo cual debe haberle dado a los pobres toda su vida. En la Escritura encontramos que dio a los pobres durante su ministerio (ver Juan 12:6; 13:29). Cuando Cristo viene a vivir en un creyente, ¿es éste el mismo Cristo que da a los pobres? Por supuesto. Jesús mismo dijo, “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también” (Juan 14-12).

Los primeros cristianos cuidaban de los pobres

Mateo 25:31-46 hace eco a lo largo del libro de los Hechos, en donde descubrimos que cuidar de los pobres era una característica regular de la vida del Nuevo Testamento. Aparentemente aquellos primeros creyentes tomaron muy en serio el mandato de Jesús a sus seguidores, “Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye” (Lucas 12:33):

Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común, y abundante gracia era sobre todos ellos. Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad (Hechos 2:44-45; 4:32-35).

Observe que Lucas menciona en el pasaje que la gracia de Dios estaba sobre aquellos que compartían en la iglesia primitiva. La misma gracia que salvó a aquellos primeros cristianos también les transformó.

La Escritura es clara al indicar que la iglesia primitiva alimentó y proveyó para las necesidades apremiantes de las viudas pobres (Ver Hechos 6:1, 1 Ti. 5:3-10). ¿Era esto acaso para tratar de ganar su salvación? No, era porque se habían arrepentido de la avaricia y habían sido transformados por el Espíritu Santo.

Pablo, el apóstol más grande que jamás haya existido, a quien Dios le confió la misión de llevar el evangelio a los gentiles, autor humano de una gran mayoría de las cartas del Nuevo Testamento, consideró que el proveer para las necesidades materiales de los pobres era una parte esencial de su ministerio. Entre las iglesias que fundó, Pablo recogió grandes sumas de dinero para los creyentes pobres (Ver Hechos 11:27-30; 24:17; Ro. 15:25-28; 1 Co. 16:1-4; 2 Co. 8-9; Ga. 2:10). Por lo menos unos diecisiete años después de su conversión, Pablo viajó a Jerusalén para someter el evangelio que había recibido al escrutinio de Pedro, Santiago y Juan. Ninguno de ellos encontró nada malo con el mensaje que Pablo había predicado. Pablo lo cuenta en su carta a los Gálatas. Veamos qué dice, “Solamente nos pidieron que nos acordásemos de los pobres; lo cual también procuré con diligencia hacer” (Ga. 2:10). En las mentes de Pedro, Juan y Pablo, el mostrar compasión a los pobres estaba en segundo lugar después de la proclamación del evangelio.

Enseñanzas de Pablo contra la avaricia

Pablo también advirtió sobre la avaricia usando términos bastante fuertes. Comparó la avaricia con la idolatría (Ver Ef. 5:3-5 y Col. 3:5), y enfáticamente declaró que los avaros no heredarían el reino de Dios:

Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos. Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro [codicioso][1] , que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios. Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia (Ef. 5:3, 5-6, énfasis del autor; ver también 1 Co. 5:11; 6:9-11).

¿Qué es avaricia? Es un deseo egoísta por las posesiones y riquezas. Es posible tener un deseo no egoísta por la riqueza material si la motivación primordial es compartir lo que se adquiere. De hecho, no se puede bendecir a otros materialmente a menos que el dador haya sido bendecido antes. Sin embargo, cuando una persona vive sólo para acumular posesiones materiales para el placer personal—cuando esa búsqueda llega a ser su prioridad más alta—es culpable de avaricia.

La adquisición egoísta del dinero

La avaricia es una actitud del corazón que no puede permanecer escondida. Siempre es manifiesta por lo que las personas hacen para adquirir dinero y cosas materiales y por lo que hacen con su dinero y cosas materiales una vez que las han adquirido. Consideremos primero el lado adquisitivo de la avaricia. Cuando la adquisición de cosas materiales es el principal objetivo en la vida, pobre o rica, esa persona está pecando. Jesús advirtió aun a los creyentes pobres contra este pecado, personas que estaban tentadas a preocuparse por sus necesidades básicas:

Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas esas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas (Mt. 6:24-33).

Note que Jesús inició esta porción de su Sermón del Monte advirtiendo acerca de la imposibilidad de servir a Dios y al dinero. Él consideró que la avaricia es igual a hacer del dinero nuestro dios, o sea permitir que el dinero dirija nuestras vidas en vez de Dios. Jesús advirtió a su audiencia acerca de no convertir la búsqueda de sus necesidades básicas en un deseo consumidor. ¿Cuánto más ciertas son sus palabras cuando se aplican a la búsqueda de cosas materiales no esenciales? La búsqueda por excelencia de los sinceros seguidores de Cristo debería ser “Su reino y su justicia” (Mt. 6:33). Por supuesto, los cristianos pueden y deben tener otros anhelos. Jesús no dijo, “solamente busquen”, sino “busquen primero”.

El trabajo duro en sí mismo no es una manifestación externa de la avaricia, pero puede llegar a serlo. Cuando una persona trabaja largas horas con el fin de mantener cierto nivel de vida, y su devoción a Cristo se ve afectada negativamente, esta persona ha permitido que el dinero sea su dios. El viejo proverbio amonesta a aquellos que caen en esta categoría: “No te afanes por hacerte rico; sé prudente y desiste. ¿Has de poner tus ojos en las riquezas, siendo ningunas? Porque se harán alas como alas de águila, y volarán al cielo” (Prov. 23:4-5).

El hacer dinero deshonestamente o con poca ética siempre estará mal y no es sino otra manifestación de la avaricia. La palabra de Dios dice, “El que aumenta sus riquezas con usura y crecido interés, para aquel que se compadece de los pobres las aumenta” (Pr. 28:8).[2]

La Escritura alaba a aquel que aumenta su riqueza por medios lícitos y que además da una porción de sus ingresos (ver Pr. 13:11; 22:9). Del mismo modo, la Escritura condena la vagancia y la indolencia por varias razones, una de ellas es que la persona que no tiene ingresos no tiene nada que compartir con aquellos que están en necesidad (ver Ef. 4:28). Cuando el objetivo de hacer dinero es compartirlo, el hacer dinero es virtuoso.

El uso egoísta del dinero

Ahora consideremos cómo la avaricia se manifiesta una vez que se adquiere el dinero. En este caso, la avaricia es el uso egoísta del dinero. ¿Por qué es moralmente inaceptable gastar en usted todo el dinero que ganó legítimamente? ¿Tendrá algo que ver con el hecho de que otros, incluyendo muchos de los hijos de Dios, que trabajan tanto como usted o más (o que no pueden trabajar), luchan sólo para sobrevivir, careciendo de lo más básico tal como alimentos suficientes? ¿Es moralmente correcto que una persona viva entre lujos mientras otros van a dormir con hambre cada noche sin que sean culpables por ello?

Existe, por supuesto, una miríada de excusas para no hacer nada para auxiliar a los pobres, creyentes o no creyentes, pero los cristianos bien alimentados no encontrarán esparcimiento en la Biblia. Aunque nadie puede en forma correcta inventar reglas arbitrarias relacionadas con cuánto dinero debería darse y cuánto debería dejarse, el consenso de la Escritura es claro: Dios espera que los cristianos que son capaces de dar a los pobres hagan exactamente eso, muy especialmente a los hermanos creyentes (ver Ga. 6:10). Es probable que los cristianos profesantes que no demuestran interés en dar a los pobres sean cristianos falsos, y esto incluye muchos de los cristianos modernos que han comprado la mentira de una cristiandad acostumbrada a la conveniencia egoísta.

De acuerdo a una encuesta de Gallup, únicamente el 25% de los cristianos estadounidenses evangélicos diezman. Cuarenta por ciento dicen que Dios es lo más importante en sus vidas, pero aquellos que hacen entre $50 a 75,000 (dólares) por año dan un promedio de 1.5 por ciento de su ingreso a obras de caridad, incluyendo obras de tipo religioso. Mientras que gastan un promedio del 12% de sus ingresos en entretenimiento.[3]

La avaricia no se expresa solamente a través de lo que hagamos con nuestro dinero, sino también de lo que hagamos con nuestro tiempo. Si gastamos todo nuestro tiempo en una búsqueda egoísta de placeres, estamos siendo avaros. El tiempo que Dios nos ha dado en esta tierra es una encomienda sagrada. Debemos usar tanto tiempo como sea posible en el servicio a Dios. Todos nosotros, no sólo los pastores, debemos obedecer el mandato de Jesús de visitar a los creyentes enfermos o en prisión.

Justificaciones de la avaricia

Como todo pecado, la avaricia tiene sus excusas. Una es que debido a que la mayoría paga sus impuestos, y como es sabido, una porción de ese dinero va a los pobres, eso nos absuelve de cualquier responsabilidad individual de ayudarles.

Gracias a Dios que algunos gobiernos sienten algún grado de responsabilidad por ayudar a los pobres. Sin embargo, Dios no está realmente de acuerdo con todo lo que el gobierno da a los pobres. De acuerdo a la palabra de Dios, la gente pobre que puede trabajar y se rehúsa a hacerlo no debería recibir ayuda: “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma”(2 Ts. 3:10). Más aún, aquellos que son pobres por motivo del pecado en que viven deben primeramente arrepentirse de su condición antes de recibir cualquier ayuda. Los gobiernos no deberían dar incentivos económicos para alentar la vagancia, la irresponsabilidad o la conducta inmoral de la gente. A diferencia del gobierno, nuestro dar debe ser inteligente, siempre con el propósito claro de edificar el reino de Dios. Cuando ayudamos al pobre no creyente, también debemos compartir el evangelio con él. Esto no lo hace ningún gobierno.

Además, la mayoría de los gobiernos hacen muy poco o nada para ayudar a cristianos pobres en otros países, y nosotros tenemos una responsabilidad con nuestra familia en el mundo, no sólo con aquellos dentro de las fronteras geográficas de nuestra nación.

¿Qué tan pobres somos?

Otra excusa para nuestra avaricia es que muchos de nosotros en los Estados Unidos creemos que somos pobres; por lo cual pensamos que no se espera que ayudemos a los pobres. Pero, ¿qué tan pobres somos? 1.300 millones de personas en el mundo viven con un ingreso de menos de un dólar por día. Otros 2.000 millones de personas viven con menos de dos dólares al día (con esto acabo de describir la situación de más de la mitad de la población mundial).

De acuerdo con las estadísticas de las Naciones Unidas, 1.450 millones de personas no tienen acceso a los servicios de salud; 1.330 millones no tienen acceso a agua pura; 2.250 millones no tienen acceso a condiciones sanitarias de vida. Desde que usted inició su lectura de este capítulo, más de quinientos niños han muerto de hambre o de enfermedades que se pueden prevenir. Quinientas madres ahora lloran por un hijo que perdieron en los últimos 25 minutos debido a la desnutrición o a una enfermedad previsible. Si permanecemos indiferentes, ¿en qué nos diferenciamos de aquel hombre rico que ignoró a Lázaro?

En su libro, Cristianos ricos en una era de hambre (originalmente publicado en inglés como: Rich Christians in an Age of Hunger), Ron Sider cita al ecónomo Robert Heilbroner, quien “confeccionó una lista de los ‘lujos que tendríamos que abandonar si tuviésemos que adoptar el estilo de vida de uno de los 1.300 millones de vecinos que viven en la pobreza extrema’ ”:

Empezamos invadiendo la casa de una familia estadounidense para quitarle sus muebles. Todo se va: camas, sillas, mesas, televisor, lámparas. Les dejaremos unos pocos cobertores, una mesa de cocina, una silla de madera. Junto con las cómodas se va también la ropa. Cada miembro de la familia puede guardar en su “guardarropa” su vestido o traje más viejo. Permitiremos un par de zapatos para el padre de familia, pero ninguno para la esposa o los niños.

Nos desplazamos hacia la cocina. Todos los electrodomésticos ya han sido retirados, entonces nos dirigimos hacia los armarios de cocina… La caja de fósforos se puede quedar, una pequeña bolsa de harina, algo de azúcar y sal. Unas cuantas papas mohosas, que ya estaban en el basurero, deben rescatarse, ya que serán el principal componente de la comida de esta noche. Dejaremos un puñado de cebollas y un plato de frijoles secos. Todo lo demás nos lo llevamos: la carne, los vegetales frescos, las latas, las galletas y los dulces.

Ya hemos vaciado la casa: el baño ha sido desmantelado, el agua potable quitada, los cables eléctricos cortados. Luego nos llevamos la casa. La familia puede pasarse a vivir al taller de herramientas…

Lo que sigue son las comunicaciones. No más periódicos, revistas, libros—no es que se les eche de menos, ya que también debemos llevarnos la condición de alfabetización de la familia. En lugar de todo esto, permitiremos únicamente un radio en esta miserable casucha.

Ahora se deben ir los servicios de gobierno. No hay más cartero, ni bombero. Sí hay una escuela la cual consiste de dos aulas y está a cuatro y medio kilómetros de distancia… No hay, por supuesto, ni hospitales ni doctores cerca. La clínica más cercana está a quince kilómetros de distancia y está atendida por una comadrona. Se puede ir en bicicleta, suponiendo que la familia tenga una, lo cual es improbable…

Finalmente, el dinero. Le permitiremos a nuestra familia conservar cinco dólares. Esto evitará que el padre de familia sufra la tragedia que le sobrevino a un campesino iraní, el cual se volvió ciego por no poder ganar 3.94 dólares, suma que él creyó debía ajustar para ser atendido en un hospital en donde se le pudo haber curado.[4]

¿Qué cosas no podemos adquirir?

Nuestra excusa de que no podemos ayudar a los hermanos y hermanas en condición de pobreza extrema queda expuesta como pura hipocresía por todo aquello que los estadounidenses promedio pueden adquirir: televisión por cable mensual, teléfonos celulares, suscripciones a revistas, alimento para mascotas, entretenimiento caro, pasatiempos y vacaciones, carros nuevos, cenas afuera, la última moda en ropa, cigarros, comida chatarra, los últimos dispositivos electrónicos, a la vez que montones de regalos sin sentido para los cumpleaños y en navidad para nuestros niños. Mire alrededor de su casa o apartamento y note todo lo que usted tiene que nadie en los Estados Unidos poseía hace un siglo. La gente sobrevivió por miles de años sin esas mal llamadas “necesidades”, y la mayor parte del mundo continúa viviendo sin ellas. Aun así, el ingreso de muchos cristianos profesantes se consume al adquirir estas cosas. Todo este tiempo, aquel a quien llamamos Señor grita, “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:19-21).

No sólo debemos tener lo que nuestros vecinos tienen, sino que debemos tener lo que tienen ahora, entonces compramos esos artículos que se deprecian pidiendo dinero prestado, lo cual resulta en que una buena parte de nuestro ingreso se va en amortizar los intereses, y esto sucede porque a menudo sólo queríamos satisfacer un deseo egoísta. ¿Aceptará Dios su excusa de que no podían hacer nada para aliviar los sufrimientos de sus hijos empobrecidos?

Yo no estoy proclamando que para ser cristiano se deba vivir en la miseria, o que es un pecado que los cristianos gocen de la conveniencia moderna. Cuando se habla de bendiciones materiales, la Escritura nos enseña que Dios “nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos” (1 Ti. 6:17). Pero la Escritura también dice que debemos compartir una porción de nuestro ingreso con los pobres. Dios nos bendice, por lo menos en parte, para capacitarnos para dar a otros en bendición.

“¿Pero qué bien puede hacer lo poco que yo doy comparado con la realidad de las necesidades del mundo?” Algunos ofrecen este argumento como excusa. La traducción de esta excusa es, “Yo no puedo hacer todo, así que no haré nada”. La verdad es que puede dar un poco y así ayudar en mucho a la vida de una persona. Si usted da dos dólares al día, puede duplicar el ingreso de una persona de los 3.300 millones que viven con menos de dos dólares diarios.

“¿No dijo Jesús que el mundo siempre tendría a los pobres?” Dicen algunos. “Entonces cuál es el punto de eliminar lo que Jesús dijo que siempre iba a permanecer? Sí, Jesús dijo, “Siempre tendréis a los pobres con vosotros”, pero él también dijo, “y cuando queráis les podréis hacer bien” (Mr. 14-7). Siempre tendremos la oportunidad de demostrar el amor de Dios por los pobres, y Jesús siempre asumió que podríamos, por lo menos en ocasiones, desear hacerles bien.

Algunos piensan que nuestra responsabilidad es solamente asistir a los cristianos pobres, así podremos tener nuestra conciencia tranquila ignorando la situación dura de los paganos pobres. Aunque la Escritura enfatiza nuestra responsabilidad hacia los hermanos creyentes, no nos limita a hacer el bien únicamente a los creyentes de nuestra familia espiritual. Por ejemplo, Proverbios 25-21 nos dice, “Si el que te aborrece tuviere hambre, dale de comer pan, y si tuviere sed, dale de beber agua”.

Existen muchas otras excusas que los cristianos hipócritas usan para justificar su egoísmo, pero ninguna de ellas anula los claros mandamientos de Cristo y de las Escrituras.

¿Qué debemos hacer?

La única respuesta a cualquiera de los mandamientos de Cristo que nosotros estemos transgrediendo es arrepentirse. ¿Dónde empieza usted? Empiece por hacer un inventario espiritual. Si ha vivido una vida caracterizada por la codicia, usted realmente no ha nacido de nuevo. Arrepiéntase de todos los pecados conocidos en su vida y llame al Señor en fe para que sea su Señor y Salvador y dueño absoluto. Lleve todo a sus pies y sométase a Él como su esclavo.

Seguidamente, haga un inventario financiero. ¿Tiene usted algún tipo de ingreso? Entonces usted debería estar dando una porción de éste. El estándar más básico bajo la ley de Moisés era el diezmo, lo cual implica dar una décima parte de su ingreso, y el diezmar es un buen comienzo para cualquier cristiano que tiene un ingreso. Si usted decide entregar el diezmo completo a su iglesia, asegúrese que su iglesia dé con regularidad a los pobres. Si no es así, yo, en lo particular, no daría el diez por ciento a mi iglesia.

¿No puede usted dar el diezmo de su ingreso? Entonces algo tiene que cambiar. Usted debe aumentar su ingreso o disminuir sus gastos. Normalmente, lo más lógico de hacer es disminuir los gastos. De seguro requerirá algún grado de auto negación. Pero eso es lo que cuesta seguir a Cristo (ver Mt. 16:24).

¿Cómo puede usted reducir sus gastos? Haga una lista de todos los gastos que realizó el mes pasado. Luego empiece a sacar de ahí los gastos no esenciales hasta que esos gastos constituyan el diez por ciento de su ingreso. Hasta que sus ingresos no suban, no gaste dinero en las cosas que borró de la lista. Ahora usted puede diezmar.

Eliminar las deudas

Si usted es como la mayoría de los estadounidenses, usted ya tiene deudas considerables. Ahora, como un creyente verdadero en Cristo Jesús, debe desear salir de deudas para tener más dinero para dar. Empiece por eliminar las deudas con altos intereses como los de las tarjetas de crédito. Hay cuatro maneras en que puede obtener dinero para pagar sus deudas: (1) aumente su ingreso, (2) venda cosas que no son esenciales, (3) saque su lista de gastos y redúzcala aun más eliminando aquello que no es esencial y elimínelo de su presupuesto, y, (4) elimine ciertos gastos economizando. Por ejemplo, puede bajar su termostato en invierno, agregue cobijas en sus camas, y economice en recibos de electricidad. Si las personas toman en serio estos consejos, pronto pueden eliminar su deuda de tarjetas de crédito.

Si usted no puede controlar sus gastos con tarjeta de crédito, (y si usted tiene deudas de tarjetas de crédito, eso es una indicación de que usted no lo puede hacer), entonces elimine sus tarjetas de crédito. (A esto se le llama cirugía plástica). Luego, trabaje para eliminar la deuda en artículos que se deprecian. Usted puede hacer eso usando el ingreso que usted usaba para pagar sus deudas por altos intereses. Una vez que usted ha pagado sus deudas por artículos que se deprecian, economice e invierta el ingreso que antes usaba para esos pagos, y de ahí en adelante compre los artículos que se deprecian con dinero en efectivo. En otras palabras, si usted no puede pagar algo con dinero en efectivo, no lo compre. Y no compre lo que no necesita.

Usando los mismos medios, trabaje para eliminar toda deuda en artículos que no se deprecian. Finalmente, haga un plan financiero para el resto de su vida. Con inteligencia y haciendo escogencias sin egoísmo, le convertirá a usted en un dador que bendiga al pobre. Hay muchas maneras en que nosotros podemos llevar vidas más simples, lo que nos capacita para ser mejores dadores. Por ejemplo, aquellos que compran autos usados toda su vida, pagando con dinero en efectivo en vez de comprar autos nuevos a pagos, son capaces de dar mucho más dinero durante su vida dependiendo de la edad de los autos que compra y por cuanto tiempo los mantiene. Podemos tomar decisiones acerca de la casa, la ropa, el transporte, las diversiones, las mascotas, los regalos, las vacaciones, los hábitos destructivos, la comida y todo lo demás que nos pueda ayudar a economizar y así poder dar más dinero a los necesitados.

Una palabra a los ricos

¿Qué sucede si usted, de acuerdo a los estándares estadounidenses, es una persona rica que tiene exceso de dinero ahorrado o invertido? ¿Debe darlo todo? Si usted está persuadido en su corazón que Dios le ha dicho que haga tal cosa, entonces debe hacerlo. Sin embargo, algunas veces los ingresos compartidos de capital invertido pueden ser una mayor bendición que dar el capital. Por ejemplo, si usted tiene cien mil dólares invertidos que le dan un 10% de ganancia, usted puede dar diez mil dólares al año por el resto de su vida. Invertir una porción de su dinero extra es una buena razón para cualquier cristiano que haya salido de deudas.[5] Por supuesto, como un seguidor de Cristo, usted no debe invertir en nada que sea desagradable a Dios.

Cada seguidor de Cristo, especialmente aquellos que son ricos, deberían estar concientes de que Dios es el que les da las riquezas (ver Dt. 8:18). Así que aquel que bendice tiene el derecho de dirigir aquello que el bendecido debe hacer con la bendición. Algunos verdaderos discípulos de Cristo han entregado todas su posesiones materiales al señorío de Cristo. Jesús dijo, “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:33). Cada decisión financiera es una decisión espiritual para aquellos que se han sometido verdaderamente a Jesús.

Aquellos que han sido bendecidos abundantemente deberían ser muy generosos. Pablo le escribe a Timoteo,

A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna (1 Ti. 6:17-19, énfasis del autor).

Claramente, Pablo creía que los ricos deberían poner su esperanza en “aquello que es

Vida” (vida eterna) si ellos son “ricos en buenas obras” y “generosos y listos para compartir”. La gente ambiciosa se va al infierno.

¿Cuánto de su ingreso debería dar? Tanto como le sea posible. Le garantizo que en el cielo, no se arrepentirá de ningún sacrificio hecho en la tierra.

Entre más se niegue a sí mismo, más se parecerá a Cristo. Tenga en mente que la cantidad de dinero dada no se compara con la cantidad de sacrificio expresada en dar. En el evangelio de Marcos leemos:

Estando Jesús sentado delante del arca de la ofrenda, miraba cómo el pueblo echaba dinero en el arca; y muchos ricos echaban mucho. Y vino una viuda pobre, y echó dos blancas, o sea un cuadrante. Entonces llamando a sus discípulos, les dijo: De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca; porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento” (Mr. 12:41-44).

Los pobres entre nosotros

Por supuesto, nuestro dar a los pobres no debe estar limitado a escribir cheques para nuestras iglesias o agencias cristianas. Hay pobres que viven cerca de todos nosotros. Pueda que no sean tan pobres como aquellos en las naciones en vías de desarrollo, pero son personas que están luchando con sus finanzas. Probablemente hay pobres que llegan a su iglesia. Usted puede preguntarle a su pastor si alguien tiene una necesidad apremiante, así usted puede obedecer Tito 3:14: “Y aprendan también los nuestros a ocuparse en buenas obras para los casos de necesidad, para que no sean sin fruto”.

Dios promete recompensar a aquellos que ayudan a los pobres al igual que disciplinar a aquellos que los ignoran:

Aquel que cierra su oído al clamor del pobre, también él clamará, y no será oído…. El que da al pobre no tendrá pobreza; mas el que aparta sus ojos tendrá muchas maldiciones (Pr. 21:13; 28:27).

Una historia verdadera

En conclusión, quiero compartir con usted una entrevista conmovedora de un cristiano pobre llamado Pablito, quien vivía con su familia en las afueras de un botadero público en Manila, Filipinas. Esta entrevista fue publicada originalmente en una revista llamada Misión Cristiana,[6] junto con la siguiente nota del autor:

En 1985 la Asociación de Iglesias Filipinas (APC, por sus siglas en inglés) enviaron a una joven pareja misionera, Nemuel y Ruth Palma, a los más pobres de los pobres, los habitantes de los botaderos de Manila. Ahí cientos de familias viven en filas de chozas apiladas como cajas de fósforos, con láminas plásticas sucias o pedazos de tarros de lata aplastados por techo, y sacos de tela y cajas de cartón de leche por paredes. Una familia promedio de siete personas vive en una estructura no más grande que una pocilga, ¡no más grande que una cama matrimonial!

El terrible olor, la suciedad, el continuo quemar de la basura, la presencia de escondrijos de ladrones y rufianes, motivó a un trabajador de la APC a describir el lugar como “la versión humana del infierno, donde los gusanos no mueren y el fuego es eterno”. Es un lugar en donde las ratas superan en número a los niños en millones.

La entrevista con Pablito

P: ¿Cuándo conociste a Jesús como tu Señor?

R: Recibí al Señor como mi salvador a través del testimonio de un trabajador de la APC hace cinco años. Pero mi fe ha aumentado grandemente a través del testimonio de mis tres hijitos.

Para cuando yo vine a Cristo, yo era un vendedor callejero que vendía cigarros contrabandeados. Yo me di cuenta inmediatamente que eso no iba de acuerdo con mi fe, entonces no vendí más cigarros y empecé a vender periódicos y revistas locales en las aceras.

Pero aunque vendía mucho y ganaba más, no me quedé mucho en este negocio ya que me di cuenta que las revistas contenían fotografías e historias pornográficas.

P: ¿Cómo llegaste a vivir de lo que encontrabas en la basura?

R: Yo quería vivir la vida de un verdadero creyente. Entonces construí un carretón de madera y me movía a lo largo de los mercados de Manila revolcando los basureros para encontrar comida, botellas vacías y tarros de aluminio para el reciclaje.

Comparado con la venta de cigarros y de revistas, es un trabajo muy sucio y duro. Siempre estoy cansado después de un día de trabajo y huelo muy mal. Pero me siento limpio por dentro, y eso es lo que es importante para mí y mi familia. Queremos tener mentes y corazones limpios delante del Señor.

P: ¿Cómo se afectó su vida y la de los suyos después de recibir a Jesús?

R: Mi familia y yo tenemos una pequeña casa en la esquina sur del botadero. Sólo es una choza con cosas que he encontrado en el botadero, pero es una casa llena de gozo porque todos amamos al Señor. Tenemos devoción familiar todos las noches. Nuestras hijas siempre cantan canciones que han aprendido en las clases de escuela bíblica. ¡Cómo me encanta oírlas cantar! Ellas son el sol de mi vida.

El entusiasmo de mis hijas por ir a las clases de Escuela Dominical, y la oración han afectado mi vida y la de mi esposa grandemente. En las clases de los Palma se les enseña sobre higiene, por lo cual mis hijas quieren usar ropa limpia todo el tiempo.

Han exhortado a mi esposa a usar ropa limpia cuando no estamos buscando en los basureros. Como resultado, nuestra familia sobresale acá en el vecindario. Nuestros vecinos nos molestan cuando me pongo mi ropa de domingo y me llaman “Sr. Abogado”. Yo sólo sonrío, porque yo sé que ellos también quieren estar limpios, tanto por fuera como por dentro.

P: ¿Qué hace para crecer en el Señor?

R: Nuestras tres hijitas asisten al programa educacional y de alimentación conducido por Nemuel y Ruth Palma. Mi esposa y yo asistimos al estudio bíblico semanal para padres de los Palma en el botadero.

Yo le agradezco al Señor por hacer que nuestras vidas sean felices a pesar de nuestra pobreza. Tan es as así que yo me encuentro compartiendo este gozo con los otros vecinos. Llevo a cabo un estudio bíblico con ellos y ya he iniciado otro estudio bíblico para doce personas que viven en el lado oeste del botadero.

Pero necesito más biblias aquí. Nunca encontramos biblias acá en el botadero porque nadie las tira. Pero son costosas. (Nota: las biblias en la lengua filipina cuestan unos 4 dólares cada una).

P: ¿Cómo se las arregla para vivir del basurero?

R: Buscar cosas en la basura no deja mucho. Se gana como 20 a 30 pesos (más o menos un dólar y medio) por día. Pero el Señor nos ha provisto a través del botadero. ¿Ve usted estos pantalones que llevo puestos? Se ven bien, ¿no es cierto? Los conseguí en el botadero.

Hace algunos meses me di cuenta que necesitaba anteojos para leer. Oré al Señor y unos días después me encontré éstos (Pablito nos muestra los anteojos que lleva puestos amarrados a sus orejas por medio de unos cordelitos). Los encontré en un montón de basura que acababan de tirar. Y eran exactamente los que yo necesitaba.

Casi todo lo que tenemos y usamos, desde mi cinturón hasta los rizadores de cabello de mi esposa y los zapatos y juguetes de mis hijas han venido del botadero. Dios conoce nuestras pequeñas necesidades, así que cualquier cosa que necesitemos, Él la provee muy cerca de nosotros.

P: ¿Qué otros cambios importantes han sucedido en su vida?

R: Con Jesús en nuestro corazón, Rosita y yo hemos aprendido a soportar las dificultades de la vida con una sonrisa. Ya no usamos lenguaje grosero, y he aprendido a amar a mis vecinos y a perdonar con rapidez.

¿Sabe usted por qué no llevo un par de zapatos? Ayer fue domingo y planeaba estar en la iglesia temprano para orar. Me puse mi mejor ropa y mi único par de zapatos, encontrados en el basurero. Quería verme bien para el Señor, ya que mi cumpleaños número cuarenta y ocho había sido hacía dos días. Así que me convencí a mí mismo para que un limpiabotas limpiara mis zapatos. El hombre se llevó mis zapatos y yo me quedé cerca.

Luego vi un puesto de flores al otro lado de la calle, y pensé en comprarle al Señor un ramo de flores amarillas. Crucé la calle rápidamente y las compré, pero cuando regresé al puesto del limpiabotas, él se había escapado con mis zapatos. ¡Yo quería llorar! No me sorprendió que no me enojara, aunque admito que me sentía un poco mal al regresar descalzo y con mi mejor ropa, y con un ramo de flores en mi mano. ¡Cómo me molestaron mis vecinos! Además llegué tarde al servicio de la mañana.

Pero cuando oré en la iglesia ese día supe que un día encontraré un par de zapatos, y a diferencia del viejo par, estos serán un par perfecto.

El Misionero Nemuel Palma (en la puerta) visita a Pablito (con anteojos encontrados en el basurero), su esposa Rosita, al lado de él, y sus tres hijas: Liz (8), Rebecca (6) y Ruth (4), y dos vecinos.

Varios meses después de la entrevista, un corresponsal de Ayuda Cristiana visitó a Pablito y averiguó que él ya no buscaba en la basura para vivir. En vez de eso estaba sacando agua en recipientes plásticos de cuatro galones de un tubo privado a un kilómetro del botadero y vendía el agua a los vecinos del botadero a seis céntimos el tarro. Él pagaba al dueño del tubo de cañería un céntimo por tarro, y así se ganaba $1,50 en un día bueno. Sin embargo, Pablito trabajaba sólo en las mañanas de cuatro de los seis días laborales para así poder conducir estudios bíblicos para sus vecinos en el botadero en las tardes y noches. Pablito admitió ante el corresponsal que a menudo él daba la mitad de sus ganancias a los “pobres”.

 


[1] La palabra codicioso es la misma palabra griega que se tradujo como avaro dos versos atrás.

[2] Parece razonable pensar que el tipo de ganancia por intereses condenado aquí es aquel que era prohibido bajo la Ley: cobrar intereses a israelitas pobres que eran forzados a pedir dinero prestado sólo para sobrevivir. Ver Ex. 22:25-27; Dt. 23:19-20. Se entiende, entonces, que el prestar dinero como capital de riesgo, u obtener dividendos y ganancias (sobre el capital) a través de inversión ética no es malo. Dios prometió bendecir a Israel tanto que podría prestar a muchas naciones si le obedecía (ver Dt. 15:6), así vemos que Dios no se opone a todo tipo de préstamo. La usura, también condenada, es la práctica de cobrar tasas de interés extremadamente altas a personas que no tienen otra alternativa que pedir prestado, tomando ventaja de ellas egoístamente.

[3] Estas estadísticas se encuentran citadas por Charles Colson y Ellen Santilli Vaughn en la página 31 de su libro, El Cuerpo, Word Publishing, 1992.

[4] Ron Sider, Rich Christians in an Age of Hunger (Dallas: Word, 1997), pp 1-2

[5] Por otro lado, el dar cien mil dólares de una sola vez a organizaciones de misiones serias puede tener un mayor impacto en la construcción del reino de Dios que dar diez mil dólares cada año por el resto de su vida. Si el dar 100,000 dólares ahora da como resultado mil personas salvas, lo que esas mil personas den para el evangelio, y los que se conviertan por medio de ellos den para el evangelio, puede tener un efecto multiplicador que sería mucho mayor que su donación anual de 10,000 dólares.

[6] Misión Cristiana, Mayo/junio 1987, pp. 8-9. Impreso con permiso de Ayuda Cristiana.

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El Engaño del Evangelio » El “cristiano” avaro

El sermón de salvación más grande de Jesús

Hace unos dos mil años, el Hijo de Dios, quien aún vivía sobre la tierra en forma humana, habló a una multitud que se había juntado para oírle a un lado de una montaña a lo largo del Mar de Galilea. Hoy nos referimos a sus palabras como “El Sermón del Monte”.

Jesús fue el comunicador más grande que haya existido, y enseñaba a las personas a quienes Él consideraba campesinos sin educación. Por lo tanto, su enseñanza era simple y fácil de entender. Usó objetos de uso diario para ilustrar sus puntos de vista. Hoy, sin embargo, muchos piensan que necesitamos a personas con grados de doctorado para interpretar lo que Jesús dijo. Y desdichadamente la premisa básica de algunos de esos intérpretes es que Jesús no pudo haber querido decir lo que dijo. De ahí que hayan elaborado teorías complicadas para explicar lo que Jesús realmente dijo, teorías que aquellos campesinos que originalmente escucharon las enseñanzas ni siquiera imaginaron ni entenderían aunque alguien trate de explicarles. Por ejemplo, algunos “eruditos” bíblicos modernos quieren que nosotros creamos que las palabras de Jesús no tienen aplicación ni para su audiencia ni para los cristianos modernos, sino que sólo tendrán aplicación cuando estemos viviendo en su reino futuro. Que teoría tan sorprendente, a la luz del hecho de que, en su predicación cuando Jesús se dirigía a su audiencia, Él usó la palabra usted (no ellos) en este corto sermón más de cien veces. Estos “eruditos bíblicos” hacen de Jesús un mentiroso.

Déjenme también señalar que el sermón de Jesús fue dirigido, no sólo a sus discípulos más cercanos, sino también a las multitudes que se habían juntado para escucharle (ver Mt. 7:28). Y tienen aplicación directa para todo ser humano desde entonces, como lo revela una honesta leída del sermón.

El propósito de este capítulo y del siguiente es estudiar el Sermón del Monte de Jesús. Descubrimos que es un mensaje de salvación, santidad y de relación entre ambas. Es un sermón que repetidamente advierte sobre el antinomianismo. Sin descuidar a las personas pobres pero espiritualmente hambrientas que se juntaban a escucharle, Jesús quería que entendieran lo más importante—cómo podían heredar el reino de los cielos. Se requiere de nosotros que también pongamos atención a lo que Él dijo. Este es aquel de quien Moisés escribió: “El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí, a él oiréis en todas las cosas que os hable; y toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo” (Hechos 3:22-23).

En la primera sección del sermón de Jesús, la que se denomina las Bienaventuranzas, Jesús prometió bendiciones específicas a personas que muestran ciertos rasgos de carácter. Se presentan muchos rasgos del carácter y se prometen muchas bendiciones. Los lectores casuales a menudo leen las Bienaventuranzas como alguien que suele leer el horóscopo, pensando que solamente una de ellas calza bien a cada persona. Pero al hacer una lectura más cuidadosa, nos damos cuenta que Jesús no estaba haciendo listas de diferentes tipos de personas que recibirían cierto tipo de bendiciones, sino que cierto tipo de persona recibiría una bendición completa al heredar el reino de Dios. No existe otra manera de interpretar correctamente sus palabras.

Leamos los primeros doce versículos del Sermón del Monte:

Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo:

Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.

Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.

Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros (Mt. 5:1-12).

Las bendiciones y los rasgos del carácter

Primeramente, consideremos todas las bendiciones prometidas. Los bienaventurados (1)heredarán el reino de los cielos, (2) recibirán consuelo, (3) heredarán la tierra, (4) serán saciados de justicia, (5) recibirán misericordia, (6) verán a Dios, (7) serán llamados hijos de Dios, (8) heredarán el reino de los cielos (una repetición de la # 1) en donde ellos serán recompensados.

¿Quiere Jesús decirnos que sólo los pobres en espíritu y aquellos que han sido perseguidos por la justicia heredarán el reino de Dios? ¿Acaso sólo los puros de corazón verán a Dios y sólo los pacificadores serán llamados hijos de Dios, pero ninguno de ellos heredará el reino de Dios? ¿No recibirán los pacificadores la misericordia y los misericordiosos no serán llamados hijos de Dios? Definitivamente ese no fue el mensaje de Jesús.

Ahora consideremos los diferentes rasgos que Jesús describió: (1) pobres en espíritu, (2) que lloran, (3) los mansos, (4) hambrientos de justicia, (5) misericordiosos, (6) puros de corazón, (7) pacificadores, y (8) perseguidos.

¿Quiere decir Jesús que una persona puede ser pura de corazón sin ser misericordiosa? ¿Puede alguien ser perseguido por causa de la justicia sin tener hambre y sed de justicia? Categóricamente no.

Por lo tanto, es más seguro concluir que las muchas bendiciones prometidas son las multiformes bendiciones de una gran bendición—heredar el reino de Dios. Los muchos rasgos del carácter de los bienaventurados son las multiformes características compartidas por todos los bienaventurados.

Claramente, las Bienaventuranzas describen los rasgos del carácter de los auténticos seguidores de Jesús. Al enumerar esos rasgos, Jesús alentó a sus seguidores con promesas de las multiformes bendiciones de la salvación. Los bienaventurados son gente salva, así vemos que Jesús lo que hacía era describir las particularidades de las personas que irían al cielo. Aquellos que no encajan en la descripción de Jesús no son bienaventurados y no heredarán el reino de los cielos. Entonces es correcto que nos preguntemos si encajamos en dicha descripción. Este es un sermón acerca de la salvación, la santidad y la relación entre ambas.

Los rasgos del carácter de los bienaventurados

Las ocho características que Jesús enumeró acerca de los bienaventurados están abiertas a cierta variación de una interpretación inteligente. Por ejemplo, ¿qué hay de virtuoso en ser pobre en espíritu? Tiendo a pensar que Jesús estaba describiendo el primer rasgo necesario que una persona debe poseer si va a ser salvo—se da cuenta de su pobreza espiritual. Antes de ser salvos, debemos ver primeramente la necesidad que tenemos de un Salvador.

Esta primera característica elimina la autosuficiencia y cualquier inclinación a pensar que la salvación es por méritos. La persona realmente bienaventurada es aquella que se da cuenta que no tiene nada que ofrecer a Dios, que su propia justicia es “trapo de inmundicia” (Is. 64:6). Él se ve a sí mismo en compañía de aquellos que están “sin Cristo….sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Ef. 2:12).

Jesús no quería que nadie pensara que por su propio esfuerzo cumpliría los estándares que iba a enumerar. No, las personas son bendecidas, esto es, bendecidas por Dios si poseen las características de los bienaventurados. Todo brota de la gracia de Dios. Los bienaventurados a los que se refería Jesús son bendecidos no sólo por lo que les espera en el cielo, sino también por la obra que Dios ha hecho en sus vidas en la tierra. Cuando veo los rasgos de los bienaventurados en mi vida, me debe recordar no lo que yo haya hecho, sino lo que Dios ha hecho en mí por su gracia.

Si la primera característica está en primer lugar es porque quizá sea el primer rasgo necesario de los que van camino al cielo. Así también la segunda está ahí con un significado: “Bienaventurados los que lloran” (Mt. 5:4). ¿Podría Jesús estar describiendo el arrepentimiento de corazón al igual que el remordimiento? Pienso que sí, ya que la Escritura es clara al expresar que el dolor divino resulta del arrepentimiento necesario para la salvación (ver 2 Co. 7:10). El recaudador de impuestos afligido que con humildad bajaba su cabeza en el Templo, golpeando su pecho y pidiendo la misericordia de Dios, era un bienaventurado. A diferencia del orgulloso fariseo que también oraba en el Templo, el recaudador de impuestos salió del templo justificado, perdonado de sus pecados (ver Lucas 18:9-14).

Si Jesús no estaba hablando del dolor inicial de una persona arrepentida que acaba de venir a Jesús, entonces tal vez describía el dolor de todos los verdaderos cristianos cuando continuamente enfrentan al mundo que está en rebelión contra Dios y que los ama. Pablo lo expresó como “que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón” (Ro. 9:2).

La tercera característica, mansedumbre, también está en la Escritura como uno de los frutos del Espíritu (ver Ga. 5:22-23). La mansedumbre no es un atributo auto generado. Aquellos que han recibido la gracia divina y en quienes habita el Santo Espíritu son también bendecidos para ser mansos. A los “cristianos” rudos y violentos, ¡cuidado! No estarán entre aquellos que hereden la tierra.. Más bien irán camino al infierno, pues no están entre los bienaventurados.

Hambrientos de justicia

La cuarta característica, hambrientos y sedientos de justicia, describe el deseo interno dado por Dios que todo verdadero nacido de Dios posee. Siente dolor por la injusticia en el mundo y en sí mismo. Él odia el pecado (ver Sal. 97:10, 119:128, 163) y ama la justicia.

Muy a menudo, cuando leemos la palabra justicia en la Escritura, inmediatamente se traduce como “la justicia legal imputada a nosotros por Cristo”, pero eso no es lo único que la palabra quiere decir. Con mucha frecuencia quiere decir, “la cualidad de vivir correctamente bajo los estándares de Dios”. Ese es ciertamente el significado que Jesús quiso ponerle aquí, ya que no hay razón para que un cristiano tenga hambre por lo que ya tiene. Ya tiene una justicia imputada. Aquellos que han nacido del Espíritu anhelan vivir justamente, y tienen seguridad de que un día “serán saciados” (Mt. 5:6), con certeza de que Dios, por su gracia, completará la obra que ha empezado en nosotros (ver Fil. 1:6).

Las palabras de Jesús también predicen el tiempo de los cielos nuevos y la tierra nueva, “en los cuales mora la justicia” (2 Pe. 3:13). Entonces no habrá pecado. Todos amarán a Dios con todo su corazón y a su prójimo como a ellos mismos. Nosotros que ahora tenemos hambre y sed de justicia seremos luego saciados. Finalmente nuestra oración será contestada, “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mt. 6:10).

La quinta característica, misericordia, es también natural en todo aquel que es nacido de nuevo, por la virtud de aquel Dios misericordioso que vive dentro de él. El que no es misericordioso no está bendecido por Dios y revela que no tiene parte con su gracia. El apóstol Santiago asevera que “juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia” (Santiago 2:13). Si usted se para ante Dios y recibe un juicio sin misericordia, ¿piensa usted que irá al cielo o al infierno?[1] La respuesta es predecible.

Una vez Jesús contó una historia de un siervo que había recibido gran misericordia de parte de su Señor, pero que luego no quiso extender esa misericordia a su consiervo. Cuando su Señor descubrió lo que había acontecido, “le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía” (Mt. 18:34). Aquella deuda que le había sido perdonada surgió de nuevo. Luego Jesús advirtió a sus discípulos, “Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” (Mt. 18:35). De nuevo, los que no hacen misericordia no recibirán misericordia de Dios. No se hayan dentro de los bienaventurados.

La sexta característica de aquellos que van camino al cielo es la pureza de corazón. A diferencia de muchos cristianos profesantes, los verdaderos seguidores de Cristo no son santos sólo en su apariencia. Por la gracia de Dios, sus corazones han sido purificados. Aman a Dios con todo su corazón y eso afecta sus reflexiones y sus motivaciones. Jesús promete que ellos verán a Dios.

De nuevo pregunto, ¿creeremos que hay cristianos verdaderos que no son puros de corazón y que no verán a Dios? ¿Dirá Dios a ellos, “pueden venir al cielo, pero no me verán jamás”? No, por supuesto que no. Todo aquel que ha de ir al cielo tiene un corazón puro.

Bienaventurados para ser pacificadores

Los pacificadores son los siguientes en la lista. Serán llamados hijos de Dios. De nuevo, Jesús debe haber estado describiendo a cada verdadero seguidor suyo, pues todo aquel que cree en Cristo, es hijo de Dios (ver Ga. 3:26).

Aquellos que son nacidos del Espíritu son pacificadores de por lo menos tres maneras:

Primeramente, han hecho las paces con Dios, alguien que fue su enemigo.

En segundo lugar, viven en paz con otros, tanto como sea posible sin desobedecer a Dios. No se caracterizan por disensiones o pleitos. Pablo escribió que aquellos que practican pleitos, celos, ira, contiendas, disensiones, herejías no heredarán el reino de Dios (ver Ga. 5:19-21). Los creyentes genuinos caminarán la milla extra para evitar una pelea y mantener la paz en sus relaciones. No dirán que están en paz con Dios si no están en paz con su hermano (ver Mt. 5:23-24; 1 Jn. 4:20).

En tercer lugar, al compartir el evangelio, los seguidores auténticos de Cristo también ayudan a otros a hacer las paces con Dios y con sus hermanos.

Finalmente, Dios llamó bienaventurados a aquellos que son perseguidos por causa de la justicia. De hecho, Él hablaba de personas que viven justamente. Ellos son los perseguidos por los no creyentes. Serán las personas que heredarán el reino de Dios.

¿De qué tipo de persecución hablaba Jesús? ¿Tortura? ¿Martirio? No. Él hablaba específicamente de ser insultado y ofendido por causa de Él. Esto significa que cuando una persona es verdaderamente cristiana, tal actitud es obvia ante los no creyentes, si no fura así, éstos no dirían nada de ella. ¿Cuántos llamados cristianos son difíciles de distinguir de los no creyentes de modo que nadie habla mal de ellos? En realidad no son cristianos del todo. Como dijo Jesús,“ !Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! Porque así hacían sus padres con los falsos profetas (Lucas 6:26). Cuando todo mundo habla bien de usted, eso es una señal de que usted es un creyente falso. El mundo tiene verdaderos cristianos (ver también Juan 15:18-21; Ga. 4:29; 2 Ti. 3:12; Juan 3:13-14). ¿Hay alguien que te odie? Este es un sermón de salvación, santidad y la relación entre ambas.

La sal y la luz

En los próximos versos, Jesús continuó describiendo a sus seguidores auténticos, los bienaventurados, comparándolos con la sal y la luz. Ambas tienen ciertas características claras. La sal sirve para salar y la luz brilla. Si la sal no sala, no es sal. Si la luz no brilla, no es luz.

Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte nos se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos (Mt. 5:13-16).

En el tiempo de Jesús, la sal se usaba primordialmente como preservante de carnes. Como seguidores obedientes de Jesús, nosotros somos los que preservamos este mundo para que no se eche a perder y se corrompa por completo. Pero si nos comportamos como el resto del mundo, no servimos para nada. Jesús advirtió a los bienaventurados a permanecer salados, preservando así sus características tan únicas. Deben permanecer diferentes al resto del mundo, o de lo contrario podrían llegar a ser “insípidos”, merecedores de ser “echados fuera y hollados”. Esta es una clara advertencia encontrada en el Nuevo Testamento en contra del peligro de caer dirigida a verdaderos creyentes. Si la sal es verdadera sal, es salada. Del mismo modo, los seguidores de Jesús actúan como tales, de otro modo, no son seguidores de Jesús, aunque antes lo hayan sido.

Los verdaderos creyentes en Cristo son también la luz del mundo. La luz siempre brilla. Si no brilla, no es luz. En esta analogía, la luz representa nuestras buenas obras (ver Mt. 5:16). Cristo indicó a sus seguidores que debían hacer buenas obras para que otros las vieran. Así podrían glorificar a su Padre celestial pues Él es la fuente de sus buenas obras.

Véase que Jesús no dijo que debíamos crear la luz, sino que debíamos dejar que la luz que está en nosotros brille para que otros la vean. Él no estaba exhortando a aquellos que no tienen buenas obras para que realicen algunas, sino exhortando a aquellos que tienen buenas obras para que no escondan la bondad de éstas. Los seguidores de Cristo son la luz del mundo. Son bienaventurados, por la gracia de Dios, para ser luz en la oscuridad.

La importancia de guardar los mandamientos de Dios

Ahora iniciamos un nuevo párrafo. Aquí, Jesús empezó a hablar acerca de la Ley y su relación con sus seguidores:

No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido. De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos. Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos (Mt. 5:17-20).

Si Jesús advirtió a su audiencia en contra de la idea de que Él aboliría la ley o los profetas, entonces con seguridad podemos concluir que por lo menos algunos de sus oyentes estaban pensando eso. El porqué estaban asumiendo eso, sólo podemos adivinarlo. Tal vez se debió a sus serias reprensiones contra los escribas legalistas y fariseos que tentaban a algunos a pensar que estaba aboliendo la ley y los profetas.

Sin importar cuál era la situación, Jesús claramente quería que todos, entonces y ahora, se dieran cuenta del error de tal suposición. Él era Dios, el divino inspirador de todo el Viejo Testamento, así que no iba a abolir todo lo que había dicho a través de Moisés y los profetas. Al contrario, cumpliría la ley y los profetas.

Exactamente ¿cómo podría él cumplir la ley y los profetas? Algunos piensan que Jesús hablaba sólo del cumplimiento de las predicciones mesiánicas. Aunque Jesús ciertamente cumplió (o aún lo hará) cada predicción mesiánica, eso no es totalmente lo que tenía en mente. Claramente, el contexto indica que hablaba de todo lo que estaba escrito en la ley y los profetas. “Ni una jota ni una tilde” (v. 18) pasaría de la ley y hasta el “mandamiento más pequeño” fue guardado (v. 19).

Otros suponen que Jesús quiso decir que cumpliría la ley al completar sus requisitos en nuestro lugar a través de su vida obediente y su muerte sacrificial. Pero esto, como también lo revela el contexto, no era lo que Él tenía en mente. En los versos siguientes, Jesús no menciona nada acerca de su vida o muerte como puntos de referencia para el cumplimiento de la ley. Más bien, en la siguiente oración, dice que la ley será válida al menos hasta que “el cielo y la tierra pasen” y “todo se haya cumplido”. Luego declara que la actitud de las personas hacia la ley afectará incluso su estatus en el cielo (v. 19), y que la gente debe obedecer la ley de una mejor manera que los escribas y fariseos, o no entrarán en el cielo (v. 20).

Definitivamente, además de cumplir las profecías mesiánicas y los tipos de sombras de la ley, Jesús también estaba pensando en que la gente guardara los mandamientos de la ley e hiciera lo que los profetas dijeron. En un sentido, Jesús cumpliría la ley al revelar la verdadera y original intención divina dentro de ésta, aprobándola y explicándola a la perfección y completando lo que faltaba en el entendimiento de ésta.[2] La palabra griega que se traduce como cumplir en el verso 17 es también traducida en el Nuevo Testamento como completar, terminar, y llevar a cabo a plenitud. Eso era lo que Jesús estaba a punto de hacer, en un texto posterior (cuatro oraciones después).

No, Jesús no vino a abolir la ley, sino a cumplirla. En cuanto a los mandamientos encontrados en la ley y los profetas, Jesús no pudo haber sido más claro. Él esperaba que todos los cumplieran. Eran tan importantes como siempre. De hecho, la manera en que una persona estime los mandamientos determinará cómo es estimada en el cielo “De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que lo haga y los enseñe, este será llamado grande en el reino de los cielos” (5:19).[3] Luego pasamos al versículo 20: “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”.

Vemos que ésta no es una idea nueva, sino una declaración final conectada con versículos previos por la conjunción porque. ¿Qué tan importante es guardar los mandamientos? ¡Se deben guardar mejor que los escribas y fariseos para entrar al reino de los cielos! De nuevo vemos que éste es un sermón de salvación y santidad y cómo se relacionan ambas.

¿De qué tipo de justicia hablaba Jesús?

Cuando Jesús dijo que nuestra justicia debía ser mayor que la de los escribas y fariseos, ¿acaso no estaba aludiendo a la justicia legal que sería imputada para nosotros como un regalo? No, no era así, por lo menos por dos buenas razones. En primer lugar, el contexto no encaja con esta interpretación. Antes y después de esta declaración (y a lo largo de todo el Sermón del Monte), Jesús hablaba de guardar los mandamientos, esto es, vivir justamente. La interpretación más natural de sus palabras es que debemos vivir más justamente que los escribas y fariseos.

En segundo lugar, si Jesús hablaba acerca de los imputados, la justicia legal que recibimos como regalo por creer en Él, ¿por qué entonces no lo señaló así? ¿Por qué diría algo que sería tan fácilmente malentendido por los campesinos mal educados a quienes se dirigía, quienes nunca hubieran adivinado que hablaba de justicia imputada?

Nuestro problema es que no queremos aceptar el claro significado del versículo, porque nos suena a legalismo. Pero nuestro problema real es que no entendemos la correlación inseparable entre justicia imputada y justicia práctica. Sin embargo, el apóstol Juan si la entendió. Él escribió: “Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo” (1 Jn. 3:7). Ni tampoco parecemos entender la correlación entre el nuevo nacimiento y la justicia práctica como lo hizo Juan: “todo el que hace justicia es nacido de él” (1 Jn. 2:29).

Jesús pudo haber añadido a su declaración del 5:20, “Y si ustedes se arrepienten, nacen verdaderamente de nuevo y reciben a través de una fe viva mi regalo de justicia, su justicia práctica ciertamente será mayor que la de los escribas y fariseos, entretanto que ustedes cooperan con el poder de mi Santo Espíritu que obra dentro de ustedes.

La justicia de los escribas y fariseos

La otra pregunta importante que naturalmente surge a raíz de la declaración de Jesús en el 5:20 es esta: ¿Qué tan justos (prácticamente hablando) eran los escribas y fariseos? La respuesta es, no mucho.

En otro tiempo, Jesús se refirió a ellos como “sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia” (Mt. 23:27). Esto es, aparentaban ser justos en su exterior, mas eran malvados en su interior. Hacían un noble trabajo para cumplir la letra de la ley, pero ignoraban el espíritu de ésta, a menudo excusándose por alterar o torcer los mandatos divinos.

Esta falla intrínseca en los escribas y fariseos, de hecho, era el foco principal de Jesús en mucho de lo que resta del Sermón del Monte. Vemos que citó un cierto número de los mandatos divinos bien conocidos, y luego de cada cita, revelaba la diferencia entre la letra y el espíritu de cada ley. Al hacer esto, repetidamente expuso la hipocresía de los escribas y fariseos, y revelaba sus verdaderas expectativas para sus discípulos.

Jesús inició cada ejemplo con las palabras, “oísteis que fue dicho”. Él hablaba a gente que quizá nunca había leído, sino sólo oído, los rollos del Viejo Testamento leídos por los escribas y fariseos en las sinagogas. Se puede decir que su audiencia había estado sentada escuchando doctrina falsa toda su vida, cuando oían a los escribas y fariseos comentar la palabra de Dios y, a la vez, observaban sus estilos de vida tan faltos de santidad.

El sexto mandamiento es el tema de su primer ejemplo:

Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás, y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego. Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo que no saldrás de allí hasta que pagues el último cuadrante (Mt. 5:21-26).

Los escribas y fariseos se enorgullecían de no ser asesinos. O sea, en realidad nunca mataron a nadie. En sus mentes, cumplían con el sexto mandamiento. Sin embargo, les hubiera encantado matar si no fuera prohibido, como lo revela el hecho de que hacían todo excepto asesinar a aquellos que odiaban. Jesús señaló algunas de sus conductas asesinas. De sus bocas salían palabras odiosas de desprecio contra aquellos con quienes estaban enojados. Estaban amargados en su interior, sin perdón ni deseo de reconciliación, involucrados en demandas, demandando o siendo demandados por sus acciones asesinas y egoístas.[4] Los escribas y los fariseos eran asesinos de corazón que únicamente se cuidaban de no cometer el hecho físico.

La persona verdaderamente justa, sin embargo, es muy diferente. Sus estándares son más altos. Sabe que Dios espera que ame a su hermano, y si su relación con su hermano no está bien, su relación con Dios no está bien. No practicará las rutinas de su religión, pretendiendo amar a Dios si odia a un hermano (ver Mt. 5:23-24). Como el apóstol Juan escribió más tarde, “Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Jn. 4:20).

Los escribas y fariseos pensaban que sólo por el acto mismo del asesinato podrían incurrir en culpa. Pero Jesús advirtió que la actitud de un asesino le hace merecedor del infierno. ¿Cuántos cristianos profesantes no se diferencian en nada de los escribas y fariseos, llenos de odio en vez de amor? Los cristianos genuinos son bienaventurados de Dios al grado de que Él pone su amor en ellos, haciéndoles amorosos (ver Ro. 5:5), todo por su gracia.

La definición de Dios del adulterio

El sétimo mandamiento era el tema del segundo ejemplo de Jesús acerca de cómo los escribas y fariseos guardaban la letra en tanto que desatendían el espíritu de la ley:

Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno (Mt. 5:27-30).

Primero, observe una vez más que éste es un sermón de salvación y santidad, y la relación entre ambas. Jesús advirtió acerca del infierno, y lo que se debe hacer para mantenerse lejos de éste.

Los escribas y fariseos no podían ignorar el sétimo mandamiento, así que lo cumplían externamente, permaneciendo fieles a sus esposas. Pero fantaseaban acerca de hacer el amor con otras mujeres. Mentalmente desvestían a las mujeres que miraban en el mercado. Eran adúlteros de corazón, y así transgredían el espíritu del sétimo mandamiento. ¿Cuántos cristianos profesantes no se diferencian de ellos?

Dios, por supuesto, desea que su pueblo sea completamente puro en lo sexual. Naturalmente, como ya se ha discutido antes en este libro, es pecado tener una relación sexual con la mujer de su vecino, y es igualmente pecaminoso soñar con tener una relación sexual con ella.

¿Había entre la audiencia de Jesús algunas personas contritas en su espíritu? Probablemente sí. ¿Qué debían hacer? Debían arrepentirse inmediatamente como Jesús lo dijo. Cualquiera que fuera el costo, aquellos lujuriosos no debían sentir más lujuria, pues los lujuriosos no van al cielo.

Por supuesto, ninguna persona razonable piensa que Jesús quiso decir que los lujuriosos debían sacarse el ojo o cortar su mano. Una persona lujuriosa que se saca un ojo sólo se convertiría en un lujurioso con un solo ojo. Jesús hablaba en forma solemne y dramática de la importancia de obedecer el espíritu del sétimo mandamiento. La eternidad dependía de ello.

¿Está arrepentido? Entonces “corte” con aquello que es la causa de su caída. Si es la televisión por cable, desconéctala. Si es la televisión regular, entonces deshágase de su televisor. Si es algo que ve cuando va a cierto lugar, no vaya más ahí. Si es una suscripción de una revista, cancélela. Si es la Internet, ¡sálgase de la línea! Nada de esto vale la pena si va a pasar su eternidad en el infierno.

El punto de vista de Dios sobre el divorcio

El siguiente ejemplo de Jesús está muy relacionado con el que acabamos de considerar, por lo cual probablemente se menciona seguido. Se debe considerar como una elaboración del punto anterior y no como un tema nuevo. El tema es, “Otra cosa que se hace y que es equivalente al adulterio”:

También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. Pero yo os digo que el que repudie a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio (Mt. 5:31-32).

Aquí tenemos otro ejemplo de cómo los escribas y fariseos guardaban la letra de la ley en tanto que rechazaban el espíritu de ésta.

Pensemos en un fariseo imaginario de los días de Jesús. Al frente de su casa vive una mujer muy atractiva que él desea. Él coquetea con ella cada día cuando la ve. Ella parece que también le corresponde, y su deseo por ella crece. A él le encantaría verla desnuda, y se la imagina regularmente en sus fantasías. ¡OH, si pudiera tenerla!

Pero él tiene un problema. Es casado y ella también lo es, y su religión prohíbe el adulterio. Él no desea romper el sétimo mandamiento (aunque en realidad ya lo ha roto cada vez que se comporta lujuriosamente). ¿Qué puede hacer?

¡Hay una solución! Si ambos se pudieran divorciar de sus actuales cónyuges, ¡él podría casarse con la amante de sus sueños! Pero, ¿es correcto obtener un divorcio? ¡Sí! Hay una escritura al respecto. Deuteronomio 24:1 habla acerca de darle a la esposa una carta de divorcio. El divorcio debe ser legal en ciertas circunstancias. Pero, ¿cuáles son esas circunstancias? Él lee con cuidado lo que Dios dice:

Cuando alguno tomare mujer y se casare con ella, si no le agradare por haber hallado en ella alguna cosa indecente, le escribirá carta de divorcio, y se la entregará en su mano, y la despedirá de su casa (Dt. 24:1).

¡Ajá! Él puede divorciarse de su mujer si encuentra algo indecente en ella. Bien, pues ya lo encontró. ¡Su mujer no es tan atractiva como la vecina del frente![5]

Entonces se divorcia de su mujer dentro del marco de la ley entregándole la carta de repudio (por cierto, se puede recoger una copia de la carta de repudio en el lobby de la oficina local del club de los fariseos), y rápidamente se casa con la mujer de sus fantasías, pues ella también se ha divorciado legalmente. Todo ocurre sin que sientan ni una onza de culpa pues los hechos se han dado dentro del marco de la ley divina.

Pero, por supuesto, Dios ve las cosas de otro modo. La “indecencia” de la cual Él hablaba en Deuteronomio 24:1-4 para un divorcio legal era algo muy inmoral, probablemente algo muy cercano al adulterio.[6] Es decir, un hombre podía divorciarse de su mujer si descubría que había sido promiscua antes o durante el matrimonio.

En la mente de Dios, el hombre imaginario que acabo de describir no se diferencia de un adúltero. Ha violado el sétimo mandamiento. De hecho, es más culpable que el adúltero promedio, pues es culpable de “doble adulterio”. ¿Qué les parece eso? Primero, ha cometido adulterio. Jesús luego dijo, “Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera” (Mt. 19:9).

En segundo lugar, porque la mujer que ha repudiado debe buscar a otro marido para sobrevivir, en la mente de Dios el fariseo ha hecho el equivalente a forzar a su esposa a tener sexo con otro hombre. Es así como él acarrea la culpa del “adulterio” de ella.[7] Jesús dijo, “Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere” (Mt. 5:32, énfasis del autor).

Jesús podría aun estar acusando a nuestro fariseo imaginario de “adulterio triple” si su declaración, “y el que se casa con la repudiada adultera” (Mt. 5:32), significa que Dios acusa al fariseo del “adulterio” del nuevo esposo de su anterior mujer.[8]

Éste era un asunto fuerte en los días de Jesús, como leemos en otro lugar en donde algunos fariseos le preguntaban, “¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?” (Mt. 19:3). Su pregunta revela lo que hay dentro de sus corazones. Definitivamente, por lo menos algunos de ellos querían creer que cualquier cosa era causa legal de divorcio. Debo agregar qué doloroso es cuando los cristianos toman estas mismas escrituras acerca del divorcio, las malinterpretan, y colocan pesadas trabas en los hijos de Dios. Jesús no hablaba de los cristianos que se divorciaron cuando aún eran pecadores, y que encuentran una compañera potencialmente maravillosa y que ama al Señor Jesús, y se casa con ella. Eso ni siquiera se acerca al concepto de adulterio. Y si eso fuera lo que Jesús quiso decir, tendríamos que cambiar el evangelio, pues no proveería perdón para todos los pecados de los transgresores. De ahora en adelante tendríamos que predicar, “Jesús murió por ti, y si te arrepientes y crees en Él, puedes obtener perdón de todos tus pecados. Sin embargo, si eres divorciado, asegúrate de no volver a casarte o de lo contrario estarías viviendo en adulterio, y la Biblia dice que los adúlteros irán al infierno. Además, si usted es divorciado y se ha casado de nuevo, antes de venir a Cristo debe cometer otro pecado y divorciarse de su actual cónyuge. Si no es así, usted continuaría viviendo en adulterio, y los adúlteros no van al cielo”.[9] ¿Es ese el mensaje del evangelio?

La cualidad de ser veraz

El tercer ejemplo de Jesús de la conducta inapropiada y de la aplicación equivocada de la Escritura que hacían los fariseos se relaciona con el mandamiento de Dios de decir la verdad. Los escribas y fariseos habían inventado una manera muy creativa de mentir. Aprendemos en Mateo 23:16-22 que ellos no creían necesario guardar sus votos si juraban por el templo, el altar, o el cielo. Sin embargo, si juraban por el oro del templo, la ofrenda sobre el altar, o por Dios en el cielo, estaban obligados a guardar su voto. Es un adulto equivalente a un niño estadounidense que piensa que está exento de decir la verdad en tanto que sus dedos estén cruzados.

Este aspecto de la hipocresía es lo que sigue en el sermón más famoso de Jesús:

Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello. Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede (Mt. 5:33-37).

El mandamiento original de Dios concerniente a los votos no decía nada de jurar por ninguna cosa. Dios sólo quería que su gente guardara su palabra. Cuando las personas tienen que hacer un juramento para convencer a otros a que crean en ellos, admiten algo abiertamente y a menudo mienten. Nuestra palabra debería ser buena, sin necesidad de juramentos. ¿Supera su justicia en esta área a aquella de los escribas y fariseos?

El pecado de la venganza

El siguiente aspecto en la lista de faltas que hizo Jesús era una distorsión farisaica de un versículo en el Viejo Testamento:

Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, vé con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses (Mt. 5:38-42).

La ley de Moisés declaraba que cuando una persona era encontrada culpable en la corte de herir a otra persona, su castigo debería ser equivalente al daño causado. Si había sacado un diente a alguien, en igualdad y justicia, su diente debería ser sacado. Este mandamiento fue dado para asegurar que la justicia iba a brillar en las cortes en casos de ofensas mayores. Sin embargo, una vez más, los escribas y fariseos lo habían distorsionado, convirtiéndolo en un mandamiento que hacía de tomar venganza una obligación santa. Aparentemente, habían adoptado una política de “cero tolerancia”, buscando venganza por las más pequeñas ofensas.

Dios, no obstante, siempre ha esperado más de su pueblo. La venganza es algo que Él prohíbe expresamente (ver Dt. 32:35). El Viejo Testamento enseñaba que el pueblo de Dios debería mostrarse bondadoso con sus enemigos (ver Ex. 23:4-5; Prov. 25:21-22). Jesús apoyó esta verdad al decirnos que volviéramos la otra mejilla y que fuéramos una milla extra cuando tratamos con gente mala. Cuando nos maltratan, Dios quiere que seamos misericordiosos, retornando bien por mal.

Pero, ¿acaso Jesús espera que las personas tomen mucha ventaja de nosotros, permitiéndoles arruinar nuestras vidas si así lo desean? ¿Está mal el llevar a un incrédulo a la corte, buscando justicia por un acto ilegal cometido contra nosotros? No. Jesús no hablaba de obtener justicia por ofensas mayores en la corte, sino acerca de obtener venganza por infracciones ordinarias e insignificantes. Nótese que Jesús no dijo que deberíamos ofrecer nuestro cuello para ser estrangulados a alguien que nos acaba de apuñalar la espalda. Él no dijo que entregáramos nuestra casa a alguien que demanda nuestro auto. Jesús simplemente nos estaba diciendo que mostráramos tolerancia y misericordia en un alto grado cuando diariamente encontramos ofensas insignificantes y los retos normales al tratar con gente egoísta. El no espera que nosotros “vayamos cien millas extra”, sino “ir la milla extra”. Él desea que seamos más amables de lo que la gente egoísta espera, y ser espléndidos con nuestro dinero, dando generosamente y prestando. Los fariseos y los escribas ni siquiera se acercaban a este estándar. ¿Sobrepasa su justicia a la de ellos en esta área?

No puedo resistirme a preguntar, ¿Porqué tantos cristianos profesantes se ofenden tan fácilmente? ¿Por qué se irritan tan rápidamente por las ofensas que son diez veces más pequeñas que el recibir un golpe en la mejilla? ¿Son estas personas salvas?

Amar a nuestros enemigos

Finalmente, Jesús señaló un mandamiento más dado por Dios que los escribas y fariseos habían alterado para acomodar sus odiosos corazones:

Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen así también los gentiles? Sed pues vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto (Mt. 5:43-48).

En el Viejo Testamento, Dios había dicho, “ama a tu enemigo” (Lv. 19:18), pero los escribas y fariseos habían asumido convenientemente que si Dios quería que ellos amaran a su prójimo, Él sin duda quiso decir que odiaran a sus enemigos. Era su obligación santa. De acuerdo con Jesús, sin embargo, eso no fue lo que Dios quiso decir, y eso no fue lo que dijo.

Jesús enseñaría luego en la historia del Buen Samaritano que deberíamos considerar a toda persona como nuestro prójimo. Dios quiere que amemos a todos, incluyendo a nuestros enemigos. Ese es el estándar de Dios para sus hijos, un modelo por el cual también Él vive. Él envía el sol y la lluvia que hacen crecer las cosechas para los buenos y para los malos. Deberíamos seguir su ejemplo, mostrando bondad para aquellos que no la merecen. Cuando lo hacemos, probamos que somos “hijos de[nuestro] Padre que está en los cielos” (Mt. 5:45). Los auténticos nacidos de nuevo actúan como su Padre.

El amor que Dios espera que mostremos a nuestros enemigos no es una emoción o una aprobación de los actos malvados. Dios no requiere de nosotros que tengamos sentimientos hermosos acerca de aquellos que se nos oponen. Él no espera que digamos cosas que no son ciertas, que nuestros enemigos en verdad son gente maravillosa. Pero sí espera que los amemos y que tomemos acción voluntaria hacia ese fin, por lo menos saludándolos y orando por ellos.

¿Y qué pasa con usted?

Ya usted se habrá dado cuenta que los escribas y fariseos no eran personas muy correctas. Tenían algún grado de justicia externa, pero, como muchos cristianos profesantes, eran odiosos, lujuriosos, egoístas, vengativos, sin misericordia, avaros, mentirosos tergiversadores de la Escritura. De acuerdo con Jesús, los verdaderos creyentes se caracterizan por ser gentiles, hambrientos de justicia, misericordiosos, puros de corazón, pacificadores, y perseguidos. Es así como esta parte del Sermón del Monte debería llenarle de seguridad de que usted sí ha nacido de nuevo, o llenarlo de terror porque usted se da cuenta de que no se diferencia en nada de aquellos a quienes Jesús condenó. Si usted está en la primera categoría, sepa que aún hay espacio para mejorar. La perfección es su objetivo porque es lo que Dios desea de usted, como lo dijo Jesús (ver Mt. 5:48; ver también Fil. 3:12-14).

Si usted está en la segunda categoría, usted puede arrepentirse y convertirse en un esclavo de Jesús creyendo en Él. Instantáneamente experimentará que es trasladado a la primera categoría por Dios y su gracia.


[1] Con sorpresa vemos que el siguiente verso en el libro de Santiago es, “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? (Santiago 2:14).

[2] Esto sería cierto en lo que a menudo se señala como “la ley ceremonial” al igual que “la ley moral”, aunque mucho de su mejor explicación en cuanto a la ley ceremonial sería dado por su Santo Espíritu a los apóstoles después de su resurrección. Ahora entendemos por qué no hay necesidad de sacrificar animales bajo el nuevo pacto, pues Jesús es el Cordero de Dios. Ni tampoco seguimos las leyes alimentarias del viejo pacto pues Jesús declaró que todos los alimentos son limpios (ver Marcos 7:19). No necesitamos la intercesión de un sumo sacerdote terrenal porque Jesús es ahora nuestro sumo sacerdote, y así por el estilo. A diferencia de la ley ceremonial, sin embargo, ninguna parte de la ley moral fue anulada o alterada por nada que Jesús hiciera o dijera, antes o después de su resurrección. Más bien, Jesús apoyó e interpretó la ley moral de Dios, como lo hicieron los apóstoles por la inspiración del Espíritu luego de su resurrección.

[3] Aunque las palabras de Jesús aquí son una fuerte motivación a no anular o a enseñar a otros a menospreciar algún mandamiento, incluyendo los más pequeños, sus palabras también ofrecen esperanza de que la población del cielo incluirá personas que han sido culpables precisamente de esto mismo.

[4] Es posible que Jesús estuviera insinuando que los escribas y fariseos, tan acomodados en las cortes, necesitaban darse cuenta que iban camino a la corte divina, y que estaban en franca desventaja al tener a Dios como “su oponente en la ley”. Así que les amonestaba para que se pusieran de acuerdo con su adversario fuera de la corte, o de lo contrario enfrentarían las consecuencias eternas.

[5] Este no es un ejemplo improbable. De acuerdo con el Rabí Hillel, quien tuvo la enseñanza más popular relacionada con el divorcio en los días de Jesús, un hombre podía divorciarse de su mujer si encontraba a alguna más atractiva, pues eso hacía que su esposa fuera “indecente” a sus ojos. El Rabí Hillel también enseñaba que un hombre podía divorciarse de su mujer si ponía demasiada sal en la comida, o si hablaba con otro hombre, o si no concebía un hijo varón para él.

[6] Bajo el Viejo Pacto, aquellos que cometían adulterio eran apedreados.

[7] Por supuesto, Dios no la culpa de su adulterio cuando ella vuelve a casarse; pues ella fue la víctima del pecado de su marido. Obviamente, las palabras de Jesús no cobran valor a menos que ella se vuelva a casar. De otro modo, no hay manera de culparla de adulterio.

[8] De nuevo, Dios no responsabilizará al nuevo marido del adulterio. Él está haciendo algo virtuoso, se casa y provee para una mujer divorciada. Sin embargo, si un hombre alienta a una mujer a que se divorcie de su marido de modo que él pueda casarse con ella, entonces sí sería culpable de adulterio, y probablemente, ese es el pecado al que Jesús se refería en este caso.

[9] Existen, por supuesto, otras situaciones que se pueden comentar. Por ejemplo, la mujer cristiana cuyo marido no salvo se divorcia de ella lo cual no la hace culpable de adulterio si ella se casa con un hombre cristiano.

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El Engaño del Evangelio » El sermón de salvación más grande de Jesús

Cuidado con los falsos maestros

 

De acuerdo al Nuevo Testamento, la característica sobresaliente de un falso maestro es su menosprecio por la necesidad de la santidad, lo cual se refleja en sus enseñanzas y vida personal. Numerosas escrituras confirman esto. Por ejemplo, considere lo que Jesús enseñó acerca de los falsos profetas en su Sermón del Monte:

Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis. No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿No profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad (Mt. 7:15-23).

Jesús dijo que los falsos profetas se conocen por sus frutos, los cuales, dentro del contexto del Sermón del Monte, indudablemente son frutos de santidad y obediencia. Jesús dijo que sólo aquellos que hacen la voluntad de su Padre “entrarán en el reino de los cielos” (7:21). Pueden haber profetizado, echado fuera demonios y haber hecho milagros, pero si practican la maldad, Él dirá que no los conoce (7:23).

Una gracia foránea

No es solamente el fruto de los hechos de las personas lo que las marca como falsos maestros, sino también el fruto de sus palabras. Si enseñan lo que es contrario a la doctrina del Nuevo Testamento, son falsos maestros.

Por supuesto, ningún maestro en la iglesia se va a parar y a decir que está enseñando lo que es contrario al Nuevo Testamento. Más bien, va a ignorar ciertos pasajes bíblicos importantes y a torcer otros para persuadir a su comunidad de que está enseñando la verdad. Hoy en día, muchos maestros populares y con influencia están haciendo tal cosa al enseñar sobre una gracia que es extraña a la Biblia. La gracia que proclaman no es la gracia verdadera que lleva a la santidad, de la cual Pablo, un verdadero maestro de la gracia, escribió:

Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente (Tito 2:11-12).

Más bien, es acerca de la falsa gracia que Judas advierte, una gracia que ha sido radicalmente transformada en una licencia para pecar:

Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos. Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo (Judas 3-4, énfasis del autor).

¿Cómo es posible que personas que negaban al único Maestro y Señor Jesucristo, pudieran haber “entrado encubiertamente”? La respuesta es que no estaban de pie en las congregaciones declarando, “yo niego a Jesucristo”. Más bien, negaban a Jesucristo a través de sus falsas enseñanzas acerca de la gracia, transformándola en libertinaje.

Su mensaje puede ser resumido así: “¿No es la gracia de Dios maravillosa? Porque nuestra salvación brota de su gracia y no de nuestros méritos, la santidad no es esencial para la salvación. Debido a la extraordinaria gracia de Dios, los adúlteros y fornicarios que creen en Jesús son salvos”.

Olvidemos la escritura que dice que sin santidad nadie verá al Señor (ver He. 12:14). No importa la enseñanza de Jesús que nadie entrará al reino de los cielos a menos que su justicia sobrepase aquella de los escribas y Fariseos, y que sólo aquellos que hacen la voluntad de Dios entrarán en el reino de los cielos (ver Mt. 5:20; 7:21). No nos preocupemos por lo que Él nos dijo que debíamos luchar para entrar por la puerta estrecha, la única puerta a la vida eterna, y que sus verdaderos hermanos son aquellos que “escuchan la palabra de Dios y la hacen” (ver Mt. 7:13-14; Lucas 8:21). Ignoremos el hecho de que Santiago enseñó que la fe sin obras es muerta y no puede salvarnos (ver Stg. 2:14, 17). No le pongamos ninguna atención a las advertencias de Pablo que decían que aquellos que practican las obras de la carne no heredarán el reino de Dios (ver Ga. 5:20-21). Cerremos nuestros ojos a la primera epístola de Juan, en donde leemos sobre las marcas de identificación de los cristianos auténticos. E ignoremos muchos otros pasajes bíblicos del Nuevo Testamento que enfatizan estas mismas verdades.

“No, no somos como los legalistas que enfatizan las obras más de lo debido. Hemos descubierto la verdad acerca de la gracia de Dios”.

Negando al Maestro

Estos falsos maestros literalmente niegan (observe los títulos que Judas usó) al “único Maestro y Señor” (Judas 4; énfasis del autor). Debido a que la obediencia es, en sus mentes, opcional para aquellos que van camino al cielo, no es necesario que Jesús sea nuestro Señor y Maestro. Por lo tanto, niegan lo que Él es por medio de sus enseñanzas y estilos de vida.

A los que les falta discernimiento, los lemas de los maestros de la falsa gracia suenan espirituales, tomados de las mismas escrituras de Pablo (y despojadas de su contexto bíblico): “¡No estamos bajo la ley sino bajo la gracia!” “¡Demos gracias a Dios por la libertad que tenemos en Cristo! Y, “Aun si no tenemos fe, ¡Él permanece fiel!” Como estos falsos maestros tuercen las palabras de Pablo es tan viejo como las cartas de Pablo. A ellos y a sus predecesores, Pedro les advierte:

Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición (2 P. 3:15-16, énfasis del autor).

Pedro tenía más que decir acerca de aquellos que distorsionan la Escritura para su propia destrucción. Todo el segundo capítulo de su segunda epístola nos advierte acerca de “herejías destructivas” que los falsos maestros “secretamente introducirán… aun negando al Maestro que los rescató” (2 P. 2:1).

De nuevo, ¿cómo puede cualquier doctrina que niega al Maestro ser introducida encubiertamente? Obviamente, estos falsos maestros no estaban proclamando públicamente, “¡Nosotros negamos al Maestro!” No, negaban al Maestro al negar el papel del Maestro. Menospreciaban la necesidad de la obediencia. Pedro escribió que éstos guiaban a la gente a “seguir sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado” (2:2). Estos falsos maestros mantenían que se podía practicar la disolución y ser salvo. Era aceptable el ser indulgente con los deseos de la carne, por lo cual “el camino de la verdad” era blasfemado.

Pedro refuta tan grave error citando ejemplos históricos del trato de Dios con los justos y los injustos. Su punto de vista no contiene error: Los santos son salvos, los impíos son condenados. La santidad es esencial:

Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron [impíos], sino que arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio; y si no perdonó al mundo antiguo [impío], sino que guardó a Noé, pregonero de justicia [santo], con otras siete personas, trayendo el diluvio sobre el mundo de los impíos; y si condenó por destrucción a las ciudades de Sodoma y de Gomorra [impías], reduciéndolas a ceniza y poniéndolas de ejemplo a los que habían de vivir impíamente, y libró al justo Lot [santo], abrumado por la nefanda conducta de los malvados[impíos] (porque este justo, que moraba entre ellos, afligía cada día su alma justa, viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos), sabe el Señor librar de tentación a los piadosos [santos], y reservar a los injustos[impíos] para ser castigados en el día del juicio; y mayormente a aquellos que, siguiendo la carne, andan en concupiscencia e inmundicia, y desprecian el señorío (2 P. 2:4-10, énfasis del autor).

En completo acuerdo con Pablo, sin ningún titubeo, Pedro marca a aquellos que “seducen con concupiscencias de la carne” como “impíos”. Van camino al infierno, ya sea que afirmen ser cristianos o no.

Estos falsos maestros han desviado a los verdaderos creyentes del camino de la santidad; por lo que éstos son mancillados de nuevo, retornando a una condición espiritual peor que cuando no eran salvos:

Pues hablando palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencias de la carne y disoluciones a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error. Les prometen libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción. Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció. Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado. Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno (2 P. 2:18-22).

Este pasaje nos brinda una mejor idea del mensaje de los falsos maestros. Pedro dice que ellos seducen con “concupiscencias de la carne y disoluciones” y prometen una libertad que realmente resulta en esclavitud al pecado. Su mensaje suena muy similar a los mensajes de los maestros de la falsa gracia que han redefinido la santidad llamándola legalismo y obediencia y “confianza en las obras”. “Disfrute la libertad que tienes en Cristo” proclaman. “No escuches a esos asesinos de la gracia con sus listas de haz esto no hagas lo otro”.

El resultado es que aun los creyentes genuinos son engañados, se devuelven del camino angosto, y se dirigen hacia el camino ancho de la destrucción. Piensan que han descubierto la gracia que Jesús ofreció y de la que Pablo predicó e ignoran las listas de mandatos de Jesús en el Sermón del Monte y las listas de pecados que Pablo mencionó en sus epístolas.

Observe que los creyentes sobre los que Pedro escribió habían “escapado”, aunque difícilmente, de aquellos que “viven en error” (2:18) esto es, de los no salvos. Dijo lo mismo en la siguiente oración, declarando que habían “escapado de las contaminaciones del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2:20). No malentiendan esto. Esas no eran personas que estaban pensando si se hacían cristianas o no. Ni eran falsos cristianos. Eran personas que habían nacido de nuevo y habían vivido una vida diferente a aquella que llevaban antes de ser salvos.

Pero fueron engañadas por las falsas enseñanzas que menospreciaban la importancia de la santidad y enfatizaban una gracia falsa. Por lo tanto, una vez más estaban “enredadas” en las “contaminaciones del mundo” y “vencidas” (2:20). Ahora su “postrer estado” viene a “ser peor que el primero” (2:20). Anteriormente habían conocido “el camino de justicia”, pero ahora se habían apartado del “santo mandamiento” (2:21, énfasis del autor).

Tristemente, muchos cristianos profesantes hoy nunca “han conocido el camino de la justicia”, porque han oído un evangelio falso desde el inicio. Han estado disfrutando su esclavitud al pecado durante todas su vidas “cristianas”, pensando que han estado disfrutando la libertad de la maravillosa gracia de Dios. En este punto son diferentes de aquellos acerca de los que Pedro escribió. No son cerdos que han retornado al cieno luego de ser lavados; son cerdos que nunca han dejado el cieno.

“Háganos cosquillas en las orejas, por favor”

Como en los días de Pablo, muchos hoy se juntan a escuchar a los maestros de la falsa gracia que les dirán lo que ellos quieren oír, tal como lo predijo Pablo:

Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas (2 Ti. 4:3-4).

Indudablemente, el tiempo que Pablo dijo que llegaría ya está aquí. En forma natural, la gente gusta de oír el mensaje de la maravillosa gracia y del amor de Dios, cómo su pecado ha sido lavado por Jesús, cómo la salvación es un regalo y cómo es recibido por fe y no por obras, todo lo cual es cierto. Pero es aquí donde la gracia de Dios es modificada.

Hoy se nos dice que el arrepentimiento es sólo un cambio de mentalidad que no necesariamente resultará en un cambio de acción. La gente puede creer en Jesús y seguir pecando. Pueden nacer de nuevo y nunca dar indicaciones de la presencia del Santo Espíritu en ellos. Los cristianos pueden ser adúlteros y fornicarios, y ciertamente no les juzgaremos porque no conocemos sus corazones. Aquellos que mantienen que el cielo es sólo para los santos son legalistas. La fe sin obras puede salvar. Aquellos que no hacen la voluntad de Dios aún pueden ir al cielo en tanto hayan hecho una profesión de fe en Cristo. Si una persona tiene fe por un minuto de su vida, entonces es eternamente salvo, sin importar si decide abandonar su fe, se convierte en ateo y retorna a su antigua vida de inmoralidad. Muchos cristianos verdaderos no se distinguen de los no cristianos, se colocan en una categoría especial de creyentes llamados “cristianos carnales”.

Estas y muchas otras mentiras se están propagando a millones de personas que no sospechan nada. Considere las siguientes citas de algunos de los maestros más populares de la iglesia estadounidense de hoy, personas muy conocidas en los círculos cristianos:

Poco tiempo después de que se llevó a cabo la campaña, el evangelista que lo llevó a los pies de Cristo desertó de la fe. Su familia se desmoronó. Vagabundeaba por todos los Estados Unidos como un animal, finalmente murió borracho en las cunetas del sur de Chicago…. Si usted ha confiado en Jesús como su Señor y Salvador, usted es un hijo de Dios. Usted puede negarlo, pero Él nunca le negará.

¿Es esto cierto? Jesús dijo, “A cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 10:33). Aún más, Pablo escribió que ningún borracho heredará el reino de Dios (ver 1 Co. 6:9-10).

Somos salvos porque en un momento de nuestra vida expresamos fe en nuestro paciente Señor…. Aunque un creyente en la práctica llegue a ser un impío, su salvación no está en peligro.

¿Estamos eternamente seguros de nuestra salvación si tan sólo creemos por “un momento en nuestra vida”? ¿Fue eso lo que Jesús quiso que creyéramos cuando dijo, “El que creyere [en algún momento del pasado] y fuere bautizado; será salvo” (Mr. 16:16)? Si eso es así, entonces también podemos concluir que si dejamos de creer en un momento dado, nuestra condenación sería para siempre, ya que Jesús continuó diciendo, “mas el que no creyere, será condenado” (Mr. 16:16).

Este mismo maestro de la gracia, desesperado por moldear la Escritura para acomodar su teología, ha convertido el infierno en un cielo:

¿Dónde está este lugar representado por las “tinieblas de afuera” en las parábolas de Jesús? Estar en las “tinieblas de afuera” es estar en el reino de Dios pero fuera del círculo de hombres y mujeres cuya fidelidad en esta tierra les proporcionó un rango especial o una posición de autoridad.

Las “tinieblas de afuera” no representan en realidad un lugar sino más bien una esfera de influencia y privilegio. No es un área geográfica en el reino a donde ciertos hombres y mujeres son enviados. Es tan sólo un uso figurado del habla que describe su bajo rango o estatus en el reino de Dios (énfasis de él).

Asombrosamente, este maestro también quiere que nosotros creamos que “el crujir de dientes”… “no simboliza dolor como muchos han pensado”. Más bien, es simbólico de la frustración que los creyentes infieles sentirán en el cielo cuando se den cuenta de las recompensas que podían haber obtenido si hubieran sido obedientes:

Así como aquellos que sean hallados fieles se regocijarán, aquellos que sufran pérdida llorarán. Mientras a unos se les celebra por su fidelidad, otros crujirán sus dientes en frustración por su vista corta y su codicia.

No sabemos cuánto durará ese tiempo de regocijo y de dolor. Aquellos cuyas obras son quemadas no llorarán ni crujirán sus dientes por toda una eternidad.

¿Es todo esto cierto? Cuando Jesús habló de las “tinieblas de afuera”, ¿hablaba Él de un lugar en el cielo en donde los cristianos infieles y los codiciosos temporalmente llorarían y crujirían sus dientes debido a su dolor por las recompensas que pudieron haber obtenido para ellos? Para una respuesta clara y explícita, vea Mt. 8:10-12; 13:24-30, 36-43; 24:42-51; 25:14-30; Lucas 13:22-28. ¿Y habrá en el cielo personas codiciosas? Vea 1 Co. 6:9-10; Ef. 5:3-6.

Es asombroso lo lejos que algunos maestros irían para hacer concesiones para que los cristianos practiquen pecados graves y aún así poder ir al cielo. En referencia a la advertencia de Pablo que aquellos que practican las obras de la carne no heredarán el reino de Dios, un predicador muy popular de la radio dice:

El heredar el reino tiene que ver con las bonificaciones que usted obtenga en el reino. No es lo mismo que entrar en el reino. Por lo tanto, a menos que usted distinga entre heredar y entrar en el reino, usted pensará que no va a entrar al reino debido a estos problemas [observe que ni siquiera los llama pecados]. Pero usted puede perder beneficios del reino debido a ellos.

¿Es cierto esto? Compare 1 Co. 6:9-10 con 1 Co. 15:50-54 y las palabras de Jesús en Mt. 25:34-41.

En tanto que Jesús y Pablo afirmaron que los adúlteros y los fornicarios no ganarán el cielo, un ministro de la televisión con mucha influencia dice:

Pero los cristianos podrían aún perder recompensas en el cielo. En verdad, sólo podemos imaginar lo que algunos cristianos sentirán y experimentarán en aquel día cuando pierdan esas recompensas celestiales debido a su entumecimiento espiritual y otras consecuencias de la fornicación o del adulterio cuando estuvieron en la tierra. Será sin duda un canje infinitamente pobre—perder las recompensas eternas en el cielo por unos pocos momentos de placer sexual en la tierra (énfasis del autor).

Otro ministro radial de larga trayectoria contesta una pregunta de un oyente:

P. Pensé que había nacido de nuevo cuando tenía quince años de edad. Me sentí feliz y seguro en Cristo. Pero al pasar el tiempo, el pecado se enseñoreó de mí, y mi caminar fue hacia abajo. Tres matrimonios, adulterio, licor. ¿Era yo un cristiano nacido de nuevo?

R. El hecho de que estaba perturbado me indica que cuando usted dice que nació de nuevo a los quince años, usted está en lo correcto.

¿Prueba la culpa de una persona que hay una salvación auténtica? Vea Romanos 2:14-15 para una respuesta. ¿Son salvos los adúlteros y los borrachos? Creo que ya conoce la respuesta a eso.

¿Por qué Dios no pone un alto a los falsos profetas y maestros?

Bajo el viejo pacto, hubo también falsos profetas que se levantaron para extraviar al pueblo de Dios. Ellos, también, se conocían por sus frutos. Sus vidas y labios dieron testimonio de su impureza interna, y conforme ellos despreciaban la necesidad de la santidad, desviaban al pueblo de la obediencia al Señor.

Podríamos preguntarnos por qué Dios no pone un alto a todos los falsos profetas y maestros, o por lo menos los silencia cuando hacen afirmaciones bíblicas equivocadas que tuercen la gracia de Dios en libertinaje. Tal vez la respuesta esté en la palabra de Dios a través de un verdadero profeta, Moisés:

Cuando se levantare en medio de ti profeta, o soñador de sueños, y te anunciare señal o prodigios, y si se cumpliere la señal o prodigio que él te anunció, diciendo: Vamos en pos de dioses ajenos, que no conociste, y sirvámosles; no darás oído a las palabras de tal profeta, ni al tal soñador de sueños; porque Jehová vuestro Dios os está probando, para saber si amáis a Jehová vuestro Dios con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma. En pos de Jehová vuestro Dios andaréis; a él temeréis, guardaréis sus mandamientos y escucharéis su voz, a él serviréis, y a él seguiréis. Tal profeta o soñador de sueños ha de ser muerto, por cuanto aconsejó rebelión contra Jehová vuestro Dios que te sacó de tierra de Egipto y te rescató de casa de servidumbre, y trató de apartarte del camino por el cual Jehová tu Dios te mandó que anduvieses; y así quitarás el mal de en medio de ti (Dt. 13:1-5, énfasis del autor).

¿Podría ser que Dios realmente permite que los falsos profetas propaguen las falsas enseñanzas como una manera de probarnos? ¿Qué se dice de nosotros cuando nos sentimos atraídos hacia una enseñanza que nos hace sentir bien en nuestro pecado y aun nos desvía de los senderos de justicia? Un pensamiento muy serio en verdad.

¿Qué nos dicta el discernimiento? Bajo el viejo pacto, a las personas con discernimiento se les ordenaba sacar de en medio de ellos a aquellos que intentaban seducirlos para que se apartasen “del camino en el cual el Señor [su] Dios ordenaba que [ellos] caminaran”. La muerte era el castigo.

La iglesia, por supuesto, no tiene el derecho a aplicar la pena de muerte, pero esto no significa que debemos tolerar a los falsos maestros. Al menos, deberían ser confrontados con amor y ser corregidos, en caso de que sean culpables de error debido a la ignorancia de las Escrituras. Muchos sólo imitan lo que han aprendido en algún libro. Aquellos que no paren de propagar sus herejías deben ser expuestos y quedarse sin apoyo del todo para que sus “ministerios” mueran (ver 3 Juan 1:9-10). Muy pocos sobrevivirían por largo tiempo si las personas no les dieran más dinero ni compraran sus libros o cintas.

Usted puede estar seguro, sin embargo, que sin importar lo que hagamos, habrá falsos maestros hasta el fin, ya que la Biblia lo predice (ver 1 Ti. 4:1-3; 2 Ti. 3:13; 4:3-4). En forma breve, Pablo los describe como a hombres que no son esclavos de “nuestro Señor Jesucristo” en una advertencia que envía a los cristianos romanos, lo cual los señala como incrédulos. Tengamos cuidado.

Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos. Porque tales personas no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos (Ro. 16:17-18, énfasis del autor).

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El Engaño del Evangelio » Cuidado con los falsos maestros

El Sermón más grande de salvación de Jesús

 

¿Cuántos pastores lo considerarían como un halago si alguien les llamara “predicador de la santidad”? ¿Cuántos cristianos profesantes usarían tal término en una manera que no sea despectivo? ¿Por qué es la santidad un tema tan negativo en las mentes de tantos que afirman creer en un libro que contiene las palabras santo o santidad más de seiscientas veces, lo que les promete un futuro en una ciudad santa donde reside el “Santo”, cuyo nombre es santo, que les da su Santo Espíritu, y cuyo santo trono está rodeado de cuatro seres vivientes quienes día y noche no cesan de decir, “Santo, santo, santo, es el Señor Dios Todopoderoso”? (Ver Ap. 21:2; Is. 40:25; Lv. 22:32; Ts. 4:8; Sal. 47:8; Ap. 4:8, énfasis del autor).

Si la primera porción del Sermón del Monte nos ha enseñado algo, nos ha enseñado que Jesús era un predicador de la santidad. Ese era su tema—santidad y cómo se relaciona con salvación.

El Sermón del Monte está registrado en el evangelio de Mateo, capítulos 5, 6 y 7. Hasta ahora hemos considerado sólo el capítulo cinco. Ahí, en las Bienaventuranzas, aprendemos las características de los que van camino al cielo. También descubrimos que Jesús no vino a abolir la ley, y que guardar los mandamientos es tan importante como siempre lo ha sido. Aprendimos que no entraremos al reino de los cielos a menos que nuestra justicia exceda a la de los escribas y fariseos, quienes guardaban la letra pero no el espíritu de la ley.

La segunda parte del Sermón del Monte, en Mateo 6 y primera mitad del capítulo 7, consiste en más mandamientos que Cristo dio a sus seguidores. ¿El guardar esos mandamientos tiene algo que ver con la salvación? Sí, por supuesto. La última mitad completa del capítulo 7 hace que ese punto sea muy claro, como ya lo veremos.

Continuemos leyendo lo que Jesús mandó a sus verdaderos seguidores, aquellos que creían que él era el Hijo de Dios, el Mesías. Podemos, y debemos, hacer la pregunta reveladora por excelencia: ¿Si la audiencia de Jesús no creía en él, porqué le obedecerían? ¿Por qué siquiera le escucharían hacer demandas que afectarían todas las áreas de sus vidas? La respuesta es clara: Porque ellos creían, querían obedecer. Mostrarían su fe por sus obras.

El capítulo seis inicia

Observe en esta primera sección que Jesús asume que sus seguidores practicarán la justicia. No desea que sean como los fariseos quienes eran solamente santos en apariencia y motivados únicamente para complacer a la gente. Jesús advirtió a sus seguidores que su inspiración para la santidad debería ser para complacer a Dios más bien que para impresionar a otros:

Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos, de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos. Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Más cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público (Mt. 6:1-4, énfasis del autor).

Jesús esperaba que sus seguidores dieran limosnas a los pobres (como lo aprendimos en el capítulo 3 de este libro). La ley lo ordenaba (ver Ex. 32:11; Lv. 19:10; 23:22; 25:35; Dt. 15:7-11), y los escribas y fariseos lo hacían al toque de trompetas, aparentemente para llamar a los pobres a sus distribuciones públicas. Sin embargo, ¿cuántos cristianos profesantes (e iglesias con cristianos profesantes) no dan nada a los pobres? Ni siquiera han llegado al punto de examinar sus motivaciones para dar limosna. Si el egoísmo motivaba a los escribas y fariseos a hacerle propaganda a sus limosnas, ¿qué motiva a los cristianos profesantes a ignorar la crisis de los pobres? ¿Sobrepasa nuestra justicia a la de los escribas y fariseos?

Como lo explica Pablo en 1 Corintios 3:10-15, podemos hacer buenas obras que no recibirán recompensa si nuestros motivos no son puros. Los verdaderos seguidores de Cristo deberían tener motivos puros en cada uno de sus hechos, pero no siempre es así. Pablo escribió que es posible aun predicar el evangelio con motivos impuros (ver Fil. 1:15-17). La mejor manera de saber que nuestro dar está correctamente motivado es dar tan secretamente como podamos.

Jesús también esperaba que sus seguidores oraran y ayunaran. Él no dijo, “si oras”, sino “cuando ores”. El peligro era que ellos podrían permitir que sus motivos se contaminaran, como sucedía con la gente no regenerada que oraba y ayunaba. Si eso sucedía, perdían la recompensa que hubieran recibido si sus motivos hubieran sido puros. Entonces Él les amonesta:

Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público. Y orando no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis…

Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público. (Mt. 6:5-8, 16-18).

De nuevo, ¿cuántos cristianos profesantes rara vez toman tiempo para orar y nunca han ayunado? ¿Cómo es que su justicia se compara con la de los escribas y fariseos, que practicaban ambas cosas (aunque por la razón equivocada)?

Oración santa

Jesús también dijo a sus discípulos cómo debían orar. Su oración modelo es una revelación de sus expectativas con respecto a su devoción, obediencia y prioridades:[1]

Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día dánoslo hoy (Mt. 6:9-11).

La máxima preocupación de un discípulo genuino debería ser que el nombre de Dios sea santificado. Esto es, que el nombre de Dios sea respetado, reverenciado, y tratado como santo.

Indudablemente, aquellos que oran para que el nombre de Dios sea santificado deben ser santos y así santificar el nombre de Dios ellos mismos. Sería un tanto hipócrita si no fuera así. Nuestra oración entonces, refleja el deseo de que otros se sometan a Dios como nosotros lo hemos hecho. Y como preguntara en un capítulo previo, ¿hasta qué grado una persona refleja su anhelo para que el nombre de Dios sea reverenciado cuando él mismo se entretiene viendo actores que continuamente blasfeman el nombre de Dios y de su Hijo? De acuerdo a mis observaciones, esto es algo que muchos cristianos profesantes hacen con regularidad, por lo menos en los Estados Unidos. ¿Se ofendería usted con una película en donde los actores usaran su nombre como una blasfemia?

La segunda petición de la oración es similar: “Venga tu reino”. La idea de un reino implica la idea de un rey que gobierna su reino. El discípulo cristiano anhela ver a su Rey, el que gobierna su vida, y gobierna sobre toda la tierra. ¡Oh, que todos doblaran su rodilla ante el Rey Jesús en fe obediente!

La tercera petición hace eco de las dos primeras: “Hágase tu voluntad, como el cielo, así también en la tierra”. De nuevo, ¿cómo podremos hacer tal oración sin estar sometidos a la voluntad de Dios en nuestras vidas? El legítimo discípulo desea que la voluntad de Dios se haga en la tierra como se hace en el cielo—en forma perfecta y completa.

Que el nombre de Dios sea santificado, que su voluntad sea hecha, y que su reino venga, debería ser más importante para nosotros que el alimento que nos sostiene, nuestro “pan de cada día”. Esta cuarta petición está en ese lugar por una razón. Aun en sí misma, la oración refleja un orden correcto de nuestras prioridades, y no se encuentra en ella ni una señal de codicia. Este discípulo que ora sirve a Dios y no a las riquezas.

La oración modelo continúa

Hasta ahora vemos que el tema de la santidad emerge de toda súplica del Padre Nuestro. Y continúa fluyendo de sus últimas líneas:

Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén. Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre Celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas (Mt. 6:12-15).

El discípulo auténtico de Jesús desea ser santo, así que cuando peca, le molesta demasiado.[2] Se da cuenta que su desobediencia ofende a Dios, y se avergüenza. Desea que la mancha de pecado sea removida, y con agradecimiento, su Padre Celestial está deseoso de perdonarle. Pero él debe pedir perdón, que es la quinta petición encontrada en el Padre Nuestro.

No obstante, nuestro perdón está condicionado al hecho de que debemos perdonar a aquellos que nos ofenden. Ya que hemos sido perdonados de tantos pecados, tenemos la obligación de perdonar a cualquiera que nos pide perdón, y a amar a aquellos que ni siquiera nos lo piden. Si nos negamos a perdonar, Dios no nos perdonará a nosotros.

La sexta y última petición está también relacionada con santidad: “Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal [o del ‘maligno’]”. Tanto anhela el discípulo genuino la santidad que le pide a Dios no permitir que sea llevado a una situación en donde pueda ser tentado, y mucho menos sucumbir a la tentación. Más aún, pide a Dios que le rescate de cualquier maldad que le quiera atrapar. Esta petición final de la oración modelo de Jesús no es sino un grito de ayuda a Dios para poder ser santo.

¿Por qué decimos que estas seis peticiones son adecuadas? La última línea nos dice: Dios es un gran rey que gobierna en su reino en el cual nosotros somos sus siervos. Él es todopoderoso, y nadie debería resistirse a su voluntad. Toda la gloria será suya por siempre: “porque tuyo es el reino, el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén”. (Mt. 6:13). Él merece ser obedecido.

¿Cuál es el tema que predomina en el Padre Nuestro? La santidad. Los discípulos de Cristo desean que el nombre de Dios sea santificado, que su reino sea establecido sobre la tierra, y que su voluntad se cumpla en todo lugar. Esto es más importante para ellos que su pan diario. Como personas que han sido perdonadas, extienden ese perdón a otros. Desean ser perfectamente santos hasta el grado de desear evitar la tentación, ya que la tentación aumenta sus oportunidades para pecar.

El discípulo y sus posesiones materiales

El siguiente tema en el Sermón del Monte es talvez el más perturbador para los cristianos profesantes cuya motivación primaria en la vida es la acumulación de cosas:

No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas? Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas (Mt. 6:19-24).

Jesús ordenó que no acumulemos tesoros para nosotros en la tierra. ¿Qué es lo que constituye un “tesoro”? Los verdaderos tesoros usualmente son guardados en cofres de tesoros, que se mantienen en cierto lugar, a los que nunca se les da ningún uso práctico. Jesús los definió como cosas que atraen a las polillas, al orín y a los ladrones. En otras palabras, “no son esenciales”. Las polillas se comen lo que guardamos en nuestros áticos y en las esquinas oscuras de nuestros armarios, no son cosas que usemos con frecuencia. El orín corroe los juguetes y herramientas que nunca usamos, apuñadas en las esquinas de los sótanos, garajes y muebles de almacenamiento. Los ladrones entran y se roban cosas que la gente no necesita: arte, joyas, aparatos caros, y cualquier cosa que puedan empeñar. Normalmente no se llevan las camas, las cocinas o el alimento (por lo menos los ladrones de las naciones ricas no lo hacen).

El punto primordial es que nosotros le pertenecemos a Dios y las cosas que son “nuestras” también le pertenecen a Él. Somos administradores del dinero de Dios, así que toda decisión para gastar nuestro dinero es una decisión espiritual. Lo que hagamos con nuestro dinero revela quién nos controla. Cuando acumulamos “tesoros”, acumulando dinero y comprando cosas que no son esenciales, revelamos que Jesús no nos está controlando, porque si fuera así, haríamos cosas más productivas con el dinero que Él nos ha confiado.

¿Qué podríamos hacer con el dinero? Jesús nos ordena que acumulemos tesoros en el cielo. ¿Cómo podemos hacer eso? Él nos dice en el evangelio de Lucas: “Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega ni polilla destruye” (Lc. 12:33). Haciendo obras de caridad, acumulamos tesoros en los cielos. Jesús nos dice que tomemos aquello que se puede depreciar hasta convertirse en inservible, e invertirlo en algo que no se deprecia. ¿Cuántos cristianos profesantes están haciendo tal cosa? ¿Por qué la mayoría de los cristianos profesantes en América del Norte, que disfrutan uno de los estándares de vida más altos del mundo, no dan ni siquiera el diez por ciento de sus ingresos, requerido bajo la ley?[3]

El ojo malo

¿Qué quiso decir Jesús cuando hablaba que el ojo era “la lámpara del cuerpo”? Sus palabras tienen que relacionarse con la manera como nosotros vemos el dinero y las cosas materiales, porque eso era de lo que Él hablaba antes y después.

De nuevo, Jesús estaba haciendo un contraste con dos tipos de personas, una con un ojo limpio cuyo cuerpo está lleno de luz, y una con un ojo malo cuyo cuerpo está lleno de oscuridad. En los versos siguientes, Él contrasta otros dos tipos de persona, la que es salva y la que no, un tipo que sirve a Dios y otro al dinero. Así que es seguro concluir que la persona con el ojo limpio es la que le sirve a Dios, y la que tiene el ojo malo es la que le sirve al dinero.

La persona con un ojo limpio simboliza a aquella que busca la verdad, y permite que la luz entre en ella. Le sirve a Dios. La persona que tiene un ojo malo no permite que la luz de la verdad entre en ella, ya que ella piensa que conoce la verdad, y así vive llena de oscuridad, creyendo sus propias mentiras. Cree que el propósito de su vida es la auto gratificación. El dinero es su dios.

¿Qué significa que el dinero es su dios? Significa que el dinero tiene un lugar en su vida que sólo le pertenece a Dios por derecho. El dinero dirige su vida. Consume su energía, pensamientos y tiempo. Es la principal fuente de su gozo. Usted lo ama.[4] Por esto Pablo hacía una equivalencia entre la codicia y la idolatría, diciendo que ninguna persona codiciosa heredaría el reino de Dios (ver Ef. 5:5; Col. 3:5-6).

Tanto Dios como el dinero quieren ser dueños de nuestras vidas, y Jesús dice que no podemos servirle a ambos. Nótese que la única alternativa que él señaló como legítima era servirle a Él. No existe la opción de creer en Él y no servirle. Si le servimos, Él será el Señor de nuestras posesiones. Esta no es una decisión que se pueda tomar en una etapa de “mayor consagración” en el futuro. Es una decisión que se debe tomar en el momento de conversión genuina.

El pobre ambicioso

Una preocupación por las cosas materiales no es sólo aquella que pueda tener por cosas lujosas. Una persona puede estar preocupada de una manera equivocada por aquellas cosas que son necesidades básicas. Jesús continuó:

Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿Por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, como crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal (Mt. 6:25-34).

La mayoría de los lectores de este libro quizá no tengan ninguna relación con la situación de las personas a las que Jesús se dirigía. ¿Cuándo fue la última vez que usted se preocupó acerca de la comida, bebida o ropa?

Sin embargo, las palabras de Jesús ciertamente tienen aplicación para nosotros. Si no está bien preocuparse por las cosas esenciales de la vida, ¿qué tan malo puede ser preocuparse por lo no esencial? Jesús espera que sus discípulos se preocupen primordialmente por buscar dos cosas: su reino y su justicia. Cuando un cristiano profesante no puede dar su diezmo, pero sí compra alimento para perro, paga televisión por cable, hace pagos del carro nuevo, de los muebles, de las últimas modas, o comida chatarra, ¿vive de acuerdo con los estándares de Cristo de buscar primeramente el reino de Dios y su justicia? No, sólo se engaña a sí mismo si piensa que es seguidor de Jesús.

Paja y vigas

El próximo conjunto de mandatos de Jesús para sus seguidores se refiere a los pecados de juzgar y hallazgo de faltas:

No juzguéis, para que no seas juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano (Mt. 7:1-5).

¿Qué significa juzgar a otra persona? Un juez es alguien que busca las faltas en las personas que son traídas a la corte. Ese es su trabajo, y no hay nada malo con lo que hace, en tanto lo haga con las pruebas del caso. Se supone que los jueces juzguen a las personas, midiéndoles por el estándar de la ley de la tierra. Si no hubiera jueces, a los criminales no se les aplicaría la justicia.

Sin embargo, muchas personas parecen pensar que han sido designadas como jueces, de tal manera que siempre están buscando los defectos en otros. Eso no está bien. Es más, a menudo juzgan a personas sin conocer todos los hechos, arribando a conclusiones falsas. Para empeorar las cosas, estos jueces auto-designados usualmente miden a otros por los estándares que ellos mismos no cumplen, convirtiéndose así en hipócritas. “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan 8:7).

Esta es la clase de conducta de la que Jesús hablaba. El apóstol Santiago escribió, “Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados; he aquí, el juez está delante de la puerta” (Stg. 5:9). Este es uno de los pecados más prevalecientes de la iglesia, y aquellos que son culpables de juzgar a otros se colocan en una posición muy peligrosa para ser juzgados. Cuando hablamos de un hermano en la fe, señalando sus faltas ante otros, nos constituimos en jueces. Estamos rompiendo la regla de oro, ya que no queremos que otros hablen mal de nosotros en nuestra ausencia. Y cuando hablamos con un hermano en la fe acerca de sus defectos en tanto que nosotros fallamos más que éste, somos el hombre con la viga en su ojo. La crítica constructiva y amorosa la deberían dar aquellos que no llevan tanta ni más culpa que el hermano a quien están criticando. La mayoría de los espirituales suelen aportar muy poco o ningún consejo o crítica constructiva que no haya sido solicitada, pues saben que casi nadie desea escuchar tales cosas. Tal vez esto es lo que Jesús tenía en mente en este próximo verso:

No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen (Mt. 7:6).

De la misma manera, un proverbio dice, “No reprendas al escarnecedor, para que no te aborrezca; corrige al sabio y te amará” (Proverbios 9:8).

Ánimo para orar

Finalmente llegamos a la sección final del sermón de Jesús. Empieza con un poco de alentadoras promesas de oración:

Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que se las pidan? (Mt. 7:7-11).

¡“Ajá!” Un lector en algún lugar está diciendo: “He aquí una parte del Sermón del Monte que no tiene nada que ver con santidad”.

Eso depende de lo que pedimos, del por qué tocamos la puerta, y de lo que buscamos en oración. Como aquellos que “tienen hambre y sed de justicia”, anhelamos obedecer todo lo que Jesús ha ordenado en el sermón en estudio, y ese anhelo ciertamente se refleja en nuestras oraciones. De hecho, la oración modelo que Jesús previamente compartiera en este mismo sermón era la expresión de un deseo porque la voluntad de Dios fuera cumplida y por santidad. Además, la versión de Lucas de estas mismas promesas de oración termina con, “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan? (Lucas 11:13). Aparentemente, Jesús no estaba hablando de artículos de lujo cuando nos prometió “buenas dádivas”. En su mente, el Espíritu Santo es una “buena dádiva”, ya que el Espíritu Santo nos santifica y nos ayuda a predicar el evangelio que santifica a otros también. Y los santos van al cielo.

Una declaración para resumir

Ahora llegamos a un versículo que debería ser considerado como la conclusión de prácticamente todo lo que Jesús dijo hasta este punto. Muchos comentaristas desaprovechan este punto, pero es importante que nosotros no. Este versículo en particular es indiscutiblemente una conclusión, ya que empieza con la frase así que. Está entonces conectado con las instrucciones previas, y la pregunta es: ¿Cuánto de lo que Jesús había dicho se resume en esta declaración? Leámosla y pensemos:

Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas (Mt. 7:12).

Esta declaración no puede ser un resumen de sólo aquellos versículos anteriores acerca de la oración, de otro modo no tendría sentido.

Recuerde que unos versículos antes en su sermón, Jesús les advertía en contra del error de pensar que Él había venido a abolir la ley y los profetas (ver Mt. 5:17). Desde esa porción de su sermón hasta el versículo al que llegamos ahora, no hizo otra cosa que apoyar, explicar y difundir los mandamientos del Viejo Testamento de Dios. De este modo, ahora resume todo lo que Él ha ordenado, todo aquello que derivó de la ley y los profetas: “Así que, lo que queráis que otros hagan con vosotros, haced vosotros con ellos, porque esto es la ley y los profetas” (7:12). La frase, “la ley y los profetas”, conecta todo lo que Jesús dijo entre Mateo 5:17 y 7:12.

La relación entre salvación y guardar lo que nosotros ahora conocemos como “la regla de oro” se hace claro en los dos siguientes versículos:

Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan (Mt. 7:13-14).

Innegablemente, la puerta estrecha y el camino que lleva a la vida, que pocos encuentran, es símbolo de la salvación. La puerta ancha y el camino espacioso que lleva a la destrucción, la ruta de la mayoría, simboliza la condenación. Si todo lo que Jesús dijo previo a esta declaración no significa nada, si este sermón no tiene ningún progreso lógico, si Jesús poseía alguna inteligencia como comunicador, entonces la interpretación más natural sería que el camino estrecho es el camino para seguir a Jesús, obedeciendo sus mandamientos. El camino espacioso sería lo opuesto. ¿Cuántos cristianos profesantes van por el camino estrecho que Jesús reveló desde Mateo 5:17 hasta 7:12? Si usted va caminando junto con las multitudes, usted puede estar seguro de que va por el camino espacioso.

Es perturbador para muchos cristianos profesantes que Jesús no hubiera dicho nada acerca de la fe o de creer en Él en este sermón de salvación. No obstante, para aquellos que entienden la inseparable relación entre creencia y conducta, fe y obras, este sermón no presenta ningún problema. Los que obedecen a Jesús muestran su fe por sus obras. Aquellos que no le obedecen no creen que Él sea el Hijo de Dios. No sólo es nuestra salvación una indicación de la gracia de Dios hacia nosotros, sino que también lo es la transformación que ha tomado lugar en nuestras vidas. Nuestra santidad es realmente su santidad.

Como reconocer los líderes religiosos falsos

Seguidamente, Jesús advirtió a su audiencia acerca de los falsos profetas, los líderes religiosos que llevan a los confiados por el camino espacioso hacia la destrucción. Son aquellos cuyo mensaje no viene de Dios, y así los falsos maestros caen bajo esta categoría también. ¿Cómo podemos reconocer que son falsos? Del mismo modo que un individuo es reconocido como un falso creyente:

Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis. No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad (Mt. 7:15-23).

Los falsos maestros son muy engañosos. Tienen algunos indicadores externos que los hacen parecer genuinos. Pueden llamar a Jesús su Señor, profetizar, echar fuera demonios y hacer milagros. Pero su “vestido de oveja” sólo esconde al “lobo rapaz”. No son ovejas auténticas. ¿Cómo sabemos si son verdaderos o falsos? Su carácter verdadero se puede examinar por sus “frutos”.

¿De qué frutos hablaba Jesús? Son los frutos de la obediencia a todo lo que Él enseñó. Aquellos que son genuinos, enseñan y hacen la voluntad del Padre. Aquellos que son falsos, enseñan lo que no es verdad y “practican la maldad” (7:23). Nuestra responsabilidad, entonces, es comparar sus enseñanzas y sus vidas con lo que Jesús enseñó y ordenó.

Los falsos maestros abundan en la iglesia de hoy, y no nos debería sorprender, ya que tanto Jesús como Pablo nos advirtieron que al acercarse el final, no debíamos esperar más que eso (ver Mt. 24:11; 2 Ti.4:3-4). Los falsos profetas más prevalecientes de nuestro día son aquellos que enseñan que el cielo espera a los que no son santos. Son responsables por la condenación de millones de personas. John Wesley escribió sobre ellos:

¡Qué terrible es esto!—¡cuando los embajadores de Dios se convierten en agentes del diablo!—cuando aquellos que han sido comisionados para enseñar a los hombres el camino al cielo en realidad les enseñan el camino al infierno… . Si se preguntara, “¿Por qué? ¿Quién hizo… esto?”… Yo contesto, diez mil hombres honorables y sabios; aun todos esos, de cualquier denominación, que alientan a los orgullosos, a los frívolos, a los apasionados, a los amantes del mundo, al hombre de placeres, al injusto o no amable, al fácil, al descuidado, al inofensivo, a las criaturas inútiles, al hombre que no recibe reproche por el bien de la justicia, a imaginarse que van camino al cielo. Estos son falsos profetas en el sentido más amplio de la palabra. Estos son traidores a Dios y al hombre… . Están continuamente poblando las esferas de las tinieblas; y cuando siguen a las pobres almas que han destruido, “¡el infierno será movido desde abajo para recibirlos a su llegada!”[5]

De una manera interesante, Wesley estaba comentando específicamente acerca de los falsos maestros contra los cuales Jesús nos advirtió también en Mateo 7:15-23.

Nótese que Jesús de nuevo dice en forma sencilla, contrario a lo que muchos falsos maestros nos dicen hoy, que aquellos que no llevan buen fruto serán echados al infierno (ver 7:19). Esto aplica no sólo a maestros y profetas, sino a todos nosotros. Jesús dijo, “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos (Mt. 7:21). Discúlpeme por decirlo de nuevo, pero este es un sermón acerca de la correlación entre salvación y santidad. Los que no están obedeciéndole a Jesús, van camino al infierno.

Ponga atención a la conexión que hizo Jesús entre lo que una persona es por dentro y lo que ella aparenta. Los “buenos” árboles producen buen fruto. Los “malos” árboles no pueden producir buen fruto. La fuente del buen fruto que se muestra en lo exterior es la naturaleza de la persona. Dios ha cambiado la naturaleza de aquellos que han creído en Cristo de corazón.[6]

El resumen final

Jesús concluye su sermón con un ejemplo para resumir. Como usted esperaría, es una ilustración de la relación entre obediencia y salvación:

Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina (Mt. 7:24-27).

La ilustración final de Jesús no es una fórmula “para el éxito en la vida” como algunos la usan. El tema revelado por el contexto no es cómo prosperar financieramente durante tiempos duros teniendo fe en las promesas de Jesús. Este es el resumen de todo lo que Jesús ha dicho en su Sermón del Monte. Aquellos que hacen lo que Él dice son sabios y permanecerán; no necesitan temer la ira de Dios. Aquellos que no le obedecen son torpes y sufrirán grandemente, pagando “pena de eterna perdición” (2 Ts. 1:9).

Respuesta a una objeción

¿Es acaso posible que el Sermón del Monte de Jesús era sólo aplicable a aquellos seguidores suyos que vivieron antes de su muerte sacrificial y resurrección? ¿No estaban ellos bajo la ley como un medio temporal de salvación, pero cuando Jesús murió por sus pecados, fueron luego salvos por fe, invalidando así el medio de salvación explicado en este sermón?

Esta es una mala teoría. Nadie ha sido salvo jamás por sus obras. Siempre ha sido por fe, antes de y durante el Viejo Pacto. Pablo argumenta en Romanos 4 que Abraham y David fueron justificados por su fe y no por sus obras.

Más aún, era imposible que alguien en la audiencia de Jesús pudiera ser salvo por obras, pues todos habían pecado y caído de la gloria de Dios (ver Romanos 3:23). Sólo la gracia de Dios les podía salvar, y sólo la fe puede recibir su gracia.

Desdichadamente, muchos en la iglesia de hoy ven los mandamientos de Jesús como que no sirven ningún propósito sino el de hacernos sentir culpables para que veamos la imposibilidad de alcanzar la salvación por obras. Ahora que “captamos el mensaje” y hemos sido salvos por fe, podemos ignorar la mayoría de sus mandatos. A menos que, por supuesto, queramos que “otros se salven”. Entonces sacamos los mandamientos de nuevo para mostrar a la gente cuán pecadora es y así las personas puedan ser salvas por “fe” que carece de obras.

Jesús no dijo a sus discípulos, “Vayan a todo el mundo y hagan discípulos, y asegúrense de que, una vez que se han sentido culpables y son luego salvos por fe, entiendan que mis mandamientos han cumplido su propósito en sus vidas”. Más bien, él dijo, “Por tanto id, y haced discípulos a todas las naciones… enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado…” (Mt. 28:19-20, énfasis del autor).

 


[1] Algunos desdichadamente piensan que esta es una oración que los cristianos no deberían usar porque no se ora “en el nombre de Jesús”. Si se aplica esta lógica, sin embargo, tendríamos que concluir que muchas oraciones de los apóstoles registradas en el libro de los Hechos y las epístolas no eran “oraciones cristianas”.

[2] Este es uno de los versos que nos dice que los verdaderos discípulos no son perfectos ni sin pecado. Sin embargo, también prueba que se entristecen cuando pecan.

[3] De acuerdo a las encuestas de Gallup, sólo el 25% de los cristianos evangélicos en los Estados Unidos diezman. Cuarenta por ciento dicen que Dios es la cosa más importante para ellos, pero aquellos que ganan entre 50 y 75.000 dólares al año dan un promedio de 1.5 por ciento de sus ingresos a obras de caridad, incluyendo caridad religiosa, en tanto que gastan un promedio de un 12% de sus ingresos en entretenimiento. George Barna reporta en su libro, La segunda venida de Cristo (titulado en inglés, The second coming of the church) que sus encuestas indican que los no cristianos son más inclinados a ofrendar para las organizaciones sin fines de lucro y para los pobres.

[4] En otra ocasión, Jesús hizo la misma declaración acerca de la imposibilidad de servir a Dios ya a Mamón, y Lucas nos dice: “Y oían también estas cosas los fariseos, que eran avaros, y se burlaban de él” (Lc. 16:14).

[5] The Works of John Wesley (Las obras de John Wesley) (Baker: Grand Rapids, 1996), por John Wesley, reimpreso de la edición de 1872 lanzada por el Wesleyan Methodist Book Room, Londres, pp. 441-416.

[6] No puedo resistir el aprovecharme de esta oportunidad para comentar también aquí acerca de una expresión común que la gente usa cuando trata de excusar sus pecados delante de otros. “No sabemos lo que se anida en sus corazones”. En contradicción con esto, Jesús dijo que lo exterior revela lo que hay en el interior. En otro lugar, nos dijo que “Porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt. 12:34). Cuando una persona habla palabras de odio, indica que su corazón está lleno de odio. Jesús también nos dijo que “de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez” (Marcos 7:21-22). Cuando una persona comete adulterio, sabemos qué habita en su corazón: adulterio.

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El Engaño del Evangelio » El Sermón más grande de salvación de Jesús

Spanish GGD Introducción

 

Fue, sin duda alguna, el más sinuoso engaño del siglo pasado, un esquema diabólico perpetrado contra hombres, mujeres y niños que viajaban confiados en trenes totalmente abarrotados. Sucedió en las afueras de una ciudad polaca llamada Oswieçim durante la segunda guerra mundial. En ese lugar, bajo la dirección de Adolfo Hitler, se estableció un campo de concentración para personas consideradas míseras. No fue sino hasta que finalizó la guerra que el mundo pudo enterarse de los hechos impactantes ocurridos en ese lugar, conocido hoy con su nombre alemán, Auschwitz.

Auschwitz era mucho más que un campo de concentración. La industria primaria en ese lugar era el asesinato. Por lo menos un millón de las personas que entraron por las puertas de hierro forjado de Auschwitz nunca salieron de allí vivas. La gran mayoría no tenían ni siquiera una pista de que tanto ellas como sus familias morirían tan sólo algunas horas después de su llegada.

Luego de ser recogidas de toda la Europa ocupada por los nazis, las familias judías eran transportadas a Auschwitz en vagones de carga y de ganado completamente llenos. Una vez ahí, todos los recién llegados eran separados inmediatamente en dos grupos: una minoría que consistía en aquellos hombres que parecían ser capaces de soportar la pesada labor y una mayoría compuesta por los hombres de aspecto enclenque, las mujeres, los enfermos, los débiles, los ancianos y los niños que lloraban cuando eran separados de sus padres.

El grupo mayoritario era luego trasladado a otra parte del campo en donde sus miradas caían sobre una escena desconcertante. Enfrente de ellos había una pequeña orquesta de mujeres jóvenes, vestidas pulcramente, que tocaban una melodía alegre y de fuerte ritmo. Cada muchacha estaba intensamente concentrada—tal vez demasiado intensamente—en las páginas de música que tenía delante, aparentemente ignorante de los cientos de personas que conformaban su audiencia.

Se hizo un anuncio apologético: Ha habido una plaga de piojos en el campo, y todo el mundo debe ser desinfectado en un baño comunal antes de ser admitido en las habitaciones. Cada familia judía recibió instrucciones para que se desvistiera. Con cuidado, todos doblaron su ropa y la colocaron en una mesa con el resto de sus pertenencias. Se les aseguró que en unos pocos minutos su vergüenza terminaría luego de ser rociados con un desinfectante inofensivo.

Unas dos mil personas desfilaron a la vez, desnudas, a través de las puertas de un edificio grande y no muy alto, que había sido construido en una loma. Había un rótulo sobre la puerta hermosamente decorado con flores que decía: “BAÑOS”. Cuando la última persona había entrado, las puertas se cerraron con llave de un modo seguro.

La orquesta dejó de tocar.

Desde unas aberturas en la parte de arriba, unos trabajadores nazis dejaron caer una pequeña cantidad de cristales de Ciclón B, un veneno manufacturado para matar roedores. Adentro, vapores mortales de gas cianhídrico empezaron a salir del cielo raso.

Los grupos de familias judías rápidamente se dieron cuenta de que algo andaba mal. La gente empezó a toser, luego vomitaba y se asfixiaba con convulsiones. Llena de terror y gritando, la multitud, en pánico, se dirigió hacia las puertas por donde había entrado. Las víctimas empujaban, arañaban y se subían unas en otras anhelando desesperadamente escapar de su seguro destino. Rápidamente, muchos encontraron su muerte, atrapados por la multitud y golpeados contra el concreto. Para los más agresivos, la muerte llegó un poco más tarde.

Después de veintitrés minutos, toda lucha había cesado y el cuarto estaba en silencio. Las puertas se abrieron y algunos trabajadores con máscaras de gas y botas de hule entraron para empezar su cruel tarea de desenredar las masas de cuerpos contorsionados y trasladarlos a incineradores cercanos.

Finalmente, el cuarto estaba eficientemente lavado del vómito, la orina y la materia fecal—las funciones corporales finales de cientos de víctimas—por temor a que la próxima carga de familias judías se enterara de lo que realmente sucedía en los baños. Había un horario muy apretado por cumplir—otro tren llegaría pronto—lleno de más personas confiadas a las que había que desilusionar, asesinar e incinerar.

El numeroso sacrificio de tantas personas es, para nosotros, un crimen atroz del más alto grado y los medios falsos por los cuales los nazis engañaban a sus víctimas en las cámaras de gas solamente logran que su pecado sea más aborrecible a las mentes morales. Pero el engaño y el horror de Auschwitz palidecen en comparación con la escena del futuro de la cual la Biblia nos habla. Entonces, el grado de desencanto será mayor y el grado de condenación será peor.

Contrario a lo que acontecía en Auschwitz, en donde las familias judías conociendo el odio de sus captores, se acercaban a las puertas de las cámaras de gas con cierto temor, las multitudes futuras experimentarán paz conforme se acercan a su destino. Incluso, han estado cantado canciones de celebración por años en anticipación al gozo que les espera, pero se decepcionarán por completo. Y a diferencia de aquellas en Auschwitz, cuyos horrendos sufrimientos terminaban después de veintitrés minutos, estas multitudes estarán gimiendo y crujiendo sus dientes por la eternidad…

Visualice la escena como Jesús la predijo:

Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿No profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad. (Mt. 7: 22-23).

Indiscutiblemente, Jesús sólo reveló el clímax de una historia mucho más larga, pero de este corto segmento podemos deducir otros detalles trágicos.

Primeramente, podemos asumir con seguridad que los argumentos usados por aquellos que estaban parados ante Jesús constituían su defensa final. Sin duda alguna, a ellos ya se les había negado la entrada en el reino celestial. Ahora, con sus corazones latiendo fuertemente y con sus mentes dando vueltas, hacen un último intento desesperado para convencer al Señor de Su error.

¡Debatir con Dios! ¡Qué atrevimiento! ¿Qué puede llevar a una persona a ser tan insensata como para esperar que podría ganar tal disputa? Solamente la desesperación. Como una persona que se está ahogando se sujeta de cualquier cosa, estos hombres aterrorizados, dramáticamente esperaban cambiar el decreto de Aquel que no lo hará.

Y ¿qué cosas pasaban por sus mentes cuando oyeron Su decreto por primera vez? Él era su Salvador, o al menos así lo creían ellos. Le amaban, o así lo creían. Esperaban ese día desde hacía mucho tiempo, deseando que Él dijera: “Bien hecho, buen siervo y fiel… entra en el gozo de tu Señor” (Mt. 25:21). Le habían servido en el ministerio y habían experimentando el fluir de su poder, o así lo creían. Habían estado en el borde del cristianismo, profetizando, echando fuera demonios y llevando a cabo actos considerados milagrosos. ¿No es acaso seguro afirmar que ellos habían estudiado partes de la Biblia, asistido a la iglesia y a seminarios de guerra espiritual?

Ahora, maravillados con Su gloria y llenos de gozosa anticipación, ellos escuchan con sumo cuidado lo que Él va a decir. Cada palabra será más preciosa que el oro. El tiempo se detiene. La Eternidad ha comenzado.

Su voz rompe el silencio: “A ustedes se les niega la entrada a Mi reino”.

¿Dijo Él realmente lo que pienso que acabo de oír? Con seguridad que no. No puede ser. Este es mi Señor y mi Salvador. “Señor, debo estar tan emocionado que mi audición no es correcta. ¿Podrías repetir lo que acabas de decir?

De nuevo Él habla. “A ustedes se les niega la entrada a Mi reino”.

¿Qué? ¡No! ¡No! ¡No! Esto no puede estar sucediendo. “Señor, ¡soy cristiano! ¡Soy de los tuyos! ¡Pertenezco a la familia de Dios! ¡Te acepté como mi Señor! He ido a la iglesia por años. Señor, ¡debes estar equivocado! ¡Ha habido algún malentendido! ¡Yo creí en ti! ¡Se supone que debes dejarme entrar!”

“Tu fuiste engañado pues ignoraste la mayoría de las cosas que yo dije. Ignoraste lo que dije a través de Pablo, Pedro, Santiago, Juan y Judas. Repetidamente te advertí de todo eso. Yo dije: ‘No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos’ (Mt 7:21, énfasis del autor). Ustedes no hicieron la voluntad de Mi Padre mientras estuvieron en la tierra, probando así que realmente no creían en mí. Ustedes practicaron el pecado”.

“Señor, Señor, ¿No profetizamos en Tu nombre, y en Tu nombre echamos fuera demonios, y en Tu nombre hicimos muchos milagros?”

“Su profecía no era inspirada por Mi Santo Espíritu, sino que salía de su propia mente. Mucho de lo que ustedes profetizaban contradecía mi Palabra. Los demonios que ustedes creían sacar de sus hermanos falsos ni siquiera existían. Ustedes trataban con el pecado de ellos culpando a algún demonio, cuando en realidad lo que necesitaban era arrepentimiento, fe y un nuevo nacimiento. Los milagros que ustedes creían hacer eran falsos. Se rodearon de maestros que les decían lo que ustedes deseaban oír. Proclamaban una gracia falsa, llevándolos a ustedes a pensar que podían entrar al cielo sin santidad. Ustedes pensaban que eran salvos, pero no lo eran. Nunca les conocí, aléjense de Mí, ustedes que practican la anarquía”.

¿Ocurrirá realmente una escena como la que acabo de describir? Sin duda así será, aunque he agregado algunos detalles a lo que ha sido predicho en Mateo 7:21-23. Sin embargo, parados ante Jesús algún día habrá muchas personas que le habrán llamado Señor, que han estado involucradas en el “ministerio” y que esperan entrar al cielo. Aun así, por espantoso que parezca, se les negará la entrada.

Estoy seguro que usted concuerda conmigo en que sería mejor descubrir antes y no después si estamos engañándonos a nosotros mismos. Ahora hay tiempo de cambiar; luego será muy tarde.

“¡Pero estoy seguro de no estar engañado!” Dice usted. ¿Se da cuenta que eso es precisamente lo que toda persona engañada diría? La gente que está engañada no se da cuenta que lo está—de lo contrario ya no lo estaría. Es mejor decir, “Yo podría estar bajo engaño, y si lo estoy, quiero saberlo”.

Consideremos lo que dicen las Escrituras, y mientras las examinamos, examinémonos a nosotros mismos para ver si verdaderamente “estamos en la fe” (2 Co. 13:5). Y, por favor, tómese el tiempo para leer. Esto es serio.

UNO

El inicuo no heredará

Examinaos a vosotros mismos, para ver si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados? (2 Co. 13:5).

En el versículo bíblico arriba citado, encontramos una definición concisa de lo que es un cristiano: Es una persona que vive en Cristo. Esta escritura, como otras, revela que no es un vivir físico sino espiritual.

Si Cristo vive dentro de una persona, Cristo le cambia. Sin duda, de acuerdo con Pablo, es posible—y aconsejable—determinar por medio de un auto examen si Cristo realmente vive dentro de nosotros. Cada uno de nosotros que profese ser un seguidor de Cristo debería prestar atención a la amonestación de Pablo a los Corintios, examinándonos a nosotros mismos para ver si “estamos en la fe”.

Muy acertadamente Pablo también creía que era posible que ciertos miembros de la iglesia podrían estar auto engañados, pensando que sí creían, cuando en realidad no era así. ¿Y qué error podría ser mayor? ¿Qué creencia podría tener más serias consecuencias? Si una persona que no es salva entiende su condición, al menos existe la posibilidad de que se arrepienta, y se vuelva a Cristo. Pero la persona que está engañada es ciega a su necesidad. Podría, inclusive, estar sonriendo en su camino al infierno. Peor aún, considera que la paz y el gozo que siente es evidencia de su salvación, sin darse cuenta que tales sentimientos son el fruto de su auto engaño. En ese caso, desgraciadamente, la bendición de la ignorancia es tan sólo temporal.

Gracia transformadora

La ignorancia era sin duda el problema en la iglesia de Corinto. Como muchos en la iglesia de hoy, su entendimiento del evangelio era deficiente. En su manera de pensar, cualquiera que hiciera una confesión verbal de Cristo era ya un cristiano, sin importar cómo vivía su vida. Analicemos el siguiente caso: Uno de sus miembros de buena reputación vivía en inmoralidad sexual con su madrastra. Nada se estaba haciendo para corregir el asunto.

Pablo, sin embargo, no necesitó de mayores pruebas antes de emitir su juicio. Él envió instrucciones para que sacaran al hombre de la comunidad inmediatamente, describiéndole como inicuo. “Remuevan al hombre inicuo de entre ustedes” (1 Co. 5:13).

Pablo luego enseñó a los cristianos de Corinto algunas verdades sobre el evangelio: La gracia que perdona también transforma. Así que aquellas personas que no se han transformado, tampoco han sido perdonadas. No heredarán el reino de Dios. Son todos aquellos que son inicuos en su conducta. Es más, Pablo fue más allá y dio ejemplos de varios tipos de personas a las que Dios considera perversas. Observe que se incluye a los fornicarios en su lista:

¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios (1 Co. 6:9-10).

Algunos de los lectores modernos de Pablo se han sorprendido con este pasaje. ¿Por qué Pablo no instruyó a la iglesia de Corinto para que siguiera los tres pasos de la disciplina eclesiástica dados por Cristo, o sea, primeramente confrontar en privado al hermano que se ha desviado, luego prevenirle por medio de un grupo pequeño de hermanos, finalmente por la iglesia entera antes de apartarle?[1]

La simple respuesta es que las instrucciones de Cristo aplican solamente en el caso de un creyente cristiano verdadero que ha pecado. El hombre inmoral de Corinto, sin embargo, había probado más allá de la duda que no era un creyente verdadero en Jesús. Era un falso creyente. Su estilo de vida revelaba su verdadero carácter. Era un fornicario practicante. Tales personas, afirmó Pablo, junto con los idólatras practicantes, los afeminados, los homosexuales, los ladrones, los avaros, los borrachos, los maldicientes y los estafadores, no heredarán el reino de Dios. Por su estilo de vida, ellos demostraron no poseer la fe en Cristo que salva; no habían sido regenerados por el Espíritu Santo. Cristo no vivía en ellos; así que ellos no le pertenecían a Él (Ver Ro. 8:9).

Los corintios debieron haber sabido esto con claridad pues Pablo ya les había escrito antes sobre este mismo asunto, pero parece que habían malinterpretado las palabras de Pablo:

Os he escrito por carta, que no os juntéis con los fornicarios; no absolutamente con los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o con los idólatras; pues en tal caso os sería necesario salir del mundo. Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con él tal ni aun comáis [2] (1 Co. 5:9-11, énfasis del autor).

El miembro inmoral de la iglesia de Corinto, quien de acuerdo con Pablo no era un hermano verdadero, era más bien un mal llamado hermano. Y como no entendían la inseparable correlación entre creencia y conducta, la iglesia a la que aquella persona pertenecía, falló al no discernir que su confesión de fe era fingida.[3]

¿Niños espirituales o falsos creyentes?

Al darse cuenta de los efectos de largo alcance de la ausencia de discernimiento en la iglesia, Pablo tenía una buena razón para cuestionar, no solamente la salvación de un miembro inmoral de la iglesia de Corinto, sino también la salvación de otros dentro de la misma iglesia. Hubo luchas, divisiones y celos (ver 1 Co. 1:10-12; 3:1-4). Para aquellos que acababan de nacer de nuevo, estas podían ser indicaciones de inmadurez espiritual debido principalmente a la ausencia de conocimiento de la voluntad de Dios. Hasta ahora, los corintios sólo habían recibido la leche espiritual de la palabra de Dios (ver 1 Co. 3:2). Así que Pablo les informó acerca de cómo su egoísmo no agradaba a Dios, esperando que ahora que ya conocían la verdad, se arrepintieran.

Si los cristianos persistieran en esos mismos pecados aun después de haber sido iluminados con la verdad, eso sería una historia diferente. En su carta a los Gálatas, Pablo incluyó los celos y las contiendas en una lista muy similar a su catálogo corintio, pecados que, si se practicaban, era evidencia de que una persona, como el adúltero y el fornicario practicantes, no heredaría el reino de Dios:

Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas, no heredarán el reino de Dios (Ga. 5:19-21, énfasis del autor).

Claramente, lo que puede identificar a una persona como un niño espiritual en Cristo puede caracterizar a otra como inconversa. La diferencia entre estas dos personas es tiempo y conocimiento. Dios espera que sus hijos verdaderos le obedezcan una vez que conocen lo que Él espera. Aquellos que profesan ser sus hijos y continúan practicando la desobediencia, aún luego de ser advertidos con la verdad, están engañados. Las personas que verdaderamente han nacido de nuevo anhelan ser santas; ellas “tienen hambre y sed de justicia” (Mt. 5:6). Dios está trabajando dentro de ellas para completar la buena obra que Él empezó en sus vidas (ver Fil. 1:6; 2:13). Así pues, si nuestra fe no está produciendo santificación (santidad que va en aumento), no pensemos tampoco que nuestra fe está produciendo nuestra justificación (esto es, ser declarado sin culpa delante de Dios). No se concibe la justificación si no va seguida de la santificación. Por esta razón, la Escritura dice, “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (He. 12:14, énfasis del autor). El cielo no es para los inicuos.

¿No es esto salvación por obras?

Cuando Pablo nos advierte que aquellos que practican la injusticia no heredarán el reino de Dios, ¿no está él contradiciendo su propia enseñanza de que la salvación es exclusivamente por la gracia de Dios, recibida a través de la fe? ¿Acaso somos salvos simplemente por no practicar ciertos pecados?

No, como descubriremos al estudiar más cercanamente la enseñanza de Pablo, aquellos que verdaderamente reciben el regalo de Dios de la salvación son transformados por su Santo Espíritu. Por su maravillosa obra en sus vidas, ellos llegan a ser cada vez más santos. Son nacidos de nuevo, y el poder del pecado es quitado de sus vidas. Cristo vive en ellos. Son una nueva creación. Sus vidas ya no se caracterizan por la práctica del pecado. Ciertamente, los verdaderos creyentes algunas veces cometen pecados, pero no practican el pecado rutinariamente. Como el apóstol Juan escribió:

Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad… Todo aquel que es nacido de Dios no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios (1 Jn. 1:8-9; 3:9, énfasis del autor).

La salvación que proviene a través de Jesucristo no sólo provee perdón de los pecados sino que también provee liberación del pecado. Una santidad progresiva es el resultado de recibir el regalo de la salvación. Ponga cuidadosa atención a las palabras siguientes, a la afirmación más conocida de Pablo acerca del regalo de la salvación:

Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano, para que anduviésemos en ellas (Ef. 2:8-10, énfasis del autor).

La salvación no es el resultado de nuestras buenas obras; las buenas obras, sin embargo, son el resultado de nuestra salvación.

El propósito de Dios en la salvación

El propósito de Dios al salvarnos no fue únicamente darnos una especie de sello legal de perdón que anulara nuestra lista de pecados. Su propósito era más bien hacernos santos, personas obedientes, conformados a la imagen de Cristo. Él no da solamente una justicia legal imputada, sino que nos crea de nuevo para que experimentemos una rectitud práctica y real. La una no se puede recibir sin la otra. De hecho el apóstol Juan nos dice quiénes han recibido esa justicia legal imputada: aquellos que llevan un estilo de vida de rectitud práctica:

Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo. El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo (1 Jn. 3:7-8, énfasis del autor).

El pecado es la obra del diablo. La salvación que Jesús ofrece destruye las obras de Satanás en nuestras vidas.

Santiago escribe sobre las obras

Por supuesto, antes de que podamos recibir la salvación que nos perdona y libera del pecado, debemos tener conciencia de la necesidad que tenemos de ella. Trágicamente, muchos miembros de iglesia se consideran cristianos simplemente porque han repetido la “oración del pecador” o aceptado ciertos hechos teológicos. Piensan que poseen una salvación que les ha provisto de perdón, pero eso indica muy poca transformación en sus vidas. Esta realidad no les molesta, ya que creen que la salvación es por gracia y no por obras. En sus mentes las obras son opcionales y de poca importancia.

La Biblia, sin embargo, nos dice que es imposible que tengamos una fe salvadora que no produzca obras. El apóstol Santiago escribió que una fe sin obras es inútil, muerta y no puede salvar:

Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?… Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma… ¿Mas quieres saber hombre vano, que la fe sin obras es muerta? (Santiago 2:14, 17, 20, énfasis del autor).

Entonces, la verdadera prueba de nuestra fe es nuestra conducta. Y es por eso que Pablo nos advierte, amonestándonos para que examinemos nuestras vidas con el fin de comprobar si nuestra fe y nuestra salvación son fingidas. De nuevo, las obras no nos traen salvación; más bien, nuestras obras prueban que poseemos una fe salvadora y que el Espíritu Santo mora en nosotros.

Prestemos atención a la amonestación de Pablo de examinarnos a nosotros mismos usando las pruebas que él recibió de Dios. El primer paso es determinar en dónde estamos parados. Si descubrimos que fallamos la prueba al no experimentar una verdadera salvación, entonces hay esperanza de que podamos recibir tal fe.

Un auto examen inicial

Considere estas tres escrituras (dos de las cuales ya fueron examinadas), en las que Pablo hace una lista de prácticas pecaminosas que caracterizan a aquellos que no heredarán el reino de Dios:

¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios (1 Co. 6:9-10, énfasis del autor).

Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios (Ga. 5:19-21, énfasis del autor).

Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios (Ef. 5:5-6, énfasis del autor).

Podemos compilar una lista de pecados basados en estos tres pasajes de la Escritura, los cuales, si se practican, son evidencia segura de que una persona no ha sido regenerada. Se pueden clasificar en cinco categorías, la primera sería pecados sexuales: fornicación, adulterio, inmoralidad, impureza, sensualidad, afeminamiento y homosexualidad. Los segundos son pecados de latrocinio: codicia, robo y estafa. Los terceros son de intemperancia: borrachera, juergas, injuria. La cuarta es de odio: enemistad, contienda, celos, disputas, disensiones, divisiones y envidia. La quinta es de pecados de falsa religión: idolatría y hechicería.

Advertimos, sin embargo, que las listas de Pablo no son exhaustivas. En general, él dice que ningún injusto heredará el reino de Dios (ver 1 Co. 6:9). Al final de su lista de pecados en Gálatas 5, Pablo agrega, “y cosas semejantes” (Ga. 5:21). Hacemos notar que ni los asesinos ni los mentirosos se mencionan en ninguna de las listas de Pablo, pero eso no los exime de culpa. Juan escribió, “ningún asesino tiene vida eterna habitando en él” (1 Jn. 3:15), y “Todos los mentirosos tienen su parte en el lago que arde con fuego y azufre” (Ap. 21:8).

Aunque es ciertamente posible para una persona nacida de nuevo tropezar temporalmente en uno o varios de estos pecados, ningún verdadero creyente practica rutinariamente estos pecados. Su vida se caracteriza más bien por la justicia, no por lo contrario, porque se ha sometido al Señor con todo su corazón y su espíritu ha sido vivificado por el Santo Espíritu.

Una objeción contestada

Algunos autores han propuesto que cuando Pablo nos advierte sobre pecadores practicantes que “no heredarían el reino de Dios”, él no hablaba de la salvación eterna. “No heredar el reino de Dios” se interpreta como (1) la pérdida de algunas bendiciones terrenas o (2) la pérdida de ciertas “bonificaciones” celestiales, recompensas disfrutadas automáticamente por cristianos más santos.

Aquellos que quieren que nosotros creamos que Pablo se refería solamente a bendiciones terrenas señalan que Pablo hablaba del “reino de Dios” y no del “reino celestial”. Por lo tanto, ellos concluyen que él no hablaba de ir al cielo, sino de caminar en la bendición completa del reino de Dios ahora en la tierra.

Un estudio de la frase, “el reino de Dios”, sin embargo, como la usó Jesús, revela que es sinónima de la frase “reino de los cielos”. Sólo Mateo cita a Jesús al usar la frase “el reino de los cielos”, probablemente en deferencia por su cargo judío, en tanto que Marcos y Lucas citan a Jesús usando la frase “reino de Dios” en pasajes paralelos (compárese, por ejemplo, Mateo 13:11 con Marcos 4:11 y Lucas 8:10). El reino de Dios es lo mismo que el reino de los cielos.

Aquellos que aceptan la teoría de que Pablo se refería solamente a bonificaciones celestiales señalan que él no advertía acerca de no entrar al reino de Dios, sino más bien nos advertía acerca de no heredarlo, diciendo que hay diferencia entre los dos conceptos. Cristianos que no son santos entrarán al reino de Dios, pero ¡no lo heredarán! Simplemente se perderán algunas recompensas celestiales.

¿Es este el verdadero significado de lo que Pablo quería decir? O ¿quiso más bien decir que los pecadores practicantes no entrarán en el cielo?

Sin duda alguna, por un sinnúmero de razones, Pablo hablaba de la salvación y de entrar al cielo.

Primeramente, porque esa es la interpretación más natural de sus palabras. ¿Por qué iban a ser las advertencias de Pablo a los pecadores practicantes tan solemnes si ellos solamente estaban en peligro de perder unas concesiones celestiales? Y si perder dichas concesiones celestiales era el peligro que Pablo tenía en mente, ¿por qué no se expresó más claramente? Como el niño inocente quien después de escuchar a su pastor explicar “ lo que Pablo realmente dijo” en un cierto pasaje de la Escritura, yo también pregunto, “si Pablo no quiso decir lo que dijo, ¿por qué entonces no dijo lo que quería decir?

En segundo lugar, Pablo pronunció la condenación eterna sobre los homosexuales en su carta a los Romanos (ver Ro. 1:26-2:5). ¿Debemos entonces pensar que su advertencia a los homosexuales en su carta a los Corintios de que ellos no heredarían el reino de Dios es sólo un aviso de que perderán algunas recompensas celestiales en su seguro viaje al cielo?

Tercero, el apóstol Juan escribió que los inmorales y los idólatras “estarán en el lago que arde con fuego y azufre, lo cual es la muerte segunda” (Ap. 21:8). ¿Pensaremos entonces que la advertencia de Pablo a los inmorales e idólatras es solamente una advertencia de que perderán unas recompensas celestiales en su seguro viaje al cielo?

Cuarto, Pablo usó la frase “heredar el reino de Dios” dos veces cuando escribía a los Corintios, una vez en su advertencia a los pecadores practicantes y una vez en el capítulo quince. En el contexto del segundo uso, Pablo innegablemente estaba escribiendo acerca del tiempo cuando entremos en el cielo:

Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción (1 Co. 15:50, énfasis del autor).

Pablo claramente comunica que nuestros cuerpos cuya sangre y carne son corruptibles no entrarán al cielo. Sin duda él pidió prestada la expresión bajo consideración de Jesús mismo:

Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo (Mt. 25:34, énfasis del autor).

¿Estaba “el Rey” hablando acerca de bendiciones terrenales o bonificaciones celestiales, o hablaba Él de ir al cielo? La respuesta es obvia. El Rey dirá al otro grupo parado frente a Él, “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno” (Mt. 25:41).

Por estas y otras razones, podemos reposar seguros de que cuando Pablo advierte a los pecadores practicantes acerca de no heredar el reino de Dios, hablaba de entrar al cielo. Su escogencia de palabras, al usar heredar en vez de entrar, solamente sirve para enfatizar que el cielo es un regalo de la gracia de Dios, heredado, no ganado por uno mismo.

Una segunda objeción

Un autor popular afirma que el texto inicial que usé para este capítulo, 2 Co. 13:5, en donde Pablo advierte a los corintios que se prueben a sí mismos para ver si están en la fe, fue escrito para alentar a los corintios a “reconocer la salvación que ellos claramente poseían”. En otras palabras, estas personas deberían haber estado examinándose no para información sino para confirmación”. Supuestamente Pablo estaba “muy confiado de su salvación” y no era su intención que los corintios dudaran de su propia fe.

¿Es esto cierto? La respuesta verdaderamente es no. Reflexionemos sobre las palabras de Pablo en el contexto inmediato. Primero, consideremos los versos que las anteceden:

Pues me temo que cuando llegue, no os halle tales como quiero, y yo sea hallado de vosotros cual no queréis; que haya entre vosotros contiendas, envidias, iras, divisiones, maledicencias, murmuraciones, soberbias, desórdenes; que cuando vuelva, me humille Dios entre vosotros, y quizá tenga que llorar por muchos de los que antes han pecado y no se han arrepentido de la inmundicia y fornicación y lascivia que han cometido” (2 Co. 12:20-21, énfasis del autor).

Claramente Pablo estaba preocupado de que cuando visitara a los corintios de nuevo, iba a estar muy desilusionado de su conducta. Él cita numerosos pecados que ya había citado previamente en sus cartas a ellos, y afirma su miedo específico de encontrarlos culpables y sin arrepentirse de la práctica de la impureza, la inmoralidad y la sensualidad. Pablo hace una lista de los mismos tres pecados que aparecen en Ga. 5:19, diciendo que aquellos que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. Adicionalmente, Pablo ha escrito en su primera carta a los corintios que ni los fornicarios, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales heredarán el reino de Dios (ver 1 Co. 6:9-10).

Más allá de esto, Pablo expresaba su miedo de encontrar luchas, celos, temperamentos iracundos y disputas cuando llegara a Corinto, otros cuatro pecados los puso en lista en Ga. 5:20, diciendo que aquellos que practican tales cosas no heredarían el reino de Dios. ¿Podríamos concluir que Pablo estaba “confiado de que aquellas personas eran salvas”, tal y como un autor popular nos quiere hacer creer, cuando vemos claramente que Pablo dice que los que hacen tales cosas como las que practicaban los corintios indiscutiblemente no son salvos?

Lea cuidadosamente las siguientes palabras de Pablo:

Esta es la tercera vez que voy a vosotros. Por boca de dos o tres testigos se decidirá todo asunto. He dicho antes, y ahora digo otra vez como si estuviera presente, y ahora ausente lo escribo a los que antes pecaron, y a todos los demás, que si voy otra vez, no seré indulgente (2 Co. 13:1-2, énfasis del autor).

¿A qué tipo de hechos se refería Pablo que debían de ser confirmados por dos o tres testigos? Pablo debía estarse refiriendo únicamente a los pecados cometidos por creyentes corintios practicantes. Tanto el contexto como la manera de expresarlo apuntan a eso (ver 2 Co. 13-1 y siguientes y Dt. 19:15).

Pablo luego amenaza a aquellos “que han pecado en el pasado y a todos en general” que si él vuelve, “no será indulgente con ninguno”. ¿Cómo es eso de que no será indulgente con ninguno? ¿Les señalará su error? No, ya claramente les señaló eso. Pablo expresa que hará exactamente lo que le ordenó a los corintios que hicieran con un falso creyente en la iglesia el cual vivía en inmoralidad: Los apartaría como falsos creyentes, debido a las pruebas existentes de su continuo estado de pecado y de su falta de arrepentimiento. De otro modo ¿Para qué tanto enojo, si no iba a actuar?

Pablo continúa:

Pues buscáis una prueba de que habla Cristo en mí, el cual no es débil para con vosotros, sino que es poderoso en vosotros. Porque aunque fue crucificado en debilidad, vive por el poder de Dios. Pues también nosotros somos débiles en él, pero viviremos con él por el poder de Dios para con vosotros. Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados? (2 Co. 13-3-6, énfasis del autor).

Pablo escribió, “examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe”. Véase la palabra si. Esta indica la posibilidad de que ellos no estuvieran “en la fe”. Pablo no dijo: “examínense a ustedes mismos y verán que están en la fe, ya que estoy muy seguro de su salvación”.

Observe que también escribió que los corintios debían reconocer que Jesucristo estaba en ellos, “a menos que estéis reprobados”. ¿No es esta una clara indicación de que Pablo creía que algunos de ellos no pasarían la prueba? Ciertamente sí. Este concepto se hace más claro en el capítulo 13, verso 6 cuando Pablo hace un claro contraste entre los corintios, Timoteo y Pablo mismo (ver 2 Co. 1:1): “Pero yo confío en que entiendan que nosotros (Pablo y Timoteo) no reprobaríamos”. Los corintios podrían reprobar, pero él y Timoteo no. Era innegable que Jesús habitaba en Pablo y en Timoteo, pero no era tan obvio que habitara en todos los corintios que profesaban vivir en Él.

¿La conclusión?

La evidencia bíblica es aplastante: El nuevo nacimiento cambia la conducta del pecador, algunas veces en forma radical en el caso de pecadores empedernidos. ¿Por qué es que la conducta de tanta gente que proclama haber nacido de nuevo no es muy diferente de aquellos que dicen no haber nacido de nuevo? Por ejemplo, George Barna un estadounidense cuyo trabajo es recoger opiniones sobre diversos asuntos, ha notado lo siguiente:

Un estudio reciente que condujimos nos revela que los cristianos nacidos de nuevo varían de los no creyentes en solamente nueve variables de las 66 con las que fueron comparados ambos grupos. Aún más significativo fue el hecho de que los cristianos virtualmente no se distinguían de los no creyentes en todas las 65 variables no religiosas que examinamos—materias de valores fuertes, que definían actitudes y tendencias centrales de conducta.[4]

Las estadísticas de Barna también revelan que, mientras que el 87% de los no creyentes dijeron haber visto una película restringida en los pasados tres meses, 76% de los creyentes nacidos de nuevo habían hecho lo mismo. Sorprendentemente, los no creyentes mostraban la tendencia de haber cooperado con organizaciones sin fines de lucro en el año anterior a la entrevista y se mostraban también más anuentes a dar dinero a los indigentes y a los pobres.[5]

Sólo puede haber una conclusión: Muchos de los que piensan que han nacido de nuevo, en realidad no lo han hecho. Piensan que irán al cielo, pero no será así.

¿Cómo estima usted su condición espiritual? Si usted se acaba de dar cuenta de que estaba engañándose a sí mismo, debe arrodillarse delante de Dios, arrepentirse de todos sus pecados, y rogarle a Dios que le cambie por medio de su Santo Espíritu. En forma real, reciba usted al Señor Jesús como su Salvador, quien le salvará de la ira de Dios y del pecado, confiando en Él plenamente. Haga de Él su Señor y Maestro. Él iniciará una obra transformadora en usted y le librará del poder del pecado.

 


[1] Algunos habían sugerido que los Corintios ya habían completado las dos primeras etapas del proceso correcto de la disciplina de la iglesia y que Pablo les estaba instruyendo para que completaran el tercer paso. Se ha probado que esta es una interpretación incorrecta, sin embargo, las palabras de Pablo en 5:2, las cuales describen cómo los corintios estaban tratando al hombre inicuo: “Y vosotros estáis envanecidos. ¿No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción?. Más que lamentarse y confrontar el pecado del prevaricador, ¡estaban orgullosos de su tolerancia!

[2] Si se supone que no debemos ni siquiera comer con estos mal llamados hermanos que son inmorales, avaros, y así sucesivamente, debemos entonces tener el derecho a juzgar a aquellos que dentro de la iglesia anden en esos asuntos. Pablo apoya eso; ver 1 Co. 5:12.

[3] Sorprendentemente, muchos comentaristas modernos cometen el mismo error que los corintios, al mantener que el hombre inmoral era un cristiano sincero, por lo cual pierden el verdadero sentido del pasaje de Pablo. Aun así, hay por lo menos cinco indicadores por los cuales Pablo considera que el hombre no es salvo: (1) Pablo le llamó “el mal llamado hermano” (5:11); (2) Pablo le llamó “hombre inicuo” (5:13); (3) Pablo no siguió las instrucciones de Cristo para disciplinar a un hermano que había pecado, indicando así que él no creía que ese fuera un hermano; (4) Pablo entregó al hombre a manos de Satanás “de modo que su espíritu fuese salvo en el día del Señor Jesús” (5:5), indicando que, si el hombre continuaba en su estado actual, su espíritu no se iba a salvar. Sin embargo, al expulsarlo, había esperanza de que se arrepintiera y se salvara al reconocer que la iglesia no aceptaba su testimonio de fe; y (5) Pablo claramente dijo que los fornicarios y los adúlteros no heredarían el reino de Dios. (6:9-10).

[4] Encendiendo una Revolución Espiritual y Moral: Un Científico Social Analiza los Datos, por George Barna, en Guardador de promesas, Vol. 2, no 1, Enero / febrero 1999, p. 1.

[5] Ver La Segunda Venida de Cristo (Word: Dallas, 1998), por George Barna, p. 6.

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El Engaño del Evangelio » Spanish GGD Introducción

La lucha contra el pecado

 

El pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él (Gn. 4:7, énfasis del autor).

Como se indicó en el capítulo anterior, nuestra santificación es un esfuerzo conjunto de parte de Dios y de nosotros. Crecemos progresivamente para ser más como Jesús en cooperación con el Padre. Él nos da la habilidad y la motivación para ser santos. “Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder” (2 P. 1:3, énfasis del autor). Él nos da una nueva naturaleza y nos guía por medio de su Santo Espíritu. Pero todavía nos deja algo para que lo hagamos. Aún tenemos libre albedrío. Debemos obedecer al Espíritu que habita en nosotros, y todo cristiano auténtico hace esto en cierto grado. De lo contrario sería un creyente falso (ver Ro. 8:5-14).

Es nuestra responsabilidad también renovar nuestras mentes con la palabra de Dios, porque debemos conocer su voluntad antes de cumplirla. Aun en eso, Dios nos ayuda a través del ministerio de la enseñanza del Espíritu Santo y a través de maestros humanos divinamente ungidos. Conforme nuestras mentes se van renovando con su verdad, nos transformamos (ver Juan 8:31-36; Ro. 12:2). Y, por supuesto, también tenemos la responsabilidad de no ser tan sólo oidores de la palabra, sino hacedores (ver Stg. 1:22).

Debemos mantener este balance. Aunque la Escritura habla tanto de la responsabilidad humana como de la divina, muchos enfatizan una y olvidan la otra. Históricamente, a un lado están los pietistas que tratan de ser santos con su propia fuerza. Al otro lado están los quietistas que aborrecen la idea de la lucha humana, y que dejan todo en el regazo del Señor. Ambas posiciones son defendidas con largas listas de escrituras, y si sólo un lado se tomara la molestia de mirar la lista del otro, se darían cuenta que ambos están en lo correcto y, a la vez, están equivocados. La verdad está en el medio, en donde a ambas listas se les da un lugar honroso igual. Quizá la escritura que mejor expresa este balance es Filipenses 2:12-13:

Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad (énfasis del autor).

El fruto que el Espíritu produce dentro de nosotros es amor, gozo, paz, paciencia, bondad, benignidad, fe, mansedumbre y dominio propio, pero sólo con nuestra cooperación se manifestará dicho fruto en nuestras vidas. Debemos hacer algo, porque, de acuerdo a la Escritura, hay por lo menos tres fuerzas que se oponen al fruto:

(1) Dios nos ha permitido permanecer “en el mundo”, un mundo que nos tienta a ser desamorados, abatidos, ansiosos, impacientes, desatentos, malvados, sin fe, crueles y autocomplacientes.

(2) Aunque Dios nos ha llenado con su Espíritu, nos ha dado una nueva naturaleza y ha quebrantado el poder del pecado en nosotros, él también ha permitido que permanezca en nosotros un residuo de la vieja naturaleza, lo que Pablo llamó “la carne”.

(3) Aunque hemos sido librados del reino de Satanás y ya no somos su descendencia espiritual, nos encontramos, como aquellos cristianos de antaño, en una arena llena de leones rugientes que desean devorarnos (ver 1 P. 5:8). Satanás y sus demonios nos persiguen y nos tientan para que hagamos lo prohibido por Dios.

Estas tres son nuestras fuerzas enemigas: el mundo, la carne y el demonio.

¿Por qué Dios nos ha dejado en el territorio enemigo?

Si Dios desea nuestra santidad, ¿por qué ha permitido que estos enemigos vivan entre nosotros? ¿Qué propósito divino sirven éstos?

A semejanza de las naciones malvadas que permanecieron en la tierra de Israel luego de la muerte de Josué, a nuestros enemigos también se les permite estar entre nosotros para que Dios nos pruebe (ver Jueces 2:20-3:1). Por medio de ellos nuestro amor y obediencia, y por lo tanto, nuestra fe, son probados. La fe sólo puede ser probada en donde la incredulidad es posible. El amor sólo se puede probar en donde existe el odio como alternativa. La obediencia sólo se puede probar en donde la desobediencia es posible.

Dios dijo a los israelitas de la antigüedad:

Cuando se levantare en medio de ti profeta, o soñador de sueños, y te anunciare señal o prodigios, y si se cumpliere la señal o prodigio que él te anunció, diciendo: Vamos en pos de dioses ajenos, que no conociste, y sirvámosles; no darás oído a las palabras de tal profeta, ni al tal soñador de sueños; porque Jehová vuestro Dios os está probando, para saber si amáis a Jehová vuestro Dios con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma. En pos de Jehová vuestro Dios andaréis; a él temeréis, guardaréis sus mandamientos y escucharéis su voz, a él serviréis, y a él seguiréis (Dt. 13:1-4).

Increíblemente, ¡Dios probó a su pueblo por medio de un falso profeta! ¿Pero, no es cierto que él posee todo el conocimiento a la vez que también posee el preconocimiento perfecto? ¿Por qué hay necesidad de una prueba?

La razón es esta: para que Dios prediga el resultado de una prueba de un agente moral libre, ese agente moral libre debe ser probado en algún momento en el tiempo. Sólo lo que puede ser conocido en el tiempo puede ser preconocido antes del tiempo. Consecuentemente, nuestras tentaciones y pruebas, limitadas por el tiempo y el espacio, sirven un propósito en el plan de Aquél que vive fuera del tiempo y el espacio. Éstas proveen los medios por los cuales se conoce si nuestra fe es genuina. Pedro escribió a cristianos que pasaban por el fuego:

En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo… Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría (1 P. 1:6-7; 4:12-13, énfasis del autor).

Si por alguna razón debemos regocijarnos, lo debemos hacer cuando estamos bajo persecución, ya que nos brinda la oportunidad de demostrar nuestra fe imperecedera. La fe que salva es constante, pero la fe puede perseverar sólo si hay oposición y tentación para no permanecer.

¿Cuál es nuestra responsabilidad?

Debido a que la teología evangélica moderna se ha contaminado tanto con ideas antinómicas que distorsionan la gracia de Dios y anulan la responsabilidad humana, hoy en día muchos cristianos profesantes piadosamente pasan sus responsabilidades a Dios. Engañados por enseñanzas falsas acerca de la gracia, para ellos cualquier mención de esfuerzo humano es considerada anatema, y bajo el sutil disfraz de defensores de la gloria de Dios, etiquetan cualquier enseñanza acerca de la santidad como legalismo. Las obras son palabras sucias que no pertenecen al vocabulario cristiano. Y ciertamente no queremos albergar ningún pensamiento de que debamos hacer cosa alguna ahora que la obra de Cristo ha sido consumada. Eso sería añadir obras (¡Dios libre!) a nuestra salvación.

Con la esperanza de remediar este razonamiento antibíblico, he compilado una lista de lo que una porción significativa del Nuevo Testamento dice que los creyentes deben hacer. El componente esencial de la responsabilidad humana en el proceso de santificación se entiende fácilmente desde el punto de vista de los muchos pasajes bíblicos que contienen mandamientos e instrucciones. Cuando los leemos, no podemos dudar más de que los cristianos son agentes morales libres que pueden desear ser santos. Del mismo modo, expuesto queda el engaño de aquellos que nos quieren hacer creer que a Dios se le resta la gloria cuando añadimos nuestros esfuerzos en el proceso de santificación. Claramente, Dios espera que aquellos que poseen su Espíritu Santo hagan ciertas cosas por el poder del Espíritu. Dicho resumidamente, debemos luchar contra el pecado en todas sus formas (ver He. 12:4). Debemos procurar la santificación “sin la cual nadie verá al Señor” (He. 12:14).

La siguiente lista revela, de los cuatro Evangelios y el libro de Romanos, las expectativas de Dios acerca de nuestra conducta. Si el Nuevo Testamento dice que cierta conducta no es apropiada o es pecaminosa, luego entonces Dios responsabiliza a las personas por tal conducta, indicando que la responsabilidad humana es un factor en esa conducta equivocada.

Aunque usted puede estar tentado a saltarse la siguiente lista, para su propio beneficio le pido que la lea lentamente. Le puede impactar de una manera tal que le cambie la vida.

¿Qué es lo que Dios espera de nosotros? Aquí está la lista. Claramente, nada de esto sucederá en nuestras vidas a menos que hagamos lo que Dios dice.

Dios espera que:

No le tentemos (Mt. 4:7).

Adoremos al Señor nuestro Dios y le sirvamos sólo a él (Mt. 4:10).

Nos arrepintamos para ser salvos (Mt. 4:17).

Nos regocijemos y estemos contentos cuando nos persiguen (Mt. 5:12).

Dejemos brillar nuestra luz delante de los hombres para que vean nuestras buenas obras (Mt. 5:16).

Guardemos y enseñemos los mandamientos de Dios, aun el más pequeño de ellos (Mt. 5:19).

No asesinemos, odiemos o dañemos a otra persona en ningún modo (Mt. 5:21-22).

Nos reconciliemos con aquellos a quienes hemos ofendido (Mt. 5:24-25).

No cometamos adulterio o seamos lujuriosos (Mt. 5:27-28).

Quitemos cualquier cosa que nos puede hacer caer en el pecado (Mt. 5:29-30).

No nos divorciemos excepto en caso de fornicación (Mt. 5:32).

No juremos y nunca mintamos, sino que mantengamos nuestra palabra (Mt. 5:33-37).

No nos venguemos, sino que seamos extremadamente tolerantes con otros, haciendo el bien aun a aquellos que nos maltratan (Mt. 5:38-42).

Amemos a nuestros enemigos y oremos por los que nos persiguen (Mt. 5:44-47).

Luchemos para ser perfectos (Mt. 5:48).

No hagamos buenas obras con el propósito de recibir la alabanza de otros (Mt. 6:1).

Demos limosna (Mt. 6:2-4).

Oremos (Mt. 6:5-6).

No usemos vanas repeticiones cuando oremos (Mt. 6:7).

Oremos siguiendo el modelo del “Padre Nuestro” (Mt. 6:9-13).

Perdonemos a otros (Mt. 6:14).

Ayunemos (Mt. 6:16).

No nos hagamos tesoros en la tierra, sino que nos hagamos tesoros en el cielo (Mt. 6:19-21).

Sirvamos a Dios y no al dinero (Mt. 6:24).

No nos preocupemos por nuestras necesidades materiales (Mt. 6:25-32).

Busquemos primero el reino de Dios y su justicia (Mt. 6:33).

No juzguemos a otros (Mt. 7:1-5).

No demos lo santo a los perros (Mt. 7:6).

Pidamos, busquemos y llamemos (Mt. 7:7-11).

Hagamos con otros lo que queremos que otros nos hagan (Mt. 7:12).

Entremos por la puerta estrecha (Mt. 7:13).

Nos guardemos de los falsos profetas (Mt. 7:15-20).

Hagamos lo que Jesús dice o enfrentaremos la destrucción (Mt. 7:24-27).

Roguemos al Señor para que envíe obreros a su mies (Mt. 9:38).

Confesemos a Jesús delante de otros y no lo neguemos (Mt. 10:32-33).

Amemos a Jesús más que a nuestros familiares cercanos (Mt. 10:37).

Tomemos nuestra cruz y sigamos a Jesús (Mt. 10:38).

Perdamos nuestra vida por la causa de Jesús (Mt. 10:39).

Llevemos su yugo sobre nosotros (Mt. 11:28-30).

Seamos con Jesús y recojamos con él (Mt. 12:30).

No hagamos blasfemia contra el Espíritu Santo (Mt. 12:31).

Hagamos la voluntad del Padre (Mt. 12:50).

Honremos a nuestros padres (Mt. 15:4-6).

No nos contaminemos con malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios ni calumnias (Mt. 15:19-20).

Nos neguemos a nosotros mismos (Mt. 16:24).

Nos convirtamos y lleguemos a ser como niños, humillándonos (Mt. 18:3-4).

No seamos la causa de que un niño que cree en Jesús tropiece (Mt. 18:6).

No seamos la causa de tropiezo de nadie (Mt. 18:7).

No despreciemos a ningún niño (Mt. 18:10).

Amonestemos en privado a cualquier hermano que peque contra nosotros (Mt. 18:15).

Obedezcamos las instrucciones de Jesús en cuanto a la disciplina eclesiástica (Mt. 18:16.17).

Perdonemos de todo corazón a nuestros hermanos (Mt. 18:35).

Amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mt. 19:19).

Seamos los siervos de otros (Mt. 20:26-28).

Paguemos los impuestos al gobierno y demos a Dios lo que le pertenece (Mt. 22:21).

Amemos a Dios nuestro Señor con todo nuestro corazón, alma y mente (Mt. 22:37).

No permitamos a nadie que nos llame “maestro” o “líder”, y no llamemos a nadie padre sino a nuestro Padre Celestial (Mt. 23:8-10).

No nos exaltemos sino que nos humillemos (Mt. 23:12).

No impidamos a nadie que entre al reino de Dios (Mt. 23:13).

No tomemos ventaja de las viudas (Mt. 23:14).

Nunca influenciemos a otros a actuar con hipocresía (Mt. 23:15).

No ignoremos las provisiones más fuertes de la ley, tales como la justicia, la misericordia y la fidelidad (Mt. 23:23).

No seamos hipócritas en ninguna manera (Mt. 23:25-28).

No temamos a las guerras o a los rumores de guerras antes de la venida de Cristo

(Mt. 24:6).

No tropecemos, o traicionemos a otros u odiemos al hermano (Mt. 24:10).

No permitamos que los falsos profetas nos desvíen (Mt. 24:11).

No permitamos que nuestro amor se enfríe debido al aumento de la maldad (Mt. 24:12).

Soportemos hasta el fin (Mt. 24:13).

No creamos falsas noticias acerca de la venida de Cristo (Mt. 24:23-26).

Reconozcamos las señales verdaderas de la venida de Cristo (Mt. 24:42).

Seamos siempre esclavos sensatos y fieles, anticipando el inminente retorno de nuestro Señor, sin caer y en perfecta obediencia (Mt. 24:45-51).

Utilicemos el tiempo, talentos y tesoros que Dios nos ha encomendado para servirle (Mt. 25:14-30).

Proveamos alimento, bebidas, techo y abrigo a los cristianos pobres; visitemos a los enfermos y a los presos cristianos (Mt. 25:34-40).

Participemos en la cena del Señor (Mt. 26:26-27).

Hagamos discípulos en todas las naciones, bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todos los mandamientos de Jesús (Mt. 28:19-20).

Nos cuidemos con lo que escuchamos (Marcos 4:24).

No ignoremos los mandamientos de Dios por guardar las tradiciones (Marcos 7:9).

No nos avergoncemos de Jesús o de las palabras de él (Marcos 10:14).

Estemos en paz unos con otros (Marcos 9:50).

No impidamos a los niños que vengan a Jesús (Marcos 10:14).

Tengamos fe en Dios (Marcos 11:22).

Creamos que hemos recibido todas las cosas por las que oramos y pedimos (Marcos 11:24).

Nos cuidemos de los maestros religiosos que llevan ropas que los hacen sobresalir, que les gustan los saludos respetuosos, los primeros asientos y lugares de honor, toman ventaja de las viudas y hacen largas oraciones por asuntos de apariencia (Marcos 12:38-40).

No estemos ansiosos acerca de lo que tenemos que decir cuando estamos en prueba por nuestra fe, sino que digamos lo que el Espíritu Santo nos dice en ese momento (Marcos 13:11).

Nos bauticemos (Marcos 16:16).

Bendigamos a los que nos maldicen (Lucas 6:28).

Demos a todo el que nos pide, y no demandemos lo que otros nos han quitado (Lucas 6:30).

Prestemos a otros, sin esperar nada (Lucas 6:35).

Seamos misericordiosos (Lucas 6:36).

No condenemos a otros (Lucas 6:37).

Demos (Lucas 6:38).

No señalemos la paja en el ojo del hermano si nosotros tenemos un tronco en el nuestro (Lucas 6:41-42).

No le llamemos “Señor” a menos que hagamos lo que él dice (Lucas 6:46-49).

Recibamos la palabra de Dios en nuestros corazones y aferrémonos a ella para que demos fruto con perseverancia (Lucas 8:12-15).

Escuchemos la palabra de Dios y hagámosla (Lucas 8:21).

Recibamos a los niños en el nombre de Cristo (Lucas 9:48).

No miremos para atrás luego de poner nuestras manos sobre el arado (Lucas 9:62).

Pidamos el Espíritu Santo (Lucas 11:13).

Miremos que nuestra luz no sea tinieblas (Lucas 11:35).

No amemos los lugares de honor y las salutaciones en las plazas (Lucas 11:43).

No carguemos a otros con cargas pesadas que nosotros mismos no podemos llevar (Lucas 11:46).

No persigamos a sus profetas (Lucas 11:49).

No tomemos la llave del conocimiento ni impidamos que otros entren al verdadero conocimiento de Dios (Lucas 11:52).

Cuidémonos de líderes religiosos hipócritas (Lucas 12:1).

No temamos a aquellos que sólo pueden destruirnos físicamente (Lucas 12:4).

Temamos a aquel que luego de matar tiene autoridad para lanzar a alguien al infierno (Lucas 12:5).

No hablemos mal ni blasfememos a Jesús ni al Espíritu Santo (Lucas 12:10).

Tengamos cuidado y estemos alertas contra cualquier forma de avaricia (Lucas 12:15).

No nos hagamos tesoros para nosotros mismos sino hagámonos tesoros para con Dios (Lucas 12:21).

Vendamos nuestras posesiones y demos a los pobres (Lucas 12:33).

Llevemos fruto (Lucas 13:6-9).

Luchemos para entrar por la puerta estrecha (Lucas 13:24).

Nunca tomemos lugares de honor, exaltándonos a nosotros mismos. Más bien, debemos humillarnos y tomar los últimos asientos (Lucas 14:8-10).

Amemos a Dios más que a nuestros seres queridos (Lucas 14:26).

Primero evaluemos el costo de llegar a ser su discípulo (Lucas 14:28-32).

Pongamos todas nuestras posesiones materiales bajo su control (Lucas 14:33).

Nos regocijemos cuando Dios muestra su misericordia al salvar a los pecadores (Lucas 15:1-32).

Seamos fieles en las cosas pequeñas y con el dinero (Lucas 16:9-11).

Tengamos compasión con los pobres (Lucas 16:19-31).

Reprendamos al hermano si peca y le perdonemos si se arrepiente (Lucas 17:3-4).

Nos consideremos esclavos inútiles aun cuando hemos hecho todo lo que se nos ha mandado (Lucas 17:7-10).

Oremos en todo tiempo y no desmayemos (Lucas 18:1).

No confiemos en nosotros mismos como justos, ni veamos a otros con menosprecio (Lucas 18:9).

Recibamos el reino como un niño (Lucas 18:17).

Nos mantengamos alerta en todo tiempo, oremos de modo que nos fortalezcamos para escapar de las pruebas que preceden a la venida de Cristo y poder estar de pie ante Jesús (Lucas 21:36).

Prediquemos el arrepentimiento y el perdón de los pecados en el nombre de Cristo a todas las naciones (Lucas 24:47).

Nazcamos de nuevo (Juan 3:3).

Creamos en Jesús (Juan 3:16).

Le adoremos en espíritu y verdad (Juan 4:23-24).

Honremos a Jesús (Juan 5:23).

Busquemos la gloria de Dios (Juan 5:44).

Creamos las escrituras de Moisés (Juan 5:46-47).

No trabajemos por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece la cual es dada por Jesús (Juan 6:27).

Comamos la carne y bebamos la sangre de Cristo (Juan 6:53-54).

No juzguemos por la apariencia, sino con juicio justo (Juan 7:24).

Permanezcamos en la palabra de Jesús (Juan 8:31).

Sirvamos a Jesús (Juan 12:26).

Nos amemos unos a otros como Jesús nos ama (Juan 13:34).

Creamos que él está en el Padre y el Padre está en él (Juan 14:11).

Hagamos las obras que Jesús hizo y mayores aún (Juan 14:12).

Amemos a Jesús y guardemos sus mandamientos (Juan 14:15).

Permanezcamos en el amor de Jesús (Juan 15:9).

Pidamos cualquier cosa en el nombre de Jesús (Juan 16:24).

Confiemos cuando estemos en tribulación (Juan 16:33).

Este es el fin de la lista de los mandamientos de Jesús encontrados en los Evangelios. Estas son las cosas que debemos estar enseñando a los discípulos de Cristo para que las obedezcan (ver Mateo 28:20).

Los mandamientos y las instrucciones dadas a los creyentes en las cartas no difieren mucho de lo encontrado en los Evangelios. Seguidamente consideramos la responsabilidad humana en el libro de Romanos.

Dios espera que:

No detengamos la verdad (Ro. 1:18).

No seamos culpables de idolatría (Ro. 1:23).

No cambiemos las verdades de Dios por mentiras (Ro. 1:25).

No nos involucremos en conducta homosexual (Ro. 1:26-27).

No seamos avaros, envidiosos, engañosos, maliciosos, insolentes, arrogantes, altivos,

desobedientes a nuestros padres, desleales, sin afecto natural, sin misericordia (Ro. 1:29-31).

No murmuremos ni calumniemos (Ro. 1:29-30).

No aprobemos a los que practican el pecado (Ro. 1:32).

No miremos con ligereza las riquezas de su bondad, tolerancia y paciencia (Ro. 2:4).

Perseveremos en hacer el bien (Ro. 2:7).

No seamos egoístamente ambiciosos (Ro. 2:8).

No maldigamos o hablemos palabras amargas (Ro. 3:14).

Nos consideremos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo (Ro. 6:11).

No dejemos que el pecado reine en nosotros, obedeciendo sus deseos (Ro. 6:12).

No presentemos nuestros miembros al pecado como instrumentos de injusticia (Ro. 6:13).

No codiciemos nada (Ro. 7:7).

No vivamos de acuerdo con los deseos de la carne, sino que hagamos morir las obras de la carne por el Espíritu (Ro. 8:12-13).

Presentemos nuestros cuerpos en sacrificio vivo y santo (Ro. 12:1).

No nos conformemos a este mundo, sino que seamos transformados por la renovación de nuestras mentes (Ro. 12:2).

Ejercitemos nuestros dones de acuerdo con la gracia dada a nosotros (Ro. 12:6).

Amemos a otros sin hipocresía (Ro. 12:9).

Aborrezcamos lo que es malo y sigamos lo bueno (Ro. 12:9).

Nos amemos unos a otros con amor fraternal, prefiriéndonos unos a otros en cuanto a honra (Ro. 12:10).

No seamos perezosos sino diligentes (Ro. 12:11).

Seamos fervientes en el espíritu cuando servimos al Señor (Ro. 12:11).

Nos regocijemos en esperanza (Ro. 12:12).

Perseveremos en la tribulación (Ro. 12:12).

Nos dediquemos a la oración (Ro. 12:12).

Contribuyamos para las necesidades de los santos (Ro. 12:13).

Practiquemos la hospitalidad (Ro. 12:13).

Bendigamos a aquellos que nos persiguen y nos maldicen (Ro. 12.14).

Nos regocijemos con aquellos que se regocijan y lloremos con los que lloran (Ro. 12:15).

No seamos altivos sino que nos asociemos con los humildes (Ro. 12:16).

No seamos sabios en nuestra propia opinión (Ro. 12:16).

Nunca paguemos mal por mal a nadie (Ro. 12:17).

Procuremos lo bueno delante de todos los hombres (Ro. 12:17).

Estemos en paz con todos en tanto sea posible (Ro. 12:18).

Nunca tomemos venganza (Ro. 12:19).

Alimentemos a nuestros enemigos si tienen hambre y les demos de beber si tienen sed (Ro. 12:20).

No seamos vencidos del mal sino que venzamos con el bien el mal (Ro. 12:21).

Nos sujetemos a las autoridades superiores (Ro. 13:1).

No debamos nada a nadie sino el amarnos unos a otros (Ro. 13:8).

Desechemos las obras de las tinieblas y nos vistamos las armas de la luz (Ro. 13:12).

Andemos como de día, honestamente, no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contienda ni envidia, sino vistámonos del Señor Jesucristo, sin proveer para los deseos de la carne (Ro. 13:13-14).

Aceptemos a aquellos que son débiles en la fe (Ro. 14:1).

No juzguemos al hermano ni lo miremos con menosprecio (Ro. 14:10).

No pongamos tropiezo ni ocasión de caer al hermano (Ro. 14:13).

Sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación (Ro. 14:19).

Soportemos las flaquezas de los débiles con nuestra fortaleza sin agradarnos a nosotros mismos (Ro. 15:1).

Nos aceptemos unos a otros, como Cristo nos ha aceptado (Ro. 15:7).

Nos fijemos en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que hemos aprendido y nos alejemos de ellos (Ro. 16:17).

Ahora, me pregunto, ¿tienen o no responsabilidades los cristianos? ¿Qué debemos

decirle a una persona que dice que abandona su santificación completamente en las manos de Dios, por temor a robarle la gloria a Dios y ser culpable de agregar obras a la obra de salvación?

Guerra espiritual

Todos los mandamientos e instrucciones enumeradas arriba no sólo prueban el concepto de la responsabilidad humana sino también implican que todos nosotros nos enfrentamos a alternativas. Podemos escoger hacer o no hacer lo que Jesús dijo. Desde nuestros espíritus regenerados, el Espíritu Santo nos guía a obedecer, en tanto que otras fuerzas, a saber, el mundo, la carne y el demonio, nos tientan a desobedecer. Por lo cual entendemos que estamos inmersos en una guerra.

Es necesario señalar dos puntos con respecto a esta guerra. Primero, los cristianos falsos a veces suponen, equivocadamente, que están experimentando esta guerra. En realidad, están experimentando una guerra similar entre su conciencia y su naturaleza pecaminosa. Como escribiera Pablo, aun la gente no salva posee una conciencia que alternativamente les acusa o les defiende (ver Ro. 2:15). Debido a que han violado su conciencia tantas veces, ésta se encuentra corrompida (ver Tit. 1:15), y su voz se hace cada vez más débil al ignorar ellos sus reprensiones. El verdadero cristiano, por otro lado, tiene una conciencia que ha sido totalmente avivada, que le habla constantemente y que no es fácil de ignorar. El Espíritu Santo guía a todos los hijos de Dios (ver Ro. 8:14).

El segundo punto es que los cristianos profesantes a menudo utilizan la realidad de la guerra espiritual como una excusa para pecar. “Estamos en guerra”, dicen con sarcasmo, “por lo cual es inevitable que perdamos muchas batallas”. Esta excusa está en la misma categoría de, “¡Nadie es perfecto, sabe! (Entonces seré patético)”.

Dios es el que ha permitido en su soberanía que esta guerra exista, y su propósito al permitirla no es que sus hijos pequen. Más bien, su propósito es que probemos que somos triunfadores para su gloria. Considere lo que Pablo dijo acerca de la guerra entre la carne y el Espíritu en Gálatas 5:

Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos (Ga. 5:16-24).

Los cristianos indiscutiblemente tienen dos naturalezas, y una de ellas es la naturaleza pecaminosa que se opone al Espíritu Santo que mora en ellos. Pero, ¿es esto una excusa para ceder al pecado? Absolutamente no. Pablo advierte que aquellos que practican los pecados de la carne no heredarán el reino de Dios. De hecho, ningún cristiano genuino cede regularmente a la carne, porque, como Pablo dice, “los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (5:24). Esto ocurrió en el punto inicial de la salvación, cuando se manifestó la fe del corazón en arrepentimiento y sumisión al señorío de Cristo. En ese punto, metafóricamente hablando, clavamos al hombre pecador en la cruz. Y ahí debe permanecer. Todavía está muy vivo y puede gritar pidiendo que le permitan hacer su voluntad, pero por el poder del Espíritu, sus gritos no se toman en cuenta.

¿En la carne o en el Espíritu?

En el capítulo ocho de Romanos, Pablo contrasta a la persona no salva, a quien él describe como permaneciendo “en la carne”, con la persona que ya ha sido regenerada, a la cual él describe como permaneciendo “en el Espíritu”. Es muy importante que entendamos esto. Lea las palabras de Pablo cuidadosamente en este pasaje de la Escritura que vamos a considerar:

Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu (Ro. 8:3-4).

Note que Pablo ya ha descrito a los creyentes como aquellos que “no caminan [viven sus vidas] de acuerdo a la carne, sino de acuerdo al Espíritu”.

Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuando los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. (Ro. 8:5-9, énfasis del autor).

Claramente, Pablo no está contrastando dos tipos de cristianos, aquellos que ponen su mente en la carne y aquellos que ponen su mente en el Espíritu. Él está haciendo un contraste entre aquellos en quienes mora el Espíritu y cuya mente está en el Espíritu, con aquellos en quienes no habita el Espíritu y cuyas mentes están en la carne—los cristianos y los no cristianos.

Se puede decir que los cristianos tienen a Cristo en sus vidas, por el Espíritu que mora en ellos, aunque todavía posean la naturaleza pecaminosa de la carne:

Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros (Ro. 8:10-11).

Nuestro cuerpo, al que Pablo también llama “el hombre exterior” en 2 Corintios 4:16, está “muerto” o “decadente” (2 Co. 4:16) debido al pecado. Pero nuestro espíritu, el “hombre interior” (2 Co. 4:16) ahora vive porque hemos sido justificados. Se renueva cada día (ver 2 Co. 4:16). No obstante, podemos anhelar el día en que el Espíritu dentro de nosotros vivifique nuestros cuerpos “mortales” y éstos sean hechos nuevos. Con seguridad, es la intención de Dios que el Espíritu que mora en nosotros domine la carne. Está destinado a dominarla hasta el punto de cambiar nuestros cuerpos y erradicar la naturaleza pecaminosa completamente.

Finalmente, Pablo advierte a los creyentes acerca de ceder a la carne. Por el poder del Espíritu dentro de ellos, pueden “hacer morir las obras de la carne”. Deben hacer esto:

Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios (Ro. 8:12-14).

¿Se encuentra usted dentro de aquellos que Pablo describe como que no morirán, sino que vivirán—los que viven “por el Espíritu…haciendo morir las obras de la carne”? Entonces es usted un cristiano auténtico. Sin duda, Pablo creía que los cristianos actúan de una manera muy distinta a los no cristianos. Como él lo dijo, los verdaderos hijos de Dios son aquellos que son guiados por el Espíritu (ver Ro. 8:14).

La respuesta a una objeción

Algunos pueden objetar: “¿Pero no es cierto que Pablo confiesa que él mismo practicaba el mal que tanto odiaba, refiriéndose a sí mismo como un “miserable?”

Sí lo hizo. De hecho, Pablo dijo esas palabras en el capítulo siete de Romanos, justo antes de que consideráramos el mensaje del capítulo ocho de este mismo libro. Los cristianos han debatido por siglos si Pablo hablaba estas palabras acerca de su vida antes o después de su conversión. Los antinómicos, en particular, les encanta tomar estas palabras en Romanos 7 como el estándar de la experiencia normal de los cristianos.

Sin embargo, al leer Romanos 7 en contexto con los dos capítulos adyacentes, todos los otros escritos de Pablo, y el resto del Nuevo Testamento, sólo puede haber una interpretación razonable. Pablo no hablaba sino de su experiencia antes de ser lleno del Espíritu. Si no fuera así, en el capítulo 7 él se habría contradicho con lo que él mismo escribió acerca de la experiencia normal del cristiano en los capítulos 6 y 8. Como se ha indagado adecuadamente, “si el hombre en el capítulo 7 es un creyente nacido de nuevo, ¿quién es el hombre de los capítulos 6 y 8? Son, sin duda alguna, dos personas muy diferentes.

Primero, notamos que el tema principal del capítulo 6 es la incompatibilidad del pecado con la nueva creación. Pablo inició con la pregunta retórica, “¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?” (6:1). ¿Su respuesta? “En ninguna manera”. Luego escribió de la imposibilidad de que un creyente esté en tal condición: “Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (6:2).

En los versículos siguientes, Pablo aclaró con vehemencia que todos los creyentes han sido unidos con Jesús en su muerte y resurrección de modo que puedan “andar en vida nueva” (6:4) ahora que ya no son “siervos del pecado” (6:6, 17, 20). Más bien, ahora son “justificados del pecado” (6:7, 18, 22), son “siervos de la justicia” (6:18), y “siervos de Dios” (6:22), “habiendo obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fueron entregados” (6:17). El pecado ya no se “enseñorea” de ellos, y no deben dejarlo “reinar” en sus cuerpos, obedeciendo sus deseos (6:12). Más bien, deben presentar sus miembros “para servir a la justicia para santificación” (6:19).

¿En qué se parece el cristiano del capítulo 6 al hombre del capítulo 7, a quien Pablo describe como “carnal, vendido al pecado” (7:14), que practica el mal que no quiere, haciendo lo que aborrece (7:15, 19), un virtual “prisionero de la ley del pecado” (7:23), y un “miserable” (7:24)? ¿Es el hombre del capítulo 6, libre de pecado, el mismo miserable del capítulo 7 que es prisionero del pecado? ¿Es el hombre del capítulo 6, cuyo viejo hombre fue crucificado con Cristo y que su “cuerpo de pecado es destruido, a fin de que no sirva más al pecado” (6:6) el mismo hombre del capítulo 7 que anhela que alguien le libere “de su cuerpo de muerte” (7:24)? Esto no es posible, ¿o, sí?

Aún más, los primeros 14 versículos del capítulo 8, que ya consideramos antes, provocarían más preguntas si el hombre del capítulo 7 fuera un cristiano. En el capítulo 8, Pablo describe al verdadero cristiano como uno que no “anda conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (8:4), cuya mente está en el Espíritu, y no en la carne, a diferencia de las mentes de los no creyentes (8:5-6). El cristiano auténtico es aquel que “no está en la carne” sino “en el Espíritu” porque el Espíritu mora en él (8:9). Pablo advirtió que los que viven conforme a la carne deben morir, y promete que los que, “por el Espíritu hacen morir las obras de la carne” (8:13) éstos vivirán. Si Pablo hubiera estado hablando de su propia experiencia presente en el capítulo 7, estaríamos tentados a decirle que leyera su propia carta para que así pudiera enterarse de ¡cómo ser salvo y libre de pecado! Y a la luz de todas sus muchas otras exhortaciones a la santidad dirigidas a otros, le clasificaríamos como un hipócrita que predicó “hagan como yo digo y no como yo hago”.

Pablo en contexto

Si Pablo hubiera estado practicando la misma maldad que él odiaba, entonces por su misma descripción de los no creyentes en esta y otras cartas, él no era salvo (ver Ro. 2:8-9; 1 Co. 6:9-11; Ga. 5:19-21; Ef. 5:5-6). De acuerdo con lo que Juan escribió también, Pablo no hubiera sido un salvo: “El que practica el pecado es del diablo…. Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado…. Todo aquel que no hace justicia, no es de Dios” (1 Jn. 3:8-10).

Si Pablo estuviera hablando en el capítulo 7 de su condición actual calificándose como un miserable prisionero del pecado, practicando la maldad, enormemente nos sorprende a aquellos que hemos leído lo que él escribe de sí mismo en otros lugares. Aunque él admite que no había logrado la perfección (ver Fil. 3:12), él escribió a los Corintios que “de nada tengo mala conciencia” (1 Co. 4:4), y también dijo:

Porque nuestra gloria es esta: el testimonio de nuestra conciencia, que con sencillez y sinceridad de Dios, no con sabiduría humana, sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo, y mucho más con vosotros (2 Co. 1:12).

A los cristianos de Tesalónica escribió:

Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes (1 Ts. 2:10).

Él testificó a Timoteo que le sirvió a Dios con una conciencia clara (ver 2 Ti. 1:3). Se tiene la impresión cuando se lee la historia de Pablo y sus cartas de que Pablo era un hombre muy, muy semejante a Cristo.[1] Su devoción es sin paralelo en el Nuevo Testamento, excepto por Jesús. ¿Cómo entonces nos lo vamos a imaginar practicando la maldad?

La única conclusión razonable que podemos sacar de toda esta evidencia es que Pablo hablaba de su experiencia antes de ser salvo.

“¿Pero no es cierto que Pablo escribió el capítulo 7 en tiempo presente? ¿No es eso prueba suficiente de que él hablaba de su condición presente?” se preguntarían algunos.

No, el tiempo verbal usado por Pablo no prueba nada. A menudo usamos el tiempo presente cuando hablamos de una experiencia pasada. Puedo contar una historia sobre pesca que sucedió hace diez años y decir, “Bien, ahí estoy yo en mi bote, en mi lugar favorito del lago. De pronto siento un ligero tirón en mi cuerda—No estoy seguro si es un pez o algún obstáculo. Luego ¡pica! ¡Empiezo a enrollar el sedal con el pez más grande que jamás haya pescado! Cuando lo llevo al bote, la cuerda se rompe, y ahí va nadando un róbalo del tamaño de un monstruo. Oh, ¡miserable de mí! ¿Quién me librará de este loco deporte?”

“Pero ¿no dijo Pablo en Romanos 7 que él no quería hacer el mal, sino hacer el bien? ¿Y no dijo también, “porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios” (7:22)? ¿Cómo podría decir esas cosas y ser un no salvo? ¿No es cierto que los no salvos son malvados y totalmente depravados?

Debemos recordar que Pablo era un judío, fariseo muy celoso antes de ser salvo. Él, a diferencia de la persona promedio que no es salva, estaba haciendo todo lo que podía para obedecer las leyes de Dios, ¡hasta el punto de perseguir a la iglesia! Pero sin importar cuán fuerte lo intentaba, no podía estar a la altura de los modelos divinos. Era esclavo del pecado. Eventualmente se dio cuenta que no podía ser justo sin la ayuda sobrenatural del Espíritu Santo. En verdad, no hay persona más miserable que aquella que trata de vivir bajo los estándares divinos pero sin haber nacido de nuevo.

Los cristianos de Romanos 7

Es muy lamentable que, a pesar de todo lo que dijeron Jesús, Juan, Santiago, Pedro, Judas y Pablo para contradecir la idea de que el hombre en Romanos 7 ha nacido de nuevo, muchos piensen hoy que tal hombre era salvo. La razón no es debido a la evidencia bíblica que apoya tal punto de vista, sino debido a las multitudes de cristianos profesantes que se identifican con el hombre de Romanos 7, practicando lo que detestan, y permaneciendo como esclavos del pecado. Interpretan la Escritura desde el punto de vista de su experiencia con una lógica que dice, “Me identifico con el hombre de Romanos 7, y soy cristiano, así que el hombre de Romanos 7 debe ser un cristiano”.

Esta interpretación errónea de Romanos 7 afirma la falsa y vacilante fe de muchos que no han experimentado la libertad del poder del pecado que Pablo prometió en Romanos 6 y 8 y que disfrutó durante toda su vida cristiana. Esta es una gran tragedia a la luz de la maravillosa gracia de Dios que está disponible libremente para todos a través de Jesucristo, si solamente las personas se acercaran a Él respetando su señorío, con una fe viva y sumisa.

 


[1] Ver, por ejemplo, Hechos 20:24; 23:1; 1 Co. 4:11-13, 17; 10:32-33; 2 Co. 5:9; 6:3, 6-7; Fil. 4:9; 1 Ts. 2:3-7.

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El Engaño del Evangelio » La lucha contra el pecado

El “Cristiano” Antinómico

 

Son las 11:40 del domingo por la mañana en su iglesia. Los himnos y coros ya se han cantado, la ofrenda ya se ha recibido, y ahora es el tiempo de la lectura de la Palabra y del sermón. Su pastor camina hacia el púlpito, abre un gran libro negro, toma aire, y levantando su brazo en el aire, grita con gran autoridad, “El hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe”.

?Cu?l ser?a la reacci?n de la mayor?a de las personas en la iglesia? ?Estar?an sorprendidos por la herej?a del pastor? ?Se enojar?an por su contradicci?n con los escritos de Pablo acerca de la salvaci?n, aquellas preciosas verdades redescubiertas durante la Reforma? ?Le se?alar?an como a un legalista? ?O se dar?an cuenta de que ?l acaba de leer Santiago 2:24?

Aquellos que reaccionarían en forma adversa constituyen multitudes de cristianos profesantes que viven en gran error. Al no entender la naturaleza de la fe que salva, suponen que las obras están en oposición a la fe, mientras que, en realidad, las obras son inseparables de la fe verdadera. Como Martín Lutero escribió, “Es imposible, en verdad, separar las obras de la fe, tan imposible como separar el calor y la luz del fuego”.[1]

Lutero acuñó un término para describir a aquellos que estaban convencidos de que, como la salvación era un regalo de la gracia de Dios, el obedecer las leyes de Dios no era importante. Los llamó antinómicos, cuyas raíces son anti, en contra, y nomos, ley.

Hoy la iglesia está llena de antinómicos, y si Lutero estuviera vivo, él clamaría contra su herejía y convocaría a una reforma. Él no carecería de apoyo Bíblico para su cruzada, porque Jesús, Pablo, Pedro, Santiago, Juan y Judas, todos advertían contra los errores del antinomianismo. De hecho, Lutero tendría más citas bíblicas para apoyar su causa moderna que las que usó para las verdades de la Reforma. Las advertencias del Nuevo Testamento en contra de los errores del antinomianismo son mucho más numerosas que aquellas en contra de los errores del legalismo.

Dos errores mortales

En los días de Lutero, la iglesia estaba atrincherada en el legalismo. La salvación era percibida por la mayoría de los fieles como algo que había que ganar. Compraban indulgencias, reliquias, hacían penitencia y otras cosas, y así pensaban que podían recibir reconocimiento para reducir su sentencia futura en el purgatorio por cientos y aun miles de años. El evangelio se había perdido.

Mientras Lutero estudiaba el libro de Romanos, descubrió que la salvación era un regalo recibido por fe. Él, maravillosamente, había nacido de nuevo, y de inmediato empezó a retar a sus contemporáneos con las verdades que lo habían liberado. (¡Su fe había empezado a funcionar!) Una tormenta de controversia se generó pero, eventualmente, a través de Lutero y la labor de otros reformistas, muchos llegaron a creer en el evangelio de la gracia de Dios.

Pero había un peligro inherente en tal evangelio, y los reformistas lo sabían. Era posible que la gracia divina podía ser concebida como una licencia para pecar. La importancia de las buenas obras podría ser descuidada, y una nueva herejía podría reemplazar a la antigua, tan engañosa y condenadora como aquella. Así que los reformistas eran cuidadosos de enfatizar que la fe genuina en Cristo resultaba en obediencia a Cristo.

Hoy, cientos de años después, lo que los reformistas tanto temieron llegó a nosotros. A diferencia de los legalistas del tiempo de Lutero, los fieles de hoy en día no necesitan que se les diga que sus obras muertas no les dan salvación. Más bien hay que advertirles que su fe muerta no los salvará. Muchos han comprado acciones de un falso evangelio que promete un cielo sin santidad. La gracia en la que ellos confían les da una licencia para pecar más bien que la obediencia a Cristo. No obstante, Jesucristo, el cual es el mismo ayer, hoy y por siempre, todavía advierte a los antinómicos en todas partes, “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 7:21, énfasis del autor).

?Qué es el legalismo?

Tal vez, ningún término teológico ha sido tan malentendido y tan mal usado como la palabra legalismo. Cualquiera que practique auto negación, obediencia o santidad hoy día está en peligro de ser etiquetado en forma errónea como un legalista. ¿Qué tan a menudo los cristianos profesantes han hecho declaraciones tales como, “Antes yo asistía a una iglesia muy legalista en donde el pastor predicaba en contra de las películas restringidas? Tal pronunciamiento revela que el hablante realmente no entiende lo que es el legalismo. El legalismo no es aferrarse a un estándar de santidad derivado de la Palabra de Dios. Más bien, es el intento por ganar la salvación por medio de mi conducta, anulando así la muerte de Cristo. Si alguien dijese, “Yo antes asistía a una iglesia muy legalista en donde el pastor predicaba que podíamos ir al cielo si no veíamos películas restringidas”, este caso sería un ejemplo perfecto del uso del término legalismo.

La herejía del legalismo es que ofrece otra manera de ser salvo diferente a aquella provista por Dios, a través de Jesucristo. El error del legalista es que espera algo que es imposible, que pueda adquirir los méritos suficientes para ir al cielo. Por supuesto, la posibilidad de llegar a ser lo suficientemente buenos para poder ir al cielo terminó hace mucho tiempo: la primera vez que Dios nos responsabilizó de nuestro pecado. Teóricamente, si alguien pudiera vivir una vida sin pecado, esta persona podría ir al cielo sin la necesidad de un Salvador. Pero debido a que todos nosotros somos transgresores, si vamos a ser salvos, necesitamos otro medio de salvación. Claramente, eso sólo puede ocurrir con la ayuda de la gracia divina. La buena nueva del evangelio es que Dios nos ha extendido su gracia sin comprometer sus estándares de santidad a través de Jesucristo, nuestro sustituto.

Tal vez la mejor definición de legalismo se expresa por medio de la siguiente fórmula simple:

OBRAS SALVACIÓN

La flecha se debe leer, “producen”. El legalista piensa que sus obras le producirán salvación. Debido a que su corazón no ha sido regenerado, vacío de fe y de amor por Dios, el legalista produce sólo un conformismo externo hacia la Ley mientras trabaja para ganar el favor de Dios.

Otro modo de legalismo se puede expresar por medio de la siguiente fórmula:

FE + OBRAS SALVACIÓN

Este legalista agrega fe y obras juntas, pensando así que la combinación asegurará su salvación. En parte, él está confiando en sus obras. Este es el tipo de legalismo al que Pablo se opuso en su carta a los Gálatas.

La fórmula bíblica para el verdadero medio de salvación se puede expresar así:

FE SALVACIÓN + OBRAS

Aquellos que verdaderamente creen en el evangelio no sólo son salvos, sino también transformados por la gracia divina, y manifiestan la obra de Dios en sus vidas por su gozosa obediencia. A diferencia del legalista, la obediencia del verdadero creyente nace de adentro, porque su corazón ha sido cambiado.

Finalmente, el antinomianismo se representa así:

FE SALVACIÓN – OBRAS

El antinómico supone que su fe es causa de su salvación, aunque la confirmación de las obras de una vida transformada no sea manifiesta. Más aún, a menudo, malinterpreta por lo menos otras cinco cosas: (1) la naturaleza de la fe salvadora, (2) la intención de Dios de salvar a las personas, (3) la labor completa de la gracia divina en las vidas de aquellos que creen, (4) la relación del cristiano con la ley de Dios, y (5) la naturaleza de la necesidad del arrepentimiento. Consideremos todos los cinco aspectos:

La naturaleza de la fe que salva

El antinómico considera la fe únicamente a nivel mental. Supone que su aceptación de ciertas verdades teológicas constituye la fe salvadora. Porque él sabe que Jesús murió en la cruz por los pecados de todos, y sabe que la salvación no es por obras sino por fe, él piensa que es salvo.

Evidentemente, aun el diablo sabe que Jesús murió en la cruz por los pecados de todos. Satanás también sabe que las personas no son salvas por obras sino por fe. ¿Qué nos hizo pensar que el hecho de saber esas verdades nos iba a hacer aceptos ante los ojos de Dios?

La fe verdadera que salva es mucho más que un reconocimiento mental. La Biblia define la fe como “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (He. 11:1, énfasis del autor). El creer con el corazón lo que resulta en salvación (ver Ro. 10:10). La fe verdadera siempre se manifiesta por acciones externas.

Los antinómicos, sin embargo, a menudo aíslan las obras de la fe, hasta el punto de colocarlas en oposición. Piadosamente declaran que, debido a que la salvación proviene puramente de la gracia divina, nunca se apoyarían en ninguna de sus obras para asegurarse de su salvación, por temor a “confiar en sus obras”.

No obstante, como veremos pronto, así no es como Jesús, Juan el Bautista, el apóstol Juan, Pablo, Pedro, y Santiago pensaban al respecto. Por ejemplo, Juan escribió que el amor que demostramos a nuestros hermanos creyentes es uno de los varios medios por el cual podemos determinar si en verdad hemos nacido de nuevo:

Nosotros sabemos [observe la palabra, sabemos] que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte… Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él; pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas (1 Jn. 3:14, 17-20, énfasis del autor).

Juan creía que nuestras obras eran muestra segura de la labor de la gracia de Dios en nuestras vidas. Existe una vasta diferencia entre esta verdad y creer que las obras de uno le traerán salvación. Nuestras buenas obras no son meritorias, sino que dan validez. Proveen seguridad adicional de nuestra salvación más allá de la seguridad provista por las promesas del evangelio. Conforme miramos las obras de nuestra vida, podemos decir, Nuestras buenas obras “son hechas en Dios” (Juan 3:21). “¡Gracias a Dios por esta evidencia de la gracia de Dios en mi vida!”

Juan también escribió en su primera epístola:

Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. En esto se manifiestan los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios (1 Jn. 3:9-10).

?Acaso Juan cre?a que el nuevo nacimiento afectaba la manera de vivir de una persona? ?Por supuesto que s?! Aquellos que son nacidos de Dios practican la justicia y el amor por los hermanos creyentes. Esto no es con el fin de afirmar que los nuevos creyentes nunca pecan o que siempre demuestran amor perfecto (ver Juan 1:8-9; 4:17-18), pero esa justicia y ese amor son caracter?sticas dominantes en sus vidas, a diferencia de aquellos que no son salvos, que se distinguen primordialmente por una conducta de injusticia y ego?smo. Repetidamente Juan escribi? en su carta acerca de vivir piadosamente y amar a los hermanos para proveer la seguridad de la salvaci?n a sus lectores:

Estas cosas [los contenidos de mi carta] os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna (1 Jn. 5:13, énfasis del autor).

Juan creía que los cristianos profesantes debían examinar sus vidas para asegurarse de que la gracia de Dios estaba obrando en sus vidas, porque él también creía que definitivamente había una correlación entre creencia y conducta.

Sobre la relación entre la fe y las obras según Pablo

El apóstol Pablo no creía que las obras y la obediencia pudieran divorciarse de la fe, o que estas dos cosas estuvieran en franca oposición. Antes bien, él escribió en el libro a los Romanos acerca de la “obediencia a la fe” (Ro. 1:5; 16:26). La interpretación simple de esta frase es que la fe se caracteriza por la obediencia. Si yo uso una frase, “el gozo de la salvación”, quiero decir que la salvación se caracteriza por el gozo. En ningún caso, sin embargo, la palabra gozo se constituye en el sustituto de la palabra salvación. Los antinómicos quieren que creamos que la expresión de Pablo, “la obediencia a la fe”, significa que no necesitamos tener obediencia, ya que la fe sirve como un gran sustituto, o consideremos el otro ejemplo, que no necesito salvación ya que tengo gozo, un sustituto muy apropiado.

Pablo no sólo pensó que el evangelio era algo para creer. Pensaba que había que obedecerlo. Él dijo a los cristianos de Tesalónica que los que “no obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo… sufrirán pena de eterna perdición” (2 Ts. 1:8-9, énfasis del autor).[2]

?Qu? es lo que hay que obedecer acerca del evangelio? Primeramente, Dios nos ordena creer al evangelio, haciendo que el creer sea un acto de obediencia (ver Marcos 1:15). ?C?mo puede alguien decir que la obediencia y la fe se oponen una a la otra cuando el creer es un acto de obediencia?

Segundo, Jesús ordenó a las personas arrepentirse y creer al evangelio. También nos ordenó predicar “arrepentimiento para el perdón de pecados (Lucas 24:47), y así lo hizo Pablo también declarando que las personas “se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento”(Hechos 26:20). El arrepentimiento es un acto de obediencia, una respuesta a una orden divina. La salvación empieza en la vida de una persona por un acto de obediencia que también es un acto de fe.

Pablo escribió a los tesalonicenses, recordando con aprecio la “obra de vuestra fe, el trabajo de vuestro amor” (1 Ts. 1:3, énfasis del autor). Él no vio la fe y las obras como dos cosas que no se pueden mezclar. Como el apóstol Santiago, él también creía que la fe auténtica funciona. Pablo escribió al los cristianos Gálatas, que estaban en peligro de ser seducidos a pensar que la circuncisión era necesaria para la salvación que,

En Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor (Ga. 5:6, énfasis del autor).

Como el apóstol Juan, Pablo creía que la fe auténtica funcionaba a través del amor. El amor es un fruto primario de la fe. Podríamos parafrasear a Pablo, “Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión significan nada; son palabras humanas, pero la fe inicia una labor divina en nuestra vida de modo que nuestras obras de amor se originan en Dios”.

El escritor del libro de Hebreos creía que la obediencia a Cristo Jesús es esencial para la salvación. Él escribió,

Y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen (He. 5:9).

Por supuesto, el escritor también pudo haber dicho que Jesús vino a ser la fuente de salvación eterna para todos los que creen en Él, y estaría diciendo prácticamente lo mismo. Para él, la fe, algo que menciona unas treinta veces en su carta, naturalmente produciría obras. Todos los “héroes de la fe” del capítulo 11 hicieron algo porque creían.

En el tercer y cuarto capítulos del libro de Hebreos, veamos cómo el autor usaba las palabras incredulidad y desobediencia en forma sinónima:

Y vemos que no pudieron [los israelitas] entrar[a la tierra prometida] a causa de incredulidad. Y aquellos a quienes primero se les anunció la buena nueva no entraron por causa de desobediencia (He. 3:19; 4:6, énfasis del autor).

Debido a que la mayoría de los israelitas no creyeron las buenas nuevas, no obedecieron a Dios. Debido a que no hicieron lo que Dios ordenó, probaron así que no creían en su promesa.

Sobre las obras, según Juan el Bautista y Jesús

Juan el Bautista creía que existía una correlación inseparable entre creencia y conducta. Leamos cómo él usó las palabras creer y obedecer de una manera similar:

El que cree [pisteno] en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer [apeitheo] en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él (Juan 3:36, énfasis del autor).

?Acaso puede ser m?s claro? ?Y c?mo puede alguien decir que es incorrecto examinar nuestras vidas para determinar nuestro estado espiritual por temor a ?confiar en nuestras obras para salvaci?n?? De nuevo, debemos examinar nuestras obras, ya que la Escritura es clara en cuanto a que es posible poseer una fe falsa. Confiar en una fe falsa para salvarnos es tan peligroso como confiar en que nuestras obras nos traer?n salvaci?n. La ?nica protecci?n inteligente contra estos dos peligros es examinar nuestras obras para la confirmaci?n de una fe salvadora y verdadera.

Jesús también opinaba que nuestras creencias afectan nuestra conducta. Dijo que aquellos que creían en Él harían las mismas obras que Él hizo[3] (ver Juan 14:12). Él predijo que aquellos que “hicieran las buenas obras” disfrutarían de “la resurrección de la vida”, y aquellos que “realizaron las malas obras” sufrirían “una resurrección para juicio” (Juan 5:29). También advirtió que únicamente aquellos que hicieran la voluntad de Dios entrarían en el cielo, y que los creyentes auténticos y falsos se conocerían por sus frutos (ver Mateo 7:19-23). A menos que Jesús estuviera enseñando que la salvación se podía obtener por medio de obras, la única posible interpretación correcta de su advertencia es que la fe salvadora es reconocida por la obediencia.

Igualmente Jesús advirtió que solamente aquellos que hacen la voluntad de Su Padre son sus hermanos y hermanas (ver Mt. 12:49-50). Como aprendimos en el capítulo anterior, Jesús a menudo no dijo nada acerca de la fe cuando hacía su llamado para la salvación. Dijo a sus seguidores que se negaran a sí mismos, que tomaran su cruz y que le siguieran a menos que quisieran perder sus almas (ver Marcos 8:34-38). Llamó a las personas a un costoso discipulado y a un sincero sometimiento, una fe verdadera.

Al intentar explicar lo que significaba seguirle, Jesús llegó al extremo de decirle a las personas que debían comerle (ver Juan 6:47-56), algo que recordamos cada vez que compartimos la Cena del Señor. Creer en Jesús es ser uno con Él. El primer acto de fe del nuevo creyente, el bautismo en agua, es una declaración pública de su unicidad con Jesús en su muerte, entierro y resurrección.

Creer en Jesús es unirse a Él: “Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él” (1 Co. 6:17). Creer en Jesús es permanecer en él: “Permaneced en mí, y yo en vosotros… El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden (Juan 15:4,6). ¿Cómo puede una persona poseer tal unidad con Cristo y no ser afectado por ésta?

Sobre la fe salvadora según Santiago

Tal vez, la más clásica de las definiciones de la fe salvadora, y a la vez la más molesta para los antinómicos, está contenida en la epístola de Santiago en un pasaje que ya consideramos brevemente en capítulos anteriores:

Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? (Santiago 2:14).

La respuesta a la pregunta retórica de Santiago es, No. La fe sin obras no puede salvar.

Aun a la luz de tan hermosa verdad, los antinómicos modernos quisieran que creamos que la fe sin obras puede salvar a una persona. ¿Cómo mantienen su convicción a pesar de lo que dice Santiago? La explicación que nos dan de la enseñanza de Santiago es tan compleja que es altamente improbable que cualquiera de sus lectores originales hubiera podido entenderla. Para empezar, algunos antinómicos desean que creamos que Santiago no estaba hablando de ser salvo de una eternidad en el infierno, sino de ser salvo “de una vida llena de pecado de muerte en esta tierra”.[4] Supuestamente, Santiago estaba intentando persuadir a sus lectores a que creyeran que era necesario tener obras en conjunto con su fe si deseaban ser salvos de una “vida de pecado de muerte” en esta tierra.

La frase, “una vida de pecado de muerte”, sólo puede significar una vida de pecado. Y ser salvo de “una vida de pecado de muerte en esta tierra” sólo puede significar el vivir una vida de obediencia, o el hacer buenas obras. Es así como algunos antinómicos quieren hacernos creer que Santiago estaba corrigiendo un grave error en la teología de sus lectores: ¡éstos realmente pensaban que podían vivir una vida de obediencia con una fe que no conllevaba obras de obediencia! ¿Es acaso posible que Santiago pensara que sus lectores eran tan estúpidos que no supieran lo que era evidente para todos? ¿Y los antinómicos realmente piensan que nosotros somos tan estúpidos que nos vamos a tragar tan improbable interpretación de la clara enseñanza de Santiago?

Como una prueba más para refutar el argumento antinómico, notamos que el contexto inmediato antes y después de las palabras de Santiago acerca de la relación entre fe y obras es el tema del juicio futuro (ver Santiago 2:12-13; 3:1). Santiago estaba pensando en la salvación eterna, no en una salvación temporal de “la vida de pecado de muerte”.

La fe que opera a través del amor

Esta particular interpretación antinómica se hace más absurda cuando continuamos leyendo las palabras de Santiago:

Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma (Stg. 2:15-17).

Algunos antinómicos quisieran que nosotros creyéramos que una fe muerta es aún una fe salvadora; pero sólo es una fe salvadora muerta en oposición a una fe salvadora viva. Santiago, no obstante, ya ha dicho que la fe sin obras no puede salvar a nadie, y eso es la fe muerta, una fe sin obras.

Es interesante que el ejemplo que Santiago usó para ilustrar la fe muerta es el cuadro de un cristiano profesante que no hace nada para ayudar a un hermano o hermana empobrecido. Como Jesús, Juan y Pablo, Santiago que el fruto de una fe verdadera es el amor por los hermanos expresado al solventar sus necesidades apremiantes.

Santiago sigue escribiendo acerca de la imposibilidad de una fe genuina que no vaya acompañada por obras:

Pero alguno dirá: Tu tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras y yo te mostraré mi fe por mis obras. Tu crees que Dios es uno. Bien haces. También los demonios creen, y tiemblan. ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta? (Stg. 2:18-20).

Como Santiago correctamente lo expone, una persona puede expresar que tiene fe, pero no puede probar que tiene fe si no tiene obras. Por otro lado, alguien podría no comentar que tiene fe, pero sus obras hablan acerca de su fe. Las acciones hablan más fuerte que las palabras. De modo que los que creen que Dios es uno (Dt. 6:4) pero no acompañan esta declaración con acciones se engañan a sí mismos. Los demonios creen que Dios es uno, y actúan como si lo creyesen—pues ¡tiemblan! Sólo los antinómicos “insensatos”no se dan cuenta de que la fe sin obras es absolutamente “inservible” (Stg. 2:20), lo cual significa que no tiene ningún uso.

La fe viva de Abraham

Santiago continúa su argumento, citando a Abraham, quien fue justificado por la fe, como un ejemplo de una persona que poseía una fe viva:

?No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreci? a su hijo Isaac sobre el altar? ?No ves que la fe actu? juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccion? por las obras? Y se cumpli? la Escritura que dice: Abraham crey? a Dios y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios. Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe (Stg. 2:21-24).

Es difícil que Santiago pudiera enunciar esta verdad más claramente. La fe de Abraham era una fe viva que obedecía a Dios. No era una fe vacía de obras que lo pudiera justificar, sino una fe que era aprobada por las obras. Aun más, Santiago hizo una declaración que muchos considerarían hereje si alguien la escuchara fuera del contexto de la Escritura: “el hombre es justificado por las obras y no solamente por la fe”(Stg. 2:24).

?C?mo intentar?n los antin?micos salirse del apuro en que Santiago los pone? Se figuran que Santiago no quiso decir que Abraham era justificado ante Dios por las obras, sino ante los hombres. Pero esto es absurdo. ?Creeremos que los lectores de Santiago estaban convencidos de que una persona podr?a justificarse ante los ojos de los hombres si no ten?a obras, y que Santiago consider? ese error tan grave que escribi? para refutarles seriamente? ?Podr?a ser ?ste el asunto que Santiago discuti??

Nótese que Santiago nunca dijo ni una palabra acerca de que Abraham estaba siendo justificado ante los hombres. Más aún, cuando Abraham casi sacrifica a Isaac, no había nadie más presente para ver su acto de obediencia, uno que supuestamente le justificaría ante los hombres. Dios, sin embargo, estaba mirando, e inmediatamente dijo luego del acto de obediencia de Abraham,

No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único. Y dijo: Por mí mismo he jurado, dice Jehová, por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz (Gn. 22:12, 16-18).

Todo el incidente era una prueba de parte de Dios (ver Gn. 22:1), para ver lo que haría Abraham. Más aún, Santiago dice que cuando Abraham obedeció a Dios, se cumplió la Escritura que dice, “Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios (Stg. 2:23). ¿Ante quién fue justificado Abraham, ante Dios o ante los hombres? Sin duda, lo fue ante Dios.

Esto no es para decir que Abraham no fue hecho justo por Dios muchos años antes de que él intentara sacrificar a Isaac, como nos dice la Escritura (ver Gn. 15:6; Ro. 4:3). Pero el hermoso acto de obediencia de Abraham al casi sacrificar a su hijo era indicativo de una fe viva que poseía desde el primer momento de fe. Ahora su fe estaba siendo perfeccionada por sus obras. El tipo de fe que resulta en el hecho de que a Abraham se le declarara justo por Dios era una fe genuina, evidenciada por su obediencia.

?Acaso Santiago no contradice a Pablo?

?Pero no es que Pablo escribe que ?el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley, (Ro. 3:28, ?nfasis del autor)? ?No contradice esto lo que Santiago dice acerca de ser justificado por las obras si ?l hablaba, como Pablo lo hac?a, de ser justificado por Dios?

No, ambos Pablo y Santiago hablaban de ser justificados ante Dios, y sus declaraciones no son difíciles de reconciliar. Pablo estaba dirigiéndose a legalistas que consideraban que la Ley era el medio de salvación. Pablo quería que ellos supieran que la salvación no se puede ganar por el débil intento de guardar la Ley. La salvación es un regalo que ha sido provisto por la gracia de Dios y se recibe por fe.

Santiago, sin embargo, se dirigía a aquellos que habían corrompido la verdad de la salvación por gracia a través de la fe, reduciéndola a una licencia para pecar. Su lema era “justificación únicamente por fe”, pero como los modernos antinómicos, ellos habían redefinido la fe para llegar a ser nada más que una profesión verbal, una fe que podía estar vacía de sus correspondientes hechos. Santiago escribió para refutar ese error, exponiendo su explicación de modo que su punto de vista no tiene error: “Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe” (Stg. 2:24). La razón por la que Santiago podría haber hecho esta declaración es porque nuestras obras manifiestan nuestra fe por la cual somos justificados ante Dios.

La Escritura enseña que en ciertos juicios futuros, los destinos eternos de los individuos se determinarán por sus obras (ver Mt. 12:36-37; 25:31-46; Juan 5:28-29; 20:12-13). Esto se debe a que son las obras las que validan la fe. Entonces, en ese sentido, como lo expuso Santiago, las obras de las personas les justifican ante Dios.

Santiago concluye su enseñanza sobre la naturaleza de la fe salvadora al usar un ejemplo bíblico más sobre una persona que fue salva gracias a su fe activa:

Asimismo también Rahab la ramera, ¿no fue justificada por obras, cuando recibió a los mensajeros y los envió por otro camino? Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta (Stg. 2:25-26).

?Qu? hubiera sucedido con Rahab si hubiera pose?do una fe carente de obras (si tal cosa fuera posible)? Hubiera perecido junto con el resto en Jeric?. Pero su fe activa destaca hoy como un ejemplo para todos los que ser?an salvos de la ira de Dios. Rahab no era una antin?mica.

Algunos antinómicos les gusta señalar al ladrón en la cruz como un ejemplo de alguien que fue salvo por una fe desprovista de obras. No obstante, deberían leer la Escritura con más cuidado. El ladrón arrepentido claramente demostró su fe activa por sus obras durante las últimas horas de su vida. Primeramente, confesó que él era un pecador. En segundo lugar, declaró que Jesús era inocente e indigno de morir, defendiéndole ante el otro ladrón, y aun amonestando a éste. En tercer lugar, sin pena él miró a Jesús como la fuente de salvación y, ante una multitud burlona, públicamente le pidió ser salvo (ver Lucas 23:40-43). Lógicamente, el ladrón arrepentido tuvo una oportunidad un tanto limitada de demostrar su fe más allá de lo que hizo. Aun así, en sólo unos minutos, mostró una fe mayor que la de muchos cristianos profesantes durante toda su vida.

Una segunda verdad que los antinómicos a menudo ignoran es:

El intento de Dios por salvar a la gente

Mucho antes de que el Nuevo Testamento fuera escrito y que Jesús caminara sobre la tierra, Dios claramente reveló su deseo de salvar a las personas—Él quería que fueran santas. Por ejemplo, el Señor dijo a través del profeta Jeremías:

He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón, y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado (Jer. 31:31-34).

Esta profecía completa es citada en Hebreos 8:8-12, y el escritor de Hebreos no deja duda en cuanto a su aplicación a todos los nuevos creyentes del pacto.

En primer lugar, notemos que Dios promete hacer un nuevo pacto que será diferente al viejo pacto (31:31-32). ¿Cuál era la diferencia? La mayoría del pueblo de Israel quebrantó el viejo pacto, pero ese no sucedería con los que son cubiertos por el nuevo pacto. ¿Por qué? Porque Dios ejecutaría una obra sobrenatural en sus vidas.

Específicamente, Él escribiría su ley en sus corazones. Como resultado, Él sería su Dios y ellos serían su pueblo (31:33). Bajo el viejo pacto, el Señor quiso ser el Dios de los israelitas y que ellos fueran su pueblo, pero no funcionó así, ya que ellos quebrantaron el pacto. No le obedecieron, probando así que Él no era su Dios, y que ellos no eran su pueblo. A través de Jeremías, sin embargo, el Señor promete a aquellos bajo el nuevo pacto que Él sería su Dios y ellos serían su pueblo. Esto se cumpliría debido a que este pueblo sí le obedecería. La razón de su obediencia sería la obra de Dios en ellos.

Ya perdonados de sus pecados, todos aquellos bajo el nuevo pacto en realidad “conocerían al Señor”, otra aplicación de su relación piadosa. Juan escribió, “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él” (1 Juan 2:3-4). La intención de Dios para nosotros desde hace mucho era que le conociéramos en verdad.

Otra profecía similar que tiene aplicación para todos los creyentes del nuevo pacto se encuentra en Ezequiel 36:27. En esa ocasión Dios prometió, “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra”. El resultado de poner al Espíritu Santo dentro de nosotros sería la obediencia. Si Dios sólo hubiera querido perdonarnos, no hubiera puesto al Santo Espíritu dentro de nosotros. Pero Él no sólo anhelaba perdonarnos, quería transformarnos. Él no sólo quería justificarnos, quería hacernos justos en forma práctica. No sólo quería que Jesús se hiciera semejante a nosotros, deseaba que nosotros llegásemos a ser semejantes a Jesús. Como lo escribió el apóstol Pablo: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29). Esta era su intención desde el inicio.

Una tercera verdad que los antinómicos ignoran es:

La obra completa de la gracia divina en las vidas de aquellos que creen

El tema anterior nos lleva a otro tema. Los antinómicos creen en la gracia divina para el perdón, pero fallan al no reconocer que Dios da mucho más con su gracia. La misma gracia que nos perdona también nos transforma.

La gracia ha sido definida como un favor no merecido, y eso es lo que es. A pesar de nuestra rebelión, Dios ha enviado a su Hijo a morir como un sustituto sacrificial y a ofrecernos riquezas sin medida. No merecemos tal gracia. Aun así, algunos, según dice Judas, “convierten en libertinaje la gracia de Dios” (Judas 1:4). Consideran el favor de Dios como una licencia para pecar, desvalorando lo que tuvo tan alto costo para Él, continuando su propio camino de auto gratificación.

Esto, por supuesto, no es la respuesta que Dios espera de aquellos que han recibido su gracia. Él espera que nuestros corazones se derritan cuando caemos sobre nuestros rostros ante Él, avergonzados, arrepentidos, y llenos de gratitud. Como Pablo escribió, la gracia de Dios nos instruye “renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:12).

Claramente, desde los primeros días de la iglesia, hubo antinómicos, aunque no se llamaban así. Pablo rechazó la lógica antinómica y sus puntos de vista torcidos acerca de la gracia de Dios a través de sus cartas. Por ejemplo, él escribió a los Romanos:

?Qu?, pues, diremos? ?Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ?c?mo viviremos a?n en ?l? (Ro. 5:1-2).

Aquí podemos ver la lógica antinómica en lo peor de su exposición: ¡Démosle a Dios más oportunidad de extender su gracia continuando con el pecado! Para Pablo, el pensamiento de ese curso de vida es aborrecible e imposible. “Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? (Ro. 6:2). Pablo apela al poder transformador de la gracia de Dios en el nuevo nacimiento. Aquellos que ciertamente han creído en Jesús han muerto al pecado.

Pablo explica en los siguientes versos exactamente cómo acontece esto: Por la virtud de estar en Cristo quien murió y resucitó, de modo que nosotros también morimos y venimos a la vida con Él para que “así también nosotros andemos en vida nueva” (Ro. 6:4). Cuando morimos en Cristo, el poder del pecado ha sido quebrantado en nosotros. El pecado era una fuerza que nos mantenía cautivos, pero ahora ya no somos esclavos del pecado, “Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado” (Ro. 6:7). Aunque aún estamos sujetos a ser tentados por el pecado y a ceder a éste, nuestra situación no es como era antes del nuevo nacimiento. En ese tiempo el pecado era parte de nuestra naturaleza espiritual y tenía poder sobre nosotros. Era imposible o casi imposible ser obedientes a Dios. Ahora, sin embargo, es muy posible que le obedezcamos a Dios, e indiscutiblemente aquellos que se han sometido a Cristo en fe obediente actuarán con santidad pues ya son capaces de hacerlo.

La gracia para ser santos

La promesa de las buenas noticias de la gracia divina no es solamente que podamos ser perdonados, sino también de que podemos ser santificados. La Escritura indica que hay una transformación inicial en el nuevo nacimiento, una obra de Dios que nos limpia radicalmente. Después de eso, hay un actuar de Dios continuo en nuestras vidas, a menudo llamado en la Escritura santificación. Considere el maravilloso mensaje contenido en la siguiente escritura:

?No sab?is que los injustos no heredar?n el reino de Dios? No err?is; ni los fornicarios, ni los id?latras, ni los ad?lteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredar?n el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya hab?is sido justificados en el nombre del Se?or Jes?s, y por el Esp?ritu de nuestro Dios (1 Co. 6:9-11).

Dentro la iglesia de Corinto, había pecadores que previamente habían estado atados por unos de los pecados más adictivos conocidos por la humanidad. Pero habían sido libres y transformados por el Espíritu Santo. ¿No es un tanto triste que mientras que la gracia de Dios está esperando con anhelo para libertar a los homosexuales, ladrones, adúlteros y borrachos, la iglesia organiza grupos de apoyo para ayudar a los “cristianos” a entender y a soportar sus adicciones? Mientras la eterna palabra de Dios da testimonio del poder libertador del evangelio, la iglesia admite dentro de sí teorías seculares y sicología popular. A diferencia de muchos en la iglesia de hoy, Pablo no se avergonzaba del evangelio, pues él sabía que era “poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Ro. 1:16). La palabra griega que él usó para “salvación”, sozo, puede traducirse como liberación. El poder de Dios en el evangelio puede liberar a cualquiera de cualquier cosa.

Aun así, una gran parte de la iglesia de hoy ignora o se avergüenza del poder liberador del evangelio. Bajo el disfraz del amor, a aquellos adictos a ciertos pecados se les dice “compasivamente” que Dios en su gracia les acepta como son. Ciertamente es verdad que Dios ama a todos como son con un amor compasivo, pero solamente les aceptará si creen en su Hijo y se vuelven de su vida de pecado. Si lo hacen, no les dejará como están, sino que los libertará. Yo personalmente he sido testigo de cómo homosexuales, alcohólicos, drogadictos, fornicarios y adúlteros fueron libres de su pecado instantáneamente cuando se arrepintieron y aceptaron a Jesús. ¿No es Dios poderoso? De acuerdo a la primera carta a los Corintios 6:9-11, Él lo es.

Digamos la verdad con amor

Si realmente amáramos a las personas que están atadas al pecado, les diríamos la verdad. ¿Pensamos acaso que somos más amorosos que Dios cuando aconsejamos a la gente a tratar con su área débil sabiendo que continúan practicando el pecado del cual Dios desea liberarlos? ¿Acaso Jesús se portó grosero cuando le dijo a la mujer que había sido sorprendida en el acto del adulterio, “Ni yo te condeno; vete y no peques más” (Juan 8:11)? ¿Debió Jesús ser más compasivo y decir, “Te acepto como eres”? O decirle, “Ciertamente eres una “adicta al sexo”, y sin duda tiene que ver con la manera cómo te criaron. Tus acciones revelan que aún estás anhelando el amor de tu padre que nunca tuviste. Así que no te sientas culpable. La culpa nos hace mucho daño. Sugiero que sigas tu camino y te unas a un grupo de apoyo para la recuperación de adictos al sexo. Con el tiempo, espero que te sobrepongas de tu adicción con la ayuda de algún poder sobrenatural”.

El mensaje de Jesús a todos nosotros, una vez que lo encontramos, es, “Vete y no peques más”. Por el poder del Santo Espíritu en un auténtico nuevo nacimiento, el poder del pecado es quebrantado, haciendo posible la obediencia. Las personas que realmente han nacido de nuevo son nuevas criaturas en Cristo (ver 2 Co. 5:17) que pueden afirmar con certeza, “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Ga. 2:20). Dios está obrando en ellos, “porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:13), y promete perfeccionar la buena obra en ellos (ver Fil. 1:6).

Como dije anteriormente, si todo lo que Dios quería era perdonarnos, no hubiera puesto a su Santo Espíritu dentro de nosotros. Claramente, por lo menos una parte de su propósito en darnos el Espíritu Santo fue para hacernos santos. La gracia de Dios no sólo es efectiva para perdonarnos—nos libera y nos transforma.

Un cuarto concepto mal interpretado por los antinómicos es:

La relación del cristiano con la Ley de Dios

Una expresión favorita de los antinómicos es, “Estoy tan feliz de no estar bajo la ley, sino bajo la gracia”. Aunque ésta es una expresión bíblica, el antinómico la saca de su contexto. La usa para expresar, “Estoy feliz de que no tengo que preocuparme cuando cometo algún pecado” o, “Estoy contento de que no siempre tengo que preocuparme de lo que Dios apruebe o desapruebe, como lo tenían que hacer los que estaban bajo la ley”. Tales aseveraciones revelan un grave error en la interpretación de una importante verdad bíblica.

El Nuevo Testamento ciertamente nos informa que aquellos que están en Cristo no “están bajo la ley, sino bajo la gracia” (Ro. 6:14). La Escritura lo presenta claramente, sin embargo, sin importar lo que esta expresión signifique, ésta no expresa que aquellos que están bajo la gracia tienen licencia para pecar. Al sacar algunas escrituras de su contexto, los antinómicos imponen un significado a una expresión bíblica que contradice todo el sentido de la Escritura. Por ejemplo, considere las palabras de Pablo en Romanos 3:31:

?Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley.

Evidentemente, algo de lo que Pablo escribe en la carta a los Romanos es una defensa en contra del argumento judío que su evangelio de gracia llevaría a la gente al pecado. Casi podríamos escuchar a los antagonistas de Pablo gritarle: “Si la gente se salva por fe y no por obedecer la ley como tu dices, entonces estás anulando la ley de Dios”.

?Al contrario?, Pablo responde. ?Ustedes que han tratado de salvarse al cumplir la ley ni siquiera se han acercado a su objetivo. Pero aquellos que tienen fe en Jes?s nacen de nuevo. La ley de Dios ha sido escrita en sus corazones, el poder del pecado es quebrantado, y son llenos del Esp?ritu de Dios. En virtud de estas cosas y de otras, ellos empiezan a guardar la letra y el esp?ritu de los aspectos morales de la ley. ?Anulamos acaso la ley por motivo de la fe? ?En ninguna manera! Al contrario, establecemos la ley?.

?Qu? quiso decir Pablo?

Más tarde en su carta a los Romanos, Pablo usó la expresión que estudiamos, “no estamos bajo la ley sino bajo la gracia”. Pero lea el contexto de esta declaración:

?Qu? pues? ?Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera. ?No sab?is que si os somet?is a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedec?is, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? (Ro. 6:15-16, ?nfasis del autor).

Aunque no estamos bajo le ley, esto de ninguna manera significa que Dios nos ha dado libertad para pecar. Pablo señaló la incompatibilidad de tal idea al hacer referencia a lo que todo creyente auténtico hace en el momento de su conversión: Se presenta ante Dios como su obediente esclavo, y el resultado es justicia. La única otra alternativa disponible para la raza humana es presentarse como esclavos al pecado, lo cual todo el mundo ha hecho antes de creer en Jesús, y el resultado es muerte espiritual y eterna.

El problema es que muchos cristianos profesantes no se han presentado ante Dios como esclavos obedientes. Han escuchado sobre un evangelio que les promete un cielo sin arrepentimiento. El hacer de Cristo Jesús su Señor se considera un paso opcional en su seguro camino al cielo. Por supuesto debe ser un paso opcional, piensan ellos, o de otro modo la salvación no sería por gracia. Además, ¿no es que la Biblia dice que ya no estamos bajo la ley sino bajo la gracia?

Pero como Pablo lo expresó claramente, nada puede alejarse más de la verdad. El hacer de Jesús nuestro Señor es el único paso en el camino al cielo. El presentarse ante Él como su esclavo obediente es la única verdadera respuesta de fe salvadora y la única manera de recibir el regalo de justicia de Dios.

La ley de Cristo

El hecho de que nosotros no estemos bajo la ley de Dios dada a través de Moisés no significa que no estemos bajo la ley de Dios dada a través de Cristo. Pablo es claro en el pasaje de Romanos citado anteriormente de que no debemos pecar. Indiscutiblemente, si somos culpables de pecado, debe haber un estándar en el cual nos basamos. La ley debe existir para que exista el pecado. “Pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión” (Ro. 4:15).

Bajo el nuevo pacto, hay una ley que es ligada a nosotros. No es un medio para obtener salvación ya que nuestra salvación viene por la gracia de Dios. No obstante, está para ser obedecida, o de otro modo no nos hubiera sido dada. Esa ley es la que la Escritura llama “la ley de Cristo”. La ley de Cristo incluye todo aquello que Cristo ordenó, así como la “ley de Moisés” incluye todo lo que Moisés ordenó. Recuerde que Jesús nos dijo que hiciéramos discípulos, enseñándoles a obedecer todos sus mandamientos (ver Mt. 28:18-20).

Consideremos otra porción de la Escritura, en donde Pablo expresa con claridad que él no está bajo la ley de Moisés, pero sí bajo la ley de Cristo:

Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número. Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley. (1 Co. 9:19-21, énfasis del autor).

?C?mo podemos comparar la ley de Cristo con la ley de Mois?s? Un estudio de los mandamientos de Cristo revela que, en algunos casos, ?l expresamente hizo a un lado ciertas leyes del viejo pacto. En otros casos, instituy? nuevas leyes que no exist?an bajo el viejo pacto. Y en otros casos, endos? y explic? el esp?ritu de ciertas leyes del viejo pacto. Consideremos ejemplos de los tres casos.

Un ejemplo del primer caso es la abolición de las restricciones dietéticas del viejo pacto. Leemos en el evangelio de Marcos que “decía esto, haciendo limpios todos los alimentos” (Marcos 7:19). Podemos comer tocino bajo el nuevo pacto sin ninguna culpa.[5]

Un ejemplo del segundo caso fue la institución de Cristo del mandamiento del bautismo por agua, algo que no se requería de ninguna persona bajo el viejo pacto de Dios (ver Mt. 28:19). Jesús también nos dio algo a lo que él llamó nuevo mandamiento, amarnos unos a otros como Él nos amó (ver Juan 13:34).

Un ejemplo del tercer caso sería el apoyo que Jesús le dio al sétimo mandamiento, la prohibición del adulterio. Mientras predicaba el Sermón del Monte, Jesús explicó el espíritu de tal prohibición, revelando así la intención original de Dios. Es muy probable que muchos en su audiencia se consideraran santos en lo concerniente al adulterio, pero todo el tiempo estuvieron practicando la lascivia en sus corazones. Pero como lo indicó Jesús, si está mal tener una relación con la esposa de tu vecino, también lo está desvestirla mentalmente.

Todos nosotros los que estamos verdaderamente en Cristo tenemos una obligación, una motivación interna, y la habilidad de obedecer la ley de Cristo. Estamos bajo su ley, y los mandatos de Cristo ciertamente contienen todos los requisitos morales del viejo pacto.[6]

Finalmente, un quinto concepto escritural que los antinómicos a menudo ignoran es:

La verdadera naturaleza y necesidad del arrepentimiento

Algunos antinómicos totalmente ignoran la inclusión en el Nuevo Testamento del arrepentimiento como un requisito necesario para la salvación. Algunos piensan que decirle a las personas no salvas que necesitan arrepentirse es decirles que sus obras contribuyen para su salvación, lo cual les hace caer en el legalismo. Pero esto simplemente no es verdad. El arrepentimiento ciertamente es una obra, pero como cualquier otra obra, no contribuye en nada como pago para la salvación. Como cualquier otra obra en la vida de un creyente genuino, el arrepentimiento es una obra que sigue a la fe, y es la primera obra de una fe viva. El arrepentimiento es la única respuesta apropiada para el evangelio.

Otros antinómicos, que son un poco más conocedores de la Escritura, se dan cuenta de que si se excluyera el arrepentimiento de la prédica del evangelio sería como decir que las prédicas de Juan el Bautista, Jesús, Pedro y Pablo son defectuosas. Entonces, se han dado a la tarea de redefinir el concepto de arrepentimiento. Por su definición, el arrepentimiento no es más que un cambio de mentalidad acerca de Jesús, uno que sorprendentemente, podría no afectar la conducta de las personas. Entonces, busquemos la definición de arrepentimiento en la Biblia. ¿Qué quisieron decir los predicadores del Nuevo Testamento cuanto llamaban a la gente al arrepentimiento?

Pablo creía que el verdadero arrepentimiento no sólo requería un cambio de mentalidad, sino también un cambio de conducta. Recontando su visión inicial y el ministerio de las décadas subsiguientes, Pablo testificó frente al Rey Agripa,

Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial, sino que anuncié primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento (Hechos 26:19-20, énfasis del autor).

Juan el Bautista también creía que el arrepentimiento era más que un simple cambio de mentalidad acerca de ciertos hechos teológicos. Apeló a su audiencia para que se arrepintieran. Cuando le preguntaban qué debían hacer, enumeraba cambios específicos de conducta (ver Lucas 3:3, 10-14). Se burlaba de los saduceos y fariseos por fingir el arrepentimiento, y les advirtió acerca del fuego del infierno si no se arrepentían genuinamente:

Al ver que muchos de los saduceos y fariseos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento. Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego (Mt. 3:7-10, énfasis del autor).

Jesús predicó el mismo mensaje de arrepentimiento que Juan (ver Mt. 3:2; 4:17). Él una vez dijo que Nínive se arrepintió con la prédica de Jonás (ver Lucas 11:32). Cualquiera que haya leído el libro de Jonás sabe que los habitantes de Nínive hicieron algo mejor que simplemente cambiar sus mentalidades. También cambiaron sus acciones, volviéndose de sus caminos de pecado.

?Qu? es arrepentimiento b?blico? Es un cambio voluntario de conducta en respuesta a una fe aut?ntica nacida en el coraz?n.

La necesidad del arrepentimiento

?Qu? tan importante es el arrepentimiento? ?Puede una persona salvarse si no se ha arrepentido? De acuerdo a la Escritura, la respuesta es No.

Juan el Bautista proclamó un evangelio (y Lucas lo llama “el evangelio”) cuyo mensaje central era el arrepentimiento (ver Lucas 3:1-18). Aquellos que no se arrepientan irán al infierno (ver Mt. 3:10-12; Lucas 3:17).

Jesús predicó el arrepentimiento desde el inicio de su ministerio (ver Mt. 4:17). Advirtió a la gente que debía arrepentirse para no perecer (ver Lucas 13:3, 5).

Cuando Jesús envió a sus doce discípulos a predicar en varias ciudades, ellos “salían y predicaban que los hombres se arrepintiesen” (Marcos 6:12, énfasis del autor).

Luego de su resurrección, Jesús pidió a los doce llevar el mensaje de arrepentimiento a todo el mundo, porque era la clave que abría la puerta para el perdón:

Y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén (Lucas 24:46-47, énfasis del autor).

Los apóstoles obedecieron las instrucciones de Jesús. Cuando el apóstol Pedro estaba predicando en el día de Pentecostés, sus convencidos oyentes, luego de enterarse de la realidad del hombre a quien ellos acababan de crucificar, preguntaron a Pedro acerca de qué debían hacer. Su respuesta fue que, en primer lugar, debían arrepentirse (ve Hechos 2:38).

El segundo sermón de Pedro en el pórtico de Salomón contenía un mensaje idéntico. Los pecados no serían limpiados sin arrepentimiento:[7]

?As? que arrepent?os y convert?os, para que sean borrados vuestros pecados? (Hechos 3:19a, ?nfasis del autor).

Como ya hemos aprendido del testimonio de Pablo ante el Rey Agripa, su evangelio siempre contenía el mensaje del arrepentimiento. En Atenas, Pablo advirtió a su audiencia de que todos debían comparecer a juicio ante Cristo, y los que no se habían arrepentido no estarán preparados para ese día:

Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esa ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos (Hechos 17:30-31, énfasis del autor).

En su sermón de despedida a los ancianos efesios, Pablo señaló el arrepentimiento junto con la fe como un ingrediente esencial para la salvación:

Y como nada que fuese útil he rehuido….testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo (Hechos 20:20a, 21; énfasis del autor).

El escritor del libro de Hebreos dijo que “el arrepentimiento de obras muertas” es la más fundamental de las doctrinas de Cristo (ver Hebreos 6:1).

Con un poco de optimismo, esta lista de pruebas de la Escritura es suficiente para convencer a cualquiera de que una relación con Dios se inicia con el arrepentimiento. Sin arrepentimiento no hay perdón de pecados. Si usted no se arrepintió cuando “recibió a Jesús”, haciendo “obras dignas de arrepentimiento” usted no es salvo. Si no se ha arrepentido desde entonces, aún no es salvo.

?De qu? espera Dios que nos arrepintamos?

Cuando una persona cree por primera vez en el evangelio, inicialmente debe arrepentirse de todos sus pecados. Por supuesto, no puede arrepentirse de todo lo malo ya que hay cosas que él no sabe que son malas. Dios nos pide cuentas de aquello que sabemos que es malo (ver Lucas 23:34; 1 Ti. 1:13). Conforme el creyente crece en el entendimiento de la voluntad de Dios (ver Ef. 5:10), habrá un arrepentimiento progresivo. Ese es el proceso de santificación.

En algunos casos, habrá necesidad de hacer alguna restitución o de pedir perdón por daños previos, o ambas cosas. Obviamente, si una persona robó veinte dólares ayer, cree en Jesús hoy, y a pesar de eso se guarda el dinero, es aún un ladrón. Él tiene en su posesión algo que le pertenece a otro. ¿Cómo puede decir que es un seguidor de Cristo? La conciencia de un nuevo creyente no le dará descanso hasta que devuelva lo que ha robado.

Por supuesto, algunos errores y pecados son imposibles de enderezar. Pero todo artículo robado debería ser devuelto. Todo mal que pueda ser enderezado deberá serlo.

Tal vez haya que escribir cartas o hacer llamadas telefónicas, pidiendo perdón a los ofendidos.

Si todo cristiano profesante en el mundo se arrepintiera, se produciría una revolución.

Legalismo y antinomianismo—dos palabras que describen teologías igualmente fatales. ¿Cuál de estas palabras ha escuchado usted con más frecuencia en los labios de los cristianos profesantes? ¿Cuántos de ellos ni siquiera han escuchado sobre el antinomianismo? Aunque el Nuevo Testamento nos advierte acerca del antinomianismo más veces de lo que nos advierte en contra del legalismo, el antinomianismo permanece como la teología dominante en muchos círculos eclesiásticos modernos.

Erróneamente, los antinómicos a menudo hablan de cristianos auténticos como legalistas. Los cristianos auténticos no les importa eso, porque a diferencia de los antinómicos, esperan persecución, sabiendo que, “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Ti. 3:12, énfasis del autor). Buscan alabanza de parte de Dios más bien que de los hombres, esperando el día en que escucharán a su Señor decir, “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel….entra en el gozo de tu señor” (Mt. 25:21, énfasis del autor). Sólo aquellos que han sido buenos y fieles a su Señor entrarán en su gozo.

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[1] John Dillenberger, ed., Martín Lutero (Nueva York: Doubleday, 1961), p. 24.

[2] Pedro usó la misma frase cuando escribió acerca de los no salvos: “¿Cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?” (1 P. 4:17). Del mismo modo, Lucas escribió en su registro de la iglesia primitiva que “muchos de los sacerdotes obedecían a la fe” (Hechos 6:7).

[3] Algunos mantienen que Jesús sólo se refería a sus milagros cuando él habló de sus obras en Juan 14:11-12. Sin embargo, el contexto no apoya necesariamente este punto de vista, ni lo hace la experiencia. Si todos los creyentes auténticos se caracterizan por realizar milagros idénticos o aun mayores que los que Cristo hizo, hay muy pocos cristianos verdaderos que hayan vivido.

[4] Esta frase es una cita de la carta que recibí de una persona que objetaba a mi interpretación de Santiago 2:14-26. Tales frases tan ambiguas parecen ser la especialidad de los teólogos, quienes, además de los políticos y los jugadores de póquer, son los fanfarrones más grandes del mundo. Ciertamente, no hay niebla más espesa que la niebla de los teólogos.

[5] Esta verdad es respaldada por la visión de Dios a Pedro en Hechos 10:10-15 y por las palabras de Pablo en 1 Ti. 4:3-5.

[6] En los próximos dos capítulos, veremos más de cerca la “ley de Cristo”, y cómo se parece a la ley de Moisés.

[7] Del mismo modo, cuando Dios reveló a Pedro que los gentiles podían ser salvos simplemente por creer en Jesús, Pedro declaró a la casa de Cornelio, “En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia? (Hechos 10:34b-35, ?nfasis del autor). Pedro tambi?n declara en Hechos 5:32 que Dios le dio el Esp?ritu Santo ?a aquellos que le obedec?an?. El Esp?ritu Santo habita en todo creyente aut?ntico (ver Ro. 8:9; Ga. 4:6).

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El Engaño del Evangelio » El “Cristiano” Antinómico