Algunos cristianos desafortunadamente han hecho una religión del ayuno, dándole un lugar primordial en su vida cristiana. Sin embargo, no existe ninguna referencia al ayuno en las epístolas del Nuevo Testamento. No hay ninguna instrucción que le haya sido dada a los creyentes de cómo y cuándo ayunar. No hay palabras que nos motiven a ayunar. Esto nos muestra que el ayuno no es un aspecto fundamental al seguir a Jesús.
En el Antiguo Testamento, el ayuno se menciona más a menudo. Estaba más asociado con los tiempos de luto como una forma de relacionarse con la muerte de alguien, o como un tiempo de arrepentimiento, o como un tiempo de oración constante debido a las crisis nacionales o personales (ver Jueces 20:24-28; 1 Samuel 1:7-8; 7:1-6; 31:11-13; 2 Samuel 1:12; 12.15-23; 1 Reyes 21.20-29; 2 Crónicas 20:1-3; Esdras 8:21-23; 10:1-6; Nehemías 1.1-4; 9:1-2; Ester 4:1-3, 15-17; Salmos 35:13-14; 69:10; Isaías 58:1-7; Daniel 6:16-18; 9:1-3; Joel 1:13-14; 2:12-17; Jonás 3:4-10; Zacarías 7:4-5). Creo que las razones para el ayuno que aparecen en estas escrituras todavía son razones válidas para el día de hoy.
El Antiguo Testamento también enseña que la devoción al ayuno es una falta de obediencia a mandamientos más importantes, como el cuidar al pobre, y por lo tanto no está balanceado (ver Isaías 58:1-12; Zacarías 7:1-14).
A Jesús ciertamente no se le puede acusar de promover el ayuno. El fue acusado por los fariseos por no practicarlo (ver Mateo 9:14-15). Jesús los condenó por colocar el ayuno sobre asuntos espirituales de mayor importancia (ver Mateo 23:23; Lucas 18:9-12).
Por otro lado, Jesús habló del ayuno a sus seguidores durante el Sermón del Monte. Él les instruyó a ayunar por las razones correctas, anticipando que sus seguidores ayunarían en ciertos momentos. Él también les prometió que Dios les recompensaría por su ayuno. El mismo Jesús practicaba el ayuno en cierto grado (ver Mateo 17:21). Él también dijo que llegaría el tiempo cuando sus discípulos tendrían que ayunar y eso era cuando Él ya no estaba con ellos (ver Lucas 5:34-35).
[1] La única excepción podría ser cuando Pablo menciona el ayuno para las parejas casadas en 1 Corintios 7:5, pero de las varias versiones de la Biblia en inglés, esta referencia sólo se encuentra en la versión King James. El ayuno involuntario se menciona en Hechos 27:21, 33-34, 1 Corintios 4:11 y 2 Corintios 6.5; 11:27. Sin embargo estos no fueron ayunos hechos con propósitos espirituales, sino debido a circunstancias difíciles o a que no había comida disponible.
El propósito principal del ayuno es ganar los beneficios que sobrevienen al estar un tiempo extra orando y buscando al Señor. Es difícil encontrar una referencia al ayuno en la Biblia que no contenga también una referencia a la oración, lo que nos lleva a creer que no tiene sentido el ayunar sin orar. Dos referencias al ayuno que se encuentran en el libro de los Hechos mencionan la oración. En el primer caso (ver Hechos 13:1-3), los profetas y los maestros de Antioquía estaban simplemente ministrando al Señor y ayunando. Mientras lo hicieron recibieron revelación profética y luego enviaron a Pablo y a Bernabé a su primer viaje misionero. En el segundo caso, Pablo y Bernabé fueron enviados para nombrar ancianos en iglesias nuevas de Galacia, leemos,
“Constituyeron ancianos en cada iglesia y, después de orar y ayunar, los encomendaron al Señor en quien habían creído” (Hechos 14:23).
Tal vez en este segundo caso, Pablo y Bernabé estaban siguiendo el ejemplo de Cristo, cuando Él oró toda la noche antes de escoger a los doce (ver Lucas 6:12). Las decisiones importantes, como el constituir líderes espirituales, deben ponerse en oración hasta que exista la seguridad de que son dirigidas por el Señor y el ayuno puede ser parte de esta oración para este fin. Si el Nuevo Testamento recomienda la abstinencia temporal de relaciones sexuales entre el matrimonio para aumentar su tiempo de oración (ver 1 Corintios 7:5), de igual forma podemos entender fácilmente cómo el abstenerse de comer puede servir para el mismo fin.
Por esto cuando tenemos que orar a Dios acerca de la dirección para importantes decisiones, el ayuno nos ayuda con este fin. Las oraciones por muchas otras necesidades pueden hacerse en un tiempo relativamente corto. No tenemos que ayunar para orar la oración del Padre Nuestro, por ejemplo. Las oraciones para buscar la guía de algo importante tardan más en ser contestadas debido a la dificultad de “escuchar la voz de Dios en nuestros corazones”, ya que la voz de Dios compite con nuestras motivaciones y deseos equivocados, o con nuestra falta de devoción. Para tener la seguridad de tener la guianza en nuestras vidas se puede requerir de un largo periodo de oración y este es un ejemplo en donde el ayuno nos beneficia.
Por supuesto, el solo hecho de pasar tiempo en oración por un buen propósito se debe siempre considerar como espiritualmente beneficioso. Por esta razón, debemos considerar el ayuno como un medio maravilloso para obtener fortaleza y efectividad espiritual—siempre que el ayuno vaya acompañado de oración. Leímos en el libro de los Hechos que los primeros apóstoles se dedicaban a “la oración y a la ministración de la palabra” (Hechos 6:4). Definitivamente, esto nos indica parte del secreto de su poder espiritual y de su efectividad.
[1] La Versión en inglés King James de 1 Corintios 7:5 recomienda sobre el mutuo consentimiento entre esposos y esposas de abstenerse de relaciones sexuales con el fin de que “ayunen y oren”. La mayoría de las traducciones modernas de este verso sólo mencionan la oración y no el ayuno.
Como expliqué antes, todos los ayunos de cuarenta días que están en la Biblia pueden ser clasificados como sobrenaturales. Ya hemos hablado acerca de los dos ayunos de Moisés en la presencia de Dios. Elías también ayunó por cuarenta días, pero él fue alimentado con anticipación por un ángel (ver 1 Reyes 19:5-8). También hubo unos hechos sobrenaturales en los cuarenta días del ayuno de Jesús. Él fue guiado sobrenaturalmente por el Espíritu Santo al desierto. Él experimentó tentaciones sobrenaturales de Satanás cerca del final de su ayuno. Él también fue visitado por ángeles al final de su ayuno (ver Mateo 4.1-11). El ayuno de cuarenta días no es una norma Bíblica.
Si una persona voluntariamente se abstiene de no ingerir una comida al día con el fin de pasar tiempo buscando al Señor, ya ha ayunado. La idea de que el ayuno sólo se puede medir por la cantidad de días es errónea.
Los dos ayunos mencionados en el libro de los Hechos que ya hemos considerado (ver Hechos 13.1-3; 14.23) aparentemente no fueron muy largos. Pudieron haber sido ayunos de una sola comida.
Debido a que el ayuno se hace con el fin de buscar al Señor en oración para la dirección, mi recomendación es que ayunes tanto como lo necesites, hasta que tengas la clara dirección de lo que estás buscando de parte del Señor.
Recuerda, el ayuno no fuerza a Dios para que te hable. El ayuno sólo puede aumentar tu sensibilidad al Espíritu Santo. Dios te habla ayunes o no. Nuestra dificultad es escucharle debido a nuestros propios deseos.
Ayunar es el acto voluntario de abstenerse de consumir cualquier tipo de comida o líquido por un tiempo determinado.
La Biblia nos habla de muchos ejemplos de personas que ayunaron. Algunos se abstuvieron de comer todo tipo de comida, y otros no consumieron sólo cierto tipo de comida durante su ayuno. Un ejemplo de esto podría ser el ayuno de tres semanas de Daniel donde él no comió manjar delicado, carne o vino (ver Daniel 10:3).
También hay algunos ejemplos en la Escritura acerca de gente que ayunó no tomando alimento ni agua, pero esta clase de ayuno total era extraño y debe ser considerado sobrenatural si dura más de tres días. Por ejemplo, cuando Moisés no comió ni bebió por cuarenta días, él estaba en la presencia del Dios mismo, al extremo de que su rostro se iluminaba (ver Éxodo 34:28-29). Él hizo su segundo ayuno de cuarenta días poco tiempo después del primero (ver Deuteronomio 9:9,18). Estos fueron dos ayunos sobrenaturales y nadie debe intentar imitar a Moisés. Es imposible sin la ayuda sobrenatural de Dios, que una persona pueda sobrevivir más de unos pocos días sin agua. El no tomar agua conduce a la muerte. Sin embargo, la mayoría de las personas saludables pueden sobrevivir sin alimento por unas semanas.
El ayuno normalmente afecta al cuerpo físico en varias formas. Algunos pueden experimentar debilidad, cansancio, dolores de cabeza, nauseas, dolores de estómago, y demás. Si alguno tiene el hábito de tomar café, té u otras bebidas con cafeína, algunos síntomas pueden aparecer por la falta de cafeína. En tales casos, es sabio que estas personas eliminen esas bebidas algunos días antes de que empiecen el ayuno. Si una persona ayuna con cierta regularidad, descubrirá que su ayuno se hará más fácil progresivamente, aunque usualmente experimentará cierta debilidad.
Se debe tomar suficiente agua pura durante el ayuno para evitar la deshidratación.
El ayuno debe terminarse con cuidado y lentamente, y entre más largo sea el ayuno, más cuidado hay que tener a la hora de terminarlo. Si el estómago de una persona no ha digerido alimentos sólidos por tres días, no sería sabio que esta persona terminara el ayuno comiendo alimentos difíciles de digerir. Debe comenzar con alimentos que son fáciles de digerir y jugos de frutas. Los ayunos largos le toman más tiempo al sistema digestivo para ajustarse a comer otra vez, pero al ayunar tan solo una o dos comidas al día, no requerirá de un tiempo de recuperación.
Algunos creen que el ayunar moderada y cuidadosamente en realidad es un medio de promover la buena salud para nuestros cuerpos, y yo así lo creo, luego de escuchar que varias personas se sanaron después de ayunar. Se cree que el ayuno es una manera de limpiar y dejar descansar al cuerpo. Quizá sea por eso que el primer ayuno es el más difícil de llevar a cabo. Aquellos que nunca han ayunado son los que probablemente necesiten una limpieza física interna mayor.
El hambre física durante un ayuno usualmente cesará en dos o cuatro días. Cuando el hambre retorna, luego de algunas semanas, esa es la señal para terminar el ayuno cuidadosamente, ya que esa es la señal de inanición, cuando el cuerpo ya ha utilizado su grasa acumulada y está ahora usando células esenciales. La escritura nos dice que Jesús tuvo hambre luego de cuarenta días de ayuno, y ahí terminó su ayuno (ver Mateo 4:2).
De acuerdo con la amonestación dada al principio de este capítulo, podemos reaccionar erróneamente ante la disciplina de Dios en dos formas. Podemos menospreciar la disciplina del Señor o desmayar cuando estamos en ella (ver Hebreos 12:5). Si “menospreciamos” la disciplina de Dios quiere decir que no la reconocemos o que ignoramos su advertencia. El desmayar en la disciplina de Dios es cuando nos damos por vencidos y dejamos de complacerle porque pensamos que su disciplina es muy severa. Cualquiera de las dos acciones es errónea. Debemos reconocer que Dios nos ama y que nos disciplina para nuestro bien. Cuando reconocemos la mano amorosa de su disciplina, debemos arrepentirnos y recibir su perdón.
Una vez que nos hemos arrepentido, debemos esperar que la disciplina de Dios acabe. Sin embargo, no debemos esperar ser liberados de las inevitables consecuencias de nuestro pecado, aunque podemos pedirle a Dios misericordia y ayuda. Dios responde a un espíritu humillado (ver Isaías 66:2). La Biblia promete, “por un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida, por la noche durará el lloro y en la mañana vendrá la alegría” (Salmos 30:5).
Después de que su juicio alcanzó a los israelitas, Dios prometió:
“Por un breve momento te abandoné, pero te recogeré con grandes misericordias. Con un poco de ira escondí mi rostro de ti por un momento, pero con misericordia eterna tendré compasión de ti, dice Jehová, tu redentor” (Isaías 54:7-8).
¡Dios es bueno y misericordioso!
Para otro estudio concerniente a la disciplina de Dios, vea 2 Crónicas 6:24-31, 36-39; 7:13-14; Salmos 73:14; 94:12-13; 106: 40-46; 118:18; 119: 67, 71; Jeremías 2:29-30; 5:23-25; 14:12; 30:11; Hageo 1:2-13; 2:17; Hechos 5:1-11; Apocalipsis 3:19.
Está claro por un número de escrituras que Dios puede usar a Satanás para su disciplina. Por ejemplo, en la parábola acerca del siervo que no perdonó, que encontramos en Mateo 18, Jesús dice que el Señor del sirviente fue movido a ira cuando supo que su sirviente no había perdonado a su compañero. Consecuentemente, él envió a su siervo a los verdugos hasta que pagara lo que debía (ver Mateo 18:34). Jesús termina esta parábola con sus palabras:
“Así también mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” (Mateo 18:35).
¿Quienes son los verdugos? Podría ser acertado el pensar que son el Diablo y sus demonios. Dios puede enviar a uno de sus hijos desobedientes a las manos del diablo para llevarlo al arrepentimiento. La calamidad y las dificultades tienen su poder para llevar a la gente al arrepentimiento, como le ocurrió al hijo pródigo (ver Lucas 15:14-19).
En el Antiguo Testamento, encontramos ejemplos de Dios usando a Satanás o a espíritus inmundos para traer disciplina o juicio a las vidas de personas que merecían su ira. Un ejemplo lo encontramos en el capítulo nueve de Jueces, donde leemos que “envió Dios un espíritu de discordia entre Abimelec y los hombres de Siquem” (Jueces 9:23) para así traer juicio por su acciones para con los hijos de Gedeón.
La Biblia también dice que un espíritu inmundo de parte de Dios afectaba al rey Saúl para llevarlo al arrepentimiento (ver 1 Samuel 16:14). Sin embargo, Saúl nunca se arrepintió, y eventualmente muere en una batalla por causa de su rebelión.
En estos dos ejemplos del Antiguo Testamento, la Escritura dice que el espíritu maligno era “enviado por Dios”. Esto no quiere decir que Dios tiene espíritus malignos en el cielo que están esperando para servirle. Al contrario, Dios simplemente le permite a Satanás que trabaje limitadamente contra los pecadores esperando que estos se arrepientan bajo esta aflicción.
“Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar, pues aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado; y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor ni desmayes cuando eres reprendido por Él, porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, no hijos. Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquellos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero este para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad. Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que por medio de ella han sido ejercitados. Por eso, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas, y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado” (Hebreos 12: 3 -13).
De acuerdo con el autor inspirado del libro de Hebreos, nuestro Padre celestial disciplina a sus hijos. Si no fuéramos disciplinados por Dios, esto indicaría que no somos sus hijos. Por lo tanto necesitamos estar advertidos y ser sensibles a la disciplina. Algunos que dicen ser cristianos sólo se enfocan en las bendiciones y la bondad de Dios, interpretando todas las circunstancias negativas como ataques del Diablo sin ningún propósito divino. Esto puede ser un gran error si Dios está tratando de traerlos al arrepentimiento por medio de su disciplina.
Los buenos padres terrenales disciplinaban a sus hijos con la esperanza de que maduraran, aprendieran y se prepararan para su vida como adultos. Dios, de la misma forma, nos disciplina para que crezcamos espiritualmente y así lleguemos a ser más útiles para su servicio y podamos estar preparados para el juicio final. Dios nos disciplina porque nos ama y porque desea que compartamos su santidad. Nuestro amado Padre se dedica a nuestro crecimiento espiritual. La Escritura dice, “el que comenzó en vosotros la buena obra la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).
Ningún niño disfruta del castigo de los padres y cuando somos disciplinados por Dios, la experiencia no es divertida, sino “dolorosa”, como lo acabamos de leer. Sin embargo, al final, nos sentimos mejor porque la disciplina da “el fruto apacible de justicia”.
Bajo el viejo pacto, encontramos con frecuencia que Dios disciplinaba a la gente permitiendo que enemigos extranjeros los dominaran. Eventualmente se arrepentían y Dios les libraba de sus enemigos. Cuando ellos se negaban a arrepentirse después de años de opresión y advertencias, finalmente Dios le permitía al enemigo tomar sus tierras y desterrarlos por completo.
Bajo el nuevo pacto, es posible que Dios discipline a sus hijos desobedientes al permitir que los problemas afecten sus vidas o que sus enemigos perturben sus vidas. Por ejemplo, el pasaje que leímos al principio de este capítulo acerca de la disciplina de Dios (Hebreos 12:3-13) se encuentra dentro del contexto de los creyentes hebreos que eran perseguidos por su fe. Sin embargo, no toda la persecución es permitida debido a la desobediencia. Cada caso debe ser juzgado por separado.
José, quien misericordiosamente perdonó a sus hermanos que le habían vendido como esclavo, es usado como ejemplo de cómo debemos perdonar a cualquiera y a todos los que pecan contra nosotros, sin importar si el perdón ha sido solicitado o no. Pero, ¿es eso lo que la historia de José nos enseña? No, no es así.
José puso a sus hermanos a prueba por lo menos durante un año para traerlos al arrepentimiento. Inclusive encarceló a uno de sus hermanos por varios meses en Egipto (ver Génesis 42:24). Cuando sus hermanos finalmente reconocieron su culpa (ver Génesis 42:21; 44:16), José supo que ellos ya no eran los mismos hombres celosos y egoístas que lo habían vendido como esclavo. No fue sino hasta ese momento que José reveló su identidad y habló palabras misericordiosas a aquellos que habían pecado contra él. Si José les hubiera “perdonado” inmediatamente, nunca se hubieran arrepentido. Y esa es una de las fallas del “perdón instantáneo para todo mundo”, un mensaje que se enseña hoy en día. El perdonar a nuestros hermanos que han pecado contra nosotros sin confrontación resulta en dos cosas: (1) un perdón falso que no trae reconciliación, y (2) ofensores que no se arrepienten y que por lo tanto no crecen espiritualmente.