Un Paréntesis en Relación a la Oración y el Perdón

(A Digression Regarding Prayer and Forgiveness)

Mientras estaba en el tema de la oración, Jesús hizo un paréntesis para ofrecer más instrucciones específicas a sus discípulos sobre cómo debían orar. Jesús quiere que nosotros oremos de tal forma que no insultemos a su Padre al negarle con nuestras oraciones lo que Él ya ha revelado sobre sí mismo. Por ejemplo, cómo Dios ya conoce lo que necesitamos antes de que se lo pidamos (Él conoce todo.), no hay razón para orar con repeticiones sin sentido:

“Y al orar no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos, porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad antes que vosotros le pidáis” (Mateo 6:7-8).

Evidentemente, nuestras oraciones revelan qué tanto conocemos a Dios. Aquellos que le conocen como Él se revela en su Palabra, siempre orarán para que se haga su voluntad y para que Él sea glorificado. Su deseo más profundo es ser santos, y complacer a Dios. Esto se refleja en el modelo de oración de Jesús, lo que llamamos El Padre Nuestro, incluida de seguido en las instrucciones de Jesús a sus discípulos. Ésta oración revela sus expectativas para nuestras prioridades y devociones:[1]

“Vosotros pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu Reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” (Mateo 6:7-11).

Lo que más le debe de importar a los discípulos de Cristo es que el nombre de Dios sea exaltado, que sea respetado, y tratado como santo.

Por supuesto que, aquellos que oran para que el nombre de Dios sea santificado, deben de ser santos ellos mismos, para honrar el nombre de Dios. De otro modo sería un acto hipócrita. Por esto, esta oración refleja nuestro deseo de que otros se sometan a Dios como nosotros lo hemos hecho.

La segunda petición de este modelo de oración es parecida: “venga tu Reino”. La idea de un Reino dice que debe haber un Rey que gobierne su reino. El discípulo cristiano ansía ver a su Rey, aquél que gobierna su vida, y que gobierna sobre toda la tierra. ¡Que cada uno se arrodille ante el Rey Jesús con una fe obediente!

La tercera petición se une a la primera y a la segunda: “hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la Tierra”. De nuevo, ¿Cómo podemos sinceramente hacer esta oración, si no nos sometemos a la voluntad de Dios para nuestras vidas? El verdadero discípulo desea que la voluntad de Dios se haga en el cielo como en la tierra, perfecta y completa.

Que el nombre de Dios sea santificado, que se haga su voluntad, que su Reino venga, esto debe ser más importante para nosotros que las peticiones sobre nuestra comida, nuestro “pan de cada día”. Esta cuarta solicitud está en esa posición por una razón. Aún en sí misma, esta oración, refleja un orden correcto de nuestras prioridades, y no hay presencia de avaricia en ella. Los discípulos de Cristo sirven a Dios y no codician. No se concentran en hacer tesoros en la tierra.

Me gustaría también agregar que esta cuarta petición parece indicar que este modelo de oración se debe decir diariamente, al inicio de cada día.


[1] Desafortunadamente, algunos dicen que los cristianos no debemos decir esta oración porque no contiene la frase “en el nombre de Jesús”. Sin embargo, aplicado esta lógica, tendríamos que concluir que muchas oraciones de los apóstoles escritas en el libro de los Hechos o en las epístolas no eran “oraciones Cristianas”.

 

Ser Sexualmente Puro, No como los escribas y Fariseos

(Be Sexually Pure, Unlike the Scribes and Pharisees)

El sétimo mandamiento fue el objetivo del segundo ejemplo de Jesús, acerca de cómo los escribas y los fariseos mantenían la letra, en tanto rechazaban el espíritu de la ley. Jesús esperaba que sus discípulos fueran sexualmente más puros que los escribas y fariseos.

“Oísteis que te fue dicho: “No cometerás adulterio”. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo y échalo de ti, pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado del infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala y échala de ti, pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno” (Mateo 5:27-30).

Note de nuevo, que Jesús estaba hablando de su tema principal, Sólo los santos heredarán el Reino de Dios. Él habló otra vez acerca del infierno y de lo que debemos hacer para no ir ahí.

Los escribas y los fariseos no pudieron ignorar el sétimo mandamiento, y lo obedecían siendo fieles a sus esposas en apariencia. Pero, seguramente tenían fantasías donde hacían el amor con otras mujeres. Mentalmente desvestían a una mujer que habían visto en la plaza. Eran adúlteros en su corazón, y así transgredían el espíritu del sétimo mandamiento. ¿Cuántos en la iglesia de hoy en día son iguales a los escribas y fariseos?

Por supuesto que Dios, tenía la intención de que la gente fuera sexualmente pura por completo. Innegablemente, si es un error el tener una relación sexual con la esposa de tu vecino, también es un error el meditar o pensar en que tenemos una relación sexual con ella. Jesús no le estaba agregando nada a la ley que ya había sido escrita por Moisés. El décimo mandamiento claramente contenía una prohibición en contra de la lujuria: “No codiciareis la mujer de tu prójimo” (Éxodo 20:17).

¿Sería culpable de esto alguno de los que estaba en la audiencia de Jesús? Probablemente sí. ¿Qué deberían haber hecho en ese momento? Debieron haberse arrepentido inmediatamente como Jesús les enseñó. No importa lo que tomara, lo que costara, aquellos que vivían en lujuria, debían detener su lujuria, porque los lujuriosos van al infierno.

Por supuesto que, ninguna persona razonable piensa que Jesús dijo que el lujurioso debería literalmente sacarse un ojo o cortase una mano. Una persona lujuriosa que se saca un ojo tan sólo se convierte en un lujurioso tuerto. Jesús dramática y solemnemente enfatizó la importancia de obedecer el espíritu del sétimo mandamiento. La eternidad depende de eso.

Siguiendo el ejemplo de Cristo, el ministro que hace discípulos exhortará a sus discípulos a “cortar” cualquier cosa que sea causa de su tropiezo. Si es la televisión por cable, el cable necesita desconectarse. Si es la televisión regular, el televisor debe de ser removido. Si es la suscripción de una revista, esta debe de ser cancelada. Si es la Internet, ésta debería ser desconectada. Si es la vista de una ventana, esta ventana debería cerrarse. Ninguna de estas cosas son tan dignas de nosotros como para pasar una eternidad en el infierno, y debido a que el ministro formador de discípulos ama verdaderamente a sus ovejas, él les dirá la verdad y los advertirá, así como Jesús lo hizo.

Sé Honesto, no Como los Escribas y Fariseos

(Be Honest, Unlike the Scribes and Pharisees)

El tercer ejemplo de Jesús acerca de la conducta injusta y la mala aplicación de la escritura por parte de los escribas y fariseos está relacionado con el mandamiento de Dios de enseñar la verdad. Los escribas y los fariseos habían desarrollado una forma muy creativa para mentir. Aprendemos en Mateo 23:16-22 que ellos no se consideraban en la obligación de mantener sus votos si habían jurado por el templo, el altar, o por el cielo. Sin embargo, Si juraban por el oro del templo, la ofrenda en el altar, o por Dios en el cielo, estaban obligados a guardar su voto, pero ¡ellos estaban obligados a guardar sus votos! Esto es equivalente a un adulto con la mentalidad de un niño que piensa que está exento de decir la verdad en tanto mantenga sus dedos cruzados detrás de su espalda. Jesús espera que sus discípulos digan la verdad.

“Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: “No jurarás en falso, sino cumplirás al Señor tus juramentos”. Pero yo os digo: No juréis de ninguna manera: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la Tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello. Pero sea vuestro hablar: “Sí, si” o “No, no”, porque lo que es más de esto, de mal procede” (Mateo 5:33-37).

El mandamiento original de Dios acerca de hacer votos no dice nada relacionado con hacer dichos votos acompañados de un juramento sobre algo más. La intención de Dios era que su pueblo siempre hablara con la verdad, y así nunca habría necesidad de hacer juramentos.

No hay nada de malo al hacer un voto, porque un voto es similar a una promesa. De hecho, los votos para obedecer a Dios son muy buenos. La salvación comienza con un voto para seguir a Jesús. Pero cuando la gente tiene que jurar por algo para convencer a otros de que les crean, están admitiendo que normalmente mienten. La gente que siempre dice la verdad no necesita jurar. Algunas iglesias están llenas de mentirosos y los ministros a menudo son líderes de la falsedad y el engaño.

El ministro formador de discípulos da ejemplo de lo que es verdadero y enseña a sus discípulos a decir la verdad, siempre. Él sabe que Juan advirtió que todos los mentirosos serían arrojados al lago que arde con fuego y azufre (ver Apocalipsis 21:8).

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Capítulo Ocho – El Sermón del Monte » Sé Honesto, no Como los Escribas y Fariseos

Otra Forma de Cometer Adulterio

(Another Way to Commit Adultery)

El siguiente ejemplo de Jesús se relaciona mucho con el que acabamos de ver anteriormente, y por esto, probablemente se menciona después de éste. Debería ser considerado cómo la continuación del anterior y no como un nuevo tema. El tema es, “otra cosa más que los fariseos hacían equivalente al adulterio”.

“También fue dicho: “Cualquiera que repudie a su mujer, déle carta de divorcio”. Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere, y el que se casa con la repudiada, comete adulterio” (Mateo 5:31-32).

Aquí hay un ejemplo de cómo los escribas y los fariseos alteraron la ley de Dios para acomodarla a su estilo de vida de pecado.

Vamos a crear a un fariseo imaginario en los días de Jesús. Al frente de su casa vive una mujer atractiva por la cual él siente lujuria. Él coquetea con ella cuando la ve cada día. Ella parece que se siente atraída a él, y su deseo por ella crece. Él desearía verla desnuda, y regularmente se la imagina en fantasías sexuales. ¡Oh, si tan sólo él la pudiera tener!

Pero él tiene un problema, él está casado y su religión prohíbe el adulterio. Él no quiere romper el sétimo mandamiento (aunque ya lo haya roto en su lujuria). ¿Qué podría hacer él?

¡Hay una solución! Si él se divorcia de su actual esposa, él se casaría con la dueña de su mente. ¿Pero es correcto divorciarse? ¡Un amigo fariseo le dice que Sí! Existe una Escritura para eso. Deuteronomio 24:1 dice algo acerca de darle un certificado de divorcio a tu esposa cuando quieres divorciarte. ¡El divorcio es legal dentro de ciertas circunstancias! Pero ¿cuáles son esas circunstancias? Él lee cuidadosamente lo que Dios dijo:

“Cuando alguien toma a una mujer y se casa con ella, si no le agrada por haber hallado en ella alguna cosa indecente, le escribirá carta de divorcio, se la entregará en la mano y la despedirá de su casa” (Deuteronomio 24:1).

¡Eso es! Él puede divorciarse de su esposa si encuentra algo indecente en ella. Y él lo ha encontrado. ¡Ella no es tan atractiva como la mujer que vive al frente de mi casa! (éste no es un ejemplo de sólo coqueteo. De acuerdo con Rabbi Hillel, que tenía la enseñanza más popular acerca del divorcio en los días de Jesús, un hombre podía divorciarse legalmente de su esposa si encontraba a alguien que fuera más atractiva, porque esto hacia a su esposa actual “indecente” a sus ojos. Rabbi Hellel también enseñó que un hombre podía divorciarse de su esposa si ella ponía mucha sal en su comida, o hablaba con otro hombre, o no tenía un hijo para él).

Así que, nuestro fariseo lujurioso legalmente se divorciaba de su esposa al darle el certificado requerido de divorcio y rápidamente se casaba con la mujer de sus fantasías. Y todo esto lo hizo sin sentir la mínima culpa ante Dios, porque ¡la ley de Dios había sido obedecida!

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Capítulo Ocho – El Sermón del Monte » Otra Forma de Cometer Adulterio

Sal y Luz

(Salt and Light)

Una vez, Jesús les aseguró a sus discípulos que efectivamente ellos estaban entre la gente transformada y bendecida, destinada a heredar el Reino de los Cielos y también dio advertencias al respecto. A diferencia de lo que muchos pastores predican hoy en día, que continuamente le aseguran a los cabritos que ellos nunca podrán perder la salvación que supuestamente poseen, Jesús amó tanto a sus discípulos que les advirtió acerca de la posibilidad de que fueran removidos de la categoría de bienaventurados.

“Vosotros sois la sal de la Tierra; pero si la sal pierde su sabor, ¿Con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de una vasija, sino sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:13-16).

Nótese que Jesús no exhortó a sus discípulos para que fueran sal o fueran luz. Él dijo (metafóricamente) que ellos ya eran sal, y los exhortó a no perder su sabor. Él dijo (metafóricamente) que ellos ya eran luz, y los exhortó a que su luz no fuera escondida, sino que continuara brillando. ¡Cómo contrasta esto con los muchos sermones predicados hoy en día a los creyentes acerca de la necesidad de llegar a ser luz y sal! Si las personas aún no son sal y luz es porque todavía no son discípulos de Cristo. No están entre los bienaventurados y no irán al cielo.

En el tiempo de Jesús, la sal era usada principalmente en las comidas como preservante de las carnes. Como seguidores obedientes de Cristo, somos los que preservan este mundo pecador para que no se vuelva completamente corrupto y contaminado. Pero si nosotros nos comportamos como los del mundo, entonces realmente “no servimos más para nada” (v13). Jesús advirtió a los bienaventurados que tenían que permanecer salados para preservar sus características únicas. Deben distinguirse del mundo que les rodea, no vaya a ser que pierdan su sabor haciéndose merecedores de ser “echados fuera y pisoteados”. Ésta es una de las muchas advertencias claras en contra de la recaída, que encontramos en el Nuevo Testamento y que va dirigida a los verdaderos creyentes. Si la sal es verdaderamente sal, será salada. Asimismo, los seguidores de Cristo se conducen como seguidores de Cristo; de otra forma, no son seguidores de Jesús, aun si antes lo fueron.

Los auténticos seguidores de Jesús son también la luz del mundo. La luz siempre brilla. Si no brilla, no es luz. En esta analogía, la luz representa nuestras buenas obras (ver Mateo 5:16). Jesús no estaba exhortando a los que no tenían obras, para que las tuvieran, sino exhortaba a aquellos que ya tenían buenas obras a no esconder su bondad de los otros. Pues con esto podían glorificar a su Padre celestial, porque la obra que Él ha hecho en ellos es la fuente de su bondad. Aquí vemos un hermoso balance de la gracia y obra de Dios y nuestra cooperación con Él; ambas cosas se necesitan para ser santos.

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Capítulo Ocho – El Sermón del Monte » Sal y Luz

Orar y Ayunar Por las Razones Correctas

(Prayer and Fasting for the Right Reasons)

Jesús también esperaba que sus seguidores oraran y ayunaran, no para que la gente los viera, sino para complacer a su Padre. De otro modo ellos no serían diferentes a los escribas y fariseos que iban camino al infierno y que ayunaban y oraban sólo para ganar las alabanzas de la gente, una recompensa temporal. Jesús exhortó a sus seguidores:

“Cuando ores, no seáis como los hipócritas porque ellos aman el orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles para ser vistos por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que te ve en lo secreto, te recompensará en público”.

“Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino al Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará en público” ( Mateo 6:5-6; 1-18).

¿Cuántos que dicen ser cristianos no llevan una vida de oración ni han ayunado nunca?[1] De acuerdo a esto, ¿Cómo se compara su justicia con la de los escribas y fariseos que ayunaban y oraban (aunque por motivos erróneos)?


[1] Más adelante en el libro, he incluido un capítulo entero sobre el tema del ayuno.

 

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Capítulo Ocho – El Sermón del Monte » Orar y Ayunar Por las Razones Correctas

No seas un Fallo del Buscador

(Don't be a Fault-Finder)

La siguiente sección de mandamientos de Jesús a sus seguidores se refiere al pecado de juzgar y de buscar las faltas de otros:

“No juzguéis, para que no seáis juzgados, porque con el juicio con que juzgáis seréis juzgados, y con la medida con que medís se os medirá. ¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: “déjame sacar la paja de tu ojo” cuando tienes la viga en el tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mateo 7: 1-5).

Aunque Jesús no habló directa o indirectamente de los escribas y fariseos en este pasaje, ellos ciertamente eran culpables de pecado bajo su consideración; ¡Jesús había encontrado faltas en ellos!

¿Qué fue exactamente lo que Jesús quería decir en su advertencia de no juzgar a los demás?

Primero, consideremos lo que Él no quiso decir. Él no dijo que no podíamos discernir y hacer determinaciones fundamentales acerca del carácter de la gente al observar sus acciones. Esto está bastante claro. Después de estos pasajes, Jesús le enseña a sus discípulos acerca de no arrojar sus perlas a los cerdos y de no dar lo que es santo a los perros (ver Mateo 7:6). Él ciertamente estaba hablando figurativamente de cierta clase de gente, refiriéndose a ellos como cerdos y perros, gente que no aprecia el valor de las cosas santas o “perlas” que se les ofrecen. Naturalmente no son salvos. Y ciertamente debemos juzgar si las personas son cerdos o perros, si es que vamos a obedecer este mandamiento.

Más adelante, Jesús les enseña a sus seguidores cómo juzgar a los falsos maestros “lobos con piel de oveja” (ver Mateo 7:15), al ver el resultado de sus frutos. Claramente, para obedecer las instrucciones de Jesús, debemos observar los estilos de vida de la gente y juzgar.

Similar a esto, Pablo le dijo a los Corintios:

“Más bien os escribí para que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, sea lujurioso, avaro, idólatra, maldiciente, borracho o ladrón; con el tal ni aún comáis” (1 Corintios 5:11).

Para obedecer esta instrucción se requiere que examinemos el estilo de vida de la gente y que hagamos juicios acerca de ellos basados en lo que observamos.

El apóstol Juan también nos dijo que nosotros podemos discernir fácilmente quién es de Dios y quién es del diablo. Al observar los estilos de vida de la gente, es obvio saber quién es salvo y quién no (ver 1 Juan 3:10).

Atendiendo a esta realidad, el discernir el carácter de las personas examinando sus acciones y luego juzgar si ellos son de Dios o del diablo, no necesariamente es juzgar a los demás, que es la advertencia que Jesús nos dio. Entonces, ¿qué fue lo que quería decir Jesús?

Nótese que Jesús estaba hablando acerca de encontrar faltas pequeñas, paja en el ojo, del hermano (note que Jesús usa la palabra hermano varias veces en este pasaje). Jesús no nos estaba advirtiendo acerca de juzgar a la gente que no es creyente, observando sus grandes faltas (tal y como Él nos va a instruir en el tema en este mismo sermón). Al contrario, éstas son instrucciones de cómo los cristianos deben de tratar a los cristianos. No deben buscarse las faltas pequeñas unos a otros, y esto generalmente pasa cuando nosotros no vemos nuestras propias faltas graves. En estos casos, esto es hipocresía. Como Jesús le dijo una vez a una audiencia de jueces hipócritas, “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan 8:7).

El apóstol Santiago, cuya epístola es paralela al Sermón del Monte, análogamente escribe, “Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados; el juez ya está delante de la puerta” (Santiago 5:9). Tal vez esto también nos ayuda a entender algo de lo que Jesús nos estaba advirtiendo: encontrar las faltas de los otros hermanos para después quejarse unos de otros. Éste es uno de los pecados más acentuados en la iglesia, y aquellos que son culpables de esto, están en un lugar muy peligroso donde pueden ser juzgados. Cuando hablamos en contra de otro creyente, descubriendo sus faltas ante otros, estamos violando la regla de oro, porque no queremos que otros creyentes se quejen de nosotros en nuestra ausencia.

Nosotros podemos con amor amonestar a un compañero creyente por su falta, pero sólo cuando lo podemos hacer sin hipocresía, seguros de no ser culpables (o más culpables) del mismo pecado de la persona que confrontamos. Sin embargo, esto sería una pérdida de tiempo si lo hacemos con un no creyente, lo que parece ser el objetivo del verso siguiente. Jesús dijo,

“No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen y se vuelvan y os despedacen” (Mateo 7:6).

De la misma manera, un proverbio dice, “No reprendas al escarnecedor, para que no te aborrezca; corrige al sabio, y te amará” (Proverbios 9:8). En otro tiempo, Jesús dijo a sus discípulos que se sacudieran el polvo de sus pies en protesta contra aquellos que rechazaban el evangelio. Los “perros” se reconocen por su falta de aprecio a la verdad, Dios no quiere que sus siervos pierdan su tiempo en tratar de alcanzar a esta gente, en tanto que a otros no se les ha dado la oportunidad de conocer el evangelio.

 

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Capítulo Ocho – El Sermón del Monte » No seas un Fallo del Buscador

No Tomes Venganza, como lo Hacen los Escribas y Fariseos

(Don't Take Revenge, as do the Scribes and Pharisees)

El siguiente tema en la lista de agravios que expuso Jesús era la distorsión farisaica de un verso muy conocido del Antiguo Testamento. Ya hemos considerado este pasaje en el capítulo acerca de la interpretación bíblica.

“Oísteis que te fue dicho: “ojo por ojo y diente por diente”. Pero yo os digo: no resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo niegues” (Mateo 5: 38-42).

La ley de Moisés declaraba que cuando una persona era encontrada culpable en la corte por agraviar a otra persona, su castigo sería equivalente al daño que había causado. Si él le rompía un diente a alguien, aplicando la justicia, su diente sería roto. Este mandamiento fue dado para asegurar que la justicia se cumpliría en los casos de la corte para ofensas mayores. Dios instituyó un sistema de cortes y juicios bajo la ley para desalentar el crimen, asegurar la justicia y refrenar la venganza. Y Dios mandó a los jueces a ser imparciales y justos en sus juicios. Debían administrar el concepto de “ojo por ojo y diente por diente”. Sin embargo, esta frase y mandamiento abundan en pasajes relacionados a la justicia en las cortes.

No obstante, una vez más, los escribas y fariseos habían alterado el mandamiento, con el objetivo de hacer un mandamiento en el que fuera posible la venganza personal como una obligación santa.

Aparentemente, ellos habían adoptado la política de “cero tolerancia”, buscando la venganza, inclusive por ofensas pequeñas y menores.

Sin embargo, Dios siempre ha esperado más de su pueblo. La venganza es algo que Él expresamente prohíbe (ver Deuteronomio 32:35). El Antiguo Testamento enseña que el pueblo de Dios debe mostrar amabilidad con sus enemigos (ver Éxodo 23:4-5; Proverbios 25:21-22). Jesús apoyó esta verdad cuando dijo a sus discípulos que voltearan la otra mejilla y que fueran una milla extra cuando se relacionaban con la gente malvada. Cuando se nos abusa de cierta forma, Dios quiere que seamos misericordiosos, devolviendo bien por mal.

Pero, ¿espera Jesús que le permitamos a la gente tomar ventaja sobre nosotros de una manera grosera, permitiendo que ellos arruinen nuestras vidas si lo desean? No. Jesús no estaba hablando de obtener la debida justicia por las ofensas mayores en la corte, sino acerca de tomar venganza personal por infracciones pequeñas. Note que Jesús no dijo que nosotros deberíamos ofrecer nuestro cuello para que nos estrangulara a alguien que nos acaba de apuñalear por la espalda. Él no dijo que deberíamos darle a alguien nuestra casa, si antes ha demandado nuestro carro. Jesús simplemente nos dice que mostremos tolerancia y misericordia en alto grado, al encontrarnos diariamente con ofensas menores y pequeñas y con los obstáculos normales que presenta la gente egoísta. Él quiere que seamos más amables de lo que la gente egoísta espera. Los escribas y los fariseos nunca llegaron a ese nivel.

¿Por qué muchos que se dicen ser cristianos se ofenden con tanta facilidad? ¿Por qué se enojan tan rápidamente por ofensas que son diez veces más pequeñas que una bofetada en la mejilla? ¿Son ellos salvos? El ministro que hace discípulos da el ejemplo de poner la otra mejilla, y les enseña a sus discípulos a hacer lo mismo.

Motivación a la Oración

(Encouragement to Pray)

Finalmente, llegamos a la última sección del cuerpo de este sermón de Jesús. Éste comienza con unas motivaciones a la oración y a sus promesas:

“Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá, porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (Mateo 7:7-11).

¡Qué interesante! Un lector en algún lado puede estar diciendo, “he aquí una parte del Sermón del Monte que no dice nada acerca de la santidad”.

Todo esto depende de lo que estamos pidiendo, tocando y buscando en oración. Como aquellos que tienen “hambre y sed de justicia”, debemos obedecer todos los mandamientos de Jesús en este sermón y esto ciertamente se reflejará en nuestras oraciones. De hecho, el modelo de oración que Jesús nos enseñó anteriormente en este sermón, es una expresión del deseo por la santidad y por que se haga la voluntad de Dios.

Igualmente, la versión de Lucas de esta misma oración y promesa en estudio, termina con, “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lucas 11:13). Jesús no estaba pensando en artefactos lujosos cuando nos prometió “buenas dádivas”. En la mente de Jesús, el Espíritu Santo es una “buena dádiva”, porque el Espíritu Santo nos hace santos y nos ayuda a difundir el evangelio lo cual santifica a otra gente. Y los santos van al cielo.

Otras buenas dádivas corresponden a cosas que están dentro de la voluntad de Dios. Indiscutiblemente, Dios está más interesado en su voluntad y en su Reino, y por esto debemos esperar que aquellas oraciones que sirvan para aumentar nuestra utilidad en el Reino de Dios sean respondidas.

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Capítulo Ocho – El Sermón del Monte » Motivación a la Oración

No Odies a tus Enemigos, como lo Hacen los Escribas y Fariseos

(Don't Hate Your Enemies, as do the Scribes and Pharisees)

Finalmente, Jesús habló de un mandamiento dado por Dios, que los escribas y los fariseos habían alterado para acomodarlo a sus corazones llenos de odio.

“Oísteis que te fue dicho: “amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre los malos y buenos y llover sobre los justos e injustos. Si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:43-48).

En el Antiguo Testamento, Dios había dicho, “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18), pero los escribas y los fariseos, muy convenientemente, habían determinado que su prójimo era sólo la gente que les amaba. Todos los demás eran enemigos, y ya que Dios dijo que amáramos a nuestro prójimo, debería ser apropiado el odio a nuestros enemigos. Sin embargo, de acuerdo con Jesús, esta no era del todo la intención de Dios.

Jesús enseñaría después en la historia del buen samaritano que nosotros deberíamos considerar a cada persona como nuestro prójimo.[1] Dios quiere que amemos a todos, incluyendo a nuestros enemigos. Éste es el estatuto de Dios para sus hijos, un estatuto por el cual Él mismo vive. Él manda sol y lluvia para las cosechas, no solamente sobre la gente buena, sino también sobre la gente mala. Deberíamos seguir su ejemplo, mostrando compasión por aquellos que no la merecen. Cuando lo hacemos, esto muestra que somos “hijos de nuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:45). La gente que sinceramente ha nacido de nuevo, actuará como su padre.

El amor que Dios espera que mostremos a nuestros enemigos no es una emoción o una aprobación de su debilidad. Dios no nos está pidiendo que fomentemos buenos sentimientos por aquellos que se nos oponen. Él no espera que digamos algo que no es verdad, que nuestros enemigos son realmente personas maravillosas. Pero Él espera de nosotros que tengamos misericordia hacia ellos y que tomemos acción intencionada hacia ese fin, al menos saludándolos y orando por ellos.

Note que una vez más Jesús está afirmando su tema principal, sólo los santos heredarán el reino de Dios. Él dijo a sus discípulos que si solamente amaban a aquellos que los amaban, ellos no eran mejores que los gentiles paganos y los recolectores de impuestos, dos clases de personas que los judíos considerarían como herederos del infierno. Era otra forma de decir que, aquellos que únicamente amaban a quienes les amaban a ellos, irían al infierno


[1] Fue un maestro judío de la ley, quien deseando justificarse a sí mismo, le preguntó a Jesús esto, “¿Quién es mi prójimo? De seguro, él ya tenía la respuesta correcta. Jesús le contestó con la historia del samaritano, un miembro de una raza odiada por los judíos, pero que probó ser el prójimo de un judío maltratado y robado (ver Lucas 10:25-37).