El sermón de salvación más grande de Jesús

Hace unos dos mil años, el Hijo de Dios, quien aún vivía sobre la tierra en forma humana, habló a una multitud que se había juntado para oírle a un lado de una montaña a lo largo del Mar de Galilea. Hoy nos referimos a sus palabras como “El Sermón del Monte”.

Jesús fue el comunicador más grande que haya existido, y enseñaba a las personas a quienes Él consideraba campesinos sin educación. Por lo tanto, su enseñanza era simple y fácil de entender. Usó objetos de uso diario para ilustrar sus puntos de vista. Hoy, sin embargo, muchos piensan que necesitamos a personas con grados de doctorado para interpretar lo que Jesús dijo. Y desdichadamente la premisa básica de algunos de esos intérpretes es que Jesús no pudo haber querido decir lo que dijo. De ahí que hayan elaborado teorías complicadas para explicar lo que Jesús realmente dijo, teorías que aquellos campesinos que originalmente escucharon las enseñanzas ni siquiera imaginaron ni entenderían aunque alguien trate de explicarles. Por ejemplo, algunos “eruditos” bíblicos modernos quieren que nosotros creamos que las palabras de Jesús no tienen aplicación ni para su audiencia ni para los cristianos modernos, sino que sólo tendrán aplicación cuando estemos viviendo en su reino futuro. Que teoría tan sorprendente, a la luz del hecho de que, en su predicación cuando Jesús se dirigía a su audiencia, Él usó la palabra usted (no ellos) en este corto sermón más de cien veces. Estos “eruditos bíblicos” hacen de Jesús un mentiroso.

Déjenme también señalar que el sermón de Jesús fue dirigido, no sólo a sus discípulos más cercanos, sino también a las multitudes que se habían juntado para escucharle (ver Mt. 7:28). Y tienen aplicación directa para todo ser humano desde entonces, como lo revela una honesta leída del sermón.

El propósito de este capítulo y del siguiente es estudiar el Sermón del Monte de Jesús. Descubrimos que es un mensaje de salvación, santidad y de relación entre ambas. Es un sermón que repetidamente advierte sobre el antinomianismo. Sin descuidar a las personas pobres pero espiritualmente hambrientas que se juntaban a escucharle, Jesús quería que entendieran lo más importante—cómo podían heredar el reino de los cielos. Se requiere de nosotros que también pongamos atención a lo que Él dijo. Este es aquel de quien Moisés escribió: “El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí, a él oiréis en todas las cosas que os hable; y toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo” (Hechos 3:22-23).

En la primera sección del sermón de Jesús, la que se denomina las Bienaventuranzas, Jesús prometió bendiciones específicas a personas que muestran ciertos rasgos de carácter. Se presentan muchos rasgos del carácter y se prometen muchas bendiciones. Los lectores casuales a menudo leen las Bienaventuranzas como alguien que suele leer el horóscopo, pensando que solamente una de ellas calza bien a cada persona. Pero al hacer una lectura más cuidadosa, nos damos cuenta que Jesús no estaba haciendo listas de diferentes tipos de personas que recibirían cierto tipo de bendiciones, sino que cierto tipo de persona recibiría una bendición completa al heredar el reino de Dios. No existe otra manera de interpretar correctamente sus palabras.

Leamos los primeros doce versículos del Sermón del Monte:

Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo:

Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.

Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.

Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros (Mt. 5:1-12).

Las bendiciones y los rasgos del carácter

Primeramente, consideremos todas las bendiciones prometidas. Los bienaventurados (1)heredarán el reino de los cielos, (2) recibirán consuelo, (3) heredarán la tierra, (4) serán saciados de justicia, (5) recibirán misericordia, (6) verán a Dios, (7) serán llamados hijos de Dios, (8) heredarán el reino de los cielos (una repetición de la # 1) en donde ellos serán recompensados.

¿Quiere Jesús decirnos que sólo los pobres en espíritu y aquellos que han sido perseguidos por la justicia heredarán el reino de Dios? ¿Acaso sólo los puros de corazón verán a Dios y sólo los pacificadores serán llamados hijos de Dios, pero ninguno de ellos heredará el reino de Dios? ¿No recibirán los pacificadores la misericordia y los misericordiosos no serán llamados hijos de Dios? Definitivamente ese no fue el mensaje de Jesús.

Ahora consideremos los diferentes rasgos que Jesús describió: (1) pobres en espíritu, (2) que lloran, (3) los mansos, (4) hambrientos de justicia, (5) misericordiosos, (6) puros de corazón, (7) pacificadores, y (8) perseguidos.

¿Quiere decir Jesús que una persona puede ser pura de corazón sin ser misericordiosa? ¿Puede alguien ser perseguido por causa de la justicia sin tener hambre y sed de justicia? Categóricamente no.

Por lo tanto, es más seguro concluir que las muchas bendiciones prometidas son las multiformes bendiciones de una gran bendición—heredar el reino de Dios. Los muchos rasgos del carácter de los bienaventurados son las multiformes características compartidas por todos los bienaventurados.

Claramente, las Bienaventuranzas describen los rasgos del carácter de los auténticos seguidores de Jesús. Al enumerar esos rasgos, Jesús alentó a sus seguidores con promesas de las multiformes bendiciones de la salvación. Los bienaventurados son gente salva, así vemos que Jesús lo que hacía era describir las particularidades de las personas que irían al cielo. Aquellos que no encajan en la descripción de Jesús no son bienaventurados y no heredarán el reino de los cielos. Entonces es correcto que nos preguntemos si encajamos en dicha descripción. Este es un sermón acerca de la salvación, la santidad y la relación entre ambas.

Los rasgos del carácter de los bienaventurados

Las ocho características que Jesús enumeró acerca de los bienaventurados están abiertas a cierta variación de una interpretación inteligente. Por ejemplo, ¿qué hay de virtuoso en ser pobre en espíritu? Tiendo a pensar que Jesús estaba describiendo el primer rasgo necesario que una persona debe poseer si va a ser salvo—se da cuenta de su pobreza espiritual. Antes de ser salvos, debemos ver primeramente la necesidad que tenemos de un Salvador.

Esta primera característica elimina la autosuficiencia y cualquier inclinación a pensar que la salvación es por méritos. La persona realmente bienaventurada es aquella que se da cuenta que no tiene nada que ofrecer a Dios, que su propia justicia es “trapo de inmundicia” (Is. 64:6). Él se ve a sí mismo en compañía de aquellos que están “sin Cristo….sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Ef. 2:12).

Jesús no quería que nadie pensara que por su propio esfuerzo cumpliría los estándares que iba a enumerar. No, las personas son bendecidas, esto es, bendecidas por Dios si poseen las características de los bienaventurados. Todo brota de la gracia de Dios. Los bienaventurados a los que se refería Jesús son bendecidos no sólo por lo que les espera en el cielo, sino también por la obra que Dios ha hecho en sus vidas en la tierra. Cuando veo los rasgos de los bienaventurados en mi vida, me debe recordar no lo que yo haya hecho, sino lo que Dios ha hecho en mí por su gracia.

Si la primera característica está en primer lugar es porque quizá sea el primer rasgo necesario de los que van camino al cielo. Así también la segunda está ahí con un significado: “Bienaventurados los que lloran” (Mt. 5:4). ¿Podría Jesús estar describiendo el arrepentimiento de corazón al igual que el remordimiento? Pienso que sí, ya que la Escritura es clara al expresar que el dolor divino resulta del arrepentimiento necesario para la salvación (ver 2 Co. 7:10). El recaudador de impuestos afligido que con humildad bajaba su cabeza en el Templo, golpeando su pecho y pidiendo la misericordia de Dios, era un bienaventurado. A diferencia del orgulloso fariseo que también oraba en el Templo, el recaudador de impuestos salió del templo justificado, perdonado de sus pecados (ver Lucas 18:9-14).

Si Jesús no estaba hablando del dolor inicial de una persona arrepentida que acaba de venir a Jesús, entonces tal vez describía el dolor de todos los verdaderos cristianos cuando continuamente enfrentan al mundo que está en rebelión contra Dios y que los ama. Pablo lo expresó como “que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón” (Ro. 9:2).

La tercera característica, mansedumbre, también está en la Escritura como uno de los frutos del Espíritu (ver Ga. 5:22-23). La mansedumbre no es un atributo auto generado. Aquellos que han recibido la gracia divina y en quienes habita el Santo Espíritu son también bendecidos para ser mansos. A los “cristianos” rudos y violentos, ¡cuidado! No estarán entre aquellos que hereden la tierra.. Más bien irán camino al infierno, pues no están entre los bienaventurados.

Hambrientos de justicia

La cuarta característica, hambrientos y sedientos de justicia, describe el deseo interno dado por Dios que todo verdadero nacido de Dios posee. Siente dolor por la injusticia en el mundo y en sí mismo. Él odia el pecado (ver Sal. 97:10, 119:128, 163) y ama la justicia.

Muy a menudo, cuando leemos la palabra justicia en la Escritura, inmediatamente se traduce como “la justicia legal imputada a nosotros por Cristo”, pero eso no es lo único que la palabra quiere decir. Con mucha frecuencia quiere decir, “la cualidad de vivir correctamente bajo los estándares de Dios”. Ese es ciertamente el significado que Jesús quiso ponerle aquí, ya que no hay razón para que un cristiano tenga hambre por lo que ya tiene. Ya tiene una justicia imputada. Aquellos que han nacido del Espíritu anhelan vivir justamente, y tienen seguridad de que un día “serán saciados” (Mt. 5:6), con certeza de que Dios, por su gracia, completará la obra que ha empezado en nosotros (ver Fil. 1:6).

Las palabras de Jesús también predicen el tiempo de los cielos nuevos y la tierra nueva, “en los cuales mora la justicia” (2 Pe. 3:13). Entonces no habrá pecado. Todos amarán a Dios con todo su corazón y a su prójimo como a ellos mismos. Nosotros que ahora tenemos hambre y sed de justicia seremos luego saciados. Finalmente nuestra oración será contestada, “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mt. 6:10).

La quinta característica, misericordia, es también natural en todo aquel que es nacido de nuevo, por la virtud de aquel Dios misericordioso que vive dentro de él. El que no es misericordioso no está bendecido por Dios y revela que no tiene parte con su gracia. El apóstol Santiago asevera que “juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia” (Santiago 2:13). Si usted se para ante Dios y recibe un juicio sin misericordia, ¿piensa usted que irá al cielo o al infierno?[1] La respuesta es predecible.

Una vez Jesús contó una historia de un siervo que había recibido gran misericordia de parte de su Señor, pero que luego no quiso extender esa misericordia a su consiervo. Cuando su Señor descubrió lo que había acontecido, “le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía” (Mt. 18:34). Aquella deuda que le había sido perdonada surgió de nuevo. Luego Jesús advirtió a sus discípulos, “Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” (Mt. 18:35). De nuevo, los que no hacen misericordia no recibirán misericordia de Dios. No se hayan dentro de los bienaventurados.

La sexta característica de aquellos que van camino al cielo es la pureza de corazón. A diferencia de muchos cristianos profesantes, los verdaderos seguidores de Cristo no son santos sólo en su apariencia. Por la gracia de Dios, sus corazones han sido purificados. Aman a Dios con todo su corazón y eso afecta sus reflexiones y sus motivaciones. Jesús promete que ellos verán a Dios.

De nuevo pregunto, ¿creeremos que hay cristianos verdaderos que no son puros de corazón y que no verán a Dios? ¿Dirá Dios a ellos, “pueden venir al cielo, pero no me verán jamás”? No, por supuesto que no. Todo aquel que ha de ir al cielo tiene un corazón puro.

Bienaventurados para ser pacificadores

Los pacificadores son los siguientes en la lista. Serán llamados hijos de Dios. De nuevo, Jesús debe haber estado describiendo a cada verdadero seguidor suyo, pues todo aquel que cree en Cristo, es hijo de Dios (ver Ga. 3:26).

Aquellos que son nacidos del Espíritu son pacificadores de por lo menos tres maneras:

Primeramente, han hecho las paces con Dios, alguien que fue su enemigo.

En segundo lugar, viven en paz con otros, tanto como sea posible sin desobedecer a Dios. No se caracterizan por disensiones o pleitos. Pablo escribió que aquellos que practican pleitos, celos, ira, contiendas, disensiones, herejías no heredarán el reino de Dios (ver Ga. 5:19-21). Los creyentes genuinos caminarán la milla extra para evitar una pelea y mantener la paz en sus relaciones. No dirán que están en paz con Dios si no están en paz con su hermano (ver Mt. 5:23-24; 1 Jn. 4:20).

En tercer lugar, al compartir el evangelio, los seguidores auténticos de Cristo también ayudan a otros a hacer las paces con Dios y con sus hermanos.

Finalmente, Dios llamó bienaventurados a aquellos que son perseguidos por causa de la justicia. De hecho, Él hablaba de personas que viven justamente. Ellos son los perseguidos por los no creyentes. Serán las personas que heredarán el reino de Dios.

¿De qué tipo de persecución hablaba Jesús? ¿Tortura? ¿Martirio? No. Él hablaba específicamente de ser insultado y ofendido por causa de Él. Esto significa que cuando una persona es verdaderamente cristiana, tal actitud es obvia ante los no creyentes, si no fura así, éstos no dirían nada de ella. ¿Cuántos llamados cristianos son difíciles de distinguir de los no creyentes de modo que nadie habla mal de ellos? En realidad no son cristianos del todo. Como dijo Jesús,“ !Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! Porque así hacían sus padres con los falsos profetas (Lucas 6:26). Cuando todo mundo habla bien de usted, eso es una señal de que usted es un creyente falso. El mundo tiene verdaderos cristianos (ver también Juan 15:18-21; Ga. 4:29; 2 Ti. 3:12; Juan 3:13-14). ¿Hay alguien que te odie? Este es un sermón de salvación, santidad y la relación entre ambas.

La sal y la luz

En los próximos versos, Jesús continuó describiendo a sus seguidores auténticos, los bienaventurados, comparándolos con la sal y la luz. Ambas tienen ciertas características claras. La sal sirve para salar y la luz brilla. Si la sal no sala, no es sal. Si la luz no brilla, no es luz.

Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte nos se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos (Mt. 5:13-16).

En el tiempo de Jesús, la sal se usaba primordialmente como preservante de carnes. Como seguidores obedientes de Jesús, nosotros somos los que preservamos este mundo para que no se eche a perder y se corrompa por completo. Pero si nos comportamos como el resto del mundo, no servimos para nada. Jesús advirtió a los bienaventurados a permanecer salados, preservando así sus características tan únicas. Deben permanecer diferentes al resto del mundo, o de lo contrario podrían llegar a ser “insípidos”, merecedores de ser “echados fuera y hollados”. Esta es una clara advertencia encontrada en el Nuevo Testamento en contra del peligro de caer dirigida a verdaderos creyentes. Si la sal es verdadera sal, es salada. Del mismo modo, los seguidores de Jesús actúan como tales, de otro modo, no son seguidores de Jesús, aunque antes lo hayan sido.

Los verdaderos creyentes en Cristo son también la luz del mundo. La luz siempre brilla. Si no brilla, no es luz. En esta analogía, la luz representa nuestras buenas obras (ver Mt. 5:16). Cristo indicó a sus seguidores que debían hacer buenas obras para que otros las vieran. Así podrían glorificar a su Padre celestial pues Él es la fuente de sus buenas obras.

Véase que Jesús no dijo que debíamos crear la luz, sino que debíamos dejar que la luz que está en nosotros brille para que otros la vean. Él no estaba exhortando a aquellos que no tienen buenas obras para que realicen algunas, sino exhortando a aquellos que tienen buenas obras para que no escondan la bondad de éstas. Los seguidores de Cristo son la luz del mundo. Son bienaventurados, por la gracia de Dios, para ser luz en la oscuridad.

La importancia de guardar los mandamientos de Dios

Ahora iniciamos un nuevo párrafo. Aquí, Jesús empezó a hablar acerca de la Ley y su relación con sus seguidores:

No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido. De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos. Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos (Mt. 5:17-20).

Si Jesús advirtió a su audiencia en contra de la idea de que Él aboliría la ley o los profetas, entonces con seguridad podemos concluir que por lo menos algunos de sus oyentes estaban pensando eso. El porqué estaban asumiendo eso, sólo podemos adivinarlo. Tal vez se debió a sus serias reprensiones contra los escribas legalistas y fariseos que tentaban a algunos a pensar que estaba aboliendo la ley y los profetas.

Sin importar cuál era la situación, Jesús claramente quería que todos, entonces y ahora, se dieran cuenta del error de tal suposición. Él era Dios, el divino inspirador de todo el Viejo Testamento, así que no iba a abolir todo lo que había dicho a través de Moisés y los profetas. Al contrario, cumpliría la ley y los profetas.

Exactamente ¿cómo podría él cumplir la ley y los profetas? Algunos piensan que Jesús hablaba sólo del cumplimiento de las predicciones mesiánicas. Aunque Jesús ciertamente cumplió (o aún lo hará) cada predicción mesiánica, eso no es totalmente lo que tenía en mente. Claramente, el contexto indica que hablaba de todo lo que estaba escrito en la ley y los profetas. “Ni una jota ni una tilde” (v. 18) pasaría de la ley y hasta el “mandamiento más pequeño” fue guardado (v. 19).

Otros suponen que Jesús quiso decir que cumpliría la ley al completar sus requisitos en nuestro lugar a través de su vida obediente y su muerte sacrificial. Pero esto, como también lo revela el contexto, no era lo que Él tenía en mente. En los versos siguientes, Jesús no menciona nada acerca de su vida o muerte como puntos de referencia para el cumplimiento de la ley. Más bien, en la siguiente oración, dice que la ley será válida al menos hasta que “el cielo y la tierra pasen” y “todo se haya cumplido”. Luego declara que la actitud de las personas hacia la ley afectará incluso su estatus en el cielo (v. 19), y que la gente debe obedecer la ley de una mejor manera que los escribas y fariseos, o no entrarán en el cielo (v. 20).

Definitivamente, además de cumplir las profecías mesiánicas y los tipos de sombras de la ley, Jesús también estaba pensando en que la gente guardara los mandamientos de la ley e hiciera lo que los profetas dijeron. En un sentido, Jesús cumpliría la ley al revelar la verdadera y original intención divina dentro de ésta, aprobándola y explicándola a la perfección y completando lo que faltaba en el entendimiento de ésta.[2] La palabra griega que se traduce como cumplir en el verso 17 es también traducida en el Nuevo Testamento como completar, terminar, y llevar a cabo a plenitud. Eso era lo que Jesús estaba a punto de hacer, en un texto posterior (cuatro oraciones después).

No, Jesús no vino a abolir la ley, sino a cumplirla. En cuanto a los mandamientos encontrados en la ley y los profetas, Jesús no pudo haber sido más claro. Él esperaba que todos los cumplieran. Eran tan importantes como siempre. De hecho, la manera en que una persona estime los mandamientos determinará cómo es estimada en el cielo “De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que lo haga y los enseñe, este será llamado grande en el reino de los cielos” (5:19).[3] Luego pasamos al versículo 20: “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”.

Vemos que ésta no es una idea nueva, sino una declaración final conectada con versículos previos por la conjunción porque. ¿Qué tan importante es guardar los mandamientos? ¡Se deben guardar mejor que los escribas y fariseos para entrar al reino de los cielos! De nuevo vemos que éste es un sermón de salvación y santidad y cómo se relacionan ambas.

¿De qué tipo de justicia hablaba Jesús?

Cuando Jesús dijo que nuestra justicia debía ser mayor que la de los escribas y fariseos, ¿acaso no estaba aludiendo a la justicia legal que sería imputada para nosotros como un regalo? No, no era así, por lo menos por dos buenas razones. En primer lugar, el contexto no encaja con esta interpretación. Antes y después de esta declaración (y a lo largo de todo el Sermón del Monte), Jesús hablaba de guardar los mandamientos, esto es, vivir justamente. La interpretación más natural de sus palabras es que debemos vivir más justamente que los escribas y fariseos.

En segundo lugar, si Jesús hablaba acerca de los imputados, la justicia legal que recibimos como regalo por creer en Él, ¿por qué entonces no lo señaló así? ¿Por qué diría algo que sería tan fácilmente malentendido por los campesinos mal educados a quienes se dirigía, quienes nunca hubieran adivinado que hablaba de justicia imputada?

Nuestro problema es que no queremos aceptar el claro significado del versículo, porque nos suena a legalismo. Pero nuestro problema real es que no entendemos la correlación inseparable entre justicia imputada y justicia práctica. Sin embargo, el apóstol Juan si la entendió. Él escribió: “Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo” (1 Jn. 3:7). Ni tampoco parecemos entender la correlación entre el nuevo nacimiento y la justicia práctica como lo hizo Juan: “todo el que hace justicia es nacido de él” (1 Jn. 2:29).

Jesús pudo haber añadido a su declaración del 5:20, “Y si ustedes se arrepienten, nacen verdaderamente de nuevo y reciben a través de una fe viva mi regalo de justicia, su justicia práctica ciertamente será mayor que la de los escribas y fariseos, entretanto que ustedes cooperan con el poder de mi Santo Espíritu que obra dentro de ustedes.

La justicia de los escribas y fariseos

La otra pregunta importante que naturalmente surge a raíz de la declaración de Jesús en el 5:20 es esta: ¿Qué tan justos (prácticamente hablando) eran los escribas y fariseos? La respuesta es, no mucho.

En otro tiempo, Jesús se refirió a ellos como “sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia” (Mt. 23:27). Esto es, aparentaban ser justos en su exterior, mas eran malvados en su interior. Hacían un noble trabajo para cumplir la letra de la ley, pero ignoraban el espíritu de ésta, a menudo excusándose por alterar o torcer los mandatos divinos.

Esta falla intrínseca en los escribas y fariseos, de hecho, era el foco principal de Jesús en mucho de lo que resta del Sermón del Monte. Vemos que citó un cierto número de los mandatos divinos bien conocidos, y luego de cada cita, revelaba la diferencia entre la letra y el espíritu de cada ley. Al hacer esto, repetidamente expuso la hipocresía de los escribas y fariseos, y revelaba sus verdaderas expectativas para sus discípulos.

Jesús inició cada ejemplo con las palabras, “oísteis que fue dicho”. Él hablaba a gente que quizá nunca había leído, sino sólo oído, los rollos del Viejo Testamento leídos por los escribas y fariseos en las sinagogas. Se puede decir que su audiencia había estado sentada escuchando doctrina falsa toda su vida, cuando oían a los escribas y fariseos comentar la palabra de Dios y, a la vez, observaban sus estilos de vida tan faltos de santidad.

El sexto mandamiento es el tema de su primer ejemplo:

Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás, y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego. Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo que no saldrás de allí hasta que pagues el último cuadrante (Mt. 5:21-26).

Los escribas y fariseos se enorgullecían de no ser asesinos. O sea, en realidad nunca mataron a nadie. En sus mentes, cumplían con el sexto mandamiento. Sin embargo, les hubiera encantado matar si no fuera prohibido, como lo revela el hecho de que hacían todo excepto asesinar a aquellos que odiaban. Jesús señaló algunas de sus conductas asesinas. De sus bocas salían palabras odiosas de desprecio contra aquellos con quienes estaban enojados. Estaban amargados en su interior, sin perdón ni deseo de reconciliación, involucrados en demandas, demandando o siendo demandados por sus acciones asesinas y egoístas.[4] Los escribas y los fariseos eran asesinos de corazón que únicamente se cuidaban de no cometer el hecho físico.

La persona verdaderamente justa, sin embargo, es muy diferente. Sus estándares son más altos. Sabe que Dios espera que ame a su hermano, y si su relación con su hermano no está bien, su relación con Dios no está bien. No practicará las rutinas de su religión, pretendiendo amar a Dios si odia a un hermano (ver Mt. 5:23-24). Como el apóstol Juan escribió más tarde, “Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Jn. 4:20).

Los escribas y fariseos pensaban que sólo por el acto mismo del asesinato podrían incurrir en culpa. Pero Jesús advirtió que la actitud de un asesino le hace merecedor del infierno. ¿Cuántos cristianos profesantes no se diferencian en nada de los escribas y fariseos, llenos de odio en vez de amor? Los cristianos genuinos son bienaventurados de Dios al grado de que Él pone su amor en ellos, haciéndoles amorosos (ver Ro. 5:5), todo por su gracia.

La definición de Dios del adulterio

El sétimo mandamiento era el tema del segundo ejemplo de Jesús acerca de cómo los escribas y fariseos guardaban la letra en tanto que desatendían el espíritu de la ley:

Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno (Mt. 5:27-30).

Primero, observe una vez más que éste es un sermón de salvación y santidad, y la relación entre ambas. Jesús advirtió acerca del infierno, y lo que se debe hacer para mantenerse lejos de éste.

Los escribas y fariseos no podían ignorar el sétimo mandamiento, así que lo cumplían externamente, permaneciendo fieles a sus esposas. Pero fantaseaban acerca de hacer el amor con otras mujeres. Mentalmente desvestían a las mujeres que miraban en el mercado. Eran adúlteros de corazón, y así transgredían el espíritu del sétimo mandamiento. ¿Cuántos cristianos profesantes no se diferencian de ellos?

Dios, por supuesto, desea que su pueblo sea completamente puro en lo sexual. Naturalmente, como ya se ha discutido antes en este libro, es pecado tener una relación sexual con la mujer de su vecino, y es igualmente pecaminoso soñar con tener una relación sexual con ella.

¿Había entre la audiencia de Jesús algunas personas contritas en su espíritu? Probablemente sí. ¿Qué debían hacer? Debían arrepentirse inmediatamente como Jesús lo dijo. Cualquiera que fuera el costo, aquellos lujuriosos no debían sentir más lujuria, pues los lujuriosos no van al cielo.

Por supuesto, ninguna persona razonable piensa que Jesús quiso decir que los lujuriosos debían sacarse el ojo o cortar su mano. Una persona lujuriosa que se saca un ojo sólo se convertiría en un lujurioso con un solo ojo. Jesús hablaba en forma solemne y dramática de la importancia de obedecer el espíritu del sétimo mandamiento. La eternidad dependía de ello.

¿Está arrepentido? Entonces “corte” con aquello que es la causa de su caída. Si es la televisión por cable, desconéctala. Si es la televisión regular, entonces deshágase de su televisor. Si es algo que ve cuando va a cierto lugar, no vaya más ahí. Si es una suscripción de una revista, cancélela. Si es la Internet, ¡sálgase de la línea! Nada de esto vale la pena si va a pasar su eternidad en el infierno.

El punto de vista de Dios sobre el divorcio

El siguiente ejemplo de Jesús está muy relacionado con el que acabamos de considerar, por lo cual probablemente se menciona seguido. Se debe considerar como una elaboración del punto anterior y no como un tema nuevo. El tema es, “Otra cosa que se hace y que es equivalente al adulterio”:

También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. Pero yo os digo que el que repudie a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio (Mt. 5:31-32).

Aquí tenemos otro ejemplo de cómo los escribas y fariseos guardaban la letra de la ley en tanto que rechazaban el espíritu de ésta.

Pensemos en un fariseo imaginario de los días de Jesús. Al frente de su casa vive una mujer muy atractiva que él desea. Él coquetea con ella cada día cuando la ve. Ella parece que también le corresponde, y su deseo por ella crece. A él le encantaría verla desnuda, y se la imagina regularmente en sus fantasías. ¡OH, si pudiera tenerla!

Pero él tiene un problema. Es casado y ella también lo es, y su religión prohíbe el adulterio. Él no desea romper el sétimo mandamiento (aunque en realidad ya lo ha roto cada vez que se comporta lujuriosamente). ¿Qué puede hacer?

¡Hay una solución! Si ambos se pudieran divorciar de sus actuales cónyuges, ¡él podría casarse con la amante de sus sueños! Pero, ¿es correcto obtener un divorcio? ¡Sí! Hay una escritura al respecto. Deuteronomio 24:1 habla acerca de darle a la esposa una carta de divorcio. El divorcio debe ser legal en ciertas circunstancias. Pero, ¿cuáles son esas circunstancias? Él lee con cuidado lo que Dios dice:

Cuando alguno tomare mujer y se casare con ella, si no le agradare por haber hallado en ella alguna cosa indecente, le escribirá carta de divorcio, y se la entregará en su mano, y la despedirá de su casa (Dt. 24:1).

¡Ajá! Él puede divorciarse de su mujer si encuentra algo indecente en ella. Bien, pues ya lo encontró. ¡Su mujer no es tan atractiva como la vecina del frente![5]

Entonces se divorcia de su mujer dentro del marco de la ley entregándole la carta de repudio (por cierto, se puede recoger una copia de la carta de repudio en el lobby de la oficina local del club de los fariseos), y rápidamente se casa con la mujer de sus fantasías, pues ella también se ha divorciado legalmente. Todo ocurre sin que sientan ni una onza de culpa pues los hechos se han dado dentro del marco de la ley divina.

Pero, por supuesto, Dios ve las cosas de otro modo. La “indecencia” de la cual Él hablaba en Deuteronomio 24:1-4 para un divorcio legal era algo muy inmoral, probablemente algo muy cercano al adulterio.[6] Es decir, un hombre podía divorciarse de su mujer si descubría que había sido promiscua antes o durante el matrimonio.

En la mente de Dios, el hombre imaginario que acabo de describir no se diferencia de un adúltero. Ha violado el sétimo mandamiento. De hecho, es más culpable que el adúltero promedio, pues es culpable de “doble adulterio”. ¿Qué les parece eso? Primero, ha cometido adulterio. Jesús luego dijo, “Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera” (Mt. 19:9).

En segundo lugar, porque la mujer que ha repudiado debe buscar a otro marido para sobrevivir, en la mente de Dios el fariseo ha hecho el equivalente a forzar a su esposa a tener sexo con otro hombre. Es así como él acarrea la culpa del “adulterio” de ella.[7] Jesús dijo, “Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere” (Mt. 5:32, énfasis del autor).

Jesús podría aun estar acusando a nuestro fariseo imaginario de “adulterio triple” si su declaración, “y el que se casa con la repudiada adultera” (Mt. 5:32), significa que Dios acusa al fariseo del “adulterio” del nuevo esposo de su anterior mujer.[8]

Éste era un asunto fuerte en los días de Jesús, como leemos en otro lugar en donde algunos fariseos le preguntaban, “¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?” (Mt. 19:3). Su pregunta revela lo que hay dentro de sus corazones. Definitivamente, por lo menos algunos de ellos querían creer que cualquier cosa era causa legal de divorcio. Debo agregar qué doloroso es cuando los cristianos toman estas mismas escrituras acerca del divorcio, las malinterpretan, y colocan pesadas trabas en los hijos de Dios. Jesús no hablaba de los cristianos que se divorciaron cuando aún eran pecadores, y que encuentran una compañera potencialmente maravillosa y que ama al Señor Jesús, y se casa con ella. Eso ni siquiera se acerca al concepto de adulterio. Y si eso fuera lo que Jesús quiso decir, tendríamos que cambiar el evangelio, pues no proveería perdón para todos los pecados de los transgresores. De ahora en adelante tendríamos que predicar, “Jesús murió por ti, y si te arrepientes y crees en Él, puedes obtener perdón de todos tus pecados. Sin embargo, si eres divorciado, asegúrate de no volver a casarte o de lo contrario estarías viviendo en adulterio, y la Biblia dice que los adúlteros irán al infierno. Además, si usted es divorciado y se ha casado de nuevo, antes de venir a Cristo debe cometer otro pecado y divorciarse de su actual cónyuge. Si no es así, usted continuaría viviendo en adulterio, y los adúlteros no van al cielo”.[9] ¿Es ese el mensaje del evangelio?

La cualidad de ser veraz

El tercer ejemplo de Jesús de la conducta inapropiada y de la aplicación equivocada de la Escritura que hacían los fariseos se relaciona con el mandamiento de Dios de decir la verdad. Los escribas y fariseos habían inventado una manera muy creativa de mentir. Aprendemos en Mateo 23:16-22 que ellos no creían necesario guardar sus votos si juraban por el templo, el altar, o el cielo. Sin embargo, si juraban por el oro del templo, la ofrenda sobre el altar, o por Dios en el cielo, estaban obligados a guardar su voto. Es un adulto equivalente a un niño estadounidense que piensa que está exento de decir la verdad en tanto que sus dedos estén cruzados.

Este aspecto de la hipocresía es lo que sigue en el sermón más famoso de Jesús:

Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello. Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede (Mt. 5:33-37).

El mandamiento original de Dios concerniente a los votos no decía nada de jurar por ninguna cosa. Dios sólo quería que su gente guardara su palabra. Cuando las personas tienen que hacer un juramento para convencer a otros a que crean en ellos, admiten algo abiertamente y a menudo mienten. Nuestra palabra debería ser buena, sin necesidad de juramentos. ¿Supera su justicia en esta área a aquella de los escribas y fariseos?

El pecado de la venganza

El siguiente aspecto en la lista de faltas que hizo Jesús era una distorsión farisaica de un versículo en el Viejo Testamento:

Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, vé con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses (Mt. 5:38-42).

La ley de Moisés declaraba que cuando una persona era encontrada culpable en la corte de herir a otra persona, su castigo debería ser equivalente al daño causado. Si había sacado un diente a alguien, en igualdad y justicia, su diente debería ser sacado. Este mandamiento fue dado para asegurar que la justicia iba a brillar en las cortes en casos de ofensas mayores. Sin embargo, una vez más, los escribas y fariseos lo habían distorsionado, convirtiéndolo en un mandamiento que hacía de tomar venganza una obligación santa. Aparentemente, habían adoptado una política de “cero tolerancia”, buscando venganza por las más pequeñas ofensas.

Dios, no obstante, siempre ha esperado más de su pueblo. La venganza es algo que Él prohíbe expresamente (ver Dt. 32:35). El Viejo Testamento enseñaba que el pueblo de Dios debería mostrarse bondadoso con sus enemigos (ver Ex. 23:4-5; Prov. 25:21-22). Jesús apoyó esta verdad al decirnos que volviéramos la otra mejilla y que fuéramos una milla extra cuando tratamos con gente mala. Cuando nos maltratan, Dios quiere que seamos misericordiosos, retornando bien por mal.

Pero, ¿acaso Jesús espera que las personas tomen mucha ventaja de nosotros, permitiéndoles arruinar nuestras vidas si así lo desean? ¿Está mal el llevar a un incrédulo a la corte, buscando justicia por un acto ilegal cometido contra nosotros? No. Jesús no hablaba de obtener justicia por ofensas mayores en la corte, sino acerca de obtener venganza por infracciones ordinarias e insignificantes. Nótese que Jesús no dijo que deberíamos ofrecer nuestro cuello para ser estrangulados a alguien que nos acaba de apuñalar la espalda. Él no dijo que entregáramos nuestra casa a alguien que demanda nuestro auto. Jesús simplemente nos estaba diciendo que mostráramos tolerancia y misericordia en un alto grado cuando diariamente encontramos ofensas insignificantes y los retos normales al tratar con gente egoísta. El no espera que nosotros “vayamos cien millas extra”, sino “ir la milla extra”. Él desea que seamos más amables de lo que la gente egoísta espera, y ser espléndidos con nuestro dinero, dando generosamente y prestando. Los fariseos y los escribas ni siquiera se acercaban a este estándar. ¿Sobrepasa su justicia a la de ellos en esta área?

No puedo resistirme a preguntar, ¿Porqué tantos cristianos profesantes se ofenden tan fácilmente? ¿Por qué se irritan tan rápidamente por las ofensas que son diez veces más pequeñas que el recibir un golpe en la mejilla? ¿Son estas personas salvas?

Amar a nuestros enemigos

Finalmente, Jesús señaló un mandamiento más dado por Dios que los escribas y fariseos habían alterado para acomodar sus odiosos corazones:

Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen así también los gentiles? Sed pues vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto (Mt. 5:43-48).

En el Viejo Testamento, Dios había dicho, “ama a tu enemigo” (Lv. 19:18), pero los escribas y fariseos habían asumido convenientemente que si Dios quería que ellos amaran a su prójimo, Él sin duda quiso decir que odiaran a sus enemigos. Era su obligación santa. De acuerdo con Jesús, sin embargo, eso no fue lo que Dios quiso decir, y eso no fue lo que dijo.

Jesús enseñaría luego en la historia del Buen Samaritano que deberíamos considerar a toda persona como nuestro prójimo. Dios quiere que amemos a todos, incluyendo a nuestros enemigos. Ese es el estándar de Dios para sus hijos, un modelo por el cual también Él vive. Él envía el sol y la lluvia que hacen crecer las cosechas para los buenos y para los malos. Deberíamos seguir su ejemplo, mostrando bondad para aquellos que no la merecen. Cuando lo hacemos, probamos que somos “hijos de[nuestro] Padre que está en los cielos” (Mt. 5:45). Los auténticos nacidos de nuevo actúan como su Padre.

El amor que Dios espera que mostremos a nuestros enemigos no es una emoción o una aprobación de los actos malvados. Dios no requiere de nosotros que tengamos sentimientos hermosos acerca de aquellos que se nos oponen. Él no espera que digamos cosas que no son ciertas, que nuestros enemigos en verdad son gente maravillosa. Pero sí espera que los amemos y que tomemos acción voluntaria hacia ese fin, por lo menos saludándolos y orando por ellos.

¿Y qué pasa con usted?

Ya usted se habrá dado cuenta que los escribas y fariseos no eran personas muy correctas. Tenían algún grado de justicia externa, pero, como muchos cristianos profesantes, eran odiosos, lujuriosos, egoístas, vengativos, sin misericordia, avaros, mentirosos tergiversadores de la Escritura. De acuerdo con Jesús, los verdaderos creyentes se caracterizan por ser gentiles, hambrientos de justicia, misericordiosos, puros de corazón, pacificadores, y perseguidos. Es así como esta parte del Sermón del Monte debería llenarle de seguridad de que usted sí ha nacido de nuevo, o llenarlo de terror porque usted se da cuenta de que no se diferencia en nada de aquellos a quienes Jesús condenó. Si usted está en la primera categoría, sepa que aún hay espacio para mejorar. La perfección es su objetivo porque es lo que Dios desea de usted, como lo dijo Jesús (ver Mt. 5:48; ver también Fil. 3:12-14).

Si usted está en la segunda categoría, usted puede arrepentirse y convertirse en un esclavo de Jesús creyendo en Él. Instantáneamente experimentará que es trasladado a la primera categoría por Dios y su gracia.


[1] Con sorpresa vemos que el siguiente verso en el libro de Santiago es, “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? (Santiago 2:14).

[2] Esto sería cierto en lo que a menudo se señala como “la ley ceremonial” al igual que “la ley moral”, aunque mucho de su mejor explicación en cuanto a la ley ceremonial sería dado por su Santo Espíritu a los apóstoles después de su resurrección. Ahora entendemos por qué no hay necesidad de sacrificar animales bajo el nuevo pacto, pues Jesús es el Cordero de Dios. Ni tampoco seguimos las leyes alimentarias del viejo pacto pues Jesús declaró que todos los alimentos son limpios (ver Marcos 7:19). No necesitamos la intercesión de un sumo sacerdote terrenal porque Jesús es ahora nuestro sumo sacerdote, y así por el estilo. A diferencia de la ley ceremonial, sin embargo, ninguna parte de la ley moral fue anulada o alterada por nada que Jesús hiciera o dijera, antes o después de su resurrección. Más bien, Jesús apoyó e interpretó la ley moral de Dios, como lo hicieron los apóstoles por la inspiración del Espíritu luego de su resurrección.

[3] Aunque las palabras de Jesús aquí son una fuerte motivación a no anular o a enseñar a otros a menospreciar algún mandamiento, incluyendo los más pequeños, sus palabras también ofrecen esperanza de que la población del cielo incluirá personas que han sido culpables precisamente de esto mismo.

[4] Es posible que Jesús estuviera insinuando que los escribas y fariseos, tan acomodados en las cortes, necesitaban darse cuenta que iban camino a la corte divina, y que estaban en franca desventaja al tener a Dios como “su oponente en la ley”. Así que les amonestaba para que se pusieran de acuerdo con su adversario fuera de la corte, o de lo contrario enfrentarían las consecuencias eternas.

[5] Este no es un ejemplo improbable. De acuerdo con el Rabí Hillel, quien tuvo la enseñanza más popular relacionada con el divorcio en los días de Jesús, un hombre podía divorciarse de su mujer si encontraba a alguna más atractiva, pues eso hacía que su esposa fuera “indecente” a sus ojos. El Rabí Hillel también enseñaba que un hombre podía divorciarse de su mujer si ponía demasiada sal en la comida, o si hablaba con otro hombre, o si no concebía un hijo varón para él.

[6] Bajo el Viejo Pacto, aquellos que cometían adulterio eran apedreados.

[7] Por supuesto, Dios no la culpa de su adulterio cuando ella vuelve a casarse; pues ella fue la víctima del pecado de su marido. Obviamente, las palabras de Jesús no cobran valor a menos que ella se vuelva a casar. De otro modo, no hay manera de culparla de adulterio.

[8] De nuevo, Dios no responsabilizará al nuevo marido del adulterio. Él está haciendo algo virtuoso, se casa y provee para una mujer divorciada. Sin embargo, si un hombre alienta a una mujer a que se divorcie de su marido de modo que él pueda casarse con ella, entonces sí sería culpable de adulterio, y probablemente, ese es el pecado al que Jesús se refería en este caso.

[9] Existen, por supuesto, otras situaciones que se pueden comentar. Por ejemplo, la mujer cristiana cuyo marido no salvo se divorcia de ella lo cual no la hace culpable de adulterio si ella se casa con un hombre cristiano.