El cristiano no comprometido

 

Un joven discípulo comunista, recientemente salido de la cárcel, le escribió a su novia para romper su compromiso:

Los comunistas tenemos una alta tasa de víctimas. Somos a los que se les dispara, se les cuelga, se les ridiculiza, se nos despide del trabajo y en toda forma posible se nos molesta. Un cierto porcentaje de nosotros es asesinado o hecho prisionero. Vivimos virtualmente en gran pobreza. Devolvemos al partido hasta el último centavo más allá de lo que es necesario para mantenernos vivos. Nosotros los comunistas no tenemos el dinero o el tiempo para ir al cine, o a conciertos, o para carnes finas, o casas decentes, o carros nuevos. Hemos sido descritos como fanáticos. Somos fanáticos. Nuestras vidas son dominadas por un gran factor ensonmbrecedor: La lucha por el comunismo mundial. Nosotros los comunistas tenemos una filosofía de la vida que ningún dinero puede comprar. Tenemos una causa por la cual luchar, un propósito definido en la vida. Nuestras insignificantes personalidades están subordinadas al gran movimiento de la humanidad; y si nuestras vidas personales parecen duras o nuestros egos parecen sufrir a través de la subordinación al partido, entonces somos compensados adecuadamente por el pensamiento de que cada uno de nosotros a su manera contribuye con algo nuevo, verdadero y mejor para la humanidad.

Existe una cosa sobre la cual hablo con mucha seriedad, y esa es la causa comunista. Es mi vida, mi negocio, mi religión, mi hobby, mi amor, mi esposa y mi amante, mi respirar y mi carne. Trabajo en ello durante el día y sueño con ello en la noche. Su dominio en mí crece, no disminuye con el pasar del tiempo; por lo tanto, no puedo cultivar una amistad, un amor, o aun una conversación sin relacionarlo con esta fuerza que opera en mi vida. Evalúo las personas, los libros, las ideas de acuerdo con la manera en que éstas afectan la causa comunista, y por su actitud hacia ésta. Ya he estado en la cárcel por mis ideas, y si fuese necesario, estoy listo para enfrentar un pelotón de fusilamiento.

Aunque engañado y mal guiado, este joven discípulo comunista poseía lo que le falta a tantos cristianos profesantes: compromiso. Podemos mover nuestras cabezas expresando lástima por la creencia errónea de este joven, pero había coherencia entre su pensar y sus acciones, algo que no siempre se puede decir que exista en aquellos que se dicen ser seguidores de Cristo.

La verdadera fe siempre se manifiesta a través de los hechos. Hay una inseparable correlación entre la creencia y la conducta. Como lo expresara Martín Lutero en su comentario al prefacio del libro de Romanos, “Indiscutiblemente, es tan imposible, separar las obras de la fe, como lo es separar el calor y la luz del fuego”.[1]

¿Cómo sabe usted si una persona cree en lo que usted le dice? Si esa persona actúa tal y como si le creyera. Si usted le dice que una araña venenosa está subiendo por su pierna, y la persona sonríe y continúa su conversación con usted, puede estar seguro que no le creyó. Del mismo modo, aquel que cree en Jesús actúa en concordancia con lo que Él dice . Su fe se hace evidente por su obediencia.

Aunque muchos cristianos profesantes dicen creer que Jesús es el Hijo de Dios, es indudable que sus acciones revelan lo contrario. Como Pablo escribió, “Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra” (Tit. 1:16).

Jesús presidente

Imagínese que usted labora para una gran compañía multinacional. Un día, mientras usted trabaja en su estación, un hombre bien vestido, a quien no has visto antes, entra por una puerta en el otro lado de la oficina. Él camina hacia su escritorio y dice, “Sr. Smith, soy el presidente de esta compañía. ¡Limpie su escritorio inmediatamente!” ¿Qué haría usted? Todo depende, por supuesto, si usted cree que esa persona es quien dice que es. El presidente muestra más autoridad que el resto de la gente de la compañía. Él es aquel, sobre cualquier otro en la compañía a quien usted no desagradaría. Así que si usted cree que él es el presidente, le obedecerá de inmediato. Si usted no obedece, eso indica que usted no cree que él sea el presidente.

La analogía es obvia. Si creemos en Jesús nos sometemos a Él. Somos salvos por la fe en Jesús, pero nuestra fe debe ser una fe que se somete, de otro modo no sería fe del todo. Por esto Pablo menciona dos veces en su epístola a los Romanos “la obediencia a la fe” (ver Romanos 1:5, 16:26). Todo el objetivo de su ministerio era introducir el concepto de “obediencia a la fe” entre los gentiles (ver Romanos 1:5).

“Su analogía tiene una falla” pueden argumentar algunos, “porque Jesús no es como el presidente de una compañía a quien haya que temer”.

Tal objeción revela el verdadero corazón del problema. Si la analogía del presidente de la compañía tiene una falla, es porque Jesús es mucho más que un simple presidente. Es el creador de todos, el Juez de vivos y muertos. Posee un nombre sobre todo nombre.

Pero en las mentes de tantos cristianos profesantes, Jesús es el Salvador pero no el Señor. Es un vecino amigable, no la cabeza de la iglesia. Posee todo el amor pero no toda la autoridad en el cielo y en la tierra. Es nuestro mejor compañero y no el Rey de Reyes. Es un amigo alegre, pero no aquel ante cuya presencia se doblará toda rodilla. Es bueno, pero no es Dios. En realidad, sin embargo, tal Jesús no existe, y los que están convencidos de ello se convierten en los peores idólatras—pues han inventado un dios de su propia imaginación.

El apóstol Santiago repetidamente advirtió en contra de una fe que no es manifestada por medio de las obras de obediencia:

Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos….Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana….Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? (Santiago 1.22, 26; 2:14, énfasis del autor).

Santiago no pudo haberse expresado más claramente. La fe sin obras no nos puede salvar. Lo que creemos se revela a través de nuestras palabras y de nuestros hechos. Más aún, es posible engañar nuestros propios corazones en este asunto y poseer así una religión sin ningún valor.

Santiago continúa:

Pero alguno dirá: Tu tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. Tu crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen y tiemblan. ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?…Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe….Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta (Santiago 2:18-20, 24, 26, énfasis del autor).

Santiago señala que aun los demonios poseen cierto grado de fe,[2] y su fe se manifiesta por sus acciones: ellos tiemblan de temor. Sin embargo, ¿cuántos creyentes profesantes demuestran menos fe que los demonios, al no demostrar temor de Dios?[3]

Jesús llamó a los no creyentes a la fe obediente

Observe que Santiago desafía a todos a mostrar su fe sin obras (ver 2:18). Las obras no pueden ser arrancadas de la fe verdadera. Es por eso que la fe realmente salvadora siempre empieza con arrepentimiento. Y es por eso precisamente que las llamadas de Jesús a la salvación eran llamadas a la entrega y a la obediencia. Jesús llamó a la gente a una fe obediente, y para la decepción de muchos que divorcian las obras de la fe, Jesús a menudo no dijo nada acerca de la fe cuando hacía un llamado a la salvación. Sus verdaderos seguidores mostraban su fe por sus obras.

Vemos con asombro que el llamado de Jesús a un compromiso valioso es a menudo descaradamente ignorado por los cristianos profesantes. O, si ponen atención, lo explican como un llamado a una relación más profunda dirigida a aquellos que ya han recibido la gracia salvadora de Dios y no a los no creyentes. Sin embargo, tristemente, muchos de estos “creyentes” que dicen que el llamado de Jesús es para los salvos no respetan esta interpretación. En sus mentes tienen la opción de no responder en obediencia, y nunca lo hacen.

¿Los primeros pasos o un caminar más profundo?

Consideremos una de las invitaciones de Jesús a la salvación que se interpreta más como un llamado a un caminar más profundo por los cristianos profesantes:

Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará. Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles (Marcos 8:34-38).

¿Es esta una invitación a la salvación dirigida a no creyentes o una invitación a una relación más comprometida dirigida a creyentes? Si nuestra lectura es honesta, la respuesta se hace clara:

Primeramente, nótese que la multitud a la que Jesús se estaba dirigiendo consistía de “la gente” y los discípulos (v. 34). Claramente, “la gente” no incluía a los discípulos. Ellos, de hecho, fueron “emplazados” por Jesús a escuchar lo que Él iba a decir. Jesús quería que todos, seguidores y buscadores entendieran la verdad que estaba a punto de enseñar. Nótese también que empezó diciendo, “Si alguno” (v. 34, énfasis del autor). Sus palabras aplican a cualquiera y a todos por igual.

Conforme continuamos leyendo, se hace más claro a quiénes se estaba dirigiendo Jesús. Específicamente, sus palabras eran dirigidas a cada persona que deseaba (1) “seguirle”, (2) “salvar su vida”, (3) no “peder su alma”, (4) estar entre aquellos de los que Jesús no se avergonzara cuando “viniera en la gloria de su Padre con los santos ángeles”. Todas estas expresiones indican que Jesús estaba describiendo a personas que deseaban ser salvas. ¿Acaso podremos creer que hay personas anhelosas del cielo que no quieran “seguir” a Jesús y “salvar su vida”? ¿Podremos acaso pensar que hay creyentes que “perderán sus almas”, se avergonzarán de Jesús y de sus palabras, y de los cuales Jesús se avergonzará cuando retorne? Obviamente, Jesús estaba hablando de ganar la salvación eterna en este pasaje de la Escritura.

Observe que cada una de las últimas cuatro oraciones en este pasaje de cinco oraciones empieza con la palabra “porque”. Es así como cada oración ayuda a explicar y a ampliar la oración anterior. Ninguna oración en este pasaje debería ser interpretada sin considerar cómo es explicada por las otras. Consideremos las palabras de Jesús oración por oración teniendo esto en mente.

Oración # 1

Y si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame (Marcos 8:34).

Note de nuevo que las palabras de Jesús se dirigían a cualquiera que deseaba seguirle, a cualquiera que deseaba ser su seguidor. Esta es la única relación que Jesús inicialmente ofrece—ser su seguidor.

Muchos anhelan ser sus amigos sin ser sus seguidores, pero tal opción no existe. Jesús no consideraba a nadie como amigo a menos que le obedeciera. Una vez dijo, “vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Juan 15:14).

Muchos aspiran a ser sus hermanos sin ser sus seguidores, de nuevo, Jesús no permitió esa opción. Jesús no consideraba a nadie como su hermano a menos que le fuera obediente: “Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre” (Mt. 12:50, énfasis del autor).

Muchos desean unirse con Jesús en el cielo sin ser sus seguidores, pero Jesús señaló la imposibilidad de tal hecho. Solamente aquellos que obedecen irán al cielo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 7:21).

En la oración en estudio, Jesús informó a aquellos que deseaban ser sus seguidores que no podían seguirle a menos que se negaran a sí mismos. Deben estar dispuestos a poner sus deseos a un lado, subordinándose a su voluntad. La auto negación y la sumisión son la esencia de seguir a Jesús. Esto es lo que significa “tomar su cruz”.

Oración # 2

La segunda oración de Jesús hace que el significado de su primera oración sea aún más claro:

Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará (Marcos 8:35).

Una vez más podemos observar que la oración inicia con la palabra “porque”, relacionándose así con la primera oración, agregando una aclaración. Aquí Jesús contrasta a dos personas, las mismas dos personas descritas en la primera oración—aquel que se negaría a sí mismo, tomaría su cruz para seguirle y aquel que no lo haría. Ahora el contraste está entre aquel que perdería su vida por Cristo y la causa del evangelio y aquel que no lo haría. Si buscamos una relación entre ambos, debemos concluir que aquél descrito en la primera oración que no estaba dispuesto a negarse a sí mismo corresponde al que en la segunda oración deseaba salvar su vida pero que la perdería de todos modos. Y aquél en la primera oración que sí estaba dispuesto a negarse a sí mismo corresponde al de la segunda oración que pierde su vida pero que al final la gana.

Jesús no hablaba de perder o salvar la vida física. Las oraciones siguientes en este pasaje indican que Jesús tenía en mente más bien pérdidas y ganancias eternas. Una expresión similar de Jesús registrada en Juan 12:25 dice, “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará” (énfasis del autor)

La persona en la primera oración que no deseaba negarse a sí mismo era la misma persona en la segunda oración que deseaba salvar su vida. De este modo, podemos concluir que el “salvar su vida” significa “salvar sus propios intereses para su vida”. Esto se hace más claro cuando consideramos a la persona contrastada que “pierde su vida por Cristo y la causa del evangelio”. Éste es el que se niega a sí mismo, toma su cruz, renuncia a sus intereses personales, ahora deseoso de vivir para transmitir el evangelio y los intereses de Cristo. Éste es el que “salvará su vida”. La persona que busca complacer a Cristo más bien que a sí misma se hallará feliz en el cielo, mas la que se complace a sí misma se hallará en la miseria del infierno, habiendo perdido toda la libertad para seguir sus propios intereses.

Oraciones # 3 y 4

Ahora las oraciones tres y cuatro:

Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?(Marcos 8:36-37).

En estas oraciones se enfatiza a la persona que no se negaría a sí misma. Es también aquella que desea salvar su vida pero al final la pierde. Ahora aparece como aquella que persigue lo que el mundo ofrece y que en última instancia “pierde su alma”. Jesús expone la necedad de tal persona comparando el valor del mundo entero con el valor del alma. Por supuesto, no hay comparación. Una persona, teóricamente, puede adquirir todo lo que el mundo tiene que ofrecer, pero, si la última consecuencia de ello es pasar la eternidad en el infierno, ha cometido el más grave de todos los errores.

Del contenido de las oraciones 3 y 4 obtenemos conocimiento de lo que impide que la gente tome la decisión de seguir a Cristo. Es su búsqueda por la auto gratificación, ofrecida por el mundo. Motivados por el amor a sí mismos, aquellos que se niegan a seguir a Cristo encuentran placeres pecaminosos, de los cuales los verdaderos seguidores de Cristo escapan por amor y obediencia a Él. Aquellos que tratan de ganar todo lo que el mundo ofrece, persiguen riquezas, poder y prestigio, en tanto que los verdaderos seguidores de Cristo buscan primero su reino y su justicia. Cualquier riqueza, poder o prestigio ganado por ellos se considera como mayordomía de Dios para ser usada sin egoísmo y para la gloria de Él.

Oración # 5

Finalmente llegamos a la quinta oración en el pasaje bajo estudio. Nótese de nuevo que esta oración se relaciona con las otras por su palabra inicial, porque

Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles (Marcos 8:38).

Una vez más la persona es aquella que no se niega a sí misma, sino que desea seguir sus propios intereses, persiguiendo lo que el mundo le ofrece, y que en última instancia pierde su vida y su alma. Ahora se caracteriza por ser alguien que se avergüenza de Cristo y de sus palabras. Su vergüenza sale de su incredulidad. Si hubiera creído que Jesús era el Hijo de Dios, no se hubiera avergonzado de Él o de sus palabras. Pero es miembro de una “generación adúltera y pecadora”, y Jesús se avergonzará de él cuando retorne. Claramente, Jesús no estaba describiendo a alguien que fuera salvo.

Y ¿cuál es la conclusión de todo esto? El pasaje completo no puede considerarse como un llamado a una vida más comprometida dirigido a aquellos que ya van camino al cielo. Es naturalmente una revelación de la salvación al compararse a aquellos que son realmente salvos con aquellos que no lo son. En ningún momento dijo Jesús nada referente a la fe o a creer, aunque la razón completa por la que una persona se resistiría a negarse a sí misma, al continuar persiguiendo lo que el mundo ofrece en rebelión pecadora contra Cristo, es porque realmente no cree en Cristo. El fruto de la incredulidad es la desobediencia. Jesús no estaba proclamando la salvación por medio de las obras, sino una salvación que producía buenas obras, nacidas de una fe sincera. Por su definición, no existe tal cosa como un “cristiano no comprometido”.

Bautismo al estilo de Nepal

El llamado a la salvación es un llamado al compromiso con Cristo. En muchas naciones del mundo, en donde la persecución es común, esto es automáticamente comprendido por los nuevos creyentes. Saben que al seguir a Cristo, habrá un precio que pagar.

Sundar Thapa, un cristiano nepalés que ha fundado unas cien iglesias en su nación budista, compartió conmigo las ocho preguntas que él le hace a cada nuevo convertido antes de ser bautizado. Estas son:

1) ¿Estás dispuesto a ser forzado a dejar tu casa y tus padres?

2) ¿Estás dispuesto a perder la herencia de tu padre?

3) ¿Estás dispuesto a dejar tu trabajo si la gente se entera de que eres cristiano?

4) ¿Estás dispuesto a ir a la cárcel?

5) ¿Estás dispuesto a ser golpeado y torturado por la policía?

6) ¿Estás dispuesto a morir por la causa de Cristo si fuere necesario?

7) ¿Estás dispuesto a compartir de Cristo con otros?

8) ¿Estás dispuesto a traer el diezmo y la ofrenda a la casa del Señor?

Si el nuevo convertido contesta afirmativamente a todas las ocho preguntas, entonces él procede a firmar una declaración como registro de sus respuestas, y luego es bautizado. ¿Cuántos de nosotros seríamos considerados cristianos en Nepal? Más aún, ¿cuántos de nosotros seremos considerados cristianos ante Jesús?

“Creyentes” que no son discípulos

Tal vez el mejor ejemplo de una interpretación equivocada de las invitaciones a la salvación hechas por Jesús como llamados a un “caminar más profundo” es la moderna clasificación teológica que hace una distinción entre cristianos verdaderos y discípulos. Muchos en las iglesias están convencidos de que se puede ser creyente en Cristo e ir al cielo sin ser su discípulo. El nivel de compromiso que Jesús requiere para ser clasificado como su discípulo es tan alto que muchos cristianos profesantes deben admitir de inmediato que ellos no dan la talla. Pero no se preocupan, porque en sus mentes el paso hacia el discipulado es opcional. Sin entender la naturaleza de una fe que salva, concluyen que llegar a ser discípulo no es sinónimo de llegar a ser cristiano, porque hay un precio en llegar a ser discípulo, en tanto que la salvación es gratuita.

Pero tal interpretación tiene fallas profundas. Un examen honesto del Nuevo Testamento revela que los discípulos no eran los creyentes más altamente comprometidos—eran los únicos verdaderos creyentes. En la iglesia primitiva, la distinción moderna de “creyentes” y “discípulos” no existía. Todo aquel que creía en Jesús era su discípulo. De hecho, “los discípulos fueron primeramente llamados cristianos en Antioquia” (Hechos 11:26, énfasis del autor).

Creer en Jesús significaba seguirle obedientemente, y todavía es igual. La salvación es ciertamente un regalo no merecido, es más bien un regalo que se puede recibir por una fe viviente. El compromiso que surge de tal fe no es meritorio; más bien es para darle validez. La gracia que nos perdona también nos transforma.

Requisitos de Jesús para el discipulado

Examinemos los requisitos que Jesús enumeró para que alguien pueda llegar a ser su discípulo y, como nosotros lo hacemos, considere si la Escritura enseña que todos los creyentes auténticos son discípulos.

Leemos en Lucas 14:25 que “grandes multitudes iban con él”. Jesús, sin embargo, no estaba satisfecho. Las grandes multitudes de fanáticos de buen tiempo no le impresionaban. Él quería compromiso sin reservas y de todo corazón. Él esperaba la más alta alianza y devoción.

Entonces Él les dijo,

Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo (Lucas 14:26).

Ningún intérprete inteligente de la Escritura argumentaría que Jesús quiso decir literalmente que debíamos odiar a las personas más amadas en nuestra vida. Jesús estaba indiscutiblemente usando una figura literaria llamada hipérbole, esto es, una exageración para enfatizar. Él más bien quiso decir que nuestro amor por nuestros amados podría parecer odio comparado con el amor que debíamos tener por Él. Él debe ser el objeto supremo de nuestro afecto. Sus discípulos deben amarle más que a cualquier otra persona, incluyendo a nosotros mismos.

Jesús continuó: “Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:27).

De nuevo, sus palabras no se pueden tomar en forma literal. Él no espera que sus discípulos vayan a todo lugar cargando una cruz de madera. Llevar una cruz debe tener un sentido simbólico. Tal significado no es explícito pero sin duda no se refiere a algo agradable o fácil. Lo que Jesús tenía en mente era, al menos, una auto negación de compromiso.Nótese también que este segundo requisito de llevar su cruz es exactamente lo que Jesús demandaba de todo aquel que lo quería seguir, como aprendimos en nuestro estudio anterior en este capítulo de Marcos 8:34-38. En esa porción de la Escritura, sin duda, Jesús estaba estableciendo los requisitos para la salvación, al ofrecer evidencia clara de que los requisitos para la salvación y el discipulado son los mismos.

Mientras Jesús continuaba con su discurso sobre el discipulado, exhortaba a su audiencia para que evaluara el costo antes de decidirse a ser sus discípulos:

Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después de que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar. ¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide condiciones de paz (Lucas 14:28-32).

¿A quién se le ocurre argumentar que no hay costo en llegar a ser un discípulo de Cristo a la luz de tales palabras?

Jesús concluyó: “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:33). Para ser discípulo de Jesús, debemos renunciar a nuestras posesiones y ponerlas bajo su control. Somos administradores de lo que ahora le pertenece a Él, y nuestra riqueza material será usada para sus propósitos. Si no fuera así no seríamos sus discípulos.

Claramente, Jesús quería comunicar que llegar a ser su discípulo era un compromiso costoso. Él debe ser lo primero en nuestras vidas y le debemos amar más que a nuestras propias vidas, a nuestros seres queridos, y a nuestras riquezas materiales.

Otro requisito

En otra ocasión, Jesús explicaba lo que significaba ser su discípulo. Cuando Él hablaba en el Templo, Juan reportaba que muchos creyeron en él. Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres (Juan 8:30-32).

En dos ocasiones Juan específicamente nos dice que las palabras de Jesús en el capítulo 8, versículos 30 al 32 se dirigían a personas que creían en Él. A aquellos nuevos creyentes Jesús no les dijo, “Eventualmente ustedes deberían considerar llegar a ser discípulos comprometidos”. No, se dirigió a ellos inmediatamente como discípulos. Para Jesús el creer en Él era equivalente a ser su discípulo. De hecho, lo primero que Jesús explicaba a aquellos nuevos creyentes era determinar si eran o no discípulos verdaderos. ¿Era su fe genuina? Si permanecían en su palabra, podían estar seguros de su fe.

Permanecer en las palabras de Jesús significaba vivir en ellas, haciendo de ellas su morada. Implica el deseo de conocer y obedecer su palabra, tal como Él dijo: “conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Juan 8:32, énfasis del autor). Específicamente, Jesús hablaba de libertad del pecado (ver Juan 8:34-36). Una vez más, esto nos dice que los verdaderos discípulos de Jesús, aquellos que evidentemente han creído en Él y son por lo tanto nacidos de nuevo, se caracterizan por una creciente santidad.

El bautismo de los discípulos

En la gran comisión, registrada en los versos finales del evangelio de Mateo, Jesús usó la palabra discípulo de una manera que no deja duda acerca de su definición de la palabra. Él dijo, “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mt. 28:19-20, énfasis del autor).

Primeramente notamos que lo que Jesús anhela es tener discípulos, y desea que se bautice a esos discípulos. Sin embargo, también sabemos que Jesús y los autores del Nuevo Testamento concuerdan unánimemente que todo el que cree en Jesús debería ser bautizado tan pronto como sea posible después de confesar la fe en Cristo. Esto prueba de nuevo que todo creyente verdadero es discípulo. Ciertamente Jesús no estaba diciendo en su gran comisión que no se bautizara a aquellos que creían en Cristo, y que sólo se bautizara a aquellos que tomaran la decisión de llegar a ser discípulos comprometidos.

Al leer la gran comisión, es claro que Jesús consideraba que un discípulo era aquel que quería aprender todos sus mandatos, con el objetivo de obedecerlos (ver Mateo 28:20). Indiscutiblemente, el aprendizaje es un proceso, así que ningún discípulo obedece todo instantáneamente. Sin embargo, cada discípulo verdadero se somete a Cristo de inmediato, y se dedica a aprender y a hacer su voluntad, y así debe ser con cada creyente, ya que todo creyente auténtico es un discípulo.

El testimonio de Juan

Otra prueba de que creyentes y discípulos son una misma cosa se encuentra en el evangelio de Juan en y en su primera epístola. Compare los siguientes versículos:

Un nuevo mandamiento os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros (Juan 13:34-35, énfasis del autor).

Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte (1 Jn. 3:14).

Un amor no egoísta por los hermanos es lo que caracteriza a los verdaderos discípulos de Cristo, y es también lo que caracteriza a aquellos que han pasado de muerte a vida, aquellos que han nacido de nuevo. La razón es simplemente porque los discípulos de Cristo son los únicos que han nacido de nuevo.[4]

Ramas que permanecen en la vid

Una invitación final a la salvación que se interpreta a menudo como un llamado a “un caminar más profundo” se encuentra en Juan 15. Aquí de nuevo, Jesús define lo que significa ser su discípulo:

Yo soy la vida verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto en sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mi nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos (Juan 15:1-8, énfasis del autor).

¿Cuántos sermones se han predicado amonestando a los cristianos profesantes para que“se acerquen más a Jesús” y permanezcan en Él para que puedan dar mucho fruto? Pero Jesús no quiere que nosotros pensemos que el permanecer en Él es una opción para los creyentes camino al cielo. Permanecer en Él es equivalente a ser salvo, como Jesús lo dijo con claridad: “El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan al fuego, y arden” (Juan 15:6). Aquellos que no permanecen en Cristo están condenados.[5] Aquellos que sí permanecen en Cristo llevan fruto, probando así que son sus discípulos, así como Jesús lo dijo (ver Juan 15:8). De nuevo vemos que los que son salvos son discípulos que llevan fruto.

Las uvas sólo pueden crecer en una rama que está pegada a la vid. Es de la vid que la rama recibe su corriente de vida y todo lo necesario para producir fruto. Y qué hermosa analogía de nuestra relación con Cristo es ilustrada por la vid y los pámpanos. Cuando creemos en Cristo, nos convertimos en una rama viva que produce fruto en Él. Así como la savia que fluye de la vid es la fuente de la habilidad del pámpano para producir fruto, así es el Espíritu Santo que vive en el creyente y es la fuente del fruto de éste.

¿Y qué tipo de fruto es producido por el Espíritu Santo? Naturalmente, el Espíritu Santo produce el fruto de la santidad. La lista de Pablo del fruto del Espíritu encontrada en el quinto capítulo de Gálatas empieza con el amor, el cual, como se vio anteriormente, es la marca de los auténticos discípulos de Cristo. La lista continúa con gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (ver Ga. 5:22). Esto es lo que el Espíritu Santo produce, y esto es lo que caracteriza a cada creyente verdadero hasta cierto punto. Por ejemplo, leemos que los primeros discípulos estaban continuamente “llenos de gozo y del Espíritu Santo” (Hch. 13:52).[6]

Por supuesto, el fruto puede crecer y madurar, y ocurre lo mismo con el fruto del Espíritu. Los cristianos jóvenes a menudo tienen fruto que aún es verde. Sin embargo, si el Espíritu vive en alguien (y en realidad habita en todo creyente auténtico; ver Ro. 8:9), es imposible que él no produzca su fruto.

¿Y qué de la rama que no produce fruto en Cristo?

¿Pero acaso no habló Jesús de la posibilidad de que exista un pámpano que está “en él” y que no produce fruto? Sí lo hizo. Su declaración debe ser interpretada, sin embargo, dentro del contexto de su analogía de la vid y los pámpanos. Veamos primero que el pámpano sin fruto que “estaba en él” fue “quitado” (Juan 15:2). Como mínimo, esto debe significar que el pámpano que antes estaba pegado a la vid ya no lo está. Lo qué aconteció con el pámpano luego de que fuera “quitado” es hasta cierto punto una conjetura. Sin embargo, una vez que fue “quitado”, ya no “permanecía en la vid”. ¿Qué acontece con los pámpanos que ya no están pegados de la vid? Unos pocos versículos después, Jesús dijo, “El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden” (Juan 15:6).

Debemos, por supuesto, ser cuidadosos en interpretar una analogía, parábola o metáfora. Una metáfora se define como una comparación entre dos cosas básicamente diferentes pero que comparten algunas similitudes. Cuando le digo a mi esposa que sus ojos son como pozos, quiero decirle que son profundos, oscuros, azules y seductores. Pero esas son todas las semejanzas. En ningún momento quiero decir que hay peces en sus ojos, o que los patos nadan en ellos, o que se congelan en el invierno.

Las analogías de Jesús no difieren de éstas. Podemos buscar significados espirituales en detalles cuando las semejanzas implícitas ya se terminaron. Por ejemplo, yo no usaría la analogía de Jesús de “la vid y los pámpanos” para probar que los cristianos llevan más fruto en los meses de verano, como lo hacen las vides. Eso sería poner significados en la analogía que no existen.

De la misma manera, yo no sacaría la conclusión de que Jesús estaba tratando de decir que un creyente auténtico podría no producir fruto, especialmente cuando nos damos cuenta de que el punto principal de la analogía contradice esa idea. La conclusión más lógica es que la rama sin fruto que estaba “en él” representa en realidad a un creyente apóstata (en Lucas 8:12-13). Tal creyente viene a quedar sin fruto y es finalmente separado de Cristo. A pesar de lo que muchos piensen, tal cosa puede suceder de acuerdo con la Escritura (lo probaré en un próximo capítulo). La única otra posibilidad es que la rama sin fruto represente a un creyente falso, aparentemente unido a Cristo, pero que en realidad está muerto y no está recibiendo de la corriente de vida, lo cual se evidencia por la ausencia del fruto. No obstante, en la definición que Jesús hizo de los pámpanos no incluyó a aquellos creyentes que profesan la fe pero que no están unidos a él. Claramente, los pámpanos que llevan fruto son aquellos que permanecen en él.

Dios promete podar personalmente a aquellos que sí producen fruto. Tal vez Jesús hablaba de la poda radical que le ocurre a una persona al nacer de nuevo cuando ésta manifiesta el fruto inicial de fe y arrepentimiento.[7] O tal vez él describía el proceso de santificación que Dios lleva a cabo en la vida de cada creyente colaborador (ver Fil. 2:13). De cualquier modo, la analogía de Dios como un viñador nos habla de la corta de aquellas cosas que le son desagradables. Cualquier cosa que se interponga en la producción del fruto por medio del Santo Espíritu es susceptible a ser eliminado por sus podadoras.

Una pequeña objeción

Al tratar de entender ciertas verdades espirituales sucede que a veces surgen preguntas. Una pregunta brota acerca de José de Arimatea, a quien la Biblia se refiere como el “discípulo secreto” de Jesús (ver Juan 19:38). ¿Cómo se le puede llamar discípulo si su devoción era secreta? ¿No contradice esto todo lo que he hablado sobre el compromiso demostrado por los verdaderos discípulos?

Primeramente déjeme decir que siempre me molesta un poco cuando, después de presentar versículo bíblico tras versículo bíblico para probar alguna verdad, alguien busca diligentemente algún versículo oscuro que aparentemente contradice lo que he enseñado. Luego esta persona lo cita con orgullo como si ese versículo invalidara todo lo que acabo de estudiar. Esta objeción es un caso aislado. Todo lo que he escrito acerca del costoso compromiso del discipulado ha sido basado en la Escritura. He dicho lo que la Biblia dice. Así que lo gravoso de reconciliar el discipulado secreto de José de Arimatea con todo lo que Jesús enseñó acerca del alto costo del compromiso de ser un discípulo cae sobre todos nosotros, no sólo sobre mí.

Ahora, para contestar la objeción: José de Arimatea era un devoto de Jesús, por el registro bíblico, un “hombre bueno y justo” (Lucas 23:50). No obstante, como un miembro prominente del Sanedrín, él mantuvo su devoción secreta por el “temor a los judíos” (Juan 19:38). Los judíos a quien él temía debían haber sido los otros miembros del Sanedrín.

Indiscutiblemente, José de Arimatea sabía que habría algunas consecuencias negativas si él revelaba sus sentimientos acerca de Jesús. Es posible que su temor era que lo removieran del Sanedrín, lo cual hubiera dado como resultado el perder la oportunidad ante ellos de ser una influencia positiva para Cristo. Aprendimos en Lucas 25:31 que José “no había consentido” en el “plan y acción” del Sanedrín en lo que concernía al arresto, juicio y condena de Jesús. Y luego de la muerte de Jesús, claramente se nota que se arriesgó a enfrentar lo que previamente había temido, ya que “vino y entró osadamente a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús” (Marcos 15:43). Luego, personalmente preparó el cuerpo de Jesús y lo enterró en su propia tumba. De seguro había muchas posibilidades de que sus acciones fueran descubiertas por el Sanedrín. Pero una vez que Jesús había sido crucificado, a él ya no le importó lo que pensaran sus compañeros del Sanedrín.

El compromiso de José con Cristo era claro, y el limitado secreto de su devoción fue temporal. Más allá de todo esto, es ciertamente posible ser un devoto discípulo de Cristo y aun así temer algunas consecuencias negativas que podrían resultar de tal devoción. José de Arimatea ciertamente tuvo suficiente fruto en su vida para validar su compromiso con Cristo.

¿Y qué de los cristianos “carnales”?

Otra objeción que a menudo surge sobre este asunto es la de los cristianos “carnales”. Son una moderna clasificación de creyentes supuestamente auténticos que continuamente ceden a la carne, y cuyo comportamiento hace que sea imposible distinguirlos de los no creyentes. Aunque han “aceptado a Cristo”, no muestran ningún compromiso con Él. Muchos de ellos no van a la iglesia y se involucran en todo tipo de pecado, sin embargo están seguros de la gracia Dios y del cielo.

¿En dónde se originó este concepto de cristianos carnales? Su fuente es una interpretación común muy torcida de lo que Pablo escribió en el tercer capítulo de la primera carta a los Corintios:

De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda, porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales y andáis como hombres? (1 Co. 3:1-3).

La versión King James (versión inglesa de la Biblia) traduce la misma palabra que la versión NASB licenciosos, como “carnales”, de ahí el origen de la frase, “cristianos carnales”.

La pregunta es, ¿estaba Pablo definiendo una categoría de cristianos que no se distinguen de los no cristianos debido a su inclinación a una vida libertina? En contradicción con lo que el resto del Nuevo Testamento enseña, muchos dicen que sí. “¿Acaso no dijo Pablo a estos cristianos”, preguntan estos, “que estaban caminando como ‘simples hombres’ (3:3), indicando que actuaban en forma idéntica a personas no salvas?

La respuesta se encuentra en todo lo que Pablo dijo a los Corintios. En nuestras consideraciones descubrimos que los “corintios carnales” ciertamente se distinguían de las personas no salvas, ya que su fe viviente se manifestaba por varias indicaciones externas de su devoción a Cristo. Si, al tener dos naturalezas, como las tienen todos los cristianos, enfrentaban la batalla entre el espíritu y la carne. Muchos de ellos al ser espiritualmente inmaduros, hasta cierto grado estaban cediendo a su vieja naturaleza (la carne), sin caminar en amor. Argumentaban acerca de quienes eran sus maestros favoritos y mostraban desconsideración durante la cena del Señor. Algunos presentaban denuncias en contra de hermanos en la fe. Necesitaban crecer en el fruto del amor, y Pablo escribió bastante para amonestarlos en esa dirección.

La razón primordial de su problema era su propia ignorancia de lo que Dios esperaba de ellos. Debido a que eran niños en Cristo a quienes Pablo sólo había alimentado con la leche de la palabra de Dios en vez de la carne (ver 3:2), su conocimiento era limitado. Es por eso que Pablo les escribió y señaló sus errores. Una vez que les había explicado lo que Dios pedía de ellos, Pablo esperaba que se alinearan.

Los corintios espirituales “carnales”

¿Cuáles eran algunas de las obras de los corintios cristianos que los identificaban como poseedores de una fe devota? ¿Qué los caracterizaba como diferentes de los no creyentes? Veamos algunas pruebas que se revelan a través de la Escritura:

Primeramente, cuando Pablo inició su prédica del evangelio en Corinto, tuvo gran éxito. Dios mismo le dijo que había mucha gente en Corinto que había de ser salva (ver Hechos 18:10), y Pablo se quedó ahí por año y medio. Muchos “creían y eran bautizados” (Hch. 18:8). El bautismo era el primer acto de obediencia a Cristo.

Al describir algunos de los corintios cristianos, Pablo escribió que anteriormente éstos eran fornicarios, idólatras, adúlteros, homosexuales, ladrones, envidiosos, borrachos y ladrones (ver 1 Co. 6:9-10). Pero ahora han sido lavados y santificados; han sido transformados. Esto, en sí mismo, descarta la posibilidad de que los corintios fueran difíciles de distinguir de los no cristianos.

Adicionalmente, Pablo advirtió a los corintios cristianos “no asociarse con aquel que llamándose hermano era una persona inmoral, o envidioso, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón—con él ni aun debían comer” (1 Co. 5:11). Los corintios en realidad no eran culpables de estas cosas, o entonces Pablo les hubiera dicho otra cosa, como no se asocien con ustedes mismos.

La primera carta de Pablo a los corintios era, en parte, una respuesta a la carta que él había recibido de ellos en relación con varios asuntos. Le habían hecho preguntas acerca de lo que era correcto e incorrecto, indicando así que deseaban hacer lo bueno. ¿Acaso era erróneo que los solteros se casaran? ¿Y cuál era la situación de aquellos que ya habían estado casados antes? ¿Qué hacer con el asunto de comer carne sacrificada a ídolos? Muchos cristianos corintios por su devoción a Cristo se negaban a comer esas carnes, no fuera que estuvieran ofendiendo al Señor, una prueba de su fe viviente.

Pablo escribió en 1 Co. 11:2: “Os alabo, hermanos, porque en todo os acordáis de mí, y retenéis las instrucciones tal como os las entregué”. ¿Se podría decir entonces que estas personas se parecían a los no creyentes?

Los cristianos corintios con regularidad compartían la cena del Señor (aunque de una manera un tanto inapropiada), obedientes al mandamiento de Jesús (ver 1 Co. 11:20-22). Regularmente se juntaban para adorar (ver 1 Co. 12, 14), algo que los incrédulos no hacían en esos tiempos.

Eran celosos de los dones espirituales (ver 1 Co. 14:12).

Sólo el hecho de que las dos cartas de Pablo a los corintios están llenas de exhortaciones a la santidad indica que Pablo creía que ellos obedecerían lo que él les escribió. Pablo les dio instrucciones de expulsar a un hipócrita (ver 1 Co. 5:13) y a recibir colectas monetarias para cristianos pobres de Jerusalén (ver 1 Co. 16:1-4), algo que ya estaban haciendo celosamente (ver 2 Co. 8:10; 9:1-2). De este modo, ellos desplegaban su amor por los hermanos, igual a lo que Jesús dijo que distinguiría a sus verdaderos discípulos (ver Juan 13:35).

La segunda carta de Pablo indica que muchos, esto si no todos, habían obedecido sus instrucciones de la primera carta (ver 2 Co. 7:6-12). En el tiempo transcurrido entre las dos cartas, Tito viajó a Corinto y retornó con un buen reporte de su obediencia (ver 2 Co. 7:13-16). Los niños espirituales estaban creciendo. Sí, todavía había algunos problemas en Corinto, y Pablo pronto los visitaría personalmente para resolver lo que restaba.

¿La conclusión? Cuando Pablo escribió que los corintios cristianos “caminaban como simples hombres”, no quiso decir que los corintios no se distinguían de los incrédulos en todo aspecto. Éstos actuaban como incrédulos en algunas cosas, pero en muchos otros aspectos estaban actuando como discípulos piadosos de Cristo.

¿Y qué de las obras que se quemarán?

Otro argumento que a menudo es usado para apoyar la idea de una clase especial de cristianos carnales se basa en las palabras de Pablo en 1 Corintios 3:12-15. En ese pasaje, ¿acaso no aseguró Pablo a los corintios que ellos se salvarían aunque todas sus obras fueran quemadas en el juicio? ¿No indica esto que un creyente puede no llevar ningún fruto y aun así ser salvo?

El contexto de ese pasaje revela el error de dicho argumento. Claramente, Pablo hablaba de recompensas que ministros individuales recibirán o perderán, basándose en la calidad de las obras. Si se compara la iglesia con la “el edificio de Dios” (3:9), y asegurando que Él ha puesto el fundamento “el cual es Jesucristo” (3:11), Pablo escribió que todo ministro “debería cuidarse cómo edifica” (3:10) sobre ese fundamento. Es muy posible que se edifique en forma errónea. Pablo en forma figurada menciona seis diferentes materiales de construcción que pueden ser usados: “oro, plata, piedras preciosas, madera, heno [y] hojarasca” (3:12). Los primeros tres son de gran valor y no arden, en tanto que los últimos tres son de poco valor y sí arden.

De acuerdo con Pablo, el tipo de material usado por los diferentes ministros para construir el edificio de Dios no es necesariamente evidente ahora. Un día, sin embargo, será muy evidente, ya que “la obra de cada uno se hará manifiesta… por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cual sea, el fuego la probará” (3:13). Pablo continuó:

Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego (1 Co. 3:14-15).

Se ha debatido mucho acerca de qué tipo de obras son las que constituyen “oro, plata y piedras preciosas”, y qué tipo constituyen “madera, heno y hojarasca”. Pero, sin duda es cierto que aquellos ministros que construyen el edificio de Dios con ladrillos de cristianos falsos y la argamasa de un falso evangelio, encontrarán que este pasaje es muy útil cuando el Señor pruebe la calidad de sus obras. Muchas personas no santas que en el presente están dentro de la iglesia se hallarán a sí mismas en el fuego del infierno, y el ministro que “los ganó para Cristo” o les aseguró su salvación por medio de la proclamación de una gracia falsa, se dará cuenta de que todos sus esfuerzos no sirvieron de nada en la construcción del verdadero “templo de Dios” (3:16). Lo que él construyó se quemará, y “sufrirá pérdidas” (3:15), sin recibir recompensa. Aunque él mismo, si es un creyente auténtico, “será salvo, aunque así como por fuego” (3:15).

Visiblemente, la intención de Pablo en este pasaje no era asegurarles a los llamados “cristianos carnales” que podían no llevar ningún fruto y aun así estar confiados de su salvación. Estaba escribiendo acerca de las recompensas que los ministros recibirán o perderán basándose en la calidad de su trabajo y que serán reveladas en el juicio.

Sí, los cristianos verdaderos pueden a veces actuar carnalmente. En cualquier momento en que éstos ceden a la carne, se puede decir que están actuando como “hombres simples”. No obstante, no hay un grupo de “cristianos carnales” en el cuerpo de Cristo, camino al cielo pero cediendo completamente a su naturaleza licenciosa. Como lo dijo Pablo en su carta a los Romanos,

Porque si vivís conforme a la carne, moriréis [o “pereceréis” como consta en la versión de NLT[8]]; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios (Ro. 8:13-14, énfasis del autor).

Y tal como él escribió a los cristianos Gálatas, “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Ga. 5:24).

Qué hubiera hecho usted si…

La historia, probablemente ficticia, ha sido contada con alguna frecuencia acerca de una pequeña iglesia en una villa remota de América Central. Un domingo en la mañana, cuando el servicio matutino ya iba a iniciar, las puertas en la parte de atrás del santuario se abrieron de par en par, y dos hombres sin afeitar entraron atropelladamente, llevando puestos uniformes de fatiga y blandiendo ametralladoras. Cinturones con balas de ametralladoras cruzaban sus pechos.

El miedo se apoderó de los corazones de la congregación. Las guerrillas comunistas en esa región se conocían por asesinar cristianos sin misericordia. ¿Acaso les había llegado el tiempo?

Uno de los hombres pidió silencio y luego habló. “Ustedes los cristianos siempre hablan de ir a ver a su Salvador, el que ustedes afirman que es el Hijo de Dios. Bien, hoy es su día de suerte, ¡porque en unos pocos minutos ustedes se darán cuenta si su Dios realmente existe! Hagan una fila a lo largo de las paredes de esta iglesia.

La congregación rápidamente se movió a través de las bancas hacia ambos lados del santuario. “Ahora, antes de matarlos, queremos asegurarnos que sólo mueran creyentes auténticos. Cualquiera aquí que no crea que Jesús es el Hijo de Dios puede salir, pasando por donde estamos nosotros hacia las puertas traseras del santuario. ¡Muévanse rápidamente!”

Muchos no lo dudaron. En un minuto, la mitad de la congregación se había marchado.

Cuando la última persona había salido, las puertas se cerraron. El guerrillero miraba a través de una ventana lateral cómo las personas que salían de la iglesia corrían lejos del edificio. Luego, en lo que él bajaba su arma, una sonrisa llenó su cara, y habló una vez más: “Hermanos, por favor perdónennos. Queríamos adorar al Señor con ustedes esta mañana, pero sólo queríamos adorarle junto a verdaderos creyentes. Ahora, ¡adoremos al Señor juntos!” Y ¡qué clase de servicio tuvieron esa mañana!

Esta historia es contada con el fin de provocar que los cristianos profesantes consideren lo que ellos hubieran hecho si hubieran estado ahí esa mañana. Sin embargo, el creer esta historia requiere que pasemos por alto el hecho de que unos cristianos actuaron engañosamente al llevar armas y proferir amenazas de asesinato y censurando a Cristo, ¡sólo para adorar a Dios en medio de creyentes auténticos! Con sus acciones ¿acaso no estaban ellos negando a Cristo tanto como aquellos que corrieron de la iglesia esa mañana?

Si esto es así, querría alterar un poco esta historia, cambiando su final. Aunque mi alteración también es ficticia, es la manera como historias similares han finalizado miles de veces:

En un minuto, la mitad de la congregación se había marchado.

Cuando la última persona había salido, las puertas se cerraron. El guerrillero miraba a través de una ventana lateral cómo las personas que salían de la iglesia, corrían lejos del edificio. Luego, conforme apuntaba su ametralladora hacia el grupo de devotos discípulos que había quedado, una fea mueca llenó su cara, y habló una vez más: “Prepárense al encuentro con su Dios”. Con aquellas palabras, sus dedos halaron el gatillo. Y ¡qué servicio tuvieron esa mañana, en la presencia de su Señor!

[1] John Dillingberger, ed., Martin Luther (New York: Doubleday, 1961), p. 24.

[2] Los demonios, por supuesto, no pueden poseer fe salvadora ya que la salvación no ha sido ofrecida a ellos.

[3] ¡Qué iluminador es escudriñar lo que nos dice la Escritura acerca del temor al Señor! Por ejemplo, el salmista escribió, “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; buen entendimiento tienen todos los que practican sus mandamientos. Bienaventurado el hombre que teme a Jehová, y en sus mandamientos se deleita en gran manera” (Salmos 111:10; 112:1). En el Nuevo Testamento, se nos ordena temer al Señor (ver 1 P. 2:17), y se nos advierte lo siguiente: “limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Co. 7:1, énfasis del autor).

[4] Nótese también que el amor no egoísta, expresado al suplir para las necesidades apremiantes de los hermanos, era lo que caracterizaba a la gente salva en el juicio de Mateo 25:31-46, considerado previamente en el capítulo 3.

[5] Observe que no son sus obras las que son quemadas, como algunos desean que nosotros creamos. Las ramas mismas son quemadas.

[6] Los primeros creyentes de los Hechos se caracterizaban por su amor, paz, benignidad y bondad; ver Hechos 9:31, 36; 11:24.

[7] Esta idea es apoyada de algún modo por el hecho de que Jesús dijo a sus discípulos que ellos ya estaban limpios por la palabra que él les había hablado (ver Juan 15:3). La palabra se traduce como limpios en este verso (versión NASB por sus siglas en inglés) es la misma palabra traducida como podados en 15:2.

[8] Obviamente, Pablo no les estaba advirtiendo acerca de la muerte física, ya que todos, sin importar su conducta, “debían morir” físicamente. Más bien, Pablo hablaba de la muerte espiritual y eterna.