Un Anticipo del Cielo

(Heaven Foreseen)

¿Cómo es el cielo? En nuestras mentes finitas nunca podríamos explicar todas las glorias que nos esperan allí, y la Biblia sólo nos da unas cuantas ideas. El hecho más asombroso del cielo es que los creyentes veremos al Señor y Salvador Jesús, y a Dios nuestro Padre cara a cara. Viviremos en “la casa del Padre”:

En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo esté, vosotros también estéis” (Juan 14:2-3).

Cuando lleguemos al cielo, muchos misterios que nuestra mente no puede comprender ahora, serán comprendidos. Pablo escribe:

“Ahora vemos por espejo, oscuramente; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré como fui conocido” (1 Corintios 13:12).

El libro de Apocalipsis nos da el mejor reflejo de lo que es el cielo. Descrito como un lugar de gran actividad, y gozo inexplicable, el cielo no será un lugar donde la gente estará sentada sobre las nubes tocando el arpa todo el día.

Juan, a quien le fue dada una visión del cielo, primero vio el trono de Dios, el centro del universo:

“Al instante, estando yo en el Espíritu, vi un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado. La apariencia del que estaba sentado era semejante a una piedra de jaspe y de cornalina, y alrededor del trono había un arco iris semejante en su apariencia a la esmeralda. Alrededor del trono había veinticuatro tronos, y en los tronos vi sentados a veinticuatro ancianos vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas. Del trono salían relámpagos, truenos y voces. Delante del trono ardían siete lámparas de fuego, que son los siete espíritus de Dios. También delante del trono había como una mar de vidrio semejante al cristal, y junto al trono y alrededor del trono había cuatro seres vivientes llenos de ojos por delante y por detrás. El primer ser viviente era semejante a un león; el segundo era semejante a un becerro; el tercero tenía rostro como de hombre; y el cuarto era semejante a un águila volando. Los cuatro seres vivientes tenían cada uno seis alas, y alrededor y por dentro estaban llenos de ojos, y día y noche, sin cesar, decían: “Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es y el que ha de venir”. Cada vez que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos. Los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo:”Señor, digno eres de recibir la gloria, la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Apocalipsis 4:2-11).

Juan dio la mejor descripción del cielo con símbolos de la tierra, más el cielo difícilmente se puede comparar a la tierra. Obviamente, no hay forma en que podamos comprender todo lo que él vio hasta que lo veamos por nosotros mismos. Pero ciertamente ésta es una lectura inspirada.

Los pasajes con más inspiración acerca del cielo se encuentran en Apocalipsis capítulos 21 y 22, donde Juan describe la nueva Jerusalén, la cual está ahora en el cielo, pero que vendrá a la tierra después de los mil años del reinado de Cristo:

“Me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto y me mostró la gran ciudad, la santa Jerusalén, que descendía del cielo de parte de Dios. Tenía la gloria de Dios y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de Jaspe, diáfana como cristal. Tenía un muro grande y alto, con doce puertas, y en las puertas doce ángeles, y nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel. Tres puertas al oriente, tres puertas al norte, tres puertas al sur, tres puertas al occidente. El muro de la ciudad tenía doce cimientos y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero. El que hablaba conmigo tenía una caña de medir de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro. La ciudad se halla establecida como un cuadrado: su longitud es igual a su anchura. Con la caña midió la ciudad: doce mil estadios. La longitud, la altura y la anchura de ella son iguales. Y midió su muro: ciento cuarenta y cuatro codos, según medida de hombre, la cual era la del ángel. El material de su muro era de jaspe, pero la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio. Los cimientos del muro de la ciudad estaban adornados con toda clase de piedras preciosas. El primer cimiento era de jaspe, el segundo zafiro, el tercero de ágata, el cuarto de esmeralda, el quinto de ónice, el sexto de cornalina, el sétimo de crisólito, el octavo de berilo, el noveno de topacio, el décimo de crisopraso, el undécimo de jacinto y el duodécimo de amatista. Las doce puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era una perla. Y la calle de la ciudad era de oro puro, como vidrio transparente. En ella no vi templo, porque el Señor Dios Todo Poderoso es su templo, y el Cordero. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella, porque la gloria de Dios la ilumina y el Cordero es su lumbrera. Las naciones que hayan sido salvas andarán a la luz de de ella y los reyes de la tierra traerán su gloria y su honor a ella…. Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que fluía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad y a uno y otro lado del río estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones. Y no habrá más maldición. El trono de Dios y del Cordero estará en ella, sus siervos lo servirán, verán su rostro y su nombre estará en sus frentes. Allí no habrá más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará y reinarán por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 21:10-22:5).

Todo seguidor de Cristo puede esperar estas cosas en el futuro y mirar todas estas maravillas, mientras continúe en la fe. Sin duda, pasaremos los primeros días en el cielo diciéndonos el uno al otro, “así que esto era lo que Juan estaba tratando de describir en el Libro de Apocalipsis”.